Replicantes.

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España, 2009.

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martes, 10 de junio de 2008

La Crítica ha muerto. Larga Vida al Yo

VÍA LIBRE

Una estimada alumna me pidió el favor de escribir un texto para una revista (proyecto universitario) que habrían de realizar para una materia de diseño, el tema: “El Romanticismo”. Ahora bien, mí primera duda fue el hecho de hacía donde dirigir el tópico, uno nunca sabe a donde regirse en una institución privada, la lógica con que se manejan los conceptos es en ocasiones todo un ocultamiento de sensatez. Admito que al creer que este trabajo sería ejecutado “en equipo” podría bien tratarse de un contenido meramente sensiblero; el romanticismo como lo amoroso de la vida, visto claro desde el cliché de un 14 de febrero diario, pues. No obstante, de haber sabido que era un trabajo individual, hubiera entendido que se trataba, en efecto, del periodo cultural/artístico pues está querida alumna no es del todo vaga en sus nociones. El hecho no paso de la anécdota, pues al no preguntar la orientación (del texto en sí) cuando se me pidió el encargo, independientemente me autorice a escribir sobre el movimiento (no sobre el sentimiento) y no erré. Hace poco vi la mentada revista y me agrado, aunque creo que me extendí un tanto, era el texto más abarcador (permitiéndome de igual manera utilizar este termino). Bien, he aquí este texto (íntegro a la hora de la entrega) que ahora comparto con ustedes.

LA CRÍTICA HA MUERTO. LARGA VIDA AL YO.

A. Güiris V.

Ante una obra por completo finiquitada, un pequeño espacio para la reinterpretación, sobre todo, un breve respiro ante ese gran deseo – por completo humano – de anhelar una segunda oportunidad, una posibilidad de esclarecer ciertas dudas ante lo que posiblemente (con alto grado de certeza) nunca se este concretado. Al final de cuentas, siempre que el carpintero ve la mesa “concluida”, se le ocurre una manera distinta de hacer lucir más cierta veta – o bien, en su caso, creer que no debería haber tal.
Lo más divertido del humano – tanto de serlo como de darse cuenta – es nuestra naturaleza imperfecta que tratamos de ocultar bajo discursos que con el tiempo contradecimos por el simple factor de que se nos ha ocurrido una idea mejor. Lo entretenido de este universo es el hecho de que las cosas son en sí sencillas pero siempre las hemos permeado de una complejidad que no le pertenece; irónicamente las acomplejamos más. Asunto que me mantiene con una demencial suposición de duda, ¿el reír es factor fidedigno de la felicidad o algo que mejorar con los años?
El romanticismo bien basaba algunas de sus particularidades en el hecho de una duda – en una lectura personalísima claro. Esta vacilación a la que me refiero es en parte la razón que me dio pauta y libertad (hablando de los Románticos es pertinente este vocablo) de comenzar así este enredado texto: ¿las obras se concluyen en realidad?
La respuesta bien puede estar en el viento – como dijera aquel otro muchacho bonachón que al parecer siempre se encarga de hacer oscilar, entre géneros diversos, sus melodías cada que su ego gana la batalla ante la cotidianeidad – pero en efecto la posible solución no se encuentra tan oculta, sino que este a la vista de esta milenaria raza; ¿quién esta por completo conforme con el todo?, ¿quién no quiere renovarse?, ¿quién no quisiera que la experiencia de los años no viniera de la mano cronológica con que se suscitan? Es un sentir natural. A nadie le gusta del todo ser equívoco. Siendo sincero, confieso que cada que me veo al espejo me entra una fatal envidia con el afamado personaje de
Carlo Collodi; bien me gustaría poder tomar una lija y levantar un poco de aserrín o tal vez colocarme un buen barniz para obtener un buen brillo protector y hacer lucir mejor esa veta, esa veta tan indescriptible para el carpintero.
Lejos de creerme un experto en el tema, reinterpreto lo ya reinterpretado y trato de darle sazón al asunto con especias de contemporaneidad (concepto en lo personal también risible por el factor de su intermitente actualización); pues ante la naturaleza imperfecta, los románticos bien pudieron haber encontrado el gran pretexto para la critica especializada; indicativos educados de que la obra puede variar, exteriorizados en una falsa apariencia de un igualmente ilusorio acabado. Y guiándonos por la sabía popular, el artista, “siempre voz del pueblo y la sociedad, traductor de necesidades y opresiones”, puede llegar a revelar la verdad infinita del arte: que a cada obra siempre le harán falta esos ligeros detalles que posiblemente la hiciesen emerger como una gran pieza maestra, dado que nunca en realidad se podrá terminar. Empero, sí certificar que si se pudiese, sería de lo mejor; la obra de obras, la pieza de piezas, la verdad de las verdades, el arte sobre el arte mismo, la exaltación máxima del yo sobre la razón de lo ya dicho, expresado y/o manifestado. La entidad autónoma a la que tanto se apegaban. Es posible que encontremos en esta era de la humanidad los precarios cimientos de una burda estrella de rock, lo incoherente de su discurso, el entusiasmo por ser el virtuoso y hábil sujeto que no sólo se permite, sino que se obliga a enunciar lo no formulable; la verdad en sí. O mejor dicho, su versión personalísima (como el presente texto) acerca de lo que él cree es la verdad en sí. No nos podemos quejar, en el fondo es un simple humano que con el tiempo, cambiara de discurso y al voltear a ver sus primerizas creaciones, se percatará que en efecto no tienen el peso de la experiencia vivida y posiblemente piense en reinterpretarlas bajo la reflexión de que nunca estuvieron terminadas. Tierno y siempre virginal pensamiento que ha de volver a repasar los años por venir – así siempre.
Es por eso, que en mí burda – y carente de sentido – ética, siempre trato de representar al humano que todos llevamos por dentro, y por encima (y por los lados), como algo no evolucionado ni mutable, sino más bien como un simple factor de conformismo, dependiendo, claro, del contexto dado al que se le presione. Que más originalidad y creatividad se puede esperar de una sarta de individuos que creen encontrar bajo sus sentimientos, la conciencia de la humanidad.
La idea de los Dioses, por ejemplo, es irónica por todas partes, al final de cuentas es en sí una creación del hombre presuponiendo su propio génesis mediante seres milenarios, omnipresentes y extremadamente poderosos. Luego, claro, después de la bíblica reducción, todo el peso recayó en uno sólo, en la obra de obras, la verdad de las verdades, en el Dios real y supuesto autor, lo que bien puede haber exaltado la naturaleza del hecho, ya irónico en si. Suponiendo que el creador fuera un romántico, pues parte de su labor puede verse reflejada bajo sus particularidades fundamentales (entre ellas las que destacaría el exaltarse a si mismo), de vez en cuando habría de auto-recriminarse al ver una de sus obras más dejadas al vacío, menos concluidas, más libres, por ponerla en términos románticos – vivas para ser más lógicos – e ingeniando consecutivamente nuevas mejoras y reformas para hacerle entender un poco la lógica de su función. Lamentablemente ya no puede colocarlas, pues al dejar a su dinámica obra a la deriva, esta misma ha tomado fuerza. Aunque, claro, también podemos situar el asunto de nuestro lado (uno más razonado), la idea de Dios como parte de nuestras posibles y más complejas creaciones nunca concluidas y que cada cierto tiempo hemos de reformar para seguir sintiéndonos bien con nosotros mismos, fuera de una critica constante que nos acaricia siempre con los aromas y ritmos intermitentes de la guerra.
La critica, pues, bien puede concluirse, darse por muerta, bajo la semántica del romanticismo, sin la necesidad de estudios profundos, con una pequeña lectura hecha bajo sus propios fundamentos. Las obras no se acaban, ni la idea misma de la creación está concluida, por ende, claro, ni siquiera los creados. Siempre nos ha de faltar esos pequeños toques que nos hubieran dado la certeza, la experiencia de estar cómodos con nuestras débiles corazas, mentes e imaginaciones, siendo estas ultimas las más fuertes.
Aunque si lo vemos lejos del tema, en varios otros movimientos también podemos reflejar las mismas resultantes. Digamos que los cambiantes discursos de los seres humanos tienen siempre en parte gran significado para con sus necesidades básicas. Al final, sin la crítica seriamos más amenos, pero sin ella, no sabríamos que tanto lo somos. Algo, nuevamente, no concluido.
Ante una obra por completo finiquitada, en la convención de lo que la realidad permite, un breve respiro para poder solventar los defectos encontrados con el tiempo. ¿Qué mejor que una segunda oportunidad?, sin critica, sin remordimientos, sin conclusiones. Uno nunca sabe…

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