Replicantes.

Replicantes.
España, 2009.

Sunset Boulevard

Sunset Boulevard
España, 2009.

El que Busca Encuentra

viernes, 30 de diciembre de 2011

Rutas Nuevas

Rutas Nuevas.

A. Güiris V.

Después de haber sacado la basura al contenedor y volado en Zeppelin sobre una ciudad incierta mediante un sueño musicalizado por canciones folk de Andersen, Brewer & Shipley y Neil Young, marqué dentro de un circulo rojo el último día diciembre. Me quedaba aún la sensación de poder tocar la punta de ese rascacielos en forma de cubo (y caminar sobre las nubes) cuando taché el interior de ese mismo círculo con tinta oscura. En cierto modo, el duelo de los días estaba narcotizando la claridad del horizonte; el día apenas comenzaba a suspirar. Las luces, aún artificiales, enarbolaban el sendero de los desamparados; guías y mentoras de los vigilantes de la nocturna esencia de Virgilio. Pensé seriamente en tomar el teléfono, marcarle a mi madre –a los mios– despertar del letargo impuesto por la última y proscrita mañana, pero recordé que las palabras suelen no arribar al mismo tiempo que el sentido.

Sentado en el sillón que alguna vez pensé en obsequiar, cerré los ojos, acomodando mis manos en la nuca y recargando mi espalda en uno de sus brazos. Wagner hacía bajar del monte Venus a su caballero poeta mientras los primeros rayos de sol entraban por la parte baja de mi puerta sin siquiera haber sido invitados. Las ventanas traseras del hogar, o lo que solemos nombrar los mortales como refugio, originaban las siluetas de ese bosque que ha acompañado por siempre los misterios y las soledades de los hombres; las mías como tal. No abrí los ojos sino hasta el tercer movimiento, estereotipado y orientado por el coro de los peregrinos. Detuve la grabación, obtenida años atrás en un viejo VHS y encendí la chimenea, cerré la llaves del gas; el baño estaba listo. Mi cuerpo acrecentó el tibio humo que empañaba los reflejos. Pensé en lo cómodo que es no poder reconocerse de vez en cuando como vida, sino como bocanadas de polvo en el aire.

Al caer la noche, al encender las velas, abrí de nueva cuenta los brazos para sentir el aire. Di tres pasos y me detuve bruscamente en la ventana intentando asimilar el contorno de las plantas, de los árboles (de sus frutos) y la noche. La luna se escondió escrupulosamente detrás de un banco de nubes. Mi rostro, en el maquinal espejo en que se había convertido el ventanal de la casa, desapareció. No había más que durará en el día que un simple tachón en el cartón de los meses dejados atrás. Cerré las cortinas, tomé mi plumón rojo –también el oscuro– y subí hacía mi cuarto con una vela que apagué automáticamente al ver mi desatendida cama. Intenté, entonces, cerrar los ojos pero el sueño llegó primero. Como el destino a los años, como la guerra a la paz, como lo incierto a lo hecho. Como las metas al tiempo y la muerte al silencio... Soñé. "Mañana será otro día", me dije. "Para alguien siempre será otro día."

viernes, 23 de diciembre de 2011

Raices

RAICES.

A. Güiris V.

Bajo mi árbol de navidad hay un ligero blues de estilo campirano que reza que no hay beso más débil que la soledad, una pieza de rock que en realidad no dice mucho –como tantas– y una botella de ron. Los recuerdos cual ceniza de una familia que plenamente se ha ido separando con los ciclos, y una fotografía de aquel momento en que aprendí a decir adiós. Un retrato sin retoque del amor, o una máscara descocida del milenio. También un poco de ese pasto que hizo siempre falta en nuestros campos de baseball; sus gritos, las risas y los llantos. Hay deseos, tormentos y saltos; ciertas carcajadas aún se escuchan cerca de las teclas de ese piano –en forma de guitarra– que compré asiduamente con las ilusiones de tocar de cerca el velo de la fama. Aún se encuentran las llaves del infierno, las esposas de la calma y aquella espera marchita de la fe. El temor a la locura, el olor de algún ocaso destinado a repetirse y todas las llamadas que no hiciese al amor en espera de ser fiel.

Hacía el sur, aún encuentro mi cansancio junto al alma de un regalo no obsequiado y una carta de despido escrita sin el llanto. Hay una hoja casi en blanco; algún par de textos en ideas, así como tintas sin su pluma y puntas sin madera ni papel. Existe un pequeño rincón sin luz y una sombra sin efecto. El color de la sangre derramada sobre vidrio y la vida de un buen tinto. El jugo de la carne y los sinsabores de la hiel. Hay una lista de las cosas no encontradas y una falta de sentido en las perdidas; está el fragmento de una cinta en blanco y negro y la lista de diálogos de una comedia negra… Al igual, cerca de un aliento hecho jirones y suspiros, se encuentra un breve diccionario de notas musicales junto a toda la oscuridad habida por debajo del colchón de mis anhelos: mis sueños perdidos de trompetista, los primeros trazos de relatos –poemas y cuentos– y uno que otro negativo revelado. Existe un saludo, un abrazo, un tal vez. La estrecha forma del amor amado sólo una y una sola vez.

Bajo mi árbol de navidad, pues, se encuentra el polo norte y cierta esquina de la razón. La cadencia fina de mi argumento y el asiento en que los míos han de aguardar las noticias de mi deceso. Se halla la madera de mis restos y los adornos lapidarios de un hombre que intentó… En realidad, aún me resulta curioso como a cada invierno, a cada abrazo de frío, le oculto su verdor con esferas y brillantes luces. Como le adorno sus brios, como le seco a tiempo de creencias y apuestas con los meses... Me es extraño, sí, saberme como invado la tierra a cada año en búsqueda de lo que voy sembrando. No lo sé, supongo que es parte de la humanidad, y de sus míticos comienzos.

viernes, 16 de diciembre de 2011

SUBMARINO. Las Series, Vol. 5

SUBMARINO. Las Series, Vol. 5

Entonces llega ese fatídico momento en que te percatas que la muerte y el destino nos son factores que alteren seriamente el semblante de un infarto.

A. Güiris V.

No me atrevería jamás a suponer como fue que la vida de Jonathan Ortega Peñalver se fue forjando con los años. Al fin de cuentas no era más que una de esas personas a las que fácilmente se les puede llegar a imaginar tanto en la cima de la riqueza como en la base de la indigencia. De ese tipo de gente a la que la buena fortuna le sienta tan bien como los harapos de cualquier asunto callejero. Esa clase de individuo, pues, que nace recurrentemente a mediados de año para madurar y sobajar la distinción de la abundancia; junto a la total prepotencia que todo ello conlleva, o bien dotar con un poco de elegancia el breve viso de la pobreza. Era extraño, “casi insólito”, como solía describirle Frankie; no anhelaba dinero, joyas, mujeres o días seculares de descanso. Simple y llanamente gustaba de sentarse en la barra a ver como el tiempo desgastaba el frió de su cerveza mientras los años le pasaban brizando por la espalda.

Recuerdo mansamente los dos únicos días que laboró en las inmediaciones del Submarino, gustaba de servirte con ambas manos los mojitos y limpiar los bordes de los vasos con empeño. Era un tipo sumamente peculiar, con tal inocente objetivo de vida que para la absoluta mayoría era en realidad un indiscutible ridículo. En aquellas jornadas, lo evocó tan humanamente como me ha dejado en los últimos años este cáncer de recuerdos, tantas cosas se fueron suscitando que la memoria no tuvo más remedio que anegarse sobradamente de momentos para rellenar las descomunales noches de habitual hastío. Y no es por menospreciar en cierta parte la “realidad”, o los bellos convivios con los colegas adictos, no. Tan sólo digamos que los instantes que se forjaron en aquellas horas de cotidiano quehacer, fueron tan profundos que cómodamente se inscribieron en nuestras escuelas de hurto nacional sin pagar la colegiatura. Es decir, en muy contadas ocasiones habríamos de encontrar las claves para abrir la bóveda sin golpear el candado del ahorro. Es más, se podría llegar a decir que el anecdotario mismo contaba ya con su propio código postal. Basurto, el bendito hombre que conducía nuestros destinos detrás del volante del camión de las cervezas, lo aseguraba. Y si bien nos sinceramos un poco. Si bien no ponemos cautelosamente serios. No había autoridad mayor con respecto a la orientación y el destino de los hombres pasado el medio día.

Quizá, y esto lo digo con la total sinceridad que cubre el polvo presente de los relatos pretéritos, el verdadero legado del Jonah', como solíamos nombrarle a nuestro ocasional dictador, delegado y sustituto de borrachos familiares, nuncios, laicos y temporales, haya sido el de pasar desapercibido. Ya decía Carmelo que en el mundo sólo podían existir dos tipos de personas importantes (aunque quizá intentó decir relevantes): los que nacen para ser pendejos y los que crecen para ser fantasmas. Los primeros, según su enfrascada teoría de tradicional cosecha familiar, te asustaban por su falta de cordura, mientras los segundos intimidaban a cualquiera con aquellos momentos que se creían haber dejado atrás. Según él, no podía existir una combinación de ambos. Y es que de ser así –aseguraba– al fantasma rápidamente le empezarías a notar los píes por debajo de las enaguas de la hipoteca. La hipoteca. Si mal no recuerdo, esa fue la palabra más compleja que le oí decir jamás. Pero era exactamente ese el efecto que tenía Jonathan Ortega Peñalver en varios de nosotros, aunque no sepa a bien definirlo o me sea imposible entender como es que aún pueda recitar su nombre enteramente sin dificultad. Supongo que Marcos, casual amante de Eva y músico temporal de la orquesta popular “Reynaldo Mancera”, tuvo razón aquella ocasión en que logró concebir que el amor –finalmente– se le había esfumado de la misma manera en que su puro jamás habría obtenido la certificación para cualquier tipo de filtro: “No es que alguien no sepa lo que tiene hasta que lo ve perdido, apreciados camaradas, es sólo que estando perdido te percatas que no tienes nada a que aferrarte alrededor.”

Jamás, y repito, ¡jamás!, me atrevería a forjar la más minima idea de cómo sus años se fueron cortejando –pausada e intrigantemente– con la vida hasta su deceso; acaecido hace unos cuantos meses. Acaso unos cuantos días. Pero a estas alturas, seamos francos, nadie se sorprenderá de saber que ocasionalmente los rumores se adelantan al cristal con que se envicia el trayecto del disimulo, ¿o sí?... En fin, lo recuerdo vagamente, justo como a aquellas personas que al intentar contarles un chiste, mejor le citas un pasaje de la Biblia… En realidad le traté poco, saludándole un par de ocasiones. Sus manos eran pulcras, tersas, finas, como lijadas con el lomo de algún tomo de cierta enciclopedia descontinuada por los plazos. Y si mal no cruzó aquí las ideas, era Eva la que solía decir que los días eran tan recurrentemente naturales y necesarios como los moscos al aire de verano. Había, pues, que perseguirlos con ira y arrebato hasta enmudecerlos de golpe en medio de un charco de sangre para así poder, cansina e irónicamente, descansar en paz. En realidad, no sé que sentimiento me debería nacer. ¡Pobre del Jonah'!, me gustaría decir, pero quizá haya sido lo mejor para él y los suyos. Era un tipo turbiamente universal. Tan extranjero que casi puedo asegurar que en las aduanas le exigían la credencial para votar.

“¿Qué otra cosa se puede exigir?, ¿qué otra cosa?, compañeros...” recitaba prevenidamente con un brindis Mauro, nuestro improvisado beatnik de cantina nacional, cada que uno de los nuestros alcanzaba la gloriosa oportunidad de emprender ese perenne éxodo mayormente conocido como el descanso eterno, “…si la perplejidad del tiempo no se mide mediante la enrevesada complicación de las almas vivas, sino en razón de evocar las buenas acciones de todos aquellos que siempre nos dejan la comida en la mesa el día de muertos…” Claro está, que ante tan lúgubres y anímicos temas, Kasuo, el flagrante periodista de la casa, no podía permanecer callado. Al respecto, nuestro rebosante y engreído hijo de nipones, siempre expresó que el miedo a morir no era tan efectivo como el temor a saber que algunos de nosotros continuáramos vivos después suyo. Supongo que con el tiempo, y las despedidas de los últimos años, la vida le ha ido cobrando el peaje de sus lagrimas atenuándole el pelo con el preciso tono del material con que fabrican la primera plana.

Es ahora, quizá, que lo conmemoró mejor, que la mente está más clara por los años, que en realidad no recuerdo haberlo visto muchas veces de la mano de una dama. Pero en fin, ya todos sabemos que hay gente que vive como si no hubiera mañana, mientras otros disimulan que el pasado jamás ha sido ejecutado en algún paredón. No podría confirmarlo, no me atrevería, pero el Jonah', también llamado Jonathan Ortega Peñalver, tal vez (quizás) vivó como pocos. A conciencia de que un día había que irse a penar a otro lado, a otra esquina, a otro bar… Que más decir, pues, de un hombre cuyas últimas palabras, se rumora, fueron las siguientes: “El corazón siempre será pequeño comparado con las dunas que han de ir demarcando la ribera de nuestro perfil, amigos míos. Así que a mi, tan sólo dejadme descansar. Es obvio que algunos partiremos sin siquiera poder asumir el rol de un espejismo.”

viernes, 9 de diciembre de 2011

Inconcluso: Invierno (Fragmento)

INVIERNO (Fragmento)

A. Güiris V.

El invierno habrá comenzado a inicios de febrero, hace ya 6 o 7 años… Al inició del camino intenté contar los días, esculpir los soplos de la gente que veía pasar e irse sin rumbo fijo –integrándose a la penumbra y la llovizna– pero el hambre fue más fuerte que el recuerdo y el olvido; las sombras se habrán abatido sobre nuestros rostros un par de meses después de que la gélida tormenta de mayo acabase con los menos fuertes. Los cuerpos de los ancianos y los jóvenes dejaron de ser sepultados al cabo de semanas sirviendo mejor como combustible para las improvisadas fogatas que adornaban el paisaje.

La casi perpetua caída del rojizo polvillo no tardó en hacer acto de presencia. Era turbia, espesa, pegadiza y al cabo de unos días cubría las principales vías como si tuviera conciencia y ubicación. Los días comenzaban a dividirse, ya no por noches, sino mediante la fatiga y retentiva. Algunos, los pocos, comenzaron a dormitar un par de horas antes de emprender de nueva cuenta la vigilia de algún sitio, trotando en círculos por un nuevo mundo. Los otros, no pudieron jamás volver a abrir los ojos. Con el paso de los días fue cada vez más usual encontrarse por los arados –huyendo del eje principal, cansinamente carmesí– entre zapatos de niños y sacos porosamente gastados, botones carbonizados y agujetas hechas jirones por el frío. La comida era un recurrente sueño entre los débiles y un repetido fracaso entre los ambiciosos.

Tiempo atrás, incontable tiempo atrás, la arena había cambiado de sabor; mis manos endurecidas por el clima habían ennegrecido bastante al igual que mi rostro. Los dos últimos acompañantes de ruedo se habían dejado vencer por las inclementes horas sin esperanza. El mar se encontraba cerca, la marchita brisa del océano se acoplaba a ese fétido olor que provenía del norte; penetraba en los sentidos. En ciertas esquinas, o lo que comenzamos a conocer como Las Esquinas, se rumoraba que en aquellas tierras altas la situación era inhabitable. Nadie podría haber decidido quedarse allí, nadie podría haber sobrevivido. Todos los caminos se acoplaban al sur, no existía otra ruta para aletargar el incipiente destino de todos los hombres. Las leyendas comenzaron entonces a tomar forma, y con ellas las rutas de escape, los aguardos, la fe; ciega como en los tiempos de la luz…

Fue pocos días después de que la noche y oscuridad conquistarán la inmensidad cardinal que la música comenzó a sonar repetidamente como si de una voz angelical se tratase. La melodía fue repetida una y otra vez sin el cansancio. Los pocos cuerpos que acicalábamos el camino detuvimos el paso y recordamos el aire, las notas y el tibio sabor de un abrazo; las palabras que emanaban de tan alegórica belleza melódica atenuaba dichas imágenes. En el horizonte las luces comenzaron sus esporádicas apariciones y nuestras sombras terminaron por formarse en el yugo al tiempo que aquellos cuerpos, a contra luz, se nos iban acercando. No había cabida para ninguna emoción certera. Tan sólo esperamos…

viernes, 2 de diciembre de 2011

Peter Gabriel & The New Blood Orchestra. Palacio De Los Deportes. México. 2011.

Peter Gabriel & The New Blood Orchestra. Palacio De Los Deportes. México. 2011.

23/Nov./2011

Ataviado con los años; abrazado de las experiencias y los cansancios que estos dejan a través de los caminos y las rutas que uno va forjando, Peter Gabriel apareció de la manera más sutil y humilde a un escenario que prontamente lo arroparía como las tradiciones lo marcan –y tatúan– ante los artistas que cuentan con una trayectoria tan basta, original y diversa como la suya. Al fin y al cabo, después de introducir brevemente a “Jessica Hoop” y “Rosie Doonan”, las cuales fungirían como sus coristas posterior a interpretar una canción cada una, la más que emotiva velada era tan sólo un enigma revelado brevemente a voces, reseñas y videos de celular en un mundo que, como bien circundaría el mensaje del concierto, ahora tiene la posibilidad de mostrar para observar, ser observado y revelar (denunciar). No obstante, lejos de ese conocimiento previo que pudieron consumir algunos de los asistentes, se puede asegurar que nadie en esa sala estaba realmente preparado para la gama de inquietantes emociones que tenía reservado un show pulcramente diseñado y llevado a cabo ante la cada vez más atónita mirada de los 8,000 espectadores que se dieron cita.

Ante el silencio dejado por las bellas melodías Folk de las coristas, los “Heroes” de Bowie; pieza fundamental del disco que comenzó esta alegórica y minimalista puesta en escena de las remembranzas musicales, originó el primer ataque a cercar los limites del onírico vértigo en el que nos iríamos sumergiendo entre narraciones previas a las experiencias audiovisuales. Las historias, pues, se fueron sucediendo. Un primer trayecto que encrespó los sentidos del auditorio: torturas con el siempre inerte nostálgico sazón de la libertad; “Wallflower”, temores universales ante la inevitable naturaleza del hombre y la propia naturaleza en si; “Après Moi” (cover de Regina Spektor) y los importunos comunes de una vida social o sensitiva “Intruder”… Fue, pues, que al termino de esta pesadillesca y oscura primera impresión en nuestras mentes y cuerpos, el otrora líder de “Genesis” deleitó a la noche con un viaje tribal y astral: “San Jacinto”, y ante los ojos enormes ojos de un Coyote que asomaba por encima de la orquesta, los presentes sintieron el placer de viajar por un desierto mental ante las pruebas de una tradición milenaria como lo son los de la cultura Indioamericana. Terminado, pues, el éxodo, los tambores resonaron ante las pantallas que por vez primera combinaban colores claros para apaciguar el nervio y dejar a la comodidad asentarse mediante la reflexión y cuestionamiento de dónde hemos escondido al amor; “Secret World”.

Con un breve descanso y giro de ritmo, Peter Gabriel compartió entonces el lazo que lo une y unirá perennemente a su padre. “Father, Son” comenzó y concluyó con imágenes de la convivencia de ambos –pietaje del video oficial de la misma canción–, momento que remangó los corazones y respiros de más de uno, preparando el escenario para asumir el encargó que desde hace años, el también compositor de varias bandas sonoras, ha tomado con ambas manos: evidenciar la injusticia; “Signal To Noise”. Dado el discurso central de su estilo de vida, la libertad se presentó claramente en un bello cielo infinito que iluminó tanto las paredes del recinto como los rostros de los asistentes; “Downside Up”, al igual que el exhorto; “Digging In The Dirt” para dar paso al anecdotario, primero con cierto tenor a la poesía dotada de angustia y fuerza en un bello tributo a la poetisa estadounidense “Ann Sexton” con “Mercy Street”, y luego inspirarnos en la visión de “Carl Jung” sobre una danza nativa de Sudán; ”Rythm Of The Heat”.

Para emprender, entonces, el último tercio del concierto, la naturaleza nos advirtió de su deterioró; “Red Rain”, los recuerdos y sueños de la infancia del interpreté se mezclaron; “Solsbury Hill” y se recordó nuevamente la injusticia –ahora en Sudáfrica– por parte de uno de lo más emblemáticos activistas anti-apartheid asesinados a finales de los 70, “Biko”. El final estaba cerca, la presentación de la orquesta lo anunciaba a la vez que levantaba los aplausos y silbidos. Era cierto, la velada comenzaba a despedirse. Las luces lentamente extinguieron su brillo dejándonos ante la oscuridad por minutos; minutos de penumbra que se vencieron ante los colores más vivaces que se dieron paso al inició de los temas del único encore: Amor, “In Your Eyes”, Esperanza, “Don't Give Up” y el Hogar “The Nest That Sailed The Sky” para culminar el sueño, para ir a cama a dormir –como bien nos despidió el artista– y terminar la noche abrazados de las más emotivas visiones...

Fue lo suficientemente claro, después de aproximadamente dos horas de concierto, que la vieja escuela es la que mejor utiliza los avances tecnológicos para redondear sus conceptos, mezclar sus ideas y elementos de mundo. Igualmente que Peter Gabriel no cede un paso a los tiempos y evoluciona sin caer en los clichés de industria… Fue así, entonces, que después de habitar pesadillas y fantasías, el horizonte onírico se desnudo nocturnamente a la salida de la estancia de un hermoso y, sobre todo, gran concierto de experiencias atemporales. Algunos lo vivimos, sí, y puedo decir, por ellos, que la música que ingresó a nuestro brío y aliento, veloz y poderosamente nos drenó, llenándonos castamente de Sangre Nueva. Y en realidad, sin más, así fue.

miércoles, 30 de noviembre de 2011

Pearl Jam. Foro Sol. México. 2011.

Pearl Jam. Foro Sol. México. 2011.

24/Nov./2011


Seis años debieron de pasar para que los sobrevivientes de esa masiva farsa de industria, etiquetada como “Grunge”, volvieran a tierras aztecas a dejarse conquistar por una audiencia que siempre los ha recibido de manera por demás honorable y cariñosa. Dos discos con sus respectivas giras de abandonó no fueron marca de olvido en el público nacional para que en éste, su tercer advenimiento al país, se rindiera ante su música, a la vez que ellos se dejaran dominar por las energías de un coro multitudinario que desde hacía años, tenía muchas ganas de verles y escucharles nuevamente.

Los rumores siempre fueron altos, su retorno sumamente esperado, deseado. Sin embargo, no fue sino hasta mediados de este 2011 que la nota oficial de su retorno apuntaló los deseos de todos sus seguidores. ¿El pretexto?, la gira de sus 20 años; el recuento de las dos primeras décadas de carrera: logros y derrotas, buenas, pobres y medianas producciones que a pesar de los problemas internos dentro de la agrupación, han salido a flote y se han manifestado con bríos de voluntad y carácter. Lejos, eso es claro, han quedado los muchachos rebeldes de Seattle que lograban perfectamente romper las fronteras del escenario con el sitio de la audiencia hipnotizando e hipnotizándose cuasi ritualmente con su música. No obstante, restos de esas fuerzas y electricidad aún permean su estilo y forma…

La cita fue en esta ocasión una jurisprudencia tres veces mayor a la de las dos ocasiones anteriores, una noche templada y la ilusión a punto de ser extinguida de 60,000 almas reunidas para escucharles y celebrar en conjunto estos 4 lustros de mutua compañía.

Eran aproximadamente las 20:00 horas cuando el silencio se rompió por parte de “X”, legendaria banda Angelina de Punk, la cual no caló del todo en el gusto de la audiencia; un ligero sentido de hastío logró sentirse con ciertas rechiflas que terminaron por volverse aplausos cuando en su última ejecución, el propio Eddie Vedder subió al escenario para acompañarlos. El silencio entonces, al termino de esta monótona apertura, clamó de nuevo por su fin. Y es que todos los presentes sabían que la espera, esa larga espera de 6 largos años estaba por concluir. No obstante, pasaría casi media hora para que las luces se apagaran de tajo y todo comenzará a “liberarse”, redimirse. Para que las notas emprendiesen el camino y el coro de sesenta mil gargantas se gestará inmediatamente.

La selección de canciones se fue suscitando con un sano equilibrio entre éxitos y las canciones más gustadas por parte de los fanáticos presentes. Un repaso a sus primeros 5 discos en la primera parte del concierto fue una muestra total de la experiencia aprehendida en todos estos años; las baladas y las canciones más rockeras se fueron tomando suavemente de la mano a la vez que la masa se movía casi litúrgicamente con el balanceo de los compases de cada melodía y uno que otro ya considerado himno. El manejo, no ya del escenario, sino de la audiencia fue claro y preciso para que el vaivén de emociones comenzará a germinar con suspenso mientras algunas piezas, quizá para un sector más perito en la agrupación, se iba dando paso. La primera parte concluyó, entonces, no sólo con algunas de las piezas más esperadas por los fans, sino también con la introducción de una canción nueva por parte de la banda. Un obsequio de lo que quizá termine siendo el tan anunciado nuevo disco.

Entre la oscuridad y la expectativa un tanto falsa –es ya de todos conocido que la banda sale por lo menos dos veces más al escenario– se fueron generando las listas de canciones en cada uno de los asistentes para el cierre. La espera no fue larga, Eddie Vedder en plan solitario salió al escenario para brindar una balada, seguida de otra ya con la entera agrupación. Y con el sentimiento a flor de piel (la hermandad cercada), de nuevo la energía golpeo indistintamente los estribos para que el coro multitudinario de nuevo descargara la fuerza, la saña y el furor. Fue así como entre éxitos de antaño y una de sus canciones más recientes, el primer encore concluyó. Las luces de nuevo se extinguieron al horizonte.

El final, ahora sí, se olía cerca. La lista mental de cada uno debía irse reduciendo, las posibilidades podían emerger con cierto temor. El primer corte –ya disponible en la red– de sus próximo material resonó para gusto de muchos y sorpresa de otros. Fue así como comenzó la curvatura final del concierto que se fue apaciguando entre canciones pocas veces interpretadas en vivo y covers muy bien conocidos por los fanáticos, pero que no habían sido interpretados en sus anteriores visitas al país. Cabe resaltar que en uno de ellos, original del abuelo del “Grunge” “Neil Young”, los vasos de cerveza comenzaron a volar por todo el foro, haciendo que una lluvia amarilla de cartón brindará una belleza inusitada a todo lo que se había ido presentando en una muy sentimental velada rockera. Ya calmados los tenores de tan improvisada acción –argumentos que sólo pueden verse y sentirse en estas latitudes del globo– el concierto terminó con dos canciones calmas. El último respiro fue la tradicional melodía que interpretan para cerrar la gran mayoría de sus conciertos.

El regreso a casa no fue el más fácil y dócil. Entre el clamor del frío, las múltiples peleas encontradas en el camino de retorno y los recuerdos de una ejecución apasionada por parte de una banda que, una vez más, se entregó por completo a un público que los ha mantenido allí, donde se guardan los mejores momentos –momentos que se rememoran y siempre se esperan volver a vivir–, sólo falta por saber cuántos años más pasarán para volverlos a tener cerca. Esperemos, ansiosamente, que no muchos.

SETLIST: Relesase. Last Exit. Severed Hand. Corduroy. Given To Fly. Brain Of J. Elderly Woman Behind The Counter In A Small Town. Faithfull. Even Flow. Setting Forth. Unthought Known. Red Mosquito. Daughter. Of The Earth. Nothingman. Better Man. Porch. ENCORE 1: Just Breathe. Off He Goes. Do The Evolution. Black. Spin The Black Circle. The Fixer. Jeremy. Why Go. ENCORE 2: Olé. Last Kiss. Leash. Alive. Rockin' In The Free World. Indifference. Yellow Ledbetter.

viernes, 25 de noviembre de 2011

10 Frases 10 (De Amor)

10 FRASES 10 (De Amor)

i.- Seré breve, como la vida en el sazón de este amor. La eternidad a tu lado es un segundo que no quiero apaciguar.

ii. ...¿Por qué entonces el amor me ha mostrado ya la cordura uniformada en el cuerpo de tan bella mujer? ¿Acaso se habrá vuelto loco?

iii.- No olvides despojar la ropa de tu corazón, cariño. Recuerda que aquí me tienes con el alma arropada de tu piel.

iv.- He de desatar los nudos del hastío con las cuerdas de tu gracia. Los abrazos de tus labios, son el mar de un velero con destino.

v.- Y al llegar al fin del mundo, daremos otro paso para vernos las espaldas llenas de cariño.

vi.- En la sequía, amor, abrázame como el tiempo al viento; las cascadas retornarán silenciosamente. Salpicarán con hervor y calma sepultando el antiguo miedo de los hombres.

vii.- Al norte, en esa esquina a la que llaman vida, se encuentran derrotados los rincones que intentaron obsequiarnos los caminos y las ansías. Aquí, en mi brújula de hechos, los recuerdos han formado ya el mapa que recorre este silencio que tan sólo dos hablamos.

viii.- Frente al paisaje de los años, cierro mis ojos y junto tus manos con las mías. No hay distancia más eterna que la sombra que hacen nuestros cuerpo en este arado de momentos.

ix.- Los sueños son fragmentos, los abrazos y los besos: nuestros tiempos.

x.- Cuando me abstengo de dormir –sentado en la banca de algún parque– contemplo el devenir de un sueño despierto. Eres tú, viniendo a mi, expresando el breve y mágico tiempo de la vida.

viernes, 18 de noviembre de 2011

SUBMARINO. Las Series, Vol. 4

SUBMARINO. Las Series, Vol. 4

Lo siento, es sólo que en ocasiones me recuerdan más por el aliento que por el retrato.

A. Güiris V.

…A nadie le sorprenderá, entonces, que Raúl bebiera en otros bares. Solía decir Carmelo que un ser humano debe ser cliente y patrón para sentirse plenamente lleno, íntegro, leal. Por su parte, Lalo, estimada mano derecha de Raúl, afirmaba que un cantinero tenía el total derecho a ser asiduo a otros linajes, oler otro tipo de rincones y encontrarse al día siguiente con las manos vacías de la misma forma en que se había deleitado ganándose los centavos; ocupando profusamente las responsabilidades de la apasionante ironía de la vida (aunque si mal no recuerdo, esta última parte la mencionaba mas bien como: “partiéndose uno el lomo como burro mientras la vida nos escupe las agallas con sus pinches risas”)… Al final de cuentas, rezaba Mauro cuando nos seguía sombríamente el juego, todo era tan sólo una cuestión de enfoques: “Justo como la espiritualidad de un sacerdote que se fortalece los fines de semana inequívoca y equitativamente al arrebato de fe de sus parroquianos.” Repito, a nadie debe sorprenderle que Raúl fuera adepto a otras tabernas; era y continua siendo normal el encontrar a tu cantinero predilecto en busca de sus retiros el mismo día en que el mundo recopila las pujanzas y los retos. Recuerdo uno en especial al que asistía consecuentemente en las madrugadas. Su inercia era tan legendaria como el horario irregularmente precoz; los recién llegados a la capital siempre asistían a primeras instancias de la noche creyéndole encontrar abierto, para finalmente optar –a razones ocultas del ser que yo jamás he concebido– por retornar con alborozada sintonía junto al canto de los gallos y experimentar ciegamente el amanecer. Estar ahí, me dicen, era como sumergirse profundamente dentro de una máquina del tiempo construida dentro de un reloj de arena: los minutos eran polvo que perneaban cansinamente las comisuras de la manta y la mezclilla, la barra un oasis que en vez de ilusionar secaba las almas de los hombres que se atrevían a cruzar, y en la degustación de los “vinos”, ¡bueno!, digamos que siempre te quedabas con cierto sabor a recebo en el paladar.

Juan Ernesto Gómez, al que malamente vociferábamos como Godinez cuando el alcohol nos hacía su presa, fue una especie de sociólogo que Raúl conoció (o reconoció), allí y que al cabo de unos cuantos meses dragó su propia tumba al intentar hacer un estudio dentro de nuestros aposentos, cuyos resultados fueron los siguientes: un enojo, una deuda y una loca trasnochada con Carmelina, el travesti de casa que llevaba el sello del albergue justo en medio de sus pantaletas. A él jamás lo volvimos a ver, a ella tal vez... Algunos dicen que murió de cáncer en cierto territorio foráneo –otra cantina–, unos más que su alejamiento fue a causa de la vergüenza (o la venganza, pude haber oído mal)… o tal vez, y quizás el amor. Y es que de esa pasión, como bien solía decir Frankie, sólo se puede expresar su sensación de olvido: “Algunos, estimado amigo mío, como Eva, o como tu, gustan del cariño para relegar la anterior pesadilla de pareja que tuvieron; los sinsabores de su tacto, las quemaduras de humo en que se fueron convirtiendo sus labios, la dirección errónea de sus venas cual mapa sin tesoro, las pistas cenitales de su abatida respiración, e inclusive, la amarga sensación del sudor que emanaba de su pecho en un día de común frío. Otros, en cambio, como yo y todos los que aquí asistimos, simple y llanamente nos olvidamos del trabajo, los hijos, el dinero, el orgullo y la mortandad”.

En el Submarino, pues, todos éramos parte de un núcleo ocasional que se encontraba muy de vez en cuando en otro sitio para refrescar memorias, nociones y sentimientos. Si mal no me equivoco, Carmelo solía afirmar que toda familia perdía su encanto el mismo día en que te hacías consciente de que era para siempre. Pero eso, créanme, en realidad no era tan negativo como el flujo del tiempo en si, y es que todos, o la gran mayoría al menos, no soñábamos con un futuro sino que anhelábamos envejecer en el pasado. Gente como Eva y potencialmente Estefanía, en un libro de antaño o bien una de las originales imprentas. Gente como Frankie o como Mike, posiblemente en una cartuchera de los años 20s. Gente como Mauro o Marcos, sin duda alguna en una pieza virgen de mármol griego. Otros, como Pedro el Cazador o el Ballenas, seguramente en una escopeta del siglo 19… Y Susie, gente como Susie, bueno… en gente como Susie pero 10 años más verde… Supongo que muchos se habrán sentido decepcionados cuando, al igual que los recién llegados a la ciudad, se encontraron por fin con las puertas cerradas del lugar… Más aún cuando al regresar, acompañados ya del canto de los gallos, la hallaron en exacta posición dentro de la penumbra en que se había ido convirtiendo nuestra antigüedad.

“No hay a quien no le llegue su hora”, decía Carmelo cuando te mostraba la puerta abierta con una enorme sonrisa y las sanas intenciones de desearte unas buenas noches que nunca terminaban por concretarse… No lo sé, quizá tenía razón, quizá tan sólo asumía las ganas de sortear la fortuna de los hombres que se acuestan temprano para despertarse con la vida echada al borde de la cama. ¿Quién puede saberlo? El caso aquí, tal vez, es como alguna vez escribió Kasuo al cierre de unas de sus aburridas columnas de la edición vespertina dominical: “Cada quien es responsable de ir forjando su camino, sabiendo exactamente donde acomodar los clavos para aquellos que intenten seguirnos nuestros pasos. Y es que uno, en realidad, nunca sabe cuando hay que retornar.”

viernes, 11 de noviembre de 2011

14

14.

A. Güiris V.

Me dijo: “La única carta que alguna vez he escrito al amor, amigo mío (era la primera vez que lo veía) fue desechada por un extranjero que no me dejo, si quiera, comenzar el finiquito de la partida a casa”… “Y es que el cariño no se pierde ni se gana, tampoco se conserva”, aseguró, “sino que se tiene desde que naces”… Para él –si mal no recuerdo (concluyó antes de dejarse abrazar por los recovecos de la alfombra)– todo se resumía a esa imprecación de la vida, a ese juramento del destino que indica que desde el origen, estás predestinado a caminar sin rumbo buscando ciegamente a tu otra mitad; tu alma gemela, aquella persona que fue ahormada al inverso de tu molde y que te complementa de tal forma que no hay cabida incluso para el tiempo mismo. Y es que el amor, le dije, no se debe guardar nunca entre las manos, ¡jamás!; se caería como agua entre los dedos, como cera ante la flama. Pero no hizo caso, y en ese preciso instante comenzó a dejarse vencer por los desvaríos que limitan la pesadez de la costumbre.

Yo tomé camino, lo dejé ante su soledad como se aquieta a un niño ante su infancia, como se calma a la enjaulada arena ante las manecillas de un reloj y me tomé el corazón mientras cruzaba la neblina, el frio y la envergadura del trazo de los astros. ¿Cuántas veces atrás no me habría visto en aquel espejo?, ¿cuántas ocasiones no habré sido abandonado como aquel cazador de corazones que no encuentra su presa? ¿Cuántas?

Me dí la vuelta, le desee suerte, y comencé a sentir mi pecho inflamado de rubor, cansado de hastío; alegre de haber podido, al fin, observar de frente aquellos ojos, aquellos brazos, aquellas manos que vería y me verían envejecer. No pude más que atravezar la calle sintiendo que las horas se aletargaban. La vida al fin ya no era larga, ni lenta, era vida, vida en si y vida en más. Sólo vida.

A dos cuadras cojí un taxi; arma de destino fijo, y no le alejé de su partida sino que le acerqué a la fortuna que había hallado, yo, no hace muchos días atrás en el mismo lugar donde un tipo se casaba con el hasta luego... Sonreí, sonreí todo el camino. Sobra decir que un hombre sólo puede dibujar en su rostro esa sonrisa cuando sabe que al tomar camino, no sólo cubrirá su cuerpo ante la almohada al llegar a casa, sino que cobijará su alma ante el cariño y la pasión del respiro. Algunos le llaman hogar, otros destino, claro… Aquella noche yo le llame por su nombre, pensaba en ella; un nombre de mujer que acaecidamente se había ido convirtiendo en una convenida eternidad. Y la eternidad, lo sabemos todos, no se desvanece entre los sentidos –tan sólo habita dentro de ellos hasta el último suspiro. Le di un beso mientras aún dormía y me arropé a su lado, me acerqué a su oido y con mi aliento le ofrecí mis años, todos ellos. Soñé, entonces, despierto; por primera vez en vida no le tenía miedo a nada…

viernes, 4 de noviembre de 2011

SUBMARINO. Las Series, Vol. 3


SUBMARINO. Las Series, Vol. 3

No creas que es algo muy importante, simplemente es algo que me hubiera gustado hacer cuando muriera.
A. Güiris V.



En el submarino los días de calor no pasaban desapercibidos por la cotidianidad. Creíamos que nadie se emborracharía por el hecho de refrescar nuestras sedientas corazas ante el enfático ataque del sol, pero todos terminábamos por dejar la comida en la cesta del sanitario al advenimiento del consecuente día como bien figuraba Mauro, nuestro poeta maldito loca "en tributo a nuestras cenas familiares de la infancia". 

En el bar, pues, nunca se hablaba de la familia; de los padres, de las madres, de los hijos (si acaso se tenían, o se querían aceptar), así como de las edades. Eran simplemente temas que no tenían cabida como la política, los gustos personales o la religión no la tienen en cualquier sitio donde se quiera contar con buena salud; esa venenosa particularidad del bienestar como también solía llamarle Mauro, y que en nuestro caso nunca fue una razón de suficiente peso cuando alguien fallecía y nos enterábamos más tarde de su padecimiento. No, no era un argumento de relevancia para impedirle a la costumbre revelarse como lo que es, cosa de todo los días, sino tan sólo un asunto regional que cada uno debía aprender a restarle la importancia necesaria. Solía decir Carmelo, el fastuoso portero del lugar, que la vejez no te llegaba sino hasta que el médico te persignaba en vez de prevenirte, te tomaba el vaso en vez del pulso y te abría los ojos para saber si aún gesticulabas. El azar, ese mentado vals de suspenso, formaba tan importante parte del lugar como el reverso a la cartas en una partida de gángsters. Y es que sin este, el mundo que galante y gustosamente habitábamos abotonándolo con polvo y niebla de etanol, habría estado desnudo de repruebo. Bien lo apuntalaba quejosamente José, el malencarado, malhablado y despreocupado trabajador social que siempre nos venía a contar los problemas más penosos y quejosos de la gente cuando se encontraba ebrio: “La vida es esa perra que no deja de ladrarte cuando quieres escaparte de tu suerte.”

Ejemplos, pues, sobraban para clasificar y denotar nuestras bajezas: cierta madrugada –lo recuerdo casi como si estuviera a punto de suceder– Pedro el Cazador le apostó a Kasuo que tan sólo con permanecer 15 minutos en el sanitario de hombres, podría salir diciendo quien era el responsable de haber ingerido que alimento ya cedido ante el mosaico amarillo que gobernó perennemente el soso tono del mingitorio durante los primeros siete años de vida del lugar. A lo que Kasuo, ostentoso de la realidad como solían ser la mayoría de los periodistas constantes al lugar, respondió con alto grado de jactancia al asegurar que incluso con cinco minutos menos, obtendría no sólo los mismos resultados, sino también el poder, y el placer, de indicar la hora en que fueron ingeridos. Frankie y yo, que habíamos llegado tarde en dicha ocasión por asistir a un funeral, fuimos los elegidos para juzgar las acciones, pero en realidad poco nos duro el gusto. Posterior a los alegatos iniciales –cervezas y rones de por medio– las conclusiones llegaron por si solas en un acto de apreciada justicia y exaltada armonía de devoción y cariño al re-conocer, ellos mismos, sus propios alimentos en el lavamanos del baño de mujeres.

La memoria era un refrigerador, todos queríamos congelar nuestros recuerdos el tiempo necesario para no quemarlos. Y es que si fuera así, “sabrían amargos”, comentó solemnemente Eva en aquella ocasión en que abrimos el cajón de nuestras ideas menos mundanas, mientras los tequilas mantenían nuestras nociones a flote. “Todo mundo, ¡todo mundo!” –aporté entonces– “necesita un madero para salir a flote, y lo más cercano aquí a ello es la barra”. Aunque pensándolo bien, reflexioné de igual manera al tiempo que soltaba el argumento, lo mismo podía ser ese soporte como también el pedazo de tablón que usaban los marinos para enviar un polizón a navegar. La barra, en si,era una etapa floreadamente dominguera –como presumiblemente aderezaba Raúl en las quincenas– donde en vez de apostarse los ligues y el honor, se desafiaba mejor la resistencia. Era de todos sabido, y conocido, que lo que caía en las manos de sus aposentos era transformado en restos de un tesoro ya vejado. El bar, entonces, podía ser visto como una especie de cofre abandonado en una isla desierta en la que todos sus tesoros se encontraban ya resguardados en algún museo de clase mundial. Lo dirimido, obviamente, se encontraba aún allí, abandonado por falta de valor o nulidad. Si bien insistías, como muchos al dejarse llevar por el brillo del latón en sus primeras veces de visita, e intentabas dar con aquello que jamás se había encontrado, tan sólo te hubieras hallado cansado de contar arena, inundando tus labios lentamente de sabor a mar.

…A la vida se le tenía respeto, a la muerte se le justificaba con un poco de resabio a caña, y a la salud se le negaba dándole la espalda. Eran las experiencias cosa de todos los días; anclas de los vicios otorgados por un innombrable ardor que provenía del inframundo. Bien decía Carmelo que era el calor lo que nos acercaba al infierno. Y quien, si no él, debía ser el curador de nuestro delirio. “A ver muchachos”, nos retaba constantemente, “¿quién conoce a alguien que no le gusta pecar? Quién chingada-madre conoce a alguien que prefiera gastarse las ganas con un cubo de hielo? Mírenme, mírenme a mi –aquí– cuidándoles diariamente las cenizas de la espalda…” Mauro, que solía jactarse de las resolutivas del buen guardafangos (como solía designarle Raúl al puesto de Carmelo), alguna vez lo definió como “una de las uñas más largas de Cancerbero.” Y es que ante todo, fue nuestra siempre honrada alarma –y garra– cuando una exuberante mujer se acercaba... Quien halla alguna vez visitado el bar, sabrá que bastaba tan sólo un par de piernas enfundadas en una falda cruzando el umbral de las ventanas, para que el milagro de la resurrección se revelará ante las cajas torácicas de la asidua clientela por medio de un suspiro que exhalaba tanto esperanzas falsas de una vida mejor, como un exacerbado olor a azufre.

El verano, sí, el verano, siempre fue una etapa que todos disfrutamos, aunque la mayoría lo negaba o simplemente lo ignoraba. Solía decir Raúl que era esa la mejor etapa del año para un cantinero. Y es que, si nos ponemos a pensar un poco en sus alegatos, en efecto el año se ha partido en dos y todo el mudo exige inconscientemente cierta venganza de lo aún no acontecido y esperado. No es la navidad, con sus atmósferas de ilusión y de esperanza embarnecidas con el rubor que pinta el frío y adornan los colores, no. No era una etapa familiar sino secularmente franca de amigos y calores carnales. Eran los días de calor, pues, claramente donde el beber era en realidad cosa de todos los días… En cierta ocasión de entusiasmo, Mauro, nuestro aterrizado poeta de casa, dijo que todos los asiduos al lugar eran como hielos. Se deshacían en la barra justo como las promesas de la perennidad en los albores de la humanidad, dejando tras de si un incontable número de difuntos.

sábado, 29 de octubre de 2011

Fortuna

Fortuna.

A. Güiris V.

Si un par de meses atrás alguien se le hubiera acercado a Horacio Medellín para decirle lo que estaba por suceder, créanme que no lo hubiera tomado a loco, ni a mal. Suficientemente se conocía como para no tomar por sorpresa futuros inciertos y hasta cierto grado surrealistas. Así que, si alguien, aún con pinta de perturbado, lo hubiera flanqueado para desglosarle los acontecimientos próximos que habrían de cambiarle la vida, simple y llanamente hubiera asumido con un gesto el hecho y simulado sorpresa cuando el acto en si se presentara.

No hubiera importado si la noticia le indicará que habría de fallecer en 15, 20, o 25 minutos, que un cataclismo mundial prontamente llegaría por detrás de la luna para exterminar a la humanidad en segundos (dejándolo como el único sobreviviente sobre la faz de la tierra), o bien que el ladrón que habría de amargarle la noche, el ligue y su quinta cerveza de la noche, se encontraba doblando la esquina del callejón en el cual se encontraba el sitio donde se hallaba departiendo la velada con algunos de sus mejores amigos, incluyéndome. Nada en realidad le hubiera puesto en alarma. Indistinta y displicentemente hubiera saludado de mano al misterio revelado, esforzándose con todas las ganas por colocar su mejor rostro de asombro y extrañeza. Así era, pues, Horacio Medellín Mendiguchia, además de obeso, calvo y ojeroso.

Muchos de ustedes, entonces, podrán asumir inteligentemente las resolutivas pertinentes, 1: Horacio no murió, continúa vivo, 2: El mundo no llego a su final, aún se encuentra en su imparable ciclo de consumación, y 3: Lo más acertado es que nos hallan despojado de nuestro capital. Pero no, la verdad es que el único atraco que hubo aquella noche fue el del corazón de Horacio por parte de Claudette, sorprendentemente opuesta a él en todo sentido. Claramente, como se han de imaginar, lo primero en la lista de la percepción, fue el físico.

La boda se lleva a cabo, pues, en estos precisos momentos bajo el cobijo de las estrellas en una pequeña hacienda ubicada en las orillas de la ciudad. Todos los colegas, según sé, han asistido. Tanto los que se encontraban ese día en que los novios se conocieron, sedujeron y procedieron a la simulación (del orgasmo), como los que simplemente se enteraron a la mañana siguiente de tan extraño suceso. Yo, como se han des suponer, no he asistido, pero no por alguna razón personal o de celos; es sabido que soy renuente a las relaciones con mujeres hermosas que usan en demasía perfume, sino debido a que el día de ayer un tipo con total pinta de maniaco se me acercó en plena calle para indicarme, según él, mi futuro: Que a la alborada siguiente, osease hoy, encontraría al amor de mi vida. Y la verdad, estarán de acuerdo conmigo, ¿quién en realidad podría fingir sorpresa en un momento así? Así que heme aquí, encerrado en la comodidad de mi casa, esperando que las manos se me llenen lentamente y paso a paso de cariño.