Replicantes.

Replicantes.
España, 2009.

Sunset Boulevard

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España, 2009.

El que Busca Encuentra

lunes, 30 de junio de 2008

En Casa

EL BOLSILLO IZQUIERDO

Entre temas viejos y recientes, más de un pasado no tan lejano que de un presente que debería estar apartado de estos tiempos, es que redacté lo siguiente. Una critica sosa sobre el atraso colectivo y global. Sobre lo que ha pasado antes y lo que ha de pasar, seguir pasando y siendo olvidando y vuelto a cumplir un ciclo.

EN CASA.

Para sorpresas la experiencia misma de respirar –un estornudo puede considerarse como un presagio en ciertas mentes – uno aspira y respira de la misma capara airosa en que otros se dan el lujo (ya acostumbrado) de vivir y todo lo que ello implica también, que lo es todo o casi todo. Ciertos insultos pueden salir de la boca de algún ente meramente imaginario, pues no lo vemos todos, desconocemos y desconoceremos la mayor parte de nuestro bestiario universal (así como del cercano propio), y atravesar las capas que no lo son, pues es una; el aire, y mezclarlo con la básica experiencia de suspirar por un recuerdo acordado que yacía oculto en la sombra de un olvido generacional. La vida nos da sorpresas, sorpresas nos da la vida, reza una canción movidona, creo.
Extrañezas son las que uno encuentra a la vuelta de la esquina, las hay de muchos tipos pero siempre las catalogo en dos: las plenas de ficción, díganse irreales y las reales, que en la mayoría de las ocasiones deberían encontrarse con sus contrapartes en el mismo plano. Las dos las fabrica el humano en su ingenio natural, unas sobresalen por la imaginativa individual (o de grupo) y las otras por la ignorancia colectiva (o de masa). Ambas son risibles y festivas, como lo somos nosotros. Todos caemos en ellas pero pocas veces queremos percatarnos. Sin darnos cuenta, al querer salir librados de ellas no hacemos más que sumirnos otro tanto en el fango de la situación.
El otro día me enteré que algunos sudamericanos, peruanos para ser más exactos, se quejaron de la trama inverosímil (y medianamente llevada) de la última cinta del famoso arqueólogo de Lucas y Spielberg. Cosa que me trajo a la mente esa otra anécdota, ese otro recuerdo perdido generacionalmente, aquel también banal lamento que se tuvo en estas tierras por aquella trama fílmica del bastante venido a menos de Mel Gibson.
Risible como mencioné anteriormente, pues no creo que exista cabida para estos clamores, las cosas en contexto, por que todo parte de uno y se debe desarrollar en el, si en todo caso se quiere llevar a otro se deben esperar resultados de los más gallardos. Nunca he entendido la razón ni los argumentos del enojo manifiesto de algunas cintas que plenamente ostentan ficción, ciencia ficción y fantasía. No entiendo el porque de esa ansia de montarse sobre una polémica que no lo es, sobre el escaparate que brilla por encima de la montaña, del desconocimiento de los objetos y los objetivos.
El cine es un simple manifiesto de su autor (en lo que respecta a lo artístico), a un básica critica (en lo que respecta a la practica social), y en hollywood o la meca del cine comercial, pues a un mero divertimento cuando bien va, ya que sabemos que parte importante del éxito se valúa en lo redituable de la obra. ¿Por qué pelearnos con ese devenir?, tampoco son nuestra cultura, ¿por qué fusionar elementos que no corresponden? No creo contradecir los argumentos con el anterior cuestionamiento. Sí, ellos vienen pero no creo que mezclen, eso sería una tarea por mayor inteligible a lo que realizan, que es un mero asistir, observar, comparar y destruir para con sus objetivos. Al final, es algo que hacemos de la misma manera al quejarnos. Vamos, asistimos, observamos, comparamos y destruimos. Lo que es una cinta con expectativas de oro no es más que eso. Esperando que lo logré – o es que así nos han educando moralmente para con el prójimo. ¿Por qué todas las reglas del culto se encuentran en un vital enfrentamiento con lo que se nos hace natural?, ¿será mera falta de disciplina o un avistamiento más de que los tiempos en efecto nos han vencido? Me da un tanto de risa el asunto, porque yo aún no sé de nadie que se haya quejado de la cinta sobre los conquistadores que descubren que el mayor dios azteca es un tiranosaurio, que compré “pirata” el otro día en esa lugar donde todo es “pirata” y robado y del cual tampoco nadie se queja, salvo cuando la economía decae y todos ocultan la parte de corresponsabilidad que nos toca. ¿Y los muertos? leía el otro día, pues los muertos lo serán. Siempre. Olvido.

lunes, 23 de junio de 2008

Un par de Notas

EL BOLSILLO IZQUIERDO

Comenzando con la gira del adiós, pues me retirare de estos lares por lo menos por un año (esperemos un tanto más), esta semana decidí dedicar mí texto a ciertos gustos y temores personales que como tantas otras cosas, me contradicen cual debe ser para seguir siendo humano. He aquí un texto brevemente familiar con nexos a mí amor por el progresivo (rock) y mi temor a la tecnología.

UN PAR DE NOTAS.

Mi primo me visitó el otro día, trataba de que de alguna u otra manera le dijera como manejar su nuevo aparato, suele comprarse varios artilugios de alta tecnología que nunca logro asimilar, lo repito, son de avanzada, o por lo menos para mí, que en ocasiones batallo con los auto-estéreos comunes – de los autos más que comunes. Me visitó y me lo enseñaba repetidas veces para que le dijera si estaba en lo correcto al tocar aquello o al aceptar lo otro, era uno de esos celulares tan de moda que lo tienen casi todo, o bien todo - para mí - que cuento siempre con una visión limitada del futuro (como todos, pero en referencia al lado fashionista). No es que mí primo ignorase de mí oscuridad ante tales pomposidades, el otro día leía el cabezal de un artículo con referencia a tal artefacto; “el objeto del deseo” le nombraron, pero fue tal vez esa parte humana tan disoluble como sólida que encaja casi a la perfección en los entramados de la alegría y la tristeza, a veces en ambos, lo que le hizo venir; la soledad y su contrariado deseo de encuentro o repulsión. Tal vez no quería sentirse desolado cuando algo malo ocurriese, cuando por un descuido (o bien plena tosquedad, o bien rudeza, o bien miedo, mucho miedo) algo ocurriese que le quitará de las manos – de tajo – el control sobre su nuevo aparato. O bien, como es también costumbre humana (¿qué no lo es?) quisiera testigos del hecho para disminuir el agravante de la culpa. En todo caso yo tendría algo de responsabilidad también, en cualquier momento pude haber detenido la acción que mataría la ilusión de lo recién adquirido. Tal vez por eso nos enamoramos de seres humanos y nos alienamos de objetos, y nos habitamos a los hechos. Tal vez por eso nos encerramos como individuos y nos abrimos como estereotipos. Tal vez por eso algunos son monógamos y otros tantos no. ¿Qué se yo? Nunca he querido responderme ese factor, el de no querer estar en boga con todos los aditamentos nuevos que existen para la vida social. Asimismo tampoco deseo (ni como quimeras) ser un ermitaño. Tan sólo anhelo una casa con jardín de buen tamaño, donde no falté la música y el verde y el aire y el sueño y un tanto de azul. Los matices cada vez con más dudas. Todo tiene un matiz.
Mi primo vino el otro día a visitarme, él con su celular (si así le podemos llamar) y yo escribiendo sobre algún tema ya pasado de moda (o bien predestinado a) escuchando un poco de Krautrock, Faust para ser exacto, él observando como el mundo puede pasar por sus manos y yo retando los turnos, amaneando el tiempo con esa música hecha a base de ruido, esas tonalidades de principios de los 70s que no son asimiladas, que aún apresan a cualquiera (pues a pesar de su extrañeza no pasan desapercibidas) y que explotan la duda de cualquiera al preguntar el clásico ¿qué estas escuchando?, prediciendo al ¿de dónde es eso?, ¿cómo escuchas eso?, ¿de dónde lo sacaste? Mi primo con un universo de posibilidades en un rectángulo pequeño, yo con un etéreo sonido que cuesta aceptar a pesar de los avances. ¿Estaré entonces un tanto más cerca de la tecnología? No lo creo, nadie lo creería conmigo. Esa música es de locos, dirán. Soy un nostálgico de vanguardia si bien me va. Si me hubiera muerto en ese momento mi primo tal vez hubiese querido poner en mí epitafio: “Escuchaba ruidos”.
Mi primo vino el otro día, traía consigo uno de esos celulares nuevos, lo que en boga estan, los objetos del deseo actual, lo que ha de cambiar cuando las curiosidades den una vuelta más al mundo de las posibilidades (o viceversa). Quería que le ayudara a instalar algunas nuevas aplicaciones, quería sentirse apoyado mientras le metía mano a ciertos sistemas y seguir aprendiendo de su nueva adquisición. Yo estaba apunto de comenzar a escribir este texto, escuchaba un poco de música un tanto extraña, un tanto añeja. Ambas cualidades. Ambos nos sorprendimos, yo de lo que puede ser el futuro al ver el presente, él del presente al escuchar su añejamiento ante el pasado. Estuvo como por alrededor de 30 minutos y se marchó, como todo lo ha hecho o lo hará. Epitafios.

lunes, 16 de junio de 2008

Verde

EL BOLSILLO IZQUIERDO

Para esta ocasión decidí escribir de manera muy personal, en cuanto estilo, no obstante elegí un tema por lo más actual, actual presente y actual contemporáneamente. Es decir, que está libre en el aire de estos días, pero también desde hace ya un par de años (presentes). Escribí sobre esta división ideológica que abunda en el país.

VERDE.

Sentado en la banca del parque – la banca del parque de la que ya no escribo tanto pero a la que sigo asistiendo ocasionalmente, tanto en la imaginación como en sueños, tanto física como alejadamente – escuchando los comentarios de una ciudad breve, breve en todo sentido, y su igualmente infanta gente que camina con direcciones opuestas y pensamientos contrariados en la cabeza, nunca en la mente (siempre cerca nunca lejos, siempre excusados nunca profundos).
Sentado en la banca del parque, así me encuentro; como un apático testigo de la vida que se desarrolla frente a mis ojos, irónicamente, tal vez, esa sea parte de mí función en ese momento, ser un inerte prototipo de la calma, de lo vago, de lo no desarrollado. El tipo de a lado no parece estar igual, sonríe, ríe, se mantiene con una especie de alegría en el corazón. Señala frecuentemente a alguno de los caminantes. Veo lo que él observa pero desde mí ángulo, unos cuantos centímetros a su costado izquierdo, posiblemente sea la suficiente diferencia como para no encontrarle el mismo sentido. De otra manera, se encontraría en mí banca, la banca del parque público, donde no recuerdo si he visto reír a alguien que se encuentre sentado en ella, quizás porque siempre me encuentro en ella cuando me percato de este asunto, quizás porque cuando paso por el parque y la veo a la distancia siempre me figuro ahí y nunca reparo en quien se encuentra allí, en la banca, en eso que he hecho como mío en mis textos, que tanto son míos como de los míos “mí banca del parque”, así digo, escribo, imagino, atiendo.
Sentado, escucho y desfiguro lo real, lo vuelvo irreal (lo escribo) y lo desdibujó más, las anécdotas pesan cuando uno se da a la tarea de matar la pureza de una hoja en blanco, como alguien que ve en ella una oportunidad, la de asesinar creando. Irónicamente me encuentro como algo apático entre mí espacio y todo lo que se mueve, entre mi lado (que son dos pero uno para quien lo ve de perfil) y él individuo que ríe, sonríe y señala para seguir con esa feliz sensación de estar bien y que se encuentra a mí derecha, o yo a su izquierda y me ve de perfil. ¿De que ríe me preguntó?, ¿por qué no ríe? puede decirse él, acaso se pregunta algo de mí, acaso se ha dado cuenta de mí presencia. ¿Quién se percata de algo indolente, lento, indiferente ante la móvil y estorbada conformidad?
Soy sólo un lado aunque tenga dos que en realidad es uno y no debería ser ninguno. Soy algo para mí que para los otros no, me fragmentan, como cuando escribo y divago, soy vago en sí, por eso lo hago. ¿Quién quiere sentarse cuando todos caminan, quien quiere caminar cuando todos duermen, acaso sueñan que lo siguen haciendo; caminar, permanecer sentado, seguir soñando?
Sentado en la banca del parque escucho los comentarios de una ciudad breve, divididos en bancos de pensamiento que poco a poco incrementan sus intereses a la usanza de una vieja obra del teatro de lo absurdo. Alguien ríe, el hombre de a lado que ha decidió, como yo, sentarse a observar, talvez, no puedo saberlo, su risa les da un ritmo distinto a los pasos, a las pautas de ritmo de cada comentario; un poco más acelerado cuando estan optimistas, un poco más lento cuando se niegan ante la posibilidad. Soy sólo uno, como el que camina, que son varios, como el que ríe y se carcajea como dos, o tres, no cuatro, no tiene la capacidad tampoco de ser tan alegre. No me lleva más de tres años y se ve que ha sido educado de la misma manera en que lo fui yo.
No permanecí más de mis acostumbrados 15 – 20 minutos, él hombre que señala, que señala y ríe (y que también es sólo un lado para mí, su izquierda) era pasado, sus acciones ahora tendrían que ser conjugadas en pretérito. Se había marchado cuando levanté mí vista para divisar el árbol que nos cubría del sol, a los dos, a nuestros lados (que juntos eran cuatro) y que era inerte, más que yo, irónicamente más vivo y viejo que cualquiera en la escena. Me marché hiriente después de hallarme solo y empecé a reír.

martes, 10 de junio de 2008

La Crítica ha muerto. Larga Vida al Yo

VÍA LIBRE

Una estimada alumna me pidió el favor de escribir un texto para una revista (proyecto universitario) que habrían de realizar para una materia de diseño, el tema: “El Romanticismo”. Ahora bien, mí primera duda fue el hecho de hacía donde dirigir el tópico, uno nunca sabe a donde regirse en una institución privada, la lógica con que se manejan los conceptos es en ocasiones todo un ocultamiento de sensatez. Admito que al creer que este trabajo sería ejecutado “en equipo” podría bien tratarse de un contenido meramente sensiblero; el romanticismo como lo amoroso de la vida, visto claro desde el cliché de un 14 de febrero diario, pues. No obstante, de haber sabido que era un trabajo individual, hubiera entendido que se trataba, en efecto, del periodo cultural/artístico pues está querida alumna no es del todo vaga en sus nociones. El hecho no paso de la anécdota, pues al no preguntar la orientación (del texto en sí) cuando se me pidió el encargo, independientemente me autorice a escribir sobre el movimiento (no sobre el sentimiento) y no erré. Hace poco vi la mentada revista y me agrado, aunque creo que me extendí un tanto, era el texto más abarcador (permitiéndome de igual manera utilizar este termino). Bien, he aquí este texto (íntegro a la hora de la entrega) que ahora comparto con ustedes.

LA CRÍTICA HA MUERTO. LARGA VIDA AL YO.

A. Güiris V.

Ante una obra por completo finiquitada, un pequeño espacio para la reinterpretación, sobre todo, un breve respiro ante ese gran deseo – por completo humano – de anhelar una segunda oportunidad, una posibilidad de esclarecer ciertas dudas ante lo que posiblemente (con alto grado de certeza) nunca se este concretado. Al final de cuentas, siempre que el carpintero ve la mesa “concluida”, se le ocurre una manera distinta de hacer lucir más cierta veta – o bien, en su caso, creer que no debería haber tal.
Lo más divertido del humano – tanto de serlo como de darse cuenta – es nuestra naturaleza imperfecta que tratamos de ocultar bajo discursos que con el tiempo contradecimos por el simple factor de que se nos ha ocurrido una idea mejor. Lo entretenido de este universo es el hecho de que las cosas son en sí sencillas pero siempre las hemos permeado de una complejidad que no le pertenece; irónicamente las acomplejamos más. Asunto que me mantiene con una demencial suposición de duda, ¿el reír es factor fidedigno de la felicidad o algo que mejorar con los años?
El romanticismo bien basaba algunas de sus particularidades en el hecho de una duda – en una lectura personalísima claro. Esta vacilación a la que me refiero es en parte la razón que me dio pauta y libertad (hablando de los Románticos es pertinente este vocablo) de comenzar así este enredado texto: ¿las obras se concluyen en realidad?
La respuesta bien puede estar en el viento – como dijera aquel otro muchacho bonachón que al parecer siempre se encarga de hacer oscilar, entre géneros diversos, sus melodías cada que su ego gana la batalla ante la cotidianeidad – pero en efecto la posible solución no se encuentra tan oculta, sino que este a la vista de esta milenaria raza; ¿quién esta por completo conforme con el todo?, ¿quién no quiere renovarse?, ¿quién no quisiera que la experiencia de los años no viniera de la mano cronológica con que se suscitan? Es un sentir natural. A nadie le gusta del todo ser equívoco. Siendo sincero, confieso que cada que me veo al espejo me entra una fatal envidia con el afamado personaje de
Carlo Collodi; bien me gustaría poder tomar una lija y levantar un poco de aserrín o tal vez colocarme un buen barniz para obtener un buen brillo protector y hacer lucir mejor esa veta, esa veta tan indescriptible para el carpintero.
Lejos de creerme un experto en el tema, reinterpreto lo ya reinterpretado y trato de darle sazón al asunto con especias de contemporaneidad (concepto en lo personal también risible por el factor de su intermitente actualización); pues ante la naturaleza imperfecta, los románticos bien pudieron haber encontrado el gran pretexto para la critica especializada; indicativos educados de que la obra puede variar, exteriorizados en una falsa apariencia de un igualmente ilusorio acabado. Y guiándonos por la sabía popular, el artista, “siempre voz del pueblo y la sociedad, traductor de necesidades y opresiones”, puede llegar a revelar la verdad infinita del arte: que a cada obra siempre le harán falta esos ligeros detalles que posiblemente la hiciesen emerger como una gran pieza maestra, dado que nunca en realidad se podrá terminar. Empero, sí certificar que si se pudiese, sería de lo mejor; la obra de obras, la pieza de piezas, la verdad de las verdades, el arte sobre el arte mismo, la exaltación máxima del yo sobre la razón de lo ya dicho, expresado y/o manifestado. La entidad autónoma a la que tanto se apegaban. Es posible que encontremos en esta era de la humanidad los precarios cimientos de una burda estrella de rock, lo incoherente de su discurso, el entusiasmo por ser el virtuoso y hábil sujeto que no sólo se permite, sino que se obliga a enunciar lo no formulable; la verdad en sí. O mejor dicho, su versión personalísima (como el presente texto) acerca de lo que él cree es la verdad en sí. No nos podemos quejar, en el fondo es un simple humano que con el tiempo, cambiara de discurso y al voltear a ver sus primerizas creaciones, se percatará que en efecto no tienen el peso de la experiencia vivida y posiblemente piense en reinterpretarlas bajo la reflexión de que nunca estuvieron terminadas. Tierno y siempre virginal pensamiento que ha de volver a repasar los años por venir – así siempre.
Es por eso, que en mí burda – y carente de sentido – ética, siempre trato de representar al humano que todos llevamos por dentro, y por encima (y por los lados), como algo no evolucionado ni mutable, sino más bien como un simple factor de conformismo, dependiendo, claro, del contexto dado al que se le presione. Que más originalidad y creatividad se puede esperar de una sarta de individuos que creen encontrar bajo sus sentimientos, la conciencia de la humanidad.
La idea de los Dioses, por ejemplo, es irónica por todas partes, al final de cuentas es en sí una creación del hombre presuponiendo su propio génesis mediante seres milenarios, omnipresentes y extremadamente poderosos. Luego, claro, después de la bíblica reducción, todo el peso recayó en uno sólo, en la obra de obras, la verdad de las verdades, en el Dios real y supuesto autor, lo que bien puede haber exaltado la naturaleza del hecho, ya irónico en si. Suponiendo que el creador fuera un romántico, pues parte de su labor puede verse reflejada bajo sus particularidades fundamentales (entre ellas las que destacaría el exaltarse a si mismo), de vez en cuando habría de auto-recriminarse al ver una de sus obras más dejadas al vacío, menos concluidas, más libres, por ponerla en términos románticos – vivas para ser más lógicos – e ingeniando consecutivamente nuevas mejoras y reformas para hacerle entender un poco la lógica de su función. Lamentablemente ya no puede colocarlas, pues al dejar a su dinámica obra a la deriva, esta misma ha tomado fuerza. Aunque, claro, también podemos situar el asunto de nuestro lado (uno más razonado), la idea de Dios como parte de nuestras posibles y más complejas creaciones nunca concluidas y que cada cierto tiempo hemos de reformar para seguir sintiéndonos bien con nosotros mismos, fuera de una critica constante que nos acaricia siempre con los aromas y ritmos intermitentes de la guerra.
La critica, pues, bien puede concluirse, darse por muerta, bajo la semántica del romanticismo, sin la necesidad de estudios profundos, con una pequeña lectura hecha bajo sus propios fundamentos. Las obras no se acaban, ni la idea misma de la creación está concluida, por ende, claro, ni siquiera los creados. Siempre nos ha de faltar esos pequeños toques que nos hubieran dado la certeza, la experiencia de estar cómodos con nuestras débiles corazas, mentes e imaginaciones, siendo estas ultimas las más fuertes.
Aunque si lo vemos lejos del tema, en varios otros movimientos también podemos reflejar las mismas resultantes. Digamos que los cambiantes discursos de los seres humanos tienen siempre en parte gran significado para con sus necesidades básicas. Al final, sin la crítica seriamos más amenos, pero sin ella, no sabríamos que tanto lo somos. Algo, nuevamente, no concluido.
Ante una obra por completo finiquitada, en la convención de lo que la realidad permite, un breve respiro para poder solventar los defectos encontrados con el tiempo. ¿Qué mejor que una segunda oportunidad?, sin critica, sin remordimientos, sin conclusiones. Uno nunca sabe…

lunes, 9 de junio de 2008

Frases

EL BOLSILLO IZQUIERDO

Debo admitir que en esta ocasión decidí sincerarme de forma particular, durante algunas semanas atrás he estado trabajando en una serie de historias que estoy a punto de culminar para poder empezar a desdibujarlas (o dibujarlas de manera más seria). He aquí un resumen bastante escueto de algunas de ellas entremezcladas que me sirvieron para obligarme a olvidar lo compón de los días. No obstante la esclavitud hacía el mundo.

FRASES.

El otro día imaginé la historia de un hombre, de un hombre que ha cargado una culpa que bien pudo ser indultada, que lo fue, pero que ha quedado plasmada como una carga en su pasado, que extinguió su futuro mientras se hacia presente y este muriendo al pasar y dejarse pasar (todo pasa). Este hombre habría matado a alguien a sus 26, o 25, tal vez menos, tal vez más. Era joven. Fue en defensa propia durante un asalto dentro de la tienda de armas de su padre, no puede decir que lo deseo (el hacerlo, el matar), tampoco que fue un accidente; “tal vez un poco de ambos” se reza en una frase que es ya disyuntiva por si misma. Pasó, que más se puede decir (todo pasa, incluso cuando el muera – también – la pena habrá sido relegada).
Imaginé la vida del hombre, no la del joven que fue el que perpetro el acto. La de una edad ya cansada (no madura, pues no lo soy) que no logró prepararse para el arribo del tiempo. La imaginé un día al escuchar el relato (parcialmente ficticio) de un amigo que nos ofrecía un adelanto de su nueva recitación, una influenciada de fuertes animaciones encontradas en archivos de gente mentalmente insana, de crímenes duros que fueron causa y efecto de la vida misma que se negó – o fue negada o autonegada mayormente – a dar una cierta pizca de razón a los perpetradores. Como al hombre de mí historia, que en cambio sí la encontró segundos después de haber efectuado el disparo jalando el gatillo de un rifle de alto calibre. Le gusta pensar que ambos murieron en el acto (él en cierta parte y el hombre, que en efecto perdió la vida como la conocemos naturalmente).
Ahora él se encuentra emprendiendo un viaje después de haber vendido la vieja y tradicional armería de su padre, que le fue heredada y que trabajo durante casi cuatro décadas más pasada la anécdota (que es para los demás como lo recuerdan, cuando lo recuerdan). Se dirige hacia la casa de su hijo, su esposa, su nuera, está muriendo de cáncer (la vida también se le ha negado) y va a poyarlo. Él sabrá al verla a los ojos que no hay más que hacer, pero su hijo no, nunca. Alguien no puede nunca imaginar que su contraparte, su respaldo, su otra mitad del mundo perfecto (como dijera Cohen), la puerta hacía lo que nunca se fue y ella podía hacer saber, o bien su mera elección (viéndose interno en un discurso insulso) vaya a desaparecer. Uno no puede predecir la perecedera naturaleza de quien se ama.
En el camino, pues tomó rumbo en carro (sólo cuatro o cinco días para pensarse en el tiempo) ha decidido ser acompañado por un joven (inmaduro, pues lo soy) que ha pedido aventón, que ha decidido no saber nada más de su vida (la que intenta dejar atrás y nunca podrá hasta que muera, que será pronto en un accidente absurdo), que ha elegido seguir los pasos de su hermano desaparecido hace años y del cual no sabe nada, del que suele contar que se suicido, pues prefiere pensar que está muerto y no ausente. En la vida lo que importa son las certezas. En el camino caminarán, como debe de ser por obviedad y lógica, o lógica y obviedad, hasta encontrarse con los momentos que se han quedado, que nunca dejaron pasar pero que deben de. Todo pasa.
Decidí imaginar, desde hace unas semanas para acá, no más. Imaginé la vida de un hombre como todos, que carga con una piedra en su regazo, con esa parte del cuerpo con la que apoya y con la que se siente apoyado cuando alguien le cincela un poco de esa carga. No me abstuve de deshacer una ficción una y otra vez, no me negué a divagar ante la realidad (que siempre vence los relatos, incluso los más curveados) y me aleje de ella. Ahora que regreso (brevemente) pues ha quedado configurada mí utopía, me doy cuenta que tuve un poco o mucha de razón. Al ver los asaltos engrandecidos de gente “conocida” (por mediocres labores) y el discurso derrotista también exagerado (zozobradamente) en el deporte nacional, no me queda más que sentirme agradecido por imaginar una vida rendida. Una vida imaginada con bríos de felicidad. Todo pasa. Pasará.

lunes, 2 de junio de 2008

Una película no antes vista

EL BOLSILLO IZQUIERDO

He aquí un relato muy breve, y que al final quedo un poco cortado por el limite del espacio (o las palabras), acerca de mí experiencia como espectador ante los espectadores del concierto de Ennio Morricone. Me hubiera gustado mucho expenderme más pero cuestiones oficiales y de tiempo. No me niego algún día expandir lo siguiente escrito.

UNA PELÍCULA NO ANTES VISTA.

Sabía muy bien que asistir al concierto de Ennio Morricone sería toda una experiencia cinematográfica, lo fue incluso desde el momento en tener en las manos el boleto, ¿o será acaso que todo lo aparto de una realidad convenida con el fin de adosarlo a una verdad cinéfila en la que me contengo?
Bob Gruen fue el primer invitado a la mentada cita cuando ya me encontraba en el foro que posteriormente se transformaría en una pantalla invisible que habría de recordarnos escenas legendarias de la cinematografía mundial, asimismo fue el último, pues seguirá ahí por un tiempo más. El cine es fotografía en parte por su naturaleza, así que la mejor manera de empezar la velada fue con una buena de dosis de este captador de imágenes de rock (igualmente legendarias para los gustosos de este género musical). Aunque en buena parte los también asistentes no reconocían del todo a alguno que otro retratado, salvo a Lennon, claro, el eterno Lennon de los 80s; intransigente e idealista (admirado tanto hasta en la y la muerte). Y digo que estuvo presente porque un artista es su obra.
Dentro de la cómoda sala que es el Auditorio, debo admitirlo; foro a la altura de la de calidad de algunos (no todos) artistas que en el se han presentado, me encontré inmerso en un set gigantesco de cine, o bien en el set que todo director (o bien la gran mayoría) quisiera para una de sus películas; lleno de gente común. Salvo los dos o tres “famosos” de los que pude percatarme también venían, como cualquiera, a disfrutar de la noche y a rendir tributo de pie y aplausos al homenajeado (a la altura y edad de Ennio Morricone toda presentación es un homenaje), el resto éramos una comunidad lo suficientemente coqueta.
En frente mío se encontraba sentado el que bien pudiera ser un doble de Jame Cromwell en unos de sus roles políticos, aunque toda la familia era en sí toda la trama de un buen melodrama familiar. La esposa elegante, de buen porte y presencia fuerte que presume a su hijo, el bien vestido, a cada amiga de sociedad que se da cita para el concierto y asumir un grado de cultura mayor a la familia por la básica presencia. A lado del padre (Cromwell) trajeado como buen abogado que debe ser, se encontraba el otro retoño, el rebelde que ha encontrado el confort a su pesadilla de comodidad infinita por medio de la cultura callejera de Jamaica, vestido con chaleco, jeans y camisas (de alcurnia) y sus inmortales rastas y gorro rastafari. A mis espaldas, el infaltable grupo de amigas que han de socializarse porque dos de ellas trabajan en la embajada italiana, desde su espacio han de localizad a todo aquel que consideren presumible al resto del clan. “Mira, ahí está el embajador.” Un vestigio de Sex and the City en una ciudad similar pero con un grado meritorio de conocimiento sobre la materia a presentar, cual fanáticas se sabían la canción apenas empezadas las notas; o bien era eso o habían estudiado al maestro en las pasadas tres semanas como riguroso detalle para el concierto. Fue gracias a ellas que me percate de los dos o tres “famosos” que habían entrado a la sala, incluso, en uno de los encores juraron haber visto a la primera dama, pero decidí no seguirles el juego (no sabía a que primera dama se refería). Contiguo a mí, no del lado de mi padre que me acompaño, o nos acompañamos, se encontraba la pedantería en persona, a su vez la ignorancia detallada. Acompañado de su esposa, pues así la presentaba a todo aquel que lo reconocía para después dejarlo e ir a un asiento de mayor precio (cosa que lograba sacarle un ceño más fruncido al natural de su acompañante), el tipo, que se mantuvo con el teléfono prendido todo el concierto, contestando una llamada al inicio de una pieza. Al igual que su esposa, que nos deleito con el tono de su celular. Lo más agraciado es que ambos se enojaron en el intermedio cuando se les pidió permiso para pasar. Pero lejos del gran concierto, lejos de esa bella imagen de Cromwell tomándole la mano a su esposa con el “Oboe de Gabriel”, me quedo preguntando, ¿quién era yo para todos ellos?