Replicantes.

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España, 2009.

Sunset Boulevard

Sunset Boulevard
España, 2009.

El que Busca Encuentra

sábado, 28 de mayo de 2011

Biografías del Rockero Desconocido Vol. V

Biografías del

Rockero Desconocido V.


V.- Hilario Sánchez Molina (1957 - )

Aunque su entrada al mundo de la farándula fue tardía –se dedicó durante muchos años a la compra-venta de automóviles después de ser un destacado alumno de ingeniería– se le reconoce su aportación al rock nacional por ser uno de los primeros en integrar los ritmos de funk y soul en sus cadencias y compases. Admirador del sello “Stax”, tributó y ha tributado gran parte de su carrera al característico sonido de esta casa disquera. Baterista desde la adolescencia, ha dejado su legado en algunos de los foros más importantes del mundo en este escena musical.

Nacido en la “Perla Tapatía”; hijo de una profesora de pre-escolar y un abogado reconocido, “Lalo Tambores”, como fue mejor conocido en el ambiente durante sus primeros años, tuvo sus primeras aproximaciones al mundo musical por parte de su tío, Alberto Quintana Molina, quien contaba en eso años con una banda de blues llamada “Los Oscuros Chapala”, a los cuales se les recuerda por su “negro” y refinado sonido del Mississippi (para mejores referencias, sus dos únicas producciones amateur: “El Blues de la Bala” (1967) y “Días del Lago” (1969)). Admirador de “Otis Reding” y “Booker T.” desde la infancia, Hilario se adentró al sonido que le caracterizaría años más tarde a través de los conciertos de ésta banda y la colección de discos de su tío, hoy ya fallecido. En recientes entrevistas él mismo le ha reconocido: “Crecí negro y me volví negro. Debí de haber nacido negro. Mi tío me dio ese color. Le debo tanto a él, todos deberían escucharlo, a él y su banda…”

Su primera agrupación fue en 1983, “Días De Soul”, que en años posteriores acabaría por llamarse “Days Of Alma”, la cual lideró por alrededor de 7 años aunque parezca un tanto extraño que un baterista pudiera ser la guía de una agrupación por esos años. Emigrados después de un par de meses de éxito en su ciudad natal a la Ciudad De México, lograron grabar su primer demo: “Café Espíritu” (1989) bajo la producción de Alfredo Guadarrama y el propio Hilario. El material circuló con buena respuesta ante un publico generacional que prontamente le daría un nuevo respiro al rock nacional, lo que llevaría a la banda a firmar con el sello “Culebra” para su primer álbum. Sin embargo dicho proyecto no se concluyó debido a la separación de dos de sus integrantes a pocas semanas de entrar al estudio por diferencias creativas. Disuelto pues “Days Of Alma”, Hilario Sánchez se dedicó a vagar por los estudios. Se dice que influyó mucho el estilo de “La Lupita”; que en parte le dio un toque a ese estilo que maduraría después con su segunda producción “Que Bonito es Casi Todo” (1994).

Gran parte, entonces, de la década de los 90s, Hilario Sánchez Molina encontraría su espacio como músico de estudio y profesor. Sus influencias negras llamaron lenta pero vigorosamente la atención de un par de productores estadounidenses y fue llamado para tocar en sesiones de diversas bandas como “Tower Of Power”, “The Derek Trucks Band” y “Buddy Guy”. Reencontrado su camino en los estados sureños de Estados Unidos, Hilario comenzaría su propia banda años más tarde. Un proyecto de R&B clásico con toques de Funk, Soul y Blues de la zona nombrado “The New Molinas”. Su primera producción, “Vol. 1 (2000)” una compilación tributo a algunos de sus artistas favoritos (“Al Green”, “Sam & Dave”, “Johnny Taylor”, “Rufus Thomas”, “The Dramatics”, entre otros) y que contaba con la participación especial de “Mavis Staples” en dos canciones fue todo un éxito. La critica lo describió como “una excelsa revisitación a los clásicos, una nueva vida.” Apoyándose, pues, en este recibimiento, la banda continúo su camino. Para su segunda entrega “Mexissippi” (2003), Hilario demostró un lado nunca antes visto, o siquiera imaginado, de la música tradicional mexicana. Su tercera producción “Corazón & Blues” (2005) sería la primera con material original y fue igualmente bien recibida como sus anteriores placas.

Con un par de giras internacionales en Europa, México y América Latina, el sonido de “The New Molinas” abarcó el mundo y prontamente, después de un disco en directo “Coleando Livin'” (2007), lograrían un público adepto a ellos. Su quinto disco, “Black & Blanco” fue de un gusto general e Hilario pudo concentrarse en un proyecto más personal y de amistad. Fue uno de los convocados para el resurgimiento de Booker T. en la industria como parte de los músicos invitados a las sesiones del “Potato Hole” (2009).

Con una carrera que ha marcado a varios músicos en diferentes países, Hilario Sánchez Molina –aún docente en sus tiempos libres– ha engalanado el rock nacional con sus internacionalización y, sobre todo, con el siempre eficiente toque de la cultura mexicana en su música. En la actualidad, “The New Molinas” prepara su nuevo disco el cual es esperado impacientemente por sus fanáticos.

Artistas Favoritos: “Booker T.”, “Otis Redding” & “Al Wilson”

Canciones Favoritas: “The Snake” & “Security”

viernes, 20 de mayo de 2011

4 Historias Negras sin Conclusión IV: Nocturnal

4 Historias Negras sin Conclusión IV


Nocturnal.

A. Güiris V.

Fue hasta el kilómetro 14 que Vladimir rompió el silencio mediante un estornudo provocado –quizá– por su alergia a la incomodidad. Llevaban ya viajando alrededor de media hora y ninguno se había dirigido siquiera la mirada, no al menos desde que habían salido de aquel bar. Ana María suspiró cerca de la ventana, a la cual estaba casi recargada, con una severa carga de decepción; dejando el rastro de su vaho en el cristal como si su alma se tratase únicamente de una bocanada de aire. La carretera más que moverse bajo sus pies parecía detenerse, sujetar fuertemente con un par de muñones invisibles el curso de todo, incluso del tiempo mismo. Por un momento se sintió presa de esa etérea e intangible fuerza y le falló la respiración. Suspiró nuevamente en un par de ocasiones para calmar las ansias y trató de encontrar el rostro de Vladimir, siempre serio y dirigido hacía el camino, por el retrovisor.

–¿Recuerdas aquella escena donde John Barrymore conoce a Joan Crawford en el último piso de un hotel?, le preguntó.– Vladimir guardó silencio, como si no la hubiera escuchado, y tardó en contestar lo que un par de coches en sentido contrario le iluminaron el rostro.

–Creo que sí, es de aquella película donde ella se enamora de él pero después éste le dice que se ha enamorado de otra, de Greta Garbo me parece, ¿no es así?

–Así es, dijo Ana María afirmando tajantemente con un enfático movimiento de cabeza y manteniéndose quieta entre las sombras.– Así es, así es. ¿Recuerdas que era lo que se decían?

–No, tan sólo que al final él muere. Si bien no me falla le memoria es asesinado, contestó con un poco más de interés y valentía Vladimir.

–Al final todos mueren, ¿cierto?, le dijo Ana María con un breve pero notable nudo de temor en la garganta.

Vladimir, suavizando un poco la voz; tratando de comprender un poco el sentido de la discusión y sin perder de vista el camino, le respondió.

–Todos mueren, sí. Pero si te refieres un poco a lo que estamos a punto de hacer, créeme que te entiendo. Si quieres te puedo dejar a pasar en la siguiente estación de servicio. Hay una a un par de kilómetros.

–No, contestó Ana María, ¡No!, y bajó la mirada para ver como sus lagrimas se confundían con el brillo de la tela de su vestido fino. Se pensó entonces las causales a toda esa situación que los tenía en medio de aquella carretera desértica al filo de las 5 de la mañana. No supo a bien si remontarse a aquella ocasión primera –meses atrás– en que vio entrar a esa cafetería a Vladimir potentado con ese extraordinario traje azul marino, o si bien tan sólo a unas cuantas horas atrás, cuando le fue entregado aquella caja de regalo por medio de un mensajero que contenía el collar de diamantes que ahora colgaba de su cuello… Intentó, pues, disimular su llanto y su miedo, intentó mirar a Vladimir a la cara y decirle todo aquello que se resumía en un simple Te Quiero, pero no pudo, y el camino continuó acabándose.

Los faros del vehículo alumbraban irregularmente una pequeña zona del arado al que habían irrumpido tan sólo un par de minutos atrás. Apenas la suficiente como para moverse a un par de metros del coche, la oscuridad aún imperaba. Vladimir limpió un poco el parabrisas (eran los últimos días de noviembre) y bajó del vehículo. Sus zapatos recién boleados se vieron envueltos rápidamente de polvo. A través de la ventanilla le dijo a Ana María que esperase y encendió el radio a volumen bajo. Al ritmo de Someone to Watch Over Me de Stephane Grappelli revisó rápidamente las llantas con un par de puntapiés a cada una y se dirigió hacia la parte trasera del coche. Ana María lo siguió con la mirada pero a cada paso su respiración se aceleraba considerablemente. Cuando la silueta de Vladimir se encontró frente al porta equipaje era ya un manojo de nervios. Cerró los ojos con fuerza y escuchó como la llave giraba dentro de la cerradura, como se alzaba la estructura de metal y posteriormente los gemidos, los primeros improperios que soltaba Vladimir, las promesas de muerte y un par de disparos. Es todo, se dijo, y abrió poco a poco la mirada; borrosa su contemplación todavía cuando vio pasar la forma de un hombre herido a toda marcha por la ventanilla de Vladimir, un disparo más. Vladimir a paso firme por el mismo trazo. El hombre herido en la parte delantera del coche, Vladimir con la pistola apuntándole a la cabeza. El hombre rogando por piedad y asomando su pena al asiento de Ana María como si en ella se encontrara el perdón. Un intento de disparo más, Vladimir sin balas, el hombre que toma posición y comienza a correr. Vladimir que grita a Ana María y ésta que sin saber a ciencia cierta que hacer, abre la puerta golpeando al hombre… Con el hombre tirado en el suelo a unos centímetros de la puerta de Ana María, Vladimir se da el lujo de buscar lentamente en sus bolsillos un par de balas más, colocarlas en su revolver, martillar y acerarse al hombre. Primeramente una mirada a Ana María, un beso soltado al aire y después el estallido; la masa encefálica del hombre derramada por todo el arado.

…Te quiero, Ana, te quiero. Pero no creo que deba pedirte una disculpa mayor… Vladimir y Ana María se enfundaron entonces en un abrazo comenzado por él con el fin de taparle el espectáculo que se encontraba a su pies. Las manchas de sangre se mezclaban ahora con las lagrimas en la tela de su vestido fino. Ana María sollozó por un par de minutos y después se levantó, tomó aire y se dirigió a la parte trasera del coche. Vladimir la observó y no supo más que hacer. Se rascó la cabeza y se le hizo una buena idea continuar con lo planeado. Se agachó y comenzó a jalar el cuerpo hasta la parte delantera del carro.

–¿Te podría ayudar de alguna otra forma?, dijo ella volteando hacía Vladimir, que al levantar la mirada la perdió ante los destellos de los faros. Ella fumaba.

–Podrías traerme la pala que se encuentra en la cajuela, pero no te molestes.

Sin hacer cuenta de lo dicho, Ana María se dirigió hasta la cajuela. Sacó la pala y dándole la vuelta al coche llegó hasta Vladimir donde le ofreció lo necesitado, tomando cierta distancia. Vladimir agradecido hizo una pausa en su quehacer para hacerle una reverencia y comenzó a cavar. Silencio.

–¿Es tu primera vez?, preguntó Vladimir rompiendo la atroz sordina que se había formado entre ellos de nueva cuenta.

–¿Y la tuya?, respondió Ana María desafiante y dándole una profunda calada a su cigarro.

El silencio entre ambos volvió a reinar. El sol comenzaba a salir por el horizonte, lo mejor era que se apurasen. Les esperaba el día de sus vidas. La historia apenas comenzaba.

viernes, 13 de mayo de 2011

4 Historias Negras sin Conclusión III: Réquiem

4 Historias Negras sin Conclusión III


Réquiem.

A. Güiris V.

Después de contemplar por un par de minutos los cuerpos de Abigail y la Señora Wright, de enorgullecerse con su más reciente obra; los cuerpos con las cabezas giradas hacía las espaldas y mirándose uno a otro en medio de la sala, el asesino se colocó nuevamente su saco sin quitarse los guantes y salió sigiloso por la puerta trasera, saltó la barda hacía el solar contiguo y se encaminó hacía el norte, hacía la zona industrial. Ahí había estacionado y escondido el auto, que había robado un par de horas antes, con la ayuda de las sombras de una vieja construcción que nunca había sido terminada. Tomó la sexta avenida hasta el cruce de la vía y se detuvo para mirar a ambos lados. Se encontraba por completo en un estado de excitación; sudaba en gran cantidad en medio del silencio sepulcral del sitio. Se pensó entonces por un instante la posibilidad de ir hacía el sur, cruzar toda la ciudad, adentrarse a uno de esos bares de mala nota, tomar un par de cervezas, hacerse de una mujer, besarla por un par de minutos y luego asesinarla a golpes en su auto. Tirar su cuerpo destazado sobre el río y observar como se perdía en la caída de la presa... En realidad no habría habido mejor final para él en esa noche, pero el plan ya estaba trazado y tiempo era lo que menos le sobraba para llevar a cabo todo lo ya calculado. El tren no pasaría, se percató, y siguió adelante con todo y su creciente excitación.

En el cruce de la calle de San Pedro viró a la izquierda y siguió adelante hasta dar con la avenida de La Rosa. Continuaba sudando, sus manos escurrían tanto como el cuello de un tenista en el quinto set de una final de Grand Slam. Su velocidad era de 180 en una zona de 60 y ninguna señal de transito era lo suficientemente práctica como para hacerle detener o rebajar la diligencia... Empezó a concentrarse, a respirar hondo y pausadamente cuando la colonia Campesina comenzó a hacerse notar en la estructura de los edificios y las casas. Pensó en ser más cauteloso y frenar pero por una extraña razón aceleró habidamente cerca del cruce de la calle Guadalajara y el Boulevard. El impacto fue de tal magnitud que nunca logró en realidad percibir al otro carro; un Valiant blanco que al igual que el suyo, iba siendo manejado a una velocidad inmoderada.

Cuando despertó se encontró entre un montón de escombros sin forma ni sentido. Aún sostenía el volante con sus manos enguantadas pero éste se encontraba por completo doblado. El parabrisas estaba hecho añicos y toda la estructura que lo sostuvo alguna vez estaba totalmente arqueada. El dolor en sus costillas era fuerte pero el de su pierna izquierda era casi insoportable. Se la tentó con el mayor cuidado posible pero el dolor se acrecentó considerablemente. Hizo todo lo posible por no gritar. Se calmó, respiro más que hondo y miró su reloj –apenas habían pasado unos 20 minutos. Trató de estudiar el panorama en el exterior pero todas las ventanas estaban quebradas de tal forma que nada se observaba. Como pudo se estiró hacía la parte trasera hasta encontrar un pedazo de tela vieja que rompió en varios trozos de diferentes tamaños, el más pequeño lo hizo bola y se lo metió en la boca. Salió del auto y pudo por fin mirar el espectáculo: su vehiculo estaba casi en su totalidad retorcido y el otro se encontraba de cabeza y sumido en un poste de concreto con llamas crecientes. Mientras lo observaba todo, tomó otro trozo de tela y se apretó su pierna izquierda por donde más le dolía sin perder detalle. Acabado su remedio improvisado cojeó hasta el otro vehiculo. Al mirar por la ventana encontró a todos sus tripulantes –una familia (madre, padre y dos hijos)– muertos en su interior. Eran las 4 de la mañana y nadie se acercaba aún al accidente. Las sirenas aún se oían lejanas cuando se apuró a dejar la zona. Se adentró por la calle Sonora y cruzó el Callejón de los Buenos Aires. Al llegar al Parque de La Alegría se deshizo de la tela de su boca en un cesto de basura y dio vuelta al sur, tocó el número 24 de la calle Esperanza y esperó. La voz de Ricardo no tardó en hacerse escuchar.

–¿Quién?, preguntó con voz adormilada.

–Yo, contestó el asesino de forma irónica y Ricardo despertó súbitamente para observarle por la cámara del timbre y rápidamente enfurecer.

–¿No crees que se te ha hecho un poco tarde?

–Sólo por un par de minutos, contestó con un poco de humor el asesino.

–No te importa nada en realidad verdad, le reviró Ricardo.

–¿Me vas a dejar entrar o no?, contestó ya agitado el asesino ocultándole su estado.

La puerta automáticamente se abrió dejando al descubierto el pequeño palacio que Ricardo había construido con el paso de los años a través de la extorsión, la venta de droga y la prostitución. El asesino miró con repulsión el largo camino de adoquín que llevaba hasta la puerta principal por en medio de esculturas y fuentes por demás recargadas (y que siempre había considerado excesivo y banal) y se decidió por cruzar el jardín tratando de no dejar marcas de sangre en el crecido y descuidado pasto. Al arribar a la puerta, Ricardo lo recibió con sorpresa.

–¿Pero que demonios te ha pasado? ¿Ha salido algo mal?

–Nada, he chocado a unas diez cuadras de aquí, nada de cuidado. Me he deshice de las cosas antes de siquiera subirme al coche. Me conoces.

–Perfecto, pero… ¡Por Dios!, deja le llamó a algún doctor. Tengo algunos contactos de los que no hay que preocuparse.

El asesino agradeció abrazando a Ricardo, quien lo miró con cierta ternura y le dio primeramente un beso en la frente y luego uno más profundo en la boca.

–Te he extrañado, le dijo, y mucho. Me tenías muy preocupado, eso es todo. –Ambos cerraron los ojos.

–Podrías ponerme la bañera, propuso el asesino a la vez que se dejaba caer sobre la escalinata de la puerta principal como una actriz de los años 20, quisiera tomar un baño con agua caliente. ­­

–Por supuesto, replicó Ricardo y lo ayudó a entrar y sentarse en un taburete que le facilitó.

Con cierto interés el asesino le pidió a Ricardo, cariñosamente antes de que éste se marchará a preparar la bañera, que pusiera algo de música. Ricardo le preguntó si quería algo en especial, a lo que el asesino contestó que cualquier cosa de Eric Dolphy estaría bien. Ricardo buscó entre sus acetatos viejos y encontró su viejo álbum de Outward Bound de 1960. Lo colocó en la consola y subió rápidamente a alistar todo.

Mientras Ricardo preparaba el momento al que ya se había sumado sin preguntar –y que incluía también una costosa botella de vino. Con avidez y sigilo, aguantando el dolor, el asesino se levantó y se dirigió a la cocina, abrió la puerta trasera y se adentró en el cuarto de herramientas. Tomó una pequeña pala que conocía bien (a cuantos no había enterrado con ella) y subió cojeando con total calma a la segunda planta mientras el disco continuaba sonando. El pasillo para el baño era largo. La luz se encontraba encendida y con la puerta entre abierta se podía ver a Ricardo de espaldas echando el liquido para burbujas en la tina y midiendo la temperatura del agua con sumo cuidado. Al asesino esto le dio un pequeño esbozo de ternura y detuvo su andar, sonrió, pero a los pocos segundos recordó y el rostro le cambió a uno de odio, dolor y amargura. Cogió con mayor aprehensión la pala y continuó su andar cojeando hasta la puerta… Cuando estuvo a un par de pasos de ésta se percató que Ricardo también se encontraba intentando conectarse por teléfono con el doctor. Tratando de respirar lo menos posible, nuevamente detuvo toda acción hasta saber que Ricardo no hacía contacto. Después de unos segundos al teléfono nadie contesto y Ricardo colgó. El asesino respiró y se imaginó por un instante a Ricardo de la manera más bella, la más romántica que a él se le venía a la mente en ese momento: hablando con el médico y ocultando todos los datos de quien o quienes eran los accidentados, velándolo de todo proceder; como un último acto de amor. “Como un último acto de amor” se dijo en voz alta mientras abría de tajo la puerta haciendo voltear hacía él a Ricardo quien sin poder siquiera decir una palabra, recibió un fuerte golpe con la cara trasera de la pala en la sien que lo proyectó a la pared de la tina y luego al fondo de ésta dejando su cuerpo flotando en el agua que se iba poniendo cada vez más rojiza. Con toda cautela, el asesino miró que Ricardo no tuviera reacción alguna y después de unos segundos le dio otro par de golpes en la nuca para después hundirlo un par de minutos con el mango de la pala. Al final vertió el contenido de la botella de vino en la tina y se alejó con ella. Bajó a la primera planta, salió por la puerta principal, cruzó el jardín, abrió el zaguán y partió cojeando ayudándose con la pala hacía el Parque de la Alegría, ahí alegaría ser un indocumentado pobre y por ende borracho. Al menos ese era se plan. Al menos esa era la idea… Cuando se marchó de la casa de Ricardo el disco continuaba sonando… Esas canciones le seguirían por el poco tiempo de vida que le restaba a partir de ese momento... Si soy sincero, aún pienso que en realidad ya lo sabía y todo era en verdad parte de su enfermizo entramado.

viernes, 6 de mayo de 2011

4 Historias Negras sin Conclusión II: Los Restos de Aurora

4 Historias Negras sin Conclusión II

Los Restos de Aurora.

A. Güiris V.

Alberto tomó su copa de vino y miró a través del viento que movían las cortinas de la ventanilla principal. Por algún momento cerró los ojos y agachó la cabeza deseando con todas sus fuerzas que fuera el asesino entrando a su departamento –paso a paso y lentamente– para así poder rendir cuentas frente a frente. Hombre a hombre. Le apeteció que le hiciera todo aquello con que le había resuelto la vida a Aurora. Se le antojó estar muerto y tener en la mesilla del recibidor una caja de regalo con su propia cabeza dentro. Por algún momento se lo pensó, incluso podría decirse que llego a sentir el filo frío del hacha sobre su cuello… Empero, no eran más que las estrías del tiempo las que movían al viento… Le dio otro sorbo a su vino y descolgó el teléfono, Aurora no marcaría esa noche, ella era la que estaba muerta, no había podido salvarla. Su cuerpo estaba siendo incinerado en algún lugar al sur de la ciudad. Entonces recordó su frío estado en la plancha de la morgue, los moretones alrededor de sus senos y sus piernas. Las marcas de dientes en su vientre y entrepiernas. Su boca seca y su sexo hecho jirones. Sintió asco al ver su copa de nueva cuenta y corrió al baño a vomitar un poco de bilis. Se sentía cansado, nunca antes en su vida se había sentido tan agotado. No lloró o siquiera intento hacerlo. Ahogó sus gritos en un pequeño y último escupitajo que lanzó a la tasa del baño con un poco de odio y se marchó a la cama. No tardó mucho en dormirse.

En el sueño iba conduciendo un Ford Roadster 1937 descapotable blanco con detalles en negro por en medio del desierto. Sobre una carretera con vida, que mutaba el horizonte a cada parpadeo, y sin final; sin ganas de tenerlo. En la parte trasera del coche se encontraba una pequeña maleta donde sabía, se encontraban todas sus pertenencias. Sonreía, se podía ver sonriente bajo el reflejo del retrovisor central. En algún momento del trayecto cerró los ojos, alzó el rostro y se bañó del quemante sol mientras pisaba hasta el fondo el acelerador haciéndose sentir el viento sobre su cuello y barbilla. Era feliz. Se podía ver aún sonriendo aunque tuviera los ojos sesgados. Le dieron ganas de no volver a mirar nunca pero por alguna extraña razón le pareció absurdo el pensamiento. Abrió de nuevo la mirada y notó que en el horizonte una pequeña construcción se iba haciendo notar. Era una pequeña cafetería de paso. Le dio hambre. Se detuvo y entró en ella. No había nadie en su interior más que una mujer vestida de blanco que se encontraba sentada en uno de los bancos de la barra. No le costó mucho dar con ella. Era Aurora. Se sentó a su lado y ella le miró. Alberto sonrío y ella preguntó apenada por que había tardado tanto. No sabía porque pero el comentario le ruborizó, así que se disculpó y le ofreció pagar la cena. Aurora dijo que en realidad no tenía hambre, que prefería salir a tomar un paseo. Lo invitó. Alberto aceptó y al abrir la puerta de la cafetería se dio cuenta que el sitio se encontraba al filo de la montaña. Al principio le dio un poco de miedo pero Aurora le dijo que confiará en ella, que no pasaba nada, que cerrará los ojos y le diera la mano. Alberto lo dudo un poco pero al final le ofreció su palma mientras apagaba de nuevo su mirada. Ella rió y le dijo que no la abriera hasta que se lo pidiera. Habrán pasado unos cinco minutos de oscuridad hasta que le dio la orden de abrir los ojos. Alberto no tardó en obedecer y menos en sorprenderse al darse cuenta que se encontraba flotando en el aire junto a Aurora. Ella le dijo que no tuviera miedo y él le dijo que por más extraño que pareciera, no lo tenía. Aurora le sonrió tiernamente y tocándole el rostro cariñosamente le pidió, sin necesidad de la palabra ejecutada –tan sólo moviéndole los labios– que le hiciera el amor. El aceptó e hicieron el acto entre nubes y ráfagas de viento. Cuando el orgasmo llegó, el cuerpo de ella se soltó del suyo y empezó a caer. Alberto por más que lo intentó, no logró hacer nada. Era como si estuviera anclado al cielo. Aurora cayó, gritando por ayuda y Alberto no pudo más que ver su caída. Su mirada, oníricamente aumentada, le hizo observar todo como si se encontrará en todo momento a dos metros de ella. Cuando el impacto se hizo inminente, despertó.

Miró el reloj de la mesilla, habían pasado apenas un par de horas y se encontraba completamente sudado. Se limpió con la sabana y se sentó a la orilla de la cama. El olor a tabaco le llegó casi de inmediato, era el de un puro recién fumado. Lo reconoció, lo había olido en otra ocasión pero en ese momento no supo a ciencia cierta cuando. Se levantó cautelosamente de la cama y caminó con sigilo hacía la sala. El olor era aún más penetrante, trató de olfatearlo como un perro y seguir su rastro pero le fue muy difícil. La corriente de aire lo manifestaba por todo el lugar. Todas las ventanas estaban abiertas, no pudo recordar si las había dejado así antes de ir a dormirse. Pensó en prender las luces pero no se le hizo una buena idea. Continuó tratando de seguir el rastro. Estaba seguro que alguien había estado o aún estaba en el departamento. Fue a la cocina, el olor ahí parecía más fuerte que en otro lugar. Estaba a oscuras y se sirvió un vaso de agua fría del refrigerador. Fue entonces cuando lo vio, en la puerta. Un mensaje:

CALLE TORRES NO. 46

05 DE MARZO. 10:45.

LLEGA SOLO.

Cogió la nota y la llevó a su cuarto. Prendió las luces. Estudio el trozo de papel; la caligrafía era envidiable. No supo a bien que hacer y se quedó dormido nuevamente en el intentó por saber que significaría todo. Esta vez ya no soñó.

lunes, 2 de mayo de 2011

The King's Speech

REDONDO.

The King's Speech

El Discurso del Rey (Tom Hooper, 2010)

En la parte final de John Adams (2008), Tom Hooper enmarcó claramente su versión de la vida del segundo presidente de Estados Unidos en la conflictiva amistad que tuvo durante un largo periodo de su actividad política con Thomas Jefferson. Elección que le trajo buenos dividendos y que al final, sin llegar a rozar el sentimentalismo, logró que la trama se volviese emotiva y hasta un poco enternecedora con los clásicos y tan gustados brillos de honor y orgullo que tanto ruborizan y encantan a los estadounidenses. Ahora bien, parece que la misma formula que tanto éxito le dio en la televisión, y que le otorgó algunos cuantos Golden Globes, ahora fue la que le hizo alzarse con el Oscar.

El Discurso del Rey, pues, no deja de tener los elementos base de aquella mini serie que tanto agrado obtuvo del público norteamericano (y mundial). Es una cinta realizada bajo las reglas mínimas y estrictas de un cine que opta por los premios más renombrados de la industria. No es un cine apegado a la eficacia y elegancia del cine clásico, pero tampoco puede decirse que está muy alejado de este. El gran acierto de este director, Hooper, está en dejar el peso medular de la cinta en un elemento que tanto agrada a los benefactores del cine como arte: la actuación. El cast, entonces, resulta –aunque sí un poco obvio– el ideal para la trama que con buenos ojos, no nos intenta adentrar dentro de los muros de la vida de la monarquía inglesa, sino dentro de las limitantes de un ser humano que debe, por cuasi obligación, afrontar un reto bajo la sombra de un pasado de tradición y tradiciones.

Al igual que con la miniserie que presentó sin tapujos ciertos momentos de la historia menos gloriosa de los estados Unidos, aquí podemos focalizar también como la unión de dos ideales que se conflictúan bajo una visión contextual –pero que casi-casi sin darse cuenta (¡vaya!, hay que darle un poco de romanticismo al asunto)– buscan en el fondo lo mismo, el bienestar social. Así que, como ya se mencionó, bajo el manto de una gama de buenos actores, la película se construye con una gran soltura y solvencia. No encontraremos, pues, ninguna osadía en cuanto a la construcción por parte de la dirección o bloques técnicos. La cinta está realizada bajo “el libro” y le cede todo el terreno al performance. Lo que, repito una vez más, le deja los mejores dividendos al director y su equipo.

Bajo el entramado a favor de la actividad histriónica, y haciendo un buen uso del humor (sobrio e inteligente), la cinta fluye y pocas son las ocasiones, casi nulas, de ver un enfrascamiento en ésta. Los tres personajes principales de la trama se regodean y se sienten cómodos durante todo el metraje y multiplican el drama en el que se planeó originalmente la película. Tom Hooper sale librado nuevamente y, conociendo los gustos clásicos de la Academia, era una apuesta ganada el decir que está cinta sería la que se llevaría la estatuilla. Al verla, las cosas se aclaran. Es entretenida, amena y disfrutable en su gran mayoría. No podemos regodearnos tampoco por completo de ella. Es una cita que agrada pero que no va más allá. Su camino está trazado y no se sale de el. Es justa y coherente.

Por otra parte, esta cinta nos demuestra el verdadero poder del cine. Alejados ya por unos cuantos años de aquella otra grata producción; “The Queen” (Frears, 2006) donde la misma familia (tan sólo una generación más adelante) no sale tan bien librada de la visión del director, esta se encamina más bien a denotar un estilo más austero y que al final acerca más que alejar. El cine, pues, se crea su realidad para fomentar sus historias al propósito necesitado. Al fin de cuentas, el chiste es emocionar a la gente.

El Discurso del Rey de Tom Hooper

Calificación: 3 de 5 (Buena)