Replicantes.

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España, 2009.

Sunset Boulevard

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El que Busca Encuentra

viernes, 12 de agosto de 2011

Pop

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A. Güiris V.

Podrán decirse, e interpretarse, muchas de las cosas que pasan por la cabeza de un hombre cuando se encuentra frente a un grupo de mujeres bellas –atractivas en todo caso– y sus aspiraciones para el termino de la jornada. Y no es que uno sea de esos banales pseudo-machos-alfa que creen que porque se ha cruzado la mirada con la dama de enfrente (esto por pura física elemental del tiempo y el espacio) ésta ya debe formar parte de las conquistas logradas en el terreno de los orgullos y las famas de los 15 minutos. No, en realidad, todo ese asunto me resulta un tanto agobiante, paranoico y vulgar. Digamos que soy más bien del tipo realista; tampoco me enfoco, pues, como en años anteriores: en los latifundios de la pereza y el derrotismo. Ya no soy de los que piensan, “¿qué hago yo en un lugar rodeado de mujeres bellas?”, no. Honestamente, me conformo ahora con ser el tipo al que le derraman las cervezas en el pantalón y se disculpa por haberse interpuesto en el camino del liquido hacía el suelo.

Aquella noche, entonces, cuando las últimas gotas de cebada eran filtradas por mi calcetín hacía mi siempre inoportuno píe derecho (tengo esa maldita mañana de cruzar las piernas para hacerme ver más interesante) desperté: No era yo quien veía hacía ese trío de mujeres de alta alcurnia frente a mi, no. Era yo –yo mismo– quien estaba sentado en su mesa, ¡y conversando de vez en cuando!... …¿Qué como llegue yo hasta ahí?, bueno, no es que sea una larga historia, ¡no!, pero es tan bofa, lógica y carente de argumento dramático y especulativo, que podría categorizarse como tal. La música, pues, comenzó a sonar; “música para bailar”, como había deseado una de las doncellas en el bar anterior (habíamos estado en un par más con antelación), haciéndolas ponerse de píe e inundándolas con un frenesí de ritmos latinos en boga (que honestamente espero no sea la verdadera herencia futura de estas hermosas tierras caribeñas).

El lugar, pues, estaba casi por completo vacío y la mirada de los meseros era furtiva, mi compañero: semi-masculino (pues no puedo negarme al hecho de que de “vez en vez” sus ojos se atrapan en el alma de ciertos cuerpos masculinos), hizo a bien interpretarlas con una actitud severamente auto-critica y humorística. “Yo creo que estos han de estar diciendo:”, me dijo, “:¿cómo le hicieron estos tipos (de la manera más elegantemente despectiva) para llegar con unas mujeres como estas?” Me reí un poco y le contesté con cierto dialogo que podría llegar a ser un tanto retórico. Me puse de píe (sí), pues esperábamos a un sexto invitado que no tardaría en llegar y me dejé acercar un poco al ridículo de los pasos y las coreografías. Me dije, “¿por qué no? ¿Por qué no?” Vaya, esto no pasa todos los días en un individuo que en realidad se acerca más a las cantinas para procrear historias de las debacle humana, que para procrear en si. No lo sé, supongo que de esta manera es que me ha afectado –a mi– toda esta algarabía del fin del mundo. Digamos que quiero llegar lo más “nuevo” posible al lugar donde los sueños de todos han de reposar y posponerse. Tampoco soy muy religioso, lo acepto, pero la experiencia nocturna había pasado de ser extraña en si, a algo casi sacro: O bien era mi fantasiosa mente la que no dejaba de imaginarse, no obstante la puesta en escena, a “ella” (de la que siempre escribo con la mente puesta sobre las espinas para colocar los sueños en los pétalos de alguna flor), o bien era que ya comenzaba a escuchar las rimas boricuas como la nueva letanía y ya me quería convertir en cura. En fin, la noche no duro tampoco lo suficiente como para hacer de ella una aventura. Tenía asuntos pendientes a la mañana siguiente y aún no soy de aquellos que dejan pasar los latigazos por un poco de apócrifos intereses selectivos e imaginarios. Me retiré cuando el ritmo comenzaba a alentarse con los rones, mis amados rones. El vaho de la noche externa me golpeó con la realidad. Pensé en ella nuevamente, mentiría si no dijera que lo hago constantemente. Tomé un taxi y me dirigí hacía casa. Basta decir que ese día no soñé, es lógico hacerse esa suposición después de encontrarse en medio de tal experiencia onírica. En fin…

Podrán decirse e interpretarse muchas de las cosas que le pasan a un hombre en la cabeza cuando se encuentra rodeado de mujeres bellas, pero casi puedo asegurar que nadie se pone a pensar, e imaginar, que lo que realmente importa es una buena bocanada de aire que nos mantenga frescos para el día siguiente, para que todos podamos volver a soñar... Y con la vida por delante.

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