Fuera de Lugar.
Ricaño sacó de la maleta de
objetivos el 40 milímetros, lo limpió cuidadosamente con un pañuelo de seda que
le ofrecí y lo montó en la cámara bajo la supervisión del primer operador,
Alberto Castrosana, así como del ojo frío, estricto y calculadoramente
arrogante de Matías Spencer, director de fotografía. Los primeros planos debían
filmarse con dicho objetivo ya que el director, Marcial Flaubert, aseguraba que
ese era uno de los favoritos de Buñuel. El retraso del astro Donaldo (como se
nos exigió nombrarle) le había proporcionado tiempo al equipo de un canal
deportivo para realizarle una entrevista a Monseuir Maciel, como había pedido
que se le llamase sin excepción, bajo una de las sombras que proyectaban las
gradas del Estadio Azteca. Era medio día.
“Fue por trabajar con Phillipe
Gruenberg”, relató Matías Spencer durante el receso de las operaciones a su
operador y foquista, Raúl Sisniega, quien en su juventud había formado parte de
una banda de Rock que llegó a tener cierta popularidad en Argentina. “Estuve
con él durante el proceso de reedición de “El Cholo” en 2004; una cinta medianamente
reconocida en Perú por los cinéfilos de aquella nación que dirigió Bernardo Batievsky
en 1972 donde un futbolista, Hugo Sotil, hace como que actúa. La verdad es que resulta
más histórica que buena... Realicé algunos planos que se suponía ayudarían a
contar mejor la trama pero al final sólo se uso material original como insignia
de respeto. El señor Flaubert vio parte de ese material en una exposición de
artistas visuales que realicé con unos colegas en Colombia y me llamó para este
comercial. No puedo quejarme: el Cine será siempre pasión y carne; sangre si se
quiere y tiene demasiado imaginación. Pero la publicidad es la única y original
chequera.” Observé que frotaba su dedo pulgar con la punta del anular y medio
mientras los demás reían. Ricaño organizaba los objetivos y filtros en las
maletas correspondientes con largos rastros de sudor en su playera color rojo;
un primer plano de Roger Waters viendo hacía el horizonte. Unas nubes cirrus irrumpieron
el paso de la luz natural en el cielo y en su entereza el equipo de producción
alzó la vista, algunos incluso bajo algunos improperios sin percatarse que el
astro Donaldo había pisado ya el pasto sagrado, como había pedido Monseuir
Maciel que le dijéramos a la cancha.
Dos días antes se habían rodado las
tomas abiertas del penalty con que terminaba el anuncio bajo el cobijo económico
del doble de piernas y doble de espaldas que había conseguido Gary Alazraki,
productor encargado de la filmación en el Distrito Federal, cuyo único talento
al parecer era mentir a base del reciclaje fílmico. De igual forma se había
aprovechado con creces que la selección nacional había tenido un juego amistoso
–su despedida para el mundial– para obtener pietaje de las gradas en su
plenitud de convocatoria. Fue durante un viernes calido y yo tan sólo pensaba
en la hora en que la primera asistente, Michelle Michel, gritara el final del
rodaje para largarme a la Cineteca y ver parte del ciclo de Atom Egoyan; quería
dormir bajo el yugo de sus pesadillas morales y olvidarme de la desazón de las últimas
dos semanas en que había transcurrido el rodaje: Querétaro, Madrid, Milán, Yucatán,
Nuevo León y el Distrito Federal.
...
Estudié cine en Guadalajara cuando
tenía 23, mis primeros cortos me dieron un poco de renombre en ciertos rincones
festivaleros de Europa y Sudamérica pero como bien han de saber, ese tipo de
premios importan tanto como las ganancias que le sacas a tus producciones. Vagué
con el sueño de realizar mi primer largometraje en unas eternas vacaciones por
Europa del Este que realicé a los 27 pero lo más que logré fue llegar a ser
gerente de un McDonalds en Noruega. Desperté un sexenio después cuando uno de
mis hermanos, el menor, me rescató de ser aprehendido por la Interpol debido a una
venta ilegal de armas en Hungría; la tierra de Béla Tarr.
Tres años después de laborar como
portero de un edificio en la zona residencial de Polanco el mismo hermano llegó
nuevamente a mi rescate ofreciéndome éste trabajo: Seguridad privada para
filmaciones extranjeras en México “Falcon”. Al parecer el caos mediático del
mundillo del narco había impactado a todas las productoras extranjeras que
coqueteaban sus locaciones en nuestro país por la facilidad de mano de obra y
bajos costos. El asombroso e ignorante temor de verse secuestrados en una
casucha húmeda o bien sin una oreja, aunque de eso habían pasado ya algunos
lustros, les inundaba los ojos cada que las camionetas blindadas daban vuelta en
una esquina; lo que para algunos significó –obviamente– una fructífera empresa
a dos bandas. “Será como matar dos pájaros de un tiro”, dijo mi hermano en una
divertida frase salida de su boca: salida de un alto mando de la judicial… “A
ti te gusta eso del cine y ahí verás a muchos de esos. Será como matar dos
gorriones con la misma piedra, créeme. Quien quita y hasta te contratan luego
como actor, he oído que luego los guaruras son buenos para la pantalla. ¿Así le
dicen no?, ¿La Pantalla? ”
...
"Pero si hay que ver lo que es la
publicidad..”, suspiró para si Ricaño, aprendiz del departamento de fotografía
sin derecho a sueldo, que al parecer no sólo tenía estereotipados buenos gustos
musicales sino que también sabía algo de fútbol. “...el astro merengue enfundado en
los colores de la Coca Cola. Cualquiera diría que juega en un club Alemán.” Sin
querer ser del todo escuchado, el comentario hizo eco en los oídos del
sindicato de electricistas haciendo sonreír a más de uno y levantando así el
polvo de veracidad en el aire: no había alguien en ese sitio que estuviera realmente
en el espacio al que pertenecía. Se leía incluso en el slogan de la campaña: “El
mundo es una prisión, nuestras celdas los anhelos. Toma Siempre Coca Cola.”
Quince años después del lanzamiento
de lo que los críticos “especializados” resumieron como “apabullante y
sorprendentemente honesta campaña” conocí en un bar de Tarifa al publicista que
la ingenió, se hacía llamar Pablo Lorca desde hacía 27 meses a pesar de ser galés;
lo supe por su pareja –asombrosamente un Ricaño sin el menor rastro de
envejecimiento en su rostro– mientras saludaba a una amistad en una mesa
cercana. Fue un encuentro fortuito, tardamos incluso en reconocernos. Le había invadido
la crisis Beigbeder dos años y medio antes por leer su libro “99 Francs”. Bebimos
y comimos juntos anécdotas, calamares empanizados, cintas de terror de la
Hammer Films, rones nicaragüenses, algunos buenos vinos de la Rioja, distintos
tipos de paella, álbumes de Pink Floyd, Gnidrolog, Focus, Yes e históricos
enfrentamientos de los mundiales de fútbol. Igualmente vimos y vivimos la
recopa española, disputada ésta por los dos eternos equipos de la liga. El
astro Donaldo un tanto obeso atestiguando el encuentro desde el palco de honor.
Sin casi tener horas de sueño, cinco
días después me embarcaba a la aventura en la estación de tren. Algo en esa
semana había hecho que retornase a mi el gusto por la vagancia y el sueño de
realizar mi primer cinta de larga duración; estaba dispuesto al menos a la ocurrencia
y la desazón… Al despedirnos, tanto Lorca como Ricaño se acercaron uno a uno para
confesarse ante mi sin querer que el otro se enterase. Nunca supe a bien por que,
pero ambos resultaron con similares desvaríos: se asumieron evidentemente como un
par de hombres con errores y virtudes, como hombres con pasados sucios que
trataban de hacer brillar en el futuro con alientos de humildad. Ricaño se
enjugó las lagrimas y Lorca, escondiendo su nueva faceta de timidez bajo un
abrazo cariñoso, me confesó la frase publicitaria que jamás logró llevar a buen
puerto antes de retirarse de ese fastuoso mundo de ficciones: “Hay sitios que
no reconozco, hay vicios que mueren de pie.”
...
Jamás volví a saber de ellos.