Replicantes.

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España, 2009.

Sunset Boulevard

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El que Busca Encuentra

miércoles, 30 de noviembre de 2011

Pearl Jam. Foro Sol. México. 2011.

Pearl Jam. Foro Sol. México. 2011.

24/Nov./2011


Seis años debieron de pasar para que los sobrevivientes de esa masiva farsa de industria, etiquetada como “Grunge”, volvieran a tierras aztecas a dejarse conquistar por una audiencia que siempre los ha recibido de manera por demás honorable y cariñosa. Dos discos con sus respectivas giras de abandonó no fueron marca de olvido en el público nacional para que en éste, su tercer advenimiento al país, se rindiera ante su música, a la vez que ellos se dejaran dominar por las energías de un coro multitudinario que desde hacía años, tenía muchas ganas de verles y escucharles nuevamente.

Los rumores siempre fueron altos, su retorno sumamente esperado, deseado. Sin embargo, no fue sino hasta mediados de este 2011 que la nota oficial de su retorno apuntaló los deseos de todos sus seguidores. ¿El pretexto?, la gira de sus 20 años; el recuento de las dos primeras décadas de carrera: logros y derrotas, buenas, pobres y medianas producciones que a pesar de los problemas internos dentro de la agrupación, han salido a flote y se han manifestado con bríos de voluntad y carácter. Lejos, eso es claro, han quedado los muchachos rebeldes de Seattle que lograban perfectamente romper las fronteras del escenario con el sitio de la audiencia hipnotizando e hipnotizándose cuasi ritualmente con su música. No obstante, restos de esas fuerzas y electricidad aún permean su estilo y forma…

La cita fue en esta ocasión una jurisprudencia tres veces mayor a la de las dos ocasiones anteriores, una noche templada y la ilusión a punto de ser extinguida de 60,000 almas reunidas para escucharles y celebrar en conjunto estos 4 lustros de mutua compañía.

Eran aproximadamente las 20:00 horas cuando el silencio se rompió por parte de “X”, legendaria banda Angelina de Punk, la cual no caló del todo en el gusto de la audiencia; un ligero sentido de hastío logró sentirse con ciertas rechiflas que terminaron por volverse aplausos cuando en su última ejecución, el propio Eddie Vedder subió al escenario para acompañarlos. El silencio entonces, al termino de esta monótona apertura, clamó de nuevo por su fin. Y es que todos los presentes sabían que la espera, esa larga espera de 6 largos años estaba por concluir. No obstante, pasaría casi media hora para que las luces se apagaran de tajo y todo comenzará a “liberarse”, redimirse. Para que las notas emprendiesen el camino y el coro de sesenta mil gargantas se gestará inmediatamente.

La selección de canciones se fue suscitando con un sano equilibrio entre éxitos y las canciones más gustadas por parte de los fanáticos presentes. Un repaso a sus primeros 5 discos en la primera parte del concierto fue una muestra total de la experiencia aprehendida en todos estos años; las baladas y las canciones más rockeras se fueron tomando suavemente de la mano a la vez que la masa se movía casi litúrgicamente con el balanceo de los compases de cada melodía y uno que otro ya considerado himno. El manejo, no ya del escenario, sino de la audiencia fue claro y preciso para que el vaivén de emociones comenzará a germinar con suspenso mientras algunas piezas, quizá para un sector más perito en la agrupación, se iba dando paso. La primera parte concluyó, entonces, no sólo con algunas de las piezas más esperadas por los fans, sino también con la introducción de una canción nueva por parte de la banda. Un obsequio de lo que quizá termine siendo el tan anunciado nuevo disco.

Entre la oscuridad y la expectativa un tanto falsa –es ya de todos conocido que la banda sale por lo menos dos veces más al escenario– se fueron generando las listas de canciones en cada uno de los asistentes para el cierre. La espera no fue larga, Eddie Vedder en plan solitario salió al escenario para brindar una balada, seguida de otra ya con la entera agrupación. Y con el sentimiento a flor de piel (la hermandad cercada), de nuevo la energía golpeo indistintamente los estribos para que el coro multitudinario de nuevo descargara la fuerza, la saña y el furor. Fue así como entre éxitos de antaño y una de sus canciones más recientes, el primer encore concluyó. Las luces de nuevo se extinguieron al horizonte.

El final, ahora sí, se olía cerca. La lista mental de cada uno debía irse reduciendo, las posibilidades podían emerger con cierto temor. El primer corte –ya disponible en la red– de sus próximo material resonó para gusto de muchos y sorpresa de otros. Fue así como comenzó la curvatura final del concierto que se fue apaciguando entre canciones pocas veces interpretadas en vivo y covers muy bien conocidos por los fanáticos, pero que no habían sido interpretados en sus anteriores visitas al país. Cabe resaltar que en uno de ellos, original del abuelo del “Grunge” “Neil Young”, los vasos de cerveza comenzaron a volar por todo el foro, haciendo que una lluvia amarilla de cartón brindará una belleza inusitada a todo lo que se había ido presentando en una muy sentimental velada rockera. Ya calmados los tenores de tan improvisada acción –argumentos que sólo pueden verse y sentirse en estas latitudes del globo– el concierto terminó con dos canciones calmas. El último respiro fue la tradicional melodía que interpretan para cerrar la gran mayoría de sus conciertos.

El regreso a casa no fue el más fácil y dócil. Entre el clamor del frío, las múltiples peleas encontradas en el camino de retorno y los recuerdos de una ejecución apasionada por parte de una banda que, una vez más, se entregó por completo a un público que los ha mantenido allí, donde se guardan los mejores momentos –momentos que se rememoran y siempre se esperan volver a vivir–, sólo falta por saber cuántos años más pasarán para volverlos a tener cerca. Esperemos, ansiosamente, que no muchos.

SETLIST: Relesase. Last Exit. Severed Hand. Corduroy. Given To Fly. Brain Of J. Elderly Woman Behind The Counter In A Small Town. Faithfull. Even Flow. Setting Forth. Unthought Known. Red Mosquito. Daughter. Of The Earth. Nothingman. Better Man. Porch. ENCORE 1: Just Breathe. Off He Goes. Do The Evolution. Black. Spin The Black Circle. The Fixer. Jeremy. Why Go. ENCORE 2: Olé. Last Kiss. Leash. Alive. Rockin' In The Free World. Indifference. Yellow Ledbetter.

viernes, 25 de noviembre de 2011

10 Frases 10 (De Amor)

10 FRASES 10 (De Amor)

i.- Seré breve, como la vida en el sazón de este amor. La eternidad a tu lado es un segundo que no quiero apaciguar.

ii. ...¿Por qué entonces el amor me ha mostrado ya la cordura uniformada en el cuerpo de tan bella mujer? ¿Acaso se habrá vuelto loco?

iii.- No olvides despojar la ropa de tu corazón, cariño. Recuerda que aquí me tienes con el alma arropada de tu piel.

iv.- He de desatar los nudos del hastío con las cuerdas de tu gracia. Los abrazos de tus labios, son el mar de un velero con destino.

v.- Y al llegar al fin del mundo, daremos otro paso para vernos las espaldas llenas de cariño.

vi.- En la sequía, amor, abrázame como el tiempo al viento; las cascadas retornarán silenciosamente. Salpicarán con hervor y calma sepultando el antiguo miedo de los hombres.

vii.- Al norte, en esa esquina a la que llaman vida, se encuentran derrotados los rincones que intentaron obsequiarnos los caminos y las ansías. Aquí, en mi brújula de hechos, los recuerdos han formado ya el mapa que recorre este silencio que tan sólo dos hablamos.

viii.- Frente al paisaje de los años, cierro mis ojos y junto tus manos con las mías. No hay distancia más eterna que la sombra que hacen nuestros cuerpo en este arado de momentos.

ix.- Los sueños son fragmentos, los abrazos y los besos: nuestros tiempos.

x.- Cuando me abstengo de dormir –sentado en la banca de algún parque– contemplo el devenir de un sueño despierto. Eres tú, viniendo a mi, expresando el breve y mágico tiempo de la vida.

viernes, 18 de noviembre de 2011

SUBMARINO. Las Series, Vol. 4

SUBMARINO. Las Series, Vol. 4

Lo siento, es sólo que en ocasiones me recuerdan más por el aliento que por el retrato.

A. Güiris V.

…A nadie le sorprenderá, entonces, que Raúl bebiera en otros bares. Solía decir Carmelo que un ser humano debe ser cliente y patrón para sentirse plenamente lleno, íntegro, leal. Por su parte, Lalo, estimada mano derecha de Raúl, afirmaba que un cantinero tenía el total derecho a ser asiduo a otros linajes, oler otro tipo de rincones y encontrarse al día siguiente con las manos vacías de la misma forma en que se había deleitado ganándose los centavos; ocupando profusamente las responsabilidades de la apasionante ironía de la vida (aunque si mal no recuerdo, esta última parte la mencionaba mas bien como: “partiéndose uno el lomo como burro mientras la vida nos escupe las agallas con sus pinches risas”)… Al final de cuentas, rezaba Mauro cuando nos seguía sombríamente el juego, todo era tan sólo una cuestión de enfoques: “Justo como la espiritualidad de un sacerdote que se fortalece los fines de semana inequívoca y equitativamente al arrebato de fe de sus parroquianos.” Repito, a nadie debe sorprenderle que Raúl fuera adepto a otras tabernas; era y continua siendo normal el encontrar a tu cantinero predilecto en busca de sus retiros el mismo día en que el mundo recopila las pujanzas y los retos. Recuerdo uno en especial al que asistía consecuentemente en las madrugadas. Su inercia era tan legendaria como el horario irregularmente precoz; los recién llegados a la capital siempre asistían a primeras instancias de la noche creyéndole encontrar abierto, para finalmente optar –a razones ocultas del ser que yo jamás he concebido– por retornar con alborozada sintonía junto al canto de los gallos y experimentar ciegamente el amanecer. Estar ahí, me dicen, era como sumergirse profundamente dentro de una máquina del tiempo construida dentro de un reloj de arena: los minutos eran polvo que perneaban cansinamente las comisuras de la manta y la mezclilla, la barra un oasis que en vez de ilusionar secaba las almas de los hombres que se atrevían a cruzar, y en la degustación de los “vinos”, ¡bueno!, digamos que siempre te quedabas con cierto sabor a recebo en el paladar.

Juan Ernesto Gómez, al que malamente vociferábamos como Godinez cuando el alcohol nos hacía su presa, fue una especie de sociólogo que Raúl conoció (o reconoció), allí y que al cabo de unos cuantos meses dragó su propia tumba al intentar hacer un estudio dentro de nuestros aposentos, cuyos resultados fueron los siguientes: un enojo, una deuda y una loca trasnochada con Carmelina, el travesti de casa que llevaba el sello del albergue justo en medio de sus pantaletas. A él jamás lo volvimos a ver, a ella tal vez... Algunos dicen que murió de cáncer en cierto territorio foráneo –otra cantina–, unos más que su alejamiento fue a causa de la vergüenza (o la venganza, pude haber oído mal)… o tal vez, y quizás el amor. Y es que de esa pasión, como bien solía decir Frankie, sólo se puede expresar su sensación de olvido: “Algunos, estimado amigo mío, como Eva, o como tu, gustan del cariño para relegar la anterior pesadilla de pareja que tuvieron; los sinsabores de su tacto, las quemaduras de humo en que se fueron convirtiendo sus labios, la dirección errónea de sus venas cual mapa sin tesoro, las pistas cenitales de su abatida respiración, e inclusive, la amarga sensación del sudor que emanaba de su pecho en un día de común frío. Otros, en cambio, como yo y todos los que aquí asistimos, simple y llanamente nos olvidamos del trabajo, los hijos, el dinero, el orgullo y la mortandad”.

En el Submarino, pues, todos éramos parte de un núcleo ocasional que se encontraba muy de vez en cuando en otro sitio para refrescar memorias, nociones y sentimientos. Si mal no me equivoco, Carmelo solía afirmar que toda familia perdía su encanto el mismo día en que te hacías consciente de que era para siempre. Pero eso, créanme, en realidad no era tan negativo como el flujo del tiempo en si, y es que todos, o la gran mayoría al menos, no soñábamos con un futuro sino que anhelábamos envejecer en el pasado. Gente como Eva y potencialmente Estefanía, en un libro de antaño o bien una de las originales imprentas. Gente como Frankie o como Mike, posiblemente en una cartuchera de los años 20s. Gente como Mauro o Marcos, sin duda alguna en una pieza virgen de mármol griego. Otros, como Pedro el Cazador o el Ballenas, seguramente en una escopeta del siglo 19… Y Susie, gente como Susie, bueno… en gente como Susie pero 10 años más verde… Supongo que muchos se habrán sentido decepcionados cuando, al igual que los recién llegados a la ciudad, se encontraron por fin con las puertas cerradas del lugar… Más aún cuando al regresar, acompañados ya del canto de los gallos, la hallaron en exacta posición dentro de la penumbra en que se había ido convirtiendo nuestra antigüedad.

“No hay a quien no le llegue su hora”, decía Carmelo cuando te mostraba la puerta abierta con una enorme sonrisa y las sanas intenciones de desearte unas buenas noches que nunca terminaban por concretarse… No lo sé, quizá tenía razón, quizá tan sólo asumía las ganas de sortear la fortuna de los hombres que se acuestan temprano para despertarse con la vida echada al borde de la cama. ¿Quién puede saberlo? El caso aquí, tal vez, es como alguna vez escribió Kasuo al cierre de unas de sus aburridas columnas de la edición vespertina dominical: “Cada quien es responsable de ir forjando su camino, sabiendo exactamente donde acomodar los clavos para aquellos que intenten seguirnos nuestros pasos. Y es que uno, en realidad, nunca sabe cuando hay que retornar.”

viernes, 11 de noviembre de 2011

14

14.

A. Güiris V.

Me dijo: “La única carta que alguna vez he escrito al amor, amigo mío (era la primera vez que lo veía) fue desechada por un extranjero que no me dejo, si quiera, comenzar el finiquito de la partida a casa”… “Y es que el cariño no se pierde ni se gana, tampoco se conserva”, aseguró, “sino que se tiene desde que naces”… Para él –si mal no recuerdo (concluyó antes de dejarse abrazar por los recovecos de la alfombra)– todo se resumía a esa imprecación de la vida, a ese juramento del destino que indica que desde el origen, estás predestinado a caminar sin rumbo buscando ciegamente a tu otra mitad; tu alma gemela, aquella persona que fue ahormada al inverso de tu molde y que te complementa de tal forma que no hay cabida incluso para el tiempo mismo. Y es que el amor, le dije, no se debe guardar nunca entre las manos, ¡jamás!; se caería como agua entre los dedos, como cera ante la flama. Pero no hizo caso, y en ese preciso instante comenzó a dejarse vencer por los desvaríos que limitan la pesadez de la costumbre.

Yo tomé camino, lo dejé ante su soledad como se aquieta a un niño ante su infancia, como se calma a la enjaulada arena ante las manecillas de un reloj y me tomé el corazón mientras cruzaba la neblina, el frio y la envergadura del trazo de los astros. ¿Cuántas veces atrás no me habría visto en aquel espejo?, ¿cuántas ocasiones no habré sido abandonado como aquel cazador de corazones que no encuentra su presa? ¿Cuántas?

Me dí la vuelta, le desee suerte, y comencé a sentir mi pecho inflamado de rubor, cansado de hastío; alegre de haber podido, al fin, observar de frente aquellos ojos, aquellos brazos, aquellas manos que vería y me verían envejecer. No pude más que atravezar la calle sintiendo que las horas se aletargaban. La vida al fin ya no era larga, ni lenta, era vida, vida en si y vida en más. Sólo vida.

A dos cuadras cojí un taxi; arma de destino fijo, y no le alejé de su partida sino que le acerqué a la fortuna que había hallado, yo, no hace muchos días atrás en el mismo lugar donde un tipo se casaba con el hasta luego... Sonreí, sonreí todo el camino. Sobra decir que un hombre sólo puede dibujar en su rostro esa sonrisa cuando sabe que al tomar camino, no sólo cubrirá su cuerpo ante la almohada al llegar a casa, sino que cobijará su alma ante el cariño y la pasión del respiro. Algunos le llaman hogar, otros destino, claro… Aquella noche yo le llame por su nombre, pensaba en ella; un nombre de mujer que acaecidamente se había ido convirtiendo en una convenida eternidad. Y la eternidad, lo sabemos todos, no se desvanece entre los sentidos –tan sólo habita dentro de ellos hasta el último suspiro. Le di un beso mientras aún dormía y me arropé a su lado, me acerqué a su oido y con mi aliento le ofrecí mis años, todos ellos. Soñé, entonces, despierto; por primera vez en vida no le tenía miedo a nada…

viernes, 4 de noviembre de 2011

SUBMARINO. Las Series, Vol. 3


SUBMARINO. Las Series, Vol. 3

No creas que es algo muy importante, simplemente es algo que me hubiera gustado hacer cuando muriera.
A. Güiris V.



En el submarino los días de calor no pasaban desapercibidos por la cotidianidad. Creíamos que nadie se emborracharía por el hecho de refrescar nuestras sedientas corazas ante el enfático ataque del sol, pero todos terminábamos por dejar la comida en la cesta del sanitario al advenimiento del consecuente día como bien figuraba Mauro, nuestro poeta maldito loca "en tributo a nuestras cenas familiares de la infancia". 

En el bar, pues, nunca se hablaba de la familia; de los padres, de las madres, de los hijos (si acaso se tenían, o se querían aceptar), así como de las edades. Eran simplemente temas que no tenían cabida como la política, los gustos personales o la religión no la tienen en cualquier sitio donde se quiera contar con buena salud; esa venenosa particularidad del bienestar como también solía llamarle Mauro, y que en nuestro caso nunca fue una razón de suficiente peso cuando alguien fallecía y nos enterábamos más tarde de su padecimiento. No, no era un argumento de relevancia para impedirle a la costumbre revelarse como lo que es, cosa de todo los días, sino tan sólo un asunto regional que cada uno debía aprender a restarle la importancia necesaria. Solía decir Carmelo, el fastuoso portero del lugar, que la vejez no te llegaba sino hasta que el médico te persignaba en vez de prevenirte, te tomaba el vaso en vez del pulso y te abría los ojos para saber si aún gesticulabas. El azar, ese mentado vals de suspenso, formaba tan importante parte del lugar como el reverso a la cartas en una partida de gángsters. Y es que sin este, el mundo que galante y gustosamente habitábamos abotonándolo con polvo y niebla de etanol, habría estado desnudo de repruebo. Bien lo apuntalaba quejosamente José, el malencarado, malhablado y despreocupado trabajador social que siempre nos venía a contar los problemas más penosos y quejosos de la gente cuando se encontraba ebrio: “La vida es esa perra que no deja de ladrarte cuando quieres escaparte de tu suerte.”

Ejemplos, pues, sobraban para clasificar y denotar nuestras bajezas: cierta madrugada –lo recuerdo casi como si estuviera a punto de suceder– Pedro el Cazador le apostó a Kasuo que tan sólo con permanecer 15 minutos en el sanitario de hombres, podría salir diciendo quien era el responsable de haber ingerido que alimento ya cedido ante el mosaico amarillo que gobernó perennemente el soso tono del mingitorio durante los primeros siete años de vida del lugar. A lo que Kasuo, ostentoso de la realidad como solían ser la mayoría de los periodistas constantes al lugar, respondió con alto grado de jactancia al asegurar que incluso con cinco minutos menos, obtendría no sólo los mismos resultados, sino también el poder, y el placer, de indicar la hora en que fueron ingeridos. Frankie y yo, que habíamos llegado tarde en dicha ocasión por asistir a un funeral, fuimos los elegidos para juzgar las acciones, pero en realidad poco nos duro el gusto. Posterior a los alegatos iniciales –cervezas y rones de por medio– las conclusiones llegaron por si solas en un acto de apreciada justicia y exaltada armonía de devoción y cariño al re-conocer, ellos mismos, sus propios alimentos en el lavamanos del baño de mujeres.

La memoria era un refrigerador, todos queríamos congelar nuestros recuerdos el tiempo necesario para no quemarlos. Y es que si fuera así, “sabrían amargos”, comentó solemnemente Eva en aquella ocasión en que abrimos el cajón de nuestras ideas menos mundanas, mientras los tequilas mantenían nuestras nociones a flote. “Todo mundo, ¡todo mundo!” –aporté entonces– “necesita un madero para salir a flote, y lo más cercano aquí a ello es la barra”. Aunque pensándolo bien, reflexioné de igual manera al tiempo que soltaba el argumento, lo mismo podía ser ese soporte como también el pedazo de tablón que usaban los marinos para enviar un polizón a navegar. La barra, en si,era una etapa floreadamente dominguera –como presumiblemente aderezaba Raúl en las quincenas– donde en vez de apostarse los ligues y el honor, se desafiaba mejor la resistencia. Era de todos sabido, y conocido, que lo que caía en las manos de sus aposentos era transformado en restos de un tesoro ya vejado. El bar, entonces, podía ser visto como una especie de cofre abandonado en una isla desierta en la que todos sus tesoros se encontraban ya resguardados en algún museo de clase mundial. Lo dirimido, obviamente, se encontraba aún allí, abandonado por falta de valor o nulidad. Si bien insistías, como muchos al dejarse llevar por el brillo del latón en sus primeras veces de visita, e intentabas dar con aquello que jamás se había encontrado, tan sólo te hubieras hallado cansado de contar arena, inundando tus labios lentamente de sabor a mar.

…A la vida se le tenía respeto, a la muerte se le justificaba con un poco de resabio a caña, y a la salud se le negaba dándole la espalda. Eran las experiencias cosa de todos los días; anclas de los vicios otorgados por un innombrable ardor que provenía del inframundo. Bien decía Carmelo que era el calor lo que nos acercaba al infierno. Y quien, si no él, debía ser el curador de nuestro delirio. “A ver muchachos”, nos retaba constantemente, “¿quién conoce a alguien que no le gusta pecar? Quién chingada-madre conoce a alguien que prefiera gastarse las ganas con un cubo de hielo? Mírenme, mírenme a mi –aquí– cuidándoles diariamente las cenizas de la espalda…” Mauro, que solía jactarse de las resolutivas del buen guardafangos (como solía designarle Raúl al puesto de Carmelo), alguna vez lo definió como “una de las uñas más largas de Cancerbero.” Y es que ante todo, fue nuestra siempre honrada alarma –y garra– cuando una exuberante mujer se acercaba... Quien halla alguna vez visitado el bar, sabrá que bastaba tan sólo un par de piernas enfundadas en una falda cruzando el umbral de las ventanas, para que el milagro de la resurrección se revelará ante las cajas torácicas de la asidua clientela por medio de un suspiro que exhalaba tanto esperanzas falsas de una vida mejor, como un exacerbado olor a azufre.

El verano, sí, el verano, siempre fue una etapa que todos disfrutamos, aunque la mayoría lo negaba o simplemente lo ignoraba. Solía decir Raúl que era esa la mejor etapa del año para un cantinero. Y es que, si nos ponemos a pensar un poco en sus alegatos, en efecto el año se ha partido en dos y todo el mudo exige inconscientemente cierta venganza de lo aún no acontecido y esperado. No es la navidad, con sus atmósferas de ilusión y de esperanza embarnecidas con el rubor que pinta el frío y adornan los colores, no. No era una etapa familiar sino secularmente franca de amigos y calores carnales. Eran los días de calor, pues, claramente donde el beber era en realidad cosa de todos los días… En cierta ocasión de entusiasmo, Mauro, nuestro aterrizado poeta de casa, dijo que todos los asiduos al lugar eran como hielos. Se deshacían en la barra justo como las promesas de la perennidad en los albores de la humanidad, dejando tras de si un incontable número de difuntos.