Replicantes.

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España, 2009.

Sunset Boulevard

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El que Busca Encuentra

martes, 29 de enero de 2008

Parodias

Ante todo una disculpa por la tardanza de esta cubicación. Me fue imposible hacerla a tiempo por cuestiones laborales. No obstante, hela aquí.

EL BOLSILLO IZQUIERDO

Esta historia comenzó hace muchos pares de años, cuando me percaté de que como ser viviente, no podía ser más que un tipo con todas las incongruencias del mundo. Pues, desde ese día me reconozco como alguien que falla más que acierta, que ignora más que sabe, que se contradice más que sigue por el mismo camino. Es por eso tal vez a todos esos sectores de supuestos pseudo-posrevolucionarios juveniles que creen ser un poco más o mejores que otros aquellos que no piensan como él (así como a los ya más grandes que nunca se pusieron un poco más serios). No dejó ni dejare de reírme de todos que no percatan de su humanidad, pues de eso pregonan su antidetallado discurso.
P.D. Agradezco todos los comentarios que se me hicieron llegar de una u otra manera por la critica de la semana pasada. Suelo hacerla dos veces al año, los resultados son siempre los mismos. Eso es igual de divertido. ¿Ceguera o simplemente un estado de mísera aquiescencia?

PARODIAS.

No he podido dejar de reírme del vulgar sentido de pertenencia que tenemos como ser humano en todos estos años, en primera porque es uno de tantos estragos naturales que nos rebasan y colocan como los malos del melodrama que hemos decidido como vida, pues a pesar de criticar las absurdas telenovelas de nuestra televisión nacional, tenemos un llamamiento particular hacía esas más que predecibles tramas. O bien queremos ser uno de esos tantos personajes que conocemos, o bien deseamos romper el molde, y al hacer eso, tan sólo aportamos un poco de actualidad al esquema. Caemos en la trampa, resultamos ser una más de esas personalidades que han de aparecer en nuestro televisor tan odiado. Al fin de cuentas, los “cultos” generacionales – los que no sobrepasan de los 30, lo universitarios de tono intelectual; el futuro del país – no ven telenovelas ¿o sí?, no leen revistas de chismes, es más, han osado modificar su sistema natural para ser inmunes al morbo. El “eros” y el “atos”, digamos, les da por igual, es sólo algo más de que reír y endosar a la gente sin educación. Lo más seguro es que ocupen sus tiempo para leer literatura contemporánea, escuchar ópera y hacer anotaciones acerca de las preocupaciones sociales que deberían liderar la agenda de las grandes potencias. ¡Hay que apoyar el nuevo concierto colectivo!, el último tan sólo arrojó unas cuantas toneladas de contaminantes al aire. ¿De que trataba? Del calentamiento global; ese tema tan sonado por un dvd bien vendido gracias a la participación discursiva del nuevo amigo de los rockeros socialmente responsables; aquel que en alguna ocasión junto a su esposa trataron de vetar tal género. ¿Hay que aprender a perdonar, cierto? Yo perdono, tú perdonas. ¿O acaso eso no es parte del rol de inteligente citadino?
En fin, muchos desean ser los virginales y bondadosos protagonistas de su auto-novela, he visto a muchos de ellos caminando por las calles. Debo admitir que hace algunos años no les tenía tanta tolerancia, pero ahora es diferente, en ocasiones hasta me siento parte de ellos, he aprendido a sentirme parte de la sociedad – ya no tengo esos risibles argumentos de contra-sistema y rebeldía juvenil. Otros tantos desean ser los antagónicos, los de tonos sombríos que creen poseer parte de una supuesta sabiduría milenaria que proviene de las fuerzas de la oscuridad. Muy oculta aquella sabiduría de discernir entre lo bueno como lo brillante y lo malo como lo oscuro. ¡A veces el vernos malos puede hacernos aparentar un tanto más interesante, ¿verdad?! Lo he intentado y no dejo de reírme de mí mismo, soy demasiado apático como para ponerme a planear como hacerle la vida imposible a otro individuo. Pero estos son sólo los papeles de siempre, yo me detengo más a ver a aquellos que tratan de romper el esquema, lo que tenuemente tratan – o creen – rescatar aquellas tradiciones que nunca conocieron pero que hay que salvaguardar, porque así debe de ser. Uno debe de colocarse su camisa de manta para denotar que no es parte de ese esperpento de sociedad vendida a un sistema de ultraderecha que piensa acabar con todos nuestro suministros, vender el país y dejarnos como esclavos del nuevo sur estadounidenses, la fantasía no suena tan mal, tal vez, al igual que aquellos, nos convertiríamos en buenos jazzistas o blueseros. Hay que estar de lado de los indígenas, es nuestra raíz ¿cierto? Hay que obviar la conquista y tener en mente los tratados de San Andrés y poblados como Acteal y La sierra de (depende la sierra más pobre del estado en que nos haya tocado). Hay que escuchar huapanago, son y todo ese folclor tan enraizado en nuestra tierra y maíz, ¡que nos debe importar saber que en ciertos géneros hay fusiones de estructuras estilísticas de España!... así es como debe sonar mí país. Siempre me he preguntado ¿a que suena y huele México? Suelo salir vestido como la gente suele vestirse y coloco mis ideas en mis sentidos, en lo que pueda percibir en una sociedad cosmopolita que aún trata de ubicarse en el mundo. La vida es importante. La ironía igual, que divertido, seguimos siendo tan sólo seres humanos.

lunes, 21 de enero de 2008

Farsas

EL BOLSILLO IZQUIERDO

Harto de muchas cosas que suceden, harto de muchos pretextos que se dicen, harto, pues, de severos elementos. Debo confesar que siempre he criticado a está la supuesta bella ciudad de las flores. Pero es que todos aquí viven de un pasado engañoso, digno de un churro hollywoodense donde un pueblo levanta su fe en base a una lucha colectiva por completo kitch (con todo y musiquita que eriza la piel). ¡Que se puede esperar de una sociedad que está a gusto con un gobierno sólo por hacer malas y erróneas obras! En fin, todo empezó cuando la desesperación era demasiado en lo que respecta a la mediocre cartelera que nos trae cada fin de semana la otra susodicha capital del cine.

FARSAS.

El otro día me invitaron al cine – debo decir que fue un poco incomoda dicha invitación debido a causas un tanto personales que deben arreglarse con otro tenor y en otro tipo de comedores. El asunto en sí radica que, en efecto, hace tiempo que tengo severas ganas de ir y gastar parte de mí esfuerzo diario en los colosales precios con que nos enjaretan la entrada a la “pantalla grande”, ahora cada vez más crecida pero igualmente mayor trabajada para la “chica”, y es que aunque debo aceptar que nunca me he caracterizado por ser el típico individuo que es banalmente selectivo – digamos que aunque me gusta mucho el cine realizado con verdadero oficio y un trasfondo estilístico de peso, también disfruto del vil divertimento (aunque existen claro obvias excepciones) – me he ido convenciendo de que debo cuidar un poco más mí economía cultural.
Ya van hartos meses en que debo únicamente lamerme los labios al leer las críticas de películas que llegan a la capital de país y que ahí se quedan. Todos los viernes soy asiduo a ojear las reseñas y criticas de los estrenos de la cartelera capital (no nacional) que nos perdemos. ¡Que no se supone que estamos en la” Atenas Veracruzana”! Para mí, ese apelativo de tradición localista es sólo una broma de mal gusto; la cartelera que nos llega todos los fines de semana sólo denota la incongruencia de dicho seudónimo y la exorbitante falta de exigencia cultural para con esta sociedad que vive acomodándose en mitos irrealistas del pasado; pues dudo seriamente que en alguna ocasión aquí haya existido una realidad de riqueza cultural. De haber sido ser así, aún habría reminiscencias, o bien, los intelectuales o cultos de esa “era dorada” eran pura “llamarada de petate” (yo reconozco mí folclorismo) pues que tan imponentes habrán sido que dejaron que todo menguara en menos de 20 años.
Y no sólo nos debemos referir al cine, hay otros tantos ejemplos de cómo esta ciudad es una más que atañe a la ignorancia colectiva nacional. Yo he perdido la fe en todo lo que pudiese arribar a esta ciudad no tanto para una riqueza cultural, sino como un simple llamamiento a la libre elección. No tenemos más opción que ver lo que la industria y el comercio nos quiere hacer derrochar.
El otro día, pues, me invitaron al cine. Tuve que discernir por que la propuesta era muy pobre. Espero que para cuando estas líneas sean publicadas ya exista una opción de buena envergadura en las letrotas del cine que nos tocó vivir. El que tan sólo grita nuestra apatía cinéfila local. Espero, esperemos...
Para este año espero cintas de buenos directores, a parte de los clásicos melodramones estridentes que ganarán Los Oscares, así como las alteraciones a buenas tramas que suelen luego también nominar. Espero con mucho ahínco por ejemplo la nueva película de Los Hermanos Coen, que por cierto, ya vi en venta en una de las terminales de esta ciudad. Por favor no la compren, hay cosas por las que sí vale le pena gastarse un poco de la quincena.
En fin, cada viernes es un poco desesperante para mí; leyendo y releyendo la criticas de cintas que si no muy buenas, si son una opción que refresca el sentido de lo que nos convierte en individuos; personalidades propias en base a elecciones que parten de un gusto desarrollado por la educación cultural, aunque soy honesto al decir que eso repiquetea más como un sueño guajiro que algo que podamos ver como una representación de la realidad. Ruego para que cuando se lean estas líneas, la nueva trama de Wes Anderson (ya en la capital, eso es seguro) ese presente aunque sea como una equivocación burocrática por los del cine este del que nos toco apenarnos.
Y es que con todos estos meses de pobreza ya no tengo otro sentimiento que el desear ver por lo menos algo pretencioso y mal logrado, lo que sea, pero algo que se aleje al menos un poco de la constante. ¡Que bella ciudad, todo lo que despierta en mí!

lunes, 14 de enero de 2008

Y va de nuevo

EL BOLSILLO IZQUIERDO

Para empezar bien el año – pues sigo en el letargo despertar de este nuevo ciclo – comienzo con una más de esas amarguras que me caracterizan. Si bien me encanta la historia, el pasado y el folclor surrealista de México, no me adecuo al corriente tenor de la onda retro. Si bien creo que los 80s son un periodo de oscurantismo cultural, no acepto que sea usado para ser considerado original, intelectual o “de onda”. En fin, para esta ocasión me dedique a criticar este rubro así como a uno de mis más antiguos adversarios; yo mismo.

Y VA DE NUEVO.

Como que me he cansado un poco de habar sobre el año nuevo, pero es que insisto, no hay nada que lo diferencie con los demás. En un pueblo de tradiciones como el nuestro es completamente lógico que nos guste detallar, ciclo tras ciclo, lo que se experimenta como si de algo nuevo se tratara, como si la onda en boga “retro” nos pusiera al nivel del estrafalario mundo de los “Intelectuales” – a los cuales siempre he calificado de manera disciplinar mediante la lírica de aquella canción de Rockdrigo.
El asunto mediático se abarata a mi parecer desde hace ya bastante tiempo con este uso exacerbado de prostitución a la descripción y uso del pasado como herramienta para el relato y la fantasía, tanto narrativamente como visual, sobre todo visual. Ya estoy harto de todos esos diseños con sentido de melancolía hacía el pasado en las camisetas de los jóvenes que quieren ingresar – en total sentido de pose – al mundo de los cultos de su generación – con dibujos en dos dimensiones sobre colores gastados, lavados, en gamas de colores “vivos” como naranja, amarillo, verde, con tipografías deformadas, redondas, de gran tamaño y demás sinsentidos explícitos. No hace mucho les pedí a algunos amigos que estudian diseño un cartel para un cortometraje con estricto sentido estético a los afiches del cine hollywoodense de los años 50. Sin sorprenderme, me dijeron que no conocían nada al respecto. Mi teoría sobre la ignorancia colectiva generacional se comprobaba una vez más. El retro, pues, sólo indica que no se tiene idea de hacia donde querer ir, ni de que a sublevarse con sentido de un logro personal, no obstante las charlas sobre la importancia de ser original son importantes, muy a pesar de que a todos se les ve en el mismo camino del oscurantismo cultural. Ironía. ¡Que alegría!, me alegro por aquellos que en realidad le sufren por querer prepararse; no tendrán mucha competencia.
Bien esta moda, hace algunos años atribuida a la lucha libre o a la cuestión revolucionaria (no obstante de aún poder observarse en algunos perdidos en el tiempo caminado por las calles) ya me tiene un poco hasta las “cachas” – por sonar de igual forma – por este asunto autobiográfico de que yo he mismo he tenido que ser participe de ella. Es lógico que en mí agrade de utilizar parte de las memorias infantiles – para sobreexplotarlas en un sentido de desfiguración en cuanto a un contexto temporal – he tenido que rozar la línea que converge en lo realizado de mala manera pero con sinceridad (y que en la mayoría de los casos explota en ambientes de sarcástico martirio, angustia y amargura) que es el campo en donde yo trato de ubicarme de humilde modo, y los que con pretensión se establecen como los agitadores de nuevas olas de todo aquello a lo que en realidad se refieran y yo nunca he entendido del todo, como creo sinceramente que ellos tampoco. ¡Onda retro, que vulgar! Habrá un momento en que el olvido nos haga recordar que antes había algo en la memoria (algo sustancioso como para conmemorarlo y no prostituirlo como reminiscencias baratas).
Yo ya me harté de hablar de los años nuevos y de todo lo que surge en ellos. El hacerlo no me ubica más que en la torpe posición de esta olvidadiza sociedad. Sí, ya sabemos cuales son los tradicionales propósitos que no se han de cumplir, ya conocemos a los críticos de esa temporada y su discurso de que en realidad nada cambia (y en los cuales me integro) y ya estamos al tanto de la venidera cuesta de enero. Sin embargo, como país, nos seguimos haciendo los mismos designios, leyendo y creyendo o reprochando a los críticos y, sobre todo, gastándonos todo el bendito dinero para que la cuesta de enero no muera jamás. Bonito país el nuestro, debo admitir. Llevó escribiendo un poco más de un par de años a favor suyo. Sí, lo defiendo como un lugar mágico y surrealista sin par en el mundo, pero también debo admitir que son estas fechas cuando su mediocridad llega a sus más altos niveles, donde el inconciente colectivo se derrocha en nuestros principios más bajos. Y todo por creencias religiosas y mercantiles; ¿qué no serán lo mismo?

lunes, 7 de enero de 2008

Dulce Despertar

EL BOLSILLO IZQUIERDO

Ya entrado en este, al parecer, “nuevo” ciclo anual, me percaté de lo que he de percatarme con cada inicio de año. Todo es lo mismo. Así que para esta ocasión, me permití recordarme la primera vez en que me encontré entre el dilema de la modernidad, el futuro y el verdadero presente. He aquí parte del relato irónico que experimente en el ya olvidado año 2000.

DULCE DESPERTAR.

Recuerdo claramente la experiencia del año 2000, ya saben, con todos esos símbolos del año, siglo y milenio que concluía. Con todas esas re-interpretaciones erróneas (por el asunto de los años perdidos en el año y cero y demás); sobre los cambios de la humanidad y los supuesto nuevos retos, así como los cuentos y recuentos sobre lo peor, lo mejor y como habíamos de convertirnos – como en todos los cambios de año – en seres nuevos y mejores mágicamente por el simple hecho de tomar un poco de sol en la cima de una pirámide (un cuarto blanco o bien sobre lo que la religión pop en boga que siguiéramos nos dijera), un rezo, experiencia espiritual o bien por el simple hecho de desearlos pero jamás de ponernos manos a la obra – para sonar un poco más cliché en este amargo inicio.
El asunto, como algunos conmemorarán en la pobre memoria, era el asunto de que se ponía en juego esta triada de regateos que a todos preocupaba, incluso a las mentes más “blancas y buenas”.
Hoy, después de 7 años, mi tesis cobra un poco más de valor, pues todo continua siendo parcialmente lo mismo, exceptuando, claro, que el inevitable paso del tiempo nos tiene a todos, homogéneamente un lustro y dos años más acabados (aunque bien algunos han hecho meritos para aparentar más o menos ese arenal de horas gastadas).
Bien, era el 31 de diciembre de 1999 – otro año más en que el mundo debería haberse acabado – y me encontraba muy lejos de todo aquello que permeaba la esperanza del futuro milenio, en ese entonces a unos cuantos minutos de distancia. Permanecía en ritmo en uno de esos aparatos (que siempre he creído fueron fabricados por la nostalgia misma) llamados triciclos junto a dos de mis sobrinos. La ilusión de un mundo gobernado por la tecnología parecía mayúsculamente artificiosa. Juntos pretendíamos llegar a su casa antes de que los fuegos pirotécnicos empezarán a adornar el aire (y contaminar un poco el nuevo milenio); símbolo de que el 2000 era más real que ficción.
Íbamos con buen tiempo, hacia unos cuantos segundos que habíamos dejado atrás la única calle empedrada del la localidad – cercana al municipio de Texcoco, y sí, a unos cuantos kilómetros de los populares macheteros de Atenco, en ese entonces aún no tan afamados.
Al llegar a la casa le dije a mis sobrinos que corrieran al patio trasero pues en mi reloj, siempre equivoco con el mundo, ya eran las doce. Me bajé del asiento y me disponía a meter el mentado triciclo cuando escuche la primera explosión, alcé mi cabeza y pasando el segundo piso de la casa me hallé con el show citadino. Dichas luces provenían desde el zócalo capitalino -
las risas de mi sobrinos al fondo eran de lo poco realmente agradable. El 2000, pues, me había alcanzado con las manos en un triciclo vacío que había que guardarse en una casa sin color y con los zapatos entierrados sobre una calle sin pavimentar. El futuro, pues, había llegado.
Traigo a esto a colisión porque no hace poco me enteré que esa calle está ahora pavimentada, nada que me sorprenda. ¡Que mejor! Y es que para este fin de año me encontré con otra de esas imágenes irrisorias para con este pensamiento de renovación y renacimiento. Ahora dentro de un auto moderno y en el asiento del copiloto (¡vaya modernidad!) me encontré, igualmente segundos después del cambio de año, con las calles llenas de papeles, cohetes apagados y fogatas por donde corrían niños, hombres bebiendo, mujeres bailando y estruendos sonando sin cesar. Nada asimilar a cualquier imagen que nos traiga a la mente el nombre de Mad Max.
Bien mí padre y yo pudimos pasar muy a pesar de todas esa miradas pesadas con que fuimos saludados por este año que ha de terminar rápido - muy rápido, más rápido que el año pasado; al escuchar en las evocaciones de siempre aquella vieja frase a la que hacemos noción en otoño; “Que rápido se nos fue este año” - gracias a la lentitud, ¡vara ironía!, con que nos obligaba a manejar la situación.
Yo me alejó de toda esa tradición que ha de reptirse. En cambio, saludo a este año como lo que es, únicamente parte de una vida que nos otorga buenas experiencias a cada día. Feliz Año.