Replicantes.

Replicantes.
España, 2009.

Sunset Boulevard

Sunset Boulevard
España, 2009.

El que Busca Encuentra

lunes, 31 de julio de 2017

Dunkirk

REDONDO.

Dunkirk
Dunkerque (Cristopher Nolan, 2017)

Bajo la filmografía de Nolan nos hemos encontrado siempre con ciertas propiedades estilísticas sumamente personales, claras particularidades discursivas que envuelven, más que a la cinta, a sus personajes: caracteres en quienes se reposa el pesado anhelo de un futuro tan próximo como incierto. Su práctica fílmica es notoria, tratando siempre de refrescar el manejo temporal y el re-acomodo intelectual de sus conflictos; su apego a una forma en la que se demarque la grandilocuencia de su cine siempre ha sido latente y en ocasiones ha tenido que ceder parte de su contenido ante los modos y sus manías de complejidad. Agraciadamente, en su más reciente entrega, Dunkirk, nos demuestra una mano tersa y sumamente madura, un sutil apego a ese cine tan suyo pero en el balance exacto, con suma madurez y dejando entrever ciertos recovecos que podrían inscribirse en sus próximas cintas. 

Situada obviamente en el marco histórico que le da nombre, Nolan comienza desde los primeros minutos a defragmentar el tiempo, a situarnos en sus distintos campos de transición así como con los protagonistas de estos. Sobre el objetivo común vendrán las adversidades que cada uno de estos habrán de afrontar para llevar a cabo su tarea dentro del rompecabezas de una misión de rescate, al tiempo que sirven de la misma manera a la trama. Sin buscar una sorpresa potencial o disimulada hacía la parte final, uno de los grandes aciertos de esta película es que el encadenado prevé sin reservas la unión de los tres tiempos que la conforman; hay una lógica imperante que deja que las acciones no se disputen jerarquía sino que se dejen respirar y andar a su anchas por el encadenado. No hay dificultades mayores que los que tienen que sortear los rostros que nos ensimisman en la trama y que deberán de someterse a las fauces del perdón, el sacrificio, la desconfianza, el terror, el desconcierto y la supervivencia. Apremiantes y sumamente agradecidos son todos esos grandes bloques sin dialogo en que el eje central es la propia atmósfera que logra de manera portentosa el director. 

Enclaustrados en sólo una línea del conflicto; bajo el inherente manto de un enemigo sin semblante –pero activo y mordaz– las fronteras en que nos anida el trabajo actoral es de alta eficacia. Los matices que se nos obsequian provienen de un sagaz humanismo ofrecido a través de miradas y gesticulaciones: dudas y alarmas que se activan con el arribo de un sonido que rompe el silencio o el simple paso del segundero. Con un guión estructuralmente bien armado; una duración precisa, una cadencia paralela de sentido natural –que bien puede rivalizar o bien modernizar las cadencias y manejos del propio Griffith; Intolerance (1916)– la capacidad visual del filme asombra por la familiaridad renovada que viene de una escuela que va desde All Quiet On The Western Front (Milestone, 1930), hasta Apocalypse Now (Coppola, 1979). 

Armada con los aportes técnicos de un equipo que labora siempre a beneficio de la obra, la fotografía de Hoy Van Hoytema resulta de una desgarradora y despejada pulcritud que engalana cada plano. Tonalidades que abrazan y hacen respirar el mismo ambiente y clima que viven los personajes sobre el pautado ritmo del montaje de Lee Smith y que reviste el diseño de Nathan Crowley. La partitura de Hans Zimmer come aparte, pues resulta el elemento esencial para amalgamar las secciones y se puedan afrontar cada una bajo el campo emotivo ideal. 

Dunkirk, décimo largometraje de Cristopher Nolan, termina por ser su cinta más prudente y experimentada. Una edificación formal que si bien permite (obligado en estos códigos) ciertos tonos rosáceos de heroísmo hacía la parte final, no deja tela de juicio ante la mano y hechura de unos de los directores con mayor fama tanto en los ámbitos comerciales como en los autorales. Una película bien pensada y ejecutada; interpretación de hechos históricos en los que algunos podrán o no estar de acuerdo en la documentación pero que a bien refleja, como en toda buena obra fílmica sobre guerra, que estos actos de barbarie bélica no debieron tener cabida jamás. 

Dunkerque de Cristopher Nolan

Calificación: 3.5 de 5 (Muy Buena). 

jueves, 27 de julio de 2017

El Mesías Siempre Regresa.

El Mesías Siempre Regresa.
Un pequeño  recorrido por los cenizos 
demonios de Roy Buchanan.


Supongo que para muchas personas el 14 de Agosto de 1988 fue un día sin demasiadas sorpresas y aspavientos. Con paseos dominicales por las avenidas principales de Virginia y su verano a cuestas; con los interiores de sus casas  calurosos y reuniones familiares a base de carcajadas y alguno que otro abrazo de cariño o reconciliación. Pero no muy lejos de allí, en alguna parte de esa demarcación, y tras una larga borrachera sumada a un pleito familiar y una alteración pública por el alterado estado en que se encontraba, Roy Buchanan fue detenido y puesto a resguardo en la cárcel del condado de Fairfax. Allí, según versiones oficiales, en algún punto de la tarde noche –mientras los guardias no se encontraban vigilando– se quitó la vida ahorcándose con las mangas de su camisa. Si bien sus familiares siempre han negado esa versión, aludiendo a un maltrato policial, su fallecimiento –antes del anecdótico misterio que jamás habrá de resolverse– significó la perdida de su talento; una de las tragedias más relevantes para la guitarra del Blues y el Rock que aún siguen doliendo. 
Aunque su nombre nunca ha asomado en las populares listas de los mejores ejecutantes del instrumento, su legado es apremiante en varios de los miembros que la inscriben. El estilo de Buchanan se ha mantenido atrevido y sagaz al paso de los años, con un acento de honestidad y crudeza que pocos han logrado originar; portento y talle natural. El propio Jeff Beck ha declarado que parte de su estilo le pertenece; que a buenas le tomó medida a algo de sus manos para dedicarle poco tiempo después su ya clásica Cause We've Ended As Lovers. En pequeños brotes de entrevistas a David Gilmour se le asoma una herencia similar, aunque éste nunca se ha abierto en su totalidad al caso. Tan sólo se documenta un jam que hicieran ambos guitarristas en el Bar del hotel Richmond de Melbourne junto a otros miembros de la entonces alineación de Pink Floyd, poco meses antes del deceso.
Hijo de un granjero, la carrera y vida de Buchanan estuvieron siempre al límite del desastre e infortunio. El desventurado camino que sorteó en compañía de sus demonios es poco conocido, no así su rastro, que se enmarca en algunos de los momentos más históricos del género. Asiduo al Gospel y demás música negra –gracias a su madre– dio sus primeros pasos en la industria siendo parte de la banda de Johnny Otis, donde compartiría escenarios con gente de la talla de Pete Lewis, Jimmy Nolen (luego parte del conjunto de James Brown) y Johnny “Guitar” Watson (una de las influencias más marcadas de Frank Zappa). Con un estilo ya más refinado pasaría a ser liderado por Dale Hawkins, con quien haría sus primeras composiciones a finales de los 50. En una gira por la incipiente silueta musical de Canada, Buchanan abandonaría al equipo para formar parte del proyecto del primo de Dale, Ronnie, donde se desempeñaría en el bajo mientras enseñaba algunas cuantas técnicas al guitarrista de la banda, Robbie Robertson. Al separarse estos, Robertson armaría un proyecto: The Band. Y entonces gran parte de la historia comenzaría a re-escribirse. 
Junto a Charlie Daniels, recién entrados los 60, tendría la oportunidad de grabar su primer álbum (hasta hace poco aún perdido en las gavetas de Polydor), así como algunos cuantos sencillos que saldrían en rotación y le harían de un nombre entre los guitarristas elite de un mundo que, sin tardarse, comenzaría a comercializar el Rock como el sonido de una época. Vagos y sumamente cambiantes son los relatos de sus improvisaciones en diversos clubs de Nueva York con Jimi Hendrix, sesiones en las que se cuenta que ambos se admiraban con un respeto y un alto cariño musical. Inclusive se menciona que de estas presentaciones saldría el origen de algunos de los primeros pedales para guitarra, aunque no hay nada confirmado.
Bajo los estragos de un alcoholismo latente, aunado a una personalidad fuerte y poderosamente necia, Buchanan cortó relaciones con muchas disqueras que intentaban darle un acercamiento menos “tosco” a su música, acercarle a un sonido más afable y vendible para un publico masivo, cosa a la que lógicamente no accedió. Su férrea lucha por el trato autoral de su material hicieron que parte de su fama terminara bajo las sombras de la industria. No obstante, su estilo y asignatura siempre fueron reconocidos por los músicos más relevantes; su estilo de acople y ataque a la cuerdas era poco conocido y nadie como él para hacerlo y sacarle ese sonido al instrumento. Clapton mismo lo tomó como una de las opciones principales para armar a Derek & The Dominoes, proposición rechazada de inmediato pues Buchanan no tenía la intención de trabajar en conjunto sino liderar su propia apuesta. 
Aparentemente perdido, su carrera tendría aún más vaivenes en los 70. Gente del peso de John Lennon, Arlen Roth, Les Paul, Merle Haggard, Paul McCartney, Nils Lofgren y Mick Jagger le hicieron valida su contribución al campo activo nombrándole “El Mejor Guitarrista Desconocido del Mundo”. Inclusive los Stones le buscaron tras la salida de Mick Taylor pero igualmente fueron rechazados. El camino de Buchanan siempre tuvo las mismas intenciones y por nadie habría de cambiarlo. Con algunas cuantas apariciones televisivas, su sello y sonido comenzó a ser un tanto más reconocible, admirado y seguido; la venta de algunos de sus álbumes comenzó a hacerse mayor. No obstante, su adicción no le permitió nunca tener una producción constante y sería hasta 1985 cuando la Alligator Records le permitiera grabar con la total independencia que siempre quiso. Lamentablemente esa sería la última oportunidad que tendría.
La primera vez que oí de él fue gracias a un muy querido amigo mío que laboraba tras la barra de una cantina a la que solía acudir en mis años pos-universatiarios. Solíamos intercambiarnos material y hablar por horas y horas de la más variada música. Cargábamos memorias USB con canciones que nos queríamos dar a conocer y las escuchábamos extendiendo la conversación a tiempos innecesarios. En alguna ocasión a él se le olvido la suya en su departamento, por lo que optó apuntarme en una servilleta lo siguiente: “Roy Buchanan. You’re Not Alone”, en clara alusión a su álbum de 1978. No me dijo que esperar ni de que sonido se trataba. Simplemente dobló el papel con cautela y me lo dio deslizándolo por la barra cual cerveza fría recién abierta. Habré tardado un par de días en darme la tarea de buscar el material. Cuando lo escuché no tuve que darle segundas o terceras oportunidades para engancharme por completo. Era a bien algo que tenía cierta familiaridad y herencia pero bajo una actitud y rigor que yo no había escuchado jamás. Era un total decoro de apasionamiento personal. 
Con el paso de los meses me hice a la búsqueda de la mayor cantidad material que pudiera adquirir acerca de él, pero la poca información con la que se cuenta acerca de su carrera resulta confusa y contrastante en muchos casos. Agraciadamente cierta popularidad le ha acaecido desde hace algunos años y en ciertas tiendas especializadas y lugares de coleccionistas se pueden hallar tanto grabaciones oficiales en video como audios  piratas de algunos conciertos que diera en vida. 
La verdad es que con Roy Buchanan me pasó lo que a varios de mi generación cuando nos damos a conocer a algunos de nuestros más encarnados héroes musicales. Llegamos tarde a ellos, llegamos cuando las tumbas ya se encuentran oxidadas y no podemos siquiera llorarles la perdida en directo. Me pasó con Steve Ray, me pasó con Duane Allman y me pasó, obviamente, con Buchanan, de quien he puesto una versión en vivo de Down By The River (original de Neil Young) mientras escribo este texto para así sentir la fuerza que me llena cada que me acerco a su trabajo. Esa mezcla de nostalgia y energía, de rudeza y de pasión que pocos me hacen sentir cuando las notas salen a todo volumen de las bocinas. 
Le perdimos un trágico día del verano de 1988. Si a bien fue un suicidio o no, quizá no lo vayamos a saber jamás, pero debemos de reconocer que su destino estuvo siempre con el Blues, con el Sonido Telecaster (quizá el mejor de la historia) y un legado que es sólo para aquellos que se atreven a mirar entre el polvo de las grandes luminarias. Su mano tocó no sólo a la gente que se ha mencionado aquí, sino también a Gary Moore, Jery Garcia y hasta Martin Scorsese. Su eco aún resuena en algunos de los hogares del mundo siendo el fuego que pinta el tono del calor.
Yo ocasionalmente sueño que camino por una calle colorida con el sol pegándome de frente mientras suena la introducción de The Messiah Will Come Again de fondo. En el campo onírico me dirijo a un bar al que entro como si lo conociera de toda la vida aunque le desconozco por completo al ingresar. Allí me espera, en una sala por completo vacía, un cartel inmenso que abarca toda una pared. Lo que allí se reza es la portada del álbum con el que lo conocí: You’re Not Alone. No me sorprendo al verlo. Sólo lo admiro y me coloco frente a él; respiro para mis adentros y doy un par de pasos para acercarme más a esa incrustada silueta. Cuando me encuentro demasiado cerca, absorto de todo ese espacio reflejado, comienza la guitarra, el legendario riff de la pieza… Pero no despierto, tan sólo me integro a un espacio oscuro donde me encuentro de frente con la calma.

jueves, 20 de julio de 2017

Lark’s Tongues In Crimson

Lark’s Tongues In Crimson.
Tres capítulos bajo pretexto de la cuarta
visita de King Crimson a México.



I.- A Young Person Guide To A Schizoid Fan.

Mi primer acercamiento con los Crimson fue cuando tenía alrededor de 17 años mediante una compilación grabada en un viejo cassette de 90 minutos que hallé dentro de una colección de cajas de zapatos que enfilaba, en su interior, viejas grabaciones bootlegs y rarezas de diversas agrupaciones en una pequeña vendimia musical a la que asistí con la total y adolescente intención de abrirme a las fronteras y sinsabores que el Rock pudiera otorgarme en aquellas fechas. El sui géneris coctel que uno podía hallar en dicha cinta, según las especificaciones que rezaba una mala copia fotostática al reverso de la misma, se basaba en grandes y no tan conocidos solos de guitarra que iban desde la brutalidad de Pantera hasta la sensual astucia de Jeff Beck, desde la limpia y sagaz agilidad de Stevie Ray hasta la jovial rebeldía de Pete Townshend y los Who. Si no recuerdo mal, me hice de ella por un precio no muy costoso y la coloqué un par de días más tarde en mi walkman mientras viajaba hacía casa en un urbano. 

El aliento y la confianza que le tenía a ese tipo de recopilaciones piratas era muy alta por aquellos años. Fue en algunas de ellas que escuché por vez primera a algunas de mis bandas favoritas: los Allman Brothers, Ten Years After, Cactus y Neil Young. No obstante, justo a la mitad del recorrido que separaba la entrada de mi casa con la parada del camión, un sonido etéreo y extraño comenzó a surgir, por sobre el ocaso de las esponjas de los audífonos hacía el interior de mis cavidades auditivas: metales apenas audibles –cuasi viento– que claramente preveían un rompimiento total a la atmósfera lograda. La extrañeza inicial se hizo de inmediato de mi interés y me dejé integrar a ella; a la pauta de su tiempo y su forma. Entonces todo sucedió, se abrió camino una explosión de múltiples colores y texturas. El poderoso riff –puente directo entre el Jazz (libre/acido) y el Rock (experimental/caotico)– junto a una voz casi distorsionada agitando un discurso radical, el malabarismo del sax, el vertiginoso fraseo y la desenvuelta batería me hicieron detenerme en medio de la banqueta, sacar la caja del cassette de la bolsa trasera de mi pantalón y tratar de adivinar de qué banda se trataba. Era el lado B, lo recuerdo bien. La cinta estaba casi a la mitad y aunque aún no conocía a algunas de las agrupaciones que en ella venían, di con la respuesta después de unos cuantos cálculos basados en distancia y recorridos de la cinta. Se trataba obviamente de King Crimson y su Schizoid Man, un total clásico del género que para mi se había mantenido aún entre las sombras pero que por fin salía a la luz. Por fin se me mostraba frente a frente sin tapujos y con todo su portento. Rompiendo una de mis más estrictas reglas, dejé que la canción terminara y rebobiné la cinta para escucharla de nuevo. Caminé rápido a casa y al cruzar el umbral la puse de inmediato en el estéreo para oírla con mayor potencia. Frente a las bocinas que adornaban la sala y el comedor se caía a pedazos una barrera antes desconocida que dejaba al descubierto una frontera, una frontera que daba la bienvenida a un espacio cuyos límites siempre se verían aumentados; rotos y blindados a la vez. Extrapolados a distintas aristas que siempre harían respirar su autonomía de todo aquello que le seguía los pies.

Mi historia con los Crimson, pues, comenzó de esa manera. Seguida, claro, de una sobria y hasta sosa investigación que me llevó hasta un tipo alto de pelo largo que siempre usaba gabardina (aún en tiempos de calor) y que contaba con parte de sus álbumes; algunos de los cuales accedió a grabarme. Entre esas copias me hallé junto al Islands, el Red, el In The Court Of The Crimson King y el Discipline. Este ultimo elegido para escucharse primero en base únicamente a los nombres de las canciones. Matte Kudasai y Thela Hun Ginjeet resultaban algo tan curioso como interesante para ser escuchado. Y si bien debo indicar que aún se mantiene no sólo como mi disco favorito de la banda sino como uno de los materiales discográficos que más me han marcado en vida, no hice más que saltarme a los otros, devorarlos, y al poco tiempo comenzar a coleccionar de manera oficial todo el material que pudiera encontrar de la banda en tiendas de diversa naturaleza cada que viajaba, cada que escuchaba de alguien que contaba con otro alguien que se atrevía a decir que podía conseguir lo “inconseguible”. Muchos sitios y muchos llamados después comenzaron a hacer de mi colección algo llamativo, algo de lo cual podía sentirme optimista y efusivo, fundamentos bajo los que armé una escuela que construyó parte importante de mi personalidad. Humor, ficción, rigor, caos, regulación y ruido como elemento imperante de la cualidad y sofisticación del sonido. 

Cuando el internet comenzó a tener un poco de fuerza, los foros especializados se dieron paso y yo a inscribirme a la mayoría de ellos para obtener más pistas sobre el universo que se cernía sobre la banda. Información que nutrió durante algún tiempo un cierto orgullo personal a razón de sentirme parte de una familia que disfrutaba de los mismas gradaciones, de los mismos colores y los mismos temas líricos y tonales. Incluso llegué a envidiar a aquellos que lograron presenciar los primeros conciertos que diera la banda en el país sobre el foro del Metropolitan los días 3 y 4 de agosto de 1996 bajo la formación del Doble Trio (quizá una de mis favoritas). El benevolente recelo que les tenía, el encanto que resonaba en mi mente con aquellas platicas cuando los describían lograron por fin acallarse cuando en 2001 se anunció el regreso de la banda con tres fechas sobre el mismo foro. Las citas eran para el 17, 18 y 19 de agosto. Mi acceso indicaba la primera fecha y significaba, entre tantas cosas, el cierre de un ciclo muy largo. La virginidad de la experiencia, el asombro y la euforia de mi edad no me dejó a bien guardarlo con lujo de detalle en la memoria, pero aún conmemoro fuertemente que hacia el final del concierto la banda regresó para un encore un tanto obligado por los aplausos y chiflidos de la audiencia para interpretar, bajo el jubilo de todos, Frame By Frame.

Una semana después ingresaría a la universidad y comenzarían algunos cambios de manera latente como en todo tipo de proceso de cambio. En aquella etapa King Crimson se tornó en una banda de culto para mi; una aprehensión que en ocasiones quería compartir y a veces tan sólo guardarme con cierta desconfianza. Fue una época de cambios y vaivenes. Como pude comenzar a conocer más fanáticos de la banda pude de igual manera hacerles experimentar a otros tantos sus ideas y sonidos. La mayoría nos los aceptaban de primera mano pero a la segunda o tercera vuelta le encontraban forma a cierta parte de su desazón. Para el 2003 –19 de noviembre– no pude asistir a su presentación en el Auditorio Nacional y dicha ausencia siempre se me quedó grabada bajo la forma de un eco que soplaría dentro de mi con cierta nostalgia y melancolía. Un enojo y un vacío que se tornó en la total interrogante de si algún día podría volver a verlos. Un cuestionamiento que con el tiempo, es cierto, comenzó a incrementarse bajo la forma de un ardor que oxigenaba el día a día. Una severa duda que como ya es por todos conocido, tendría en efecto una respuesta. Sólo que habrían de pasar 16 años para conocerla. 


II.- In The Road To A Crimson's Date.

La primera vez que pude ver a los Crimson en vivo fue acompañado de una de mis hermanas y su novio del momento, un asiduo y ferviente adicto a los primeros álbumes de Pink Floyd que solamente disfrutó la ejecución de Elephant Talk durante el concierto. Casi puedo asegurar que tanto él como mi hermana no disfrutaron del todo la noche cuando para mi fue bastante placentera. Pero eso era algo que resultó hasta cierta parte lógico. A bien su comitiva se debía básicamente a mi inexperiencia en esa clase de eventos; a que aún no contaba con dinero propio y la clara tradición de chaperón y chaperona ante un goce que casi nadie en mi familia aún reconoce y/o comprende. No obstante, las notas de Fripp escalando las paredes del aforo en la parte calma de VROOOM es uno de los abrazos musicales a los que más recurro en mis memorias cuando quiero sentir un cierto apego de paz. Contrario a ello, recuerdo muy bien que en la vendimia informal de avenida Independencia, al final del concierto, un taxi me pasó arrollando el talón derecho mientras veía parte de la mercancía. Fuera del dolor y un pellejo suelto que tardó unos quinces días en sanar, me hice de una camisa que si bien nunca me agradó del todo (aún no se a bien que fue de ella) siempre hubo algo de honor cuando la portaba. Era como sentirme unos cuantos centímetros más alto y ver a las personas desde una altura invisible donde congeniaba cierta pasión que sabía que no compartirían conmigo. Mi gusto con King Crimson, entonces, se tornó en una relación cuasi en solitario. 

Durante largos años me concentré en seguir conociendo el mundo del Progresivo, sobre todo el clásico. Mis oídos viajaron a todas las esquinas disponibles; intenté hallar todas las limitantes que podía otorgarme el género. Por meses pasé horas enteras oyendo álbumes de Yezda Urfa, Gnidrolog, Änglagard, Magma, Camel, Premiata, Harmonium, Van Der Graaf, Gentle Giant, Zappa, Focus, Mahavishnu, Bacamarte, y también de Gong, Caravan, Le Orme, Gryphon y demás. Sin dejar de lado, claro, las bases de Genesis, Yes, Rush, Jethro Tull y tantas otras firmas que siempre me han mantenido fresco ante las nuevas inventivas generacionales. El cascarón que se fue armando alrededor mío no tenía nada que ver con un muro, para nada. Más bien se trataba de una alcoba mental que llenaba a manera de mural con afiches apasionantes en conjunto con el Jazz. La música era un refugio y un escape, la prisión y la libertad. Era un fragmento del día y la vida en su totalidad. Nada había que me sacara de ella y nada había que me hiciera negarme al gusto de los proyectos que fueron surgiendo de los miembros de King Crimson. 

Alejado con nostalgia del hogar, el 3 de mayo del 2009 tuve la oportunidad de asistir a la presentación que dieron los Stick Men, proyecto paralelo de Mastelotto y Levin junto a Michael Bernier, en la ya tristemente extinta sala Ritmo & Compás de Madrid. Incluso tuve la suerte de que me dejaran entrar al soundcheck por un atraso del cual no tuve notificación y así poder reconocer al trio mientras ensayaba. Cuando se despidieron del staff para ir al camerino y ultimar los detalles del concierto, el buen Tony tuvo la amabilidad de saludarme personalmente a escasos metros de distancia. Si se lo preguntan, no, no me atreví a pedirle que se me tomara una foto conmigo. Cerveza en mano, los nervios se quedaron en los labios y enmudecí por completo. Pero no me arrepiento, pues en todo momento estuve justo frente a su posición –y en primera fila– para poder disfrutarlo en cada ejecución. Aún guardo una foto que le tomé ese día junto a su Chapman Stick apenas iluminado por el haz de luz de uno de los reflectores. Por cuestiones laborales no pude repetir la dosis cuando se presentaron el 1º de noviembre del 2014 en el Centro Cultural Roberto Cantoral.

Ya en casa, con la compañía de una serie de colegas con los que compartía las experiencias y gustos de la banda, presencié el concierto que diera Adrian Belew el 29 de enero de 2012 en el Plaza Condesa. En aquella etapa se hacía acompañar de Julie Slick en el bajo y Tobias Ralph en la batería. La energía desatada en contraste con la inusitada belleza de sus momentos en solitario sobre el escenario (incluyendo un sendo tributo a Rita Guerrero) hicieron una noche de magia y de sorpresas. No hubo quien no quedara encantado bajo el manto de un estilo que pocos pueden llegar a acercarse. Triste fue saber que cuando Fripp reanimó al Rey Carmesí después de un considerable receso, varios miembros de las pasadas etapas, incluyendo al mismo Belew, ya no estaban. 

La salida del A Scarcity Of Miracles un año antes del concierto de su otrora cantante y guitarrista ya había hecho saber que la mirada de los Crimson volvía a mutar. En esta nueva versión los sonidos se engalanaban; una cierta madurez en la experimentación la tornaban más sutil pero aunada a un dejo de espesura que llamaba hipnóticamente a su cauce. A algunos, sí, les costó la aceptación del nuevo viraje Crimsoniano pero al final todas las piezas fueron cayendo poco a poco para bien. Las noticias a cuentagotas de nuevas presentaciones, los rumores de las nuevas alineaciones que comenzaban a formarse dieron de que hablar entre los seguidores (igualmente algunas grabaciones que se fueron dando a conocer a ritmo parsimonioso) hasta que todo recayó de manera más formal en la gira que se documentara en el Radical Action To Unseat The Hold Of Monkey Mind, que saliera el año pasado demostrando que la banda estaba de vuelta y con un garbo increíble. Con un sonido sumamente potente arraigado en tres baterías como base de un estruendo y un caos sumamente bien organizado. El arribo a México era entonces inminente con base en algunas entrevistas y filtraciones de comentarios del propio Fripp en sus sitios oficiales. Fue en marzo de este año que se dio por fin el tan anhelado anunció oficial y la respuesta fue más que favorecedora al abrirse cinco fechas (14, 15, 16, 18 & 19 de Julio) en el ya clásico Metropolitan. Una huella física ya registrada en el adn de los fans.

Después de horas de angustia y lucha por conseguir una entrada, confirmé mi asistencia. Dieciséis años después me habría de ver nuevamente cara a cara con una de las agrupaciones que más me han cambiado el gesto y el placer auditivo. Estudié a detalle las novedades, la conformación de su nuevo sonido y los arreglos que habían hecho a algunos de los temas; las emociones comenzaban a surcar la piel. Cuando se dio inicio a la parte de la gira que los traería de nueva cuenta al país se dieron una serie cambios que sumaban aún más al deleite imaginado. Nuevas canciones se sumaban al repertorio, un nuevo miembro salía de su año sabático y se integraba a la alineación para hacer del ruido algo aún más poderoso. Más caos y más indisciplina sobre un escenario montado que ya reconocía por las grabaciones pero que me hacía falta verlo y vivirlo en carne propia. 

Fueron largos 5 meses los que tuve que contar para que llegara el día. La segunda fecha estaba impresa en mi boleto, boleto que guardé abrazado en medio de las hojas del booklet del Deja Vroom. Si bien debo hacer una confesión, cada cierto tiempo revisaba que aún se encontrara allí. No quería que desapareciera como por arte de magia, quería seguir añorando el paso del tiempo y el arribo de la fecha. El verlo me daba esas esperanzas, me encadenaba los pies a la tierra que me aseguraba que nuevamente los vería y que cada vez faltaba menos. Los granos de arena se fueron turnando a su ritmo y el día, la hora y el lugar se presentaban frente a mi. Esta vez solo, con mi propia economía, con mis propias energías y sin chaperones. Éramos yo y el placer de escucharlos otra vez.

3 lustros y un año más tarde me veía frente a ese recinto en cuyas marquesinas se mostraba nuevamente en letras doradas el nombre de la banda. Sobre la avenida me hallé con aún más vendedores que la vez pasada, opté por darle una vuelta a la zona y adquirir algunas cosas para no hacer las compras al termino del evento –el anecdotario con el taxi retornó. Ingresé entonces al teatro con bastante tiempo de antelación; en la puerta me señalaron mi zona para cuando quisiera tomar asiento pero primero me hice de una fría bebida de malta, me acerqué a la mercancía oficial y fui al baño un par de veces. Cuando por fin pude ver de frente a mi los instrumentos en completa soledad, logré deshacerme de ese malsano silencio que siempre había querido derrocar. Era cierto que faltaban todavía algunos minutos para que todo comenzase, para que los 8 miembros salieran por uno de los costados y se diera paso al sonido y al matiz. Para que se rompiera la sequía, pero para mi todo era ya una realidad. Era vivir dentro de un blanco espacio guardado entre los años con los ojos bien abiertos. Tan sólo había que esperar a que las luces se apagaran. 


III.- A Radical Crónica Tour.
King Crimson. Teatro Metropolitan. 15/07/2017.

Salí de las inmediaciones de la TAPO con dirección a la línea B alrededor de las 17:40. Bajo el brazo llevaba únicamente un rompevientos y un libro que no pude terminar de leer en el trayecto; entre sus hojas resguardaba mi ticket de regreso y el boleto que me daría la entrada al Metropolitan. Me hice de dos viajes para el metro y subí las escaleras entre los olores de tacos de canasta y ese aroma tan característico de la ahora recién nombrada CDMX. Esperé bajo el letrero que rezaba la dirección Buenavista e ingresé a un convoy medianamente vacío. Tomé el asiento más próximo y di una pequeña exploración de mis compañero de viaje.  Un señor de edad mayor enfrente mío y una familia joven (padre, madre, par de hijos) al lado suyo. A escasos metros un hombre se debatía fuertemente entre las recalcitrantes brazadas del sol y los suspiros de morfeo, por más que cambiaba de lugar no lograba vencer al cansancio y la peculiar partitura de cabeceos que hacían darle. Sus inspiradores intentos por querer despertar se desvanecían como agua entre los dedos mientras todos hacíamos caso omiso de su situación. La posible ternura que pudiera desatar su estado desaparecía por completo al verle la forma irregular de sus labios mientras bostezaba en combinación con el rojizo de sus ojos. Con el tren detenido en la estación Guerrero se posó a un lado mío a través de un salto improvisado y me dedicó un par de miradas inquisitivas. Traté de no responderle de ninguna forma y esperé al clásico pitido del cerrado de puertas para salir del vagón. Y cual personaje de The French Connection me hallé en el anden con el tiempo necesario para poder ingresar a otro vagón del mismo convoy. Sorprendido por mi inconcebible agilidad, llegué a Garibaldi para pintar por fin la ruta de rosa y sentirme más cerca de mi destino. Fue allí, confieso, que los nervios por fin se presentaron bajo un temblor recalcitrante en las parte superior de mis rodillas.

Al salir de la boca del metro Bellas Artes crucé hacía al parque de la Alameda para atravesarlo de manera cautelosa. Esto no como medida preventiva hacía el delito sino porque quería sentir a cada paso como se iba rasgando la bandera temporal que me llevaría a la esquina de la Avenida Juárez y José Azueta. Siempre que asisto al Metropolitan me encanta dar esa vuelta y encontrarme de frente con la marquesina del lugar. Me hice de un gatorade en un seven eleven para recobrar algunas sales y seguí el curso hacía la mentada esquina. A los pocos metros de dejar a mis espaldas el Museo de la Tolerancia me topé con un tipo que llevaba sobre su pecho uno de los pases Royal Package del evento y sentí un poco de celos. Con dicho peso sobre mis hombros, y el orgullo un tanto agazapado, continúe sobre mis pasos. El ambiente comenzaba a ser secuestrado por diversos sujetos que vestían playeras con el nombre de la banda, estampados de otras tantas asociaciones progresivas y festivales de renombre. Al llegar a las inmediaciones del Hilton City aminoré el paso, quería sentir ese giro que se avecinaba lentamente y por fin leer a la distancia a lo que había venido. A aquello que había reunido a ese conjunto de gente que nos mirábamos con esperanza.

Faltaba alrededor de media hora para la hora pactada cuando opté por bajar al bar del Teatro. Allí pregunté al personal sobre los horarios en que había comenzado y concluido la presentación del día anterior. Dada la información me hice de un par de cervezas y una ida al baño extra para posteriormente regresar a mi asiento y esperar cómodamente el inicio del show. El aforo principal comenzaba a verse ya ocupado mientras los asientos que me flanqueaban estaban sin presencia. Decidí parar oreja ante los rumores que venían de la fila de atrás; se trataban de tres señores, ninguno de ellos acompañado, que prontamente realizaron una especie de pacto amistoso. Uno venía de Costa Rica y había asistido con Royal Package a la primera fecha. No dijo mucho de interés más que al experimentar lo que habríamos de vivir en poco tiempo, se había decidido por repetirlo y pedir específicamente un boleto en esa zona. Según sus cálculos, ese sería el mejor lugar para ver y escuchar a la banda. Regocijado entonces por mi situación, no tuve sorpresa mayor salvo la llegada de quienes habrían de taparme un poco la visión. En los asientos de enfrente se sentaron un padre y su hijo que daban la pinta de ser bastante acaudalados. Se entendía claramente que el padre había llevado al hijo (pelo largo asombrosamente bien cuidado) para compartir algunos de los pocos resquicios de unión que aún podían presumir juntos. A su lado un tipo que, al contrario de este ultimo, su estilo de su peinado se debatía fuertemente entre lo descuidado y unas posibles rastas, así como su novia que al final resultaron ser bastante amenos. Un par de asientos sobre mi derecha le dio la bienvenida a una pareja que poco o nada tenía que ver con los seguidores de los Crimson. Ella con un rostro de no saber qué hacer en ese sitio, él con saco sport y tenis que nada más tomar asiento empezó a lanzar comentarios incisivos a quienes veía pasar con un look parecido. Es preciso decir que si bien la agrupación desde 1968 se ha hecho de un público fiel, a este concierto se dieron cita diversas personalidades de la sociedad ajenas a esa camarilla. A razones obvias, el evento en si se tornó de un interés cultural elitista y muchos, conocedores o no, estaban en parte obligados a asistir.

Con un asiento libre a la diestra y tres hacía a mi izquierda, el anuncio que reforzaba la exigencia de no tomar fotos y videos con una voz fémina españolada hizo que las primeras ovaciones se escucharan. Segundos después el mismo mensaje salió del sonido local pero ahora con el elegante y metódico acento inglés del propio Fripp. Recibido este, las luces perdieron su fuerza y salvo el escenario, todo quedo a oscuras. El arribo de los 8 integrantes nos hizo levantar, vitorear y dar una marejada de aplausos hasta que la calma y el silencio fueron otorgados. La grabación de un conteo comenzó a escucharse y al poco de terminarse Jeremy Stacey dio los primeros golpes a su batería. “Neurotica” se dio paso. El caos original de la canción más los nuevos arreglos que se habían preparado para todos los músicos frente a nosotros presentaban el estilo de la noche. “The ConsctruKction Of Light” y su matemática regulada –obviando la lírica original y dejándole ese peso a la flauta y sax de Mel Collins– mantuvieron la expectación; la extraña belleza de Crimson estaba situada ya en el aire. Durante ese momento, un tipo de chamarra de cuero se abrió paso por mi fila y se instaló improvisadamente a mi izquierda. Me hizo un par de comentarios que traté de responder lo más brevemente posible para no distraerme de lo que pasaba enfrente nuestro. Me percaté de un cierto aliento alcohólico pero lo dejé pasar, todo mundo tienen derecho a gozar en el estado que prefiera: llevaba una cerveza en mano que dejó a un lado suyo. Le señalé un par de veces el escenario y se postró hacía ello haciendo tan sólo una alusión de elogio hacía la excelsa labor de Levin. “Pictures Of A City” gritó nostalgia. Proveniente del segundo álbum de la banda resultó una verdadera máquina del tiempo que todos aplaudimos y cantamos con ahínco. Como dato cultural, mi ahora acompañante la confundió con “One More Red Nightmare” a cada segundo e intentó encajar la letra de una por la otra. “Radical Action III” se presentó ante un silencio sorpresivo pues es uno de los temas nuevos de los cuales casi no se había tenido muchas noticias por estos lares. “Red” lo cambió todo. La energía y desenvolvimiento de cada uno de los integrantes nos dejaron anonadados. La disciplina y coordinación de los tres baterías era casi imposible de seguir. Acabado el tema la mayoría de la audiencia se levantó de sus asientos. Detrás mío, uno de los tres caballeros (los nuevos Tres Amigos) coreaba a toda garganta “Viva Wetton”, “Viva Wetton”. Fue entonces que recordé que no hacía mucho que lo habíamos perdido, que se encontraba ya en el Olimpo de los dioses del Rock. Quizá por un poco de suerte, quizá bajo un establecido y meticuloso plan, “Epitaph” comenzó a sonar y desde las primeras notas el suspiro de asombro acompañó al tema. Estábamos ante una de las melodías que alguna vez cantara originalmente Greg Lake, también no hace mucho desaparecido. Bajo esa euforia se vino otro de los temas nuevos no muy conocidos por la audiencia en general “Devil Dogs Of Tessellation Row". Con ese respiro que nos otorgaba la banda me hice de otro acompañante. Para flanquearme el lado izquierdo arribaba una joven que a pesar de llegar tarde envestía una larga sonrisa por poder estar ahí. Jamás topé palabra o mirada con ella pero se sentía su orgullo y alegría de estar presente. “Cirkus” y “Lizard” nos regresaron nuevamente a los primeros trabajos de la agrupación. Temas que más que corearse nos abrían el paso a más admiración por la forma tan fina en que se ejecutaban. “Fallen Angels” de nuevo abrió nuestras gargantas. Desde hacía unos meses era sabido que dicha canción se integraba casi de manera obligatoria a todas las fechas de la gira. Fue un caso especial pues nunca había sito tocada en vivo, ni siquiera en la gira original. “Islands” empero fue un respiro de belleza y sutileza, un bálsamo que nos dejó marcados en nuestros respaldos observando y viajando por espacios que hasta hacía poco no éramos capaces de sentir. Y tras los aplausos, el primer receso. 20 minutos nos dividían de la segunda parte del concierto. 

Cervezas recargadas en los portavasos, cuchicheo generalizado y comentarios de asombro en la cercanía. Todo eso se vendría abajo cuando las luces de nuevo se apagaran. En los últimos instantes del primer set mi acompañante me había ofrecido de su cerveza a pregunta expresa de si yo bebía, pero me negué. Para no hacerme el necio regresé con tiempo de sobra para presumirle mí recién llenado vaso, pero no se encontraba en su lugar. Aparecería ya comenzada la segunda parte y su estancia sería itinerante hasta que su ausencia se hizo fija. Con las primeras notas todos sabíamos a los que nos enfrentábamos “Lark’s Tongues In Aspic Part One” nos ofreció los verdaderos límites de King Crimson. La mítica composición de1973 nos regocijó a cada segundo con su experimentación, incluido el pequeño tributo nacional del Himno Mexicano entre el solo de flauta de Mel Collins. “Indiscipline” continúo en ese tenor. El tema que a bien reorganizó el estilo de la banda en los 80 resonó de una forma brutal bajo la nueva alienación. Los cambios de tiempo y el juego de armonías fueron simplemente ensombrecedores. Entre aplausos y chiflidos la banda se detuvo, agradeció humildemente y del silencio posterior se dio cita "In The Court Of The Crimson King”, una de las canciones más coreadas y que le abrieron paso a una competencia un tanto extraña en las primeras filas. Dos pelirrojas se levantaron de sus asientos, cada una de ellas a cada orilla del teatro para o bien hacerse sentir la música de mayor manera, o bien hacerse notar ellas con las mismas intenciones (en lo personal me inclino más bien por la segunda). Dicha aportación visual ya se venía dando incluso desde Epitaph, pero fue aquí donde las cosas comenzaron a ser más vistosas y para algunos, es cierto, con resultados un tanto molestos. “The Hell Hounds Of Krim” nos mostró la real potencia de los tres bateristas sobre el entablillado. La composición/solo que ya se había popularizado en la red no dejó momento sin suspiro y completamente en vivo fue un caso sumamente especial y diferente a las sesiones ya conocidas. “Meltdown” y “Radical Action II” como parte del material nuevo nos llenaron el oído de tal forma que con ansias esperamos ya un nuevo material de estudio. “Level Five” y toda la carga enérgica que conlleva cerró el segundo set. El desgaste y la potencia fue total. El agotamiento se notaba en ambos lados del aforo pero aún faltaba más. Sí, faltaba un poco más.

Con la totalidad de la audiencia de pie, la banda no tardó en regresar y tomar de nuevo posiciones. “Starless” rasgó entonces la energía otorgada previamente y una vez más Crimson dio cátedra de ritmo, de pausa y crecimiento pormenorizado hacía el estruendo. “Heroes” de David Bowie hizo que los protocolos quedaran obsoletos y en segundos no se encontraba nadie sentado en su lugar. Incluso un tipo de las primeras 5 filas comenzó a grabar con su celular, aunque claro no tardó mucho en recibir la visita de uno de los jefes del Staff con cara de muy pocos amigos. A razones que no entendí del todo, el mismo tipo de barba amplia y reluciente calva alumbró mi fila buscando a alguien con las mismas intenciones pero lo único que consiguió fue un saludo burlón por parte del tipo con saco sport y tenis. Si me sincero un poco, creo que fue esta la parte que más le entretuvo en toda la noche pues siempre se mantuvo con una cara de abatimiento desmedido. “21st Century Schizoid Man” dejó a todos sin garganta. Tanto en las partes líricas como en las partes instrumentales. El ambiente era tan ensordecedor que mi grito de “Son unos chingones" no fue escuchado ni por mis propios oídos. Durante el solo de Gavin Harrison quedará siempre el detalle de tocar en su pad electrónico el riff de Smoke On The Water que todos aplaudimos ante la espera del final. Y acabado el tema, como era ya sabido, debía de darse el último ritual. El último suspiro. Con todos los integrantes de pie, Tony se llevó su cámara a las manos e hizo algunas tomas para su sitio oficial. Junto a él varios hicimos los mismo (era el único momento permitido para hacerlo) y después salieron uno a uno por el mismo costado de donde habían surgido y todo, por fin, se había acabado. El sueño se hallaba agotado.

No pasaron muchos días para que subieran a la red algunas de esas fotos que tomara Levin a la audiencia. Y en cuanto me enteré, rápidamente las chequé y me busqué por todos lados. Para sorpresa de muchos, me encontré en un pedazo de pixel. Un simple pixel, sí, pero no me siento a menos, pues ello me ha hecho obligadamente reflexionar de manera un tanto romántica mi perspectiva de la fecha vivida. Desde que me hallé de una forma minúscula en dicha instantánea, sé que todos los participantes de esa noche ya formamos parte gestalt de la banda, de su estructura y su pintura armónica. Somos parte de ella, mínima si se quiere ver, pero de manera imperante en su historia, en su vida y en la nuestra propia. De alguna forma nos turnamos los roles cuando su música resuena para hacernos sentir el mismo ente dentro de la disciplina de sus notas. Somos una familia esparcida por el mundo que nos rebasa y nos hace caminar con una sonrisa malévola por las calles al poder decir que King Crimson está inscrito en nuestros oídos, nuestros ojos y nuestra piel.

Epitaph.

Cuando las luces de sala se prendieron fuimos desalojando con calma pero sin brotes de real tristeza o nostalgia. La imposibilidad y los limites nuevos de la música que habíamos escuchado aún nos mantenían en un estado plenamente catártico. Salíamos, pues, con un espíritu renovado, fuerzas revalidadas y una alegría interna fascinada. No sé a bien que fue de los personajes que estuvieron en mi cercanía; la verdad es que tampoco me interesa tanto. Sólo espero que si bien era su primera, segunda o enésima vez que experimentaban algo así, lo hayan disfrutado tanto como yo, o incluso más. En lo que a mi respecta, a bien no recuerdo mis pasos hasta hallarme de nuevo en la avenida, cómo fue que llegué allí. El templado de la noche citadina fue el que me hizo despertar. Y con el taciturno sábado a nuestras espaldas –mientras muchos comenzaban a planear la noche– a mi me esperaba únicamente un largo viaje de regreso a casa. Pregunté la hora a un guardia de seguridad y me decidí por intentar llegar al metro. Siguiendo casi los mismos pasos que diera hacía unas cuantas horas bajo una velocidad completamente diferente, me encontré de nuevo en la Alameda; ya no cargaba únicamente un libro y un rompevientos, ahora resguardaba una bolsa llena de mercancía tanto oficial como informal. 

Halladas con cadenas las entradas del transporte público no tuve más remedio que tomar un taxi y esperar alrededor de una hora la salida de mi autobús en la central. Durante el viaje dormí sin tener a bien un sueño; de eso ya había tenido bastante. Digamos que pensamientos vagos comenzaron a sondear mi mente. Digamos que King Crimson aportó en esta ocasión más de lo esperado, que es de admirarse que su evolución ha sido siempre constante, ascendente y de alta calidad. Que si bien no es una banda que sea para todos, sí es de reconocerles el siempre esfuerzo que tienen por encontrar caminos nuevos. Caminos que no muchos toman y quienes se atreven no logran del todo llenar. Que cada uno de quienes han formado parte de la agrupación han dado un aporte magistral a un conjunto que ha logrado lo que pocos en cada una de sus etapas. Eran alrededor de las 6:00 horas cuando el camión detuvo la marcha.

El sol apenas asomaba en el horizonte cuando de nuevo pisé las calles de mi cotidiano vivir. Algunos trazos carmesí entre las nubes me dieron buen augurio y esperé el camión cuya ruta me llevaría a casa. Recostado en el cristal, mientras veía como la ciudad poco a poco se llenaba de energía, recordé aquella primera vez que escuché a la banda en un viejo casette pirata. El play, el stop, el rewind y el ciclo de nunca acabar que me había llevado hasta esa madrugada de domingo recorriendo mi ciudad en un urbano. Recorrí las calles de mi barrio tratando de hallarme una vez más sumido en los pensamientos y emociones de aquel adolescente de 17 años. Sonreía pues no creía lograrlo con tesón, pero al cruzar la puerta de la que ahora es mi casa, llegué literalmente a la misma armoniosa conclusión que en aquellos viejos años: de ahora en adelante, nada volvería a ser igual.


KING CRIMSON: Robert Fripp, Jakko Jakszyk, Bill Riefllin, Tony Levin, Mel Collins, Pat Mastelotto, Jeremy Stacey & Gavin Harrison. 



SETLIST. Set 1: Neurotica, The ConstruKction Of Light, Pictures Of A City, Radical Action III, Red, Epitaph, Devil Dogs Of Tessellation Row, Cirkus, Lizard, Fallen Angels, Islands. Set 2: Lark’s Tongues In Aspic Part One, Indiscipline, The Court Of The Crimson King, The Hell Hounds Of Krim, Meltdown, Radical Action II, Level Five. Encore: Starless, Heroes, 21st Century Schizoid Man.