Replicantes.

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España, 2009.

Sunset Boulevard

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El que Busca Encuentra

lunes, 9 de junio de 2008

Frases

EL BOLSILLO IZQUIERDO

Debo admitir que en esta ocasión decidí sincerarme de forma particular, durante algunas semanas atrás he estado trabajando en una serie de historias que estoy a punto de culminar para poder empezar a desdibujarlas (o dibujarlas de manera más seria). He aquí un resumen bastante escueto de algunas de ellas entremezcladas que me sirvieron para obligarme a olvidar lo compón de los días. No obstante la esclavitud hacía el mundo.

FRASES.

El otro día imaginé la historia de un hombre, de un hombre que ha cargado una culpa que bien pudo ser indultada, que lo fue, pero que ha quedado plasmada como una carga en su pasado, que extinguió su futuro mientras se hacia presente y este muriendo al pasar y dejarse pasar (todo pasa). Este hombre habría matado a alguien a sus 26, o 25, tal vez menos, tal vez más. Era joven. Fue en defensa propia durante un asalto dentro de la tienda de armas de su padre, no puede decir que lo deseo (el hacerlo, el matar), tampoco que fue un accidente; “tal vez un poco de ambos” se reza en una frase que es ya disyuntiva por si misma. Pasó, que más se puede decir (todo pasa, incluso cuando el muera – también – la pena habrá sido relegada).
Imaginé la vida del hombre, no la del joven que fue el que perpetro el acto. La de una edad ya cansada (no madura, pues no lo soy) que no logró prepararse para el arribo del tiempo. La imaginé un día al escuchar el relato (parcialmente ficticio) de un amigo que nos ofrecía un adelanto de su nueva recitación, una influenciada de fuertes animaciones encontradas en archivos de gente mentalmente insana, de crímenes duros que fueron causa y efecto de la vida misma que se negó – o fue negada o autonegada mayormente – a dar una cierta pizca de razón a los perpetradores. Como al hombre de mí historia, que en cambio sí la encontró segundos después de haber efectuado el disparo jalando el gatillo de un rifle de alto calibre. Le gusta pensar que ambos murieron en el acto (él en cierta parte y el hombre, que en efecto perdió la vida como la conocemos naturalmente).
Ahora él se encuentra emprendiendo un viaje después de haber vendido la vieja y tradicional armería de su padre, que le fue heredada y que trabajo durante casi cuatro décadas más pasada la anécdota (que es para los demás como lo recuerdan, cuando lo recuerdan). Se dirige hacia la casa de su hijo, su esposa, su nuera, está muriendo de cáncer (la vida también se le ha negado) y va a poyarlo. Él sabrá al verla a los ojos que no hay más que hacer, pero su hijo no, nunca. Alguien no puede nunca imaginar que su contraparte, su respaldo, su otra mitad del mundo perfecto (como dijera Cohen), la puerta hacía lo que nunca se fue y ella podía hacer saber, o bien su mera elección (viéndose interno en un discurso insulso) vaya a desaparecer. Uno no puede predecir la perecedera naturaleza de quien se ama.
En el camino, pues tomó rumbo en carro (sólo cuatro o cinco días para pensarse en el tiempo) ha decidido ser acompañado por un joven (inmaduro, pues lo soy) que ha pedido aventón, que ha decidido no saber nada más de su vida (la que intenta dejar atrás y nunca podrá hasta que muera, que será pronto en un accidente absurdo), que ha elegido seguir los pasos de su hermano desaparecido hace años y del cual no sabe nada, del que suele contar que se suicido, pues prefiere pensar que está muerto y no ausente. En la vida lo que importa son las certezas. En el camino caminarán, como debe de ser por obviedad y lógica, o lógica y obviedad, hasta encontrarse con los momentos que se han quedado, que nunca dejaron pasar pero que deben de. Todo pasa.
Decidí imaginar, desde hace unas semanas para acá, no más. Imaginé la vida de un hombre como todos, que carga con una piedra en su regazo, con esa parte del cuerpo con la que apoya y con la que se siente apoyado cuando alguien le cincela un poco de esa carga. No me abstuve de deshacer una ficción una y otra vez, no me negué a divagar ante la realidad (que siempre vence los relatos, incluso los más curveados) y me aleje de ella. Ahora que regreso (brevemente) pues ha quedado configurada mí utopía, me doy cuenta que tuve un poco o mucha de razón. Al ver los asaltos engrandecidos de gente “conocida” (por mediocres labores) y el discurso derrotista también exagerado (zozobradamente) en el deporte nacional, no me queda más que sentirme agradecido por imaginar una vida rendida. Una vida imaginada con bríos de felicidad. Todo pasa. Pasará.

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