Replicantes.

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España, 2009.

Sunset Boulevard

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El que Busca Encuentra

martes, 17 de marzo de 2015

Momentos

MOMENTOS. 


Salomón Malpica aseguraba amar los cuentos de hadas porque en ellos, decía, los mejores momentos amorosos se lograban sin el mayor de los esfuerzos. “Acaso montar a caballo y perderse en el bosque para darle un beso a quien extrañamente reposa entre las hojas.” No es que fuera una persona con un pensamiento sensato,  no. Aunque el traje le sentara al talle era más bien una persona con el destino marcado en las pestañas. En alguna ocasión me comentó: “En mis cartas de amor nunca hay un “te quiero” escrito sino uno que otro insulto a mi persona para que ría la destinataria. No encuentro mejor manera para entregarme a una mujer”. Nunca  en realidad me atreví a decírselo de frente, no tenía ese derecho, pero me supongo que en su epitafio, llegado el momento, tan sólo se hallará el espacio para la onomatopeya de una carcajada. 

Era un buen tipo, todos en la oficina le tenían cierta estima. Sobre todo cuando sacaba a relucir su discurso de fantasía: “En el peor de los casos, amigos míos, te toca alguna maldición. Pero por muy feo que quedes sólo debes esperar a que la mujer más hermosa del mundo se tope con la puerta de tu casa para darle un buen susto y luego caiga rendida a tus pies.” Supe que se casó hace poco, con una estilista. Cosa que me pareció lo más lógico. Todos en la oficina sabíamos que terminaría con la primera mujer que le encontrara la belleza en el remolino del cabello.

La última vez que me lo topé fue en un partido de baseball, un 12 de Marzo. Lo sé porque cada 12 de Marzo asistía a algún sitio para no pensar en Adeline. Habían pasado ya un par de lustros desde la última vez que la había visto; alejándose de mi para siempre. Subiéndose a ese camión de pasajero cuya ruta nunca tomé ante la torrencial lluvia de ese día y sin percatarse de mi presencia al otro lado de la acera mientras me empapaba un camión de volteo. Si bien la situación no fue de mucha honra, puedo decir que el percance ayudó a que no se me notarán tanto los lagrimales al llegar a casa. 

Fue durante esas mismas jornadas, en el concierto de un ya cansino Steve Turre, que me hallé distraído, emocionado y un poco derruido. Dos filas más adelante de mi asiento se encontraba una hermosa mujer vestida de rojo que me recordó a Adeline; podría incluso decir que era ella pero no tuve el valor para soportar las dudas y opté por salirme del aforo justo en el solo de los caracoles de mar. Solía decir Saúl que el recordar era en realidad vivir, que un hombre siempre habría de contar con su pasado para detener las tragedias presentes. Que al menos los mejores momentos vividos deberían frenar un poco esas situaciones de presión, pero créanme que cada que me encontraba a una mujer vestida en tono carmín los mareos se me pasaban de la cabeza a los tobillos. ¿Cuantos centavos perdidos no hallé en esos instantes sólo para descubrir que mis temores estaban más empobrecidos que mis caídas de animo? 

Salomón Malpica era un buen tipo, torpe pero buen tipo. Uno de esos hombres al que la locura le queda en los labios como un cigarro Marlboro a los cubanos. Decía adorar los cuentos de hadas porque el amor se encontraba en ellos de la forma más perezosa. Yo no puedo decir lo mismo, no. Si soy sincero, a mi el trayecto me ha costado más que la pensión o el momento original. Pero al final de cuentas puedo presumir que no tuve que leerme el libro de texto para encontrarme a la princesa del cuento y poder enamorarme de ella. Fue una historia sin castillos y finales felices, sí, pero díganme –en serio– ¿cuántos hombres pueden asegurar haber tenido frente a si a un verdadero milagro?

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