Replicantes.

Replicantes.
España, 2009.

Sunset Boulevard

Sunset Boulevard
España, 2009.

El que Busca Encuentra

lunes, 18 de febrero de 2019

Guerra Fria


REDONDO.

Zimna Wojna 
Guerra Fría (Pawel Pawlikowski, 2018)

La entrega que Pawel Pawlikoski hace después de su portentosa Ida (2013) retiene mucho de esa plástica que cubría la capa exterior de su entramado, sumando ahora más claras referencias a la estética de Bergman y Wajda, como también en su revestimiento discursivo; la libertad como una búsqueda y no como una resolución: un laberinto lleno de oposiciones al deseo y donde quizá lo único que embellece el camino es el arte en su más honesta faceta; sonoridades que despiertan todas nuestras agridulces emociones, desde el dolo hasta el suspiro o el placer, que como inquietudes nos señalan con garbo los claroscuros recovecos que nos constituyen, que nos definen ante las afrentas por obtener y alcanzar nuestros sueños y anhelos. La libertad, pues, como un camino sin final que sólo aspira a una imposible realidad. 

Con mano sutil, el realizador polaco nos brinda una historia sobre el romance, sobre la indagación del amor y la certeza de su improbabilidad. Sin jamás tratar de llevar el tema a puertas ajenas, sorpresivas o bien eróticas, de manera por demás galante se centra en precisas etapas del idilio; su estructura cuasi versos que nos llevan por sus aristas más profundas: la traición, el temor, la incertidumbre, la esperanza y el resentimiento. La claridad y el velo de un futuro que sólo habita en la mentes de dos, de aquellos dos que se han creado uno al otro a través del odio, el recelo, la pasión y el sacrificio, de quienes se han amado sin guía y se pierden a cada tanto para retroceder en el camino y después igualmente intentar replegar aquellos pasos. Sobre un circulo áspero, mordaz, donde la fuerza es quizá el destino de haberse, en algún momento, encontrado para no dejarse jamás, la“Guerra Fría” de Pawlikowski no sólo es ese contexto de fronteras y limites territoriales de dos mundos que se contraponen y profesan el verdadero bienestar –naciones donde el amor termina por ser igualmente quimérico– sino también la metáfora de nuestras disputas, de nuestras pesquisas más internas, de las nimias diferencias que nos corroen y nos separan del resto del mundo y del nuestro propio. 

Bajo un marco sumamente detallado, el trabajo de Pawlikowski conjunta sus herramientas para una obra visualmente enriquecedora. El montaje de Jaroslaw Kaminsk transpira el ritmo de las tensiones, de los estremecimientos y alteraciones; su andar permite una lectura libre de subtextos para la plena implicación del espectador así como nos permite también contemplar el eficiente trabajo del grupo encargado del diseño de producción y la dirección de arte. La fotografía, a cargo nuevamente de Lukasz Zal, destaca por ese entintado y sobresaliente blanco y negro que nos envuelve y nos hace participes de un pardo y melancólico mundo; de una intima frialdad que el cariño puede acaso debilitar pero no quebrar del todo. Si bien el guion termina por ser ligeramente irregular, la música –eje central de la narrativa– logra englobar todo; es un abrazo de nostálgica beldad que nos hace acariciar a nuestros protagonistas en su más álgidos momentos. Nos vuelve complice de sus dilemas y aflicciones. 

La nueva ilación dramática de Pawel Pawlikoski agobia al afecto, lo coloca en su posición de falla más natural sin buscar con ello las más fantasiosas soluciones,  no gusta de otorgar un sugerente o inspirador desenlace. En su universo los decretos son destinos pactados con antelación y el pasado un periplo que indica el inexorable camino sin final cuyas promesas se convierten en retos y condenas. Su andar rastrea entre las huellas de lo que fue y de lo que se sueña, no tiene lógica ni razón, es un ímpetu que no cierra nunca las puertas. La Guerra Fría que nos presentan, al final, no encuentra más que una clásica verdad, aquella que reza que el amor inmortal no se encuentra en este mundo.


Guerra Fría de Pawel Pawlikoski 
Calificación: 4 de 5 (Muy Buena).








martes, 5 de febrero de 2019

The Favourite


REDONDO.

The Favourite
La Favorita (Yorgos Lanthimos, 2018)

Si bien la nueva entrega de Yorgos Lantimos se aleja estéticamente de los escenarios a los que nos tiene acostumbrados, ello no indica que se haya distanciado de esa crepuscular metáfora sobre lo conveniente y asoladora que puede llegar a ser la comunicación humana; disertación que bien puede llegar a redondear gran parte del cuerpo de su cine. En esta ocasión, osadamente nos coloca dentro de una galería monárquica donde el combustible del anhelo es el poder; deseo hipócritamente inmaculado cuyas elevaciones sólo se reconocen entre las propias sombras que crean sus exiguos ministerios. Y bajo un ilustrado y a su vez acido sentido del humor, la trama descansa en la atmósfera de un seductor anacronismo que viste con un ímpetu de extrañeza a la obra, pero que a la vez la dota de atributos mordaces y atractivos a los cuales podemos asirnos dentro de las marrullerías políticas y sociales que vivimos en las cotidianas jornadas de nuestro entorno mundial. Estamos, pues, ante una cinta de extremos, de lineas y conflictos –horizontes–  que se contrapondrían naturalmente pero que el director logra unir con gran tacto y sutileza, y cuyo resultado es sumamente interesante, como ha sido siempre la particular visión de Lanthimos. 

Centrada libremente en el anecdotario histórico de la Reina Anne de Inglaterra (Escocia e Irlanda), la película se centra en un triángulo femenino en desesperada búsqueda por la aceptación, por la obtención de su gloria personal en alguna de las diversas siluetas en que suele presentarse este: el aplauso, la comodidad, el deseo o la pasión. El encadenado que suscita con una maquiavélica calma el realizador griego es un intrigante laberinto que encierra y ensimisma las aspiraciones de las tres damiselas que nos guían no sólo por las entrañas físicas del palacio real: pasajes secretos/opulentos salones/paulatinos pasillos, sino también en las viseras de las decisiones que han de tomarse dentro de sus paredes: resoluciones y decretos que lejos de tomarse para el beneficio del gobierno, del pueblo o bien del territorio en pugna, sirven sólo como monedas de cambio para el deleite, satisfacción y/o prestigio de quienes pueden obtener algo a cambio; mismas que no dudarán ni un segundo en hacer lo que fuese por conseguirlo. Sobre un juego cuasi infantil, Lanthimos nos conduce sagazmente por una parábola de la soberanía y la omnipotencia dentro de un universo que roza lo melodramático: arrebatos, empecinamientos y la embriaguez como arbitrariedad. 

Con solidas actuaciones –sobresaliente la labor de Olivia Colman– Lanthimos hace un uso preciso de sus espacios (episódicamente) para una maquetación cincelada con su firma: grandes angulares que sumados a preciosistas movimientos y angulaciones pronunciadas hacen una labor de de-construcción y re-construcción dentro de sus amplias galeras para proveerlas de condena y reclusión. Decorados embellecidos eficazmente por Fiona Cromble y Alice Felton en el diseño de producción y dirección de arte respectivamente. Por su parte, el discontinuo montaje de Yorgos Mavropsaridis es de gran gusto y no rompe el esquema visual de la galante y delicada fotografía de Robbie Ryan. Las nociones técnicas del filme se notan en total control de su realizador y vemos en él una mano sumamente puntual y apegada al estilo cinematográfico que ha defendido desde sus primeras obras. 

Heredera de grandes clásicos como Barry Lyndon, La Favorita termina por proclamar su sitio sin dejar de lado sus influjos; se abraza a ellos y suma y comparte de esa sangre a la cual se inscribe sin mayores temores. Con garbo y soltura avanza por un camino pautado y nos implica en los absurdos recovecos del mandato, del insensato camino del dominio así como de la irracionalidad del alejamiento por parte de quienes ostentan el orden y la salud de los gobernados. Yorgos Lanthimos, por su parte, logra una adición más de carácter y fuerza a uno de los cines más personales e interesantes de los útimos años. Si bien no es un cine que se pueda abrir a una gama amplia de audiencia, sí manifiesta una ordenanza critica ante lo vivido. Y es que al final, La Favorita bien nos puede demostrar que el precio del poder no es más que el aprisionamiento de lo humano, una cárcel ganada sin juicio o razonamiento que ha de golpear perpetuamente ante lo grotesco y lo desconocido. 


La Favorita de Yorgos Lanthimos
Calificación: 4 de 5 (Muy Buena).