RAICES.
A. Güiris V.
Bajo mi árbol de navidad hay un ligero blues de estilo campirano que reza que no hay beso más débil que la soledad, una pieza de rock que en realidad no dice mucho –como tantas– y una botella de ron. Los recuerdos cual ceniza de una familia que plenamente se ha ido separando con los ciclos, y una fotografía de aquel momento en que aprendí a decir adiós. Un retrato sin retoque del amor, o una máscara descocida del milenio. También un poco de ese pasto que hizo siempre falta en nuestros campos de baseball; sus gritos, las risas y los llantos. Hay deseos, tormentos y saltos; ciertas carcajadas aún se escuchan cerca de las teclas de ese piano –en forma de guitarra– que compré asiduamente con las ilusiones de tocar de cerca el velo de la fama. Aún se encuentran las llaves del infierno, las esposas de la calma y aquella espera marchita de la fe. El temor a la locura, el olor de algún ocaso destinado a repetirse y todas las llamadas que no hiciese al amor en espera de ser fiel.
Hacía el sur, aún encuentro mi cansancio junto al alma de un regalo no obsequiado y una carta de despido escrita sin el llanto. Hay una hoja casi en blanco; algún par de textos en ideas, así como tintas sin su pluma y puntas sin madera ni papel. Existe un pequeño rincón sin luz y una sombra sin efecto. El color de la sangre derramada sobre vidrio y la vida de un buen tinto. El jugo de la carne y los sinsabores de la hiel. Hay una lista de las cosas no encontradas y una falta de sentido en las perdidas; está el fragmento de una cinta en blanco y negro y la lista de diálogos de una comedia negra… Al igual, cerca de un aliento hecho jirones y suspiros, se encuentra un breve diccionario de notas musicales junto a toda la oscuridad habida por debajo del colchón de mis anhelos: mis sueños perdidos de trompetista, los primeros trazos de relatos –poemas y cuentos– y uno que otro negativo revelado. Existe un saludo, un abrazo, un tal vez. La estrecha forma del amor amado sólo una y una sola vez.
Bajo mi árbol de navidad, pues, se encuentra el polo norte y cierta esquina de la razón. La cadencia fina de mi argumento y el asiento en que los míos han de aguardar las noticias de mi deceso. Se halla la madera de mis restos y los adornos lapidarios de un hombre que intentó… En realidad, aún me resulta curioso como a cada invierno, a cada abrazo de frío, le oculto su verdor con esferas y brillantes luces. Como le adorno sus brios, como le seco a tiempo de creencias y apuestas con los meses... Me es extraño, sí, saberme como invado la tierra a cada año en búsqueda de lo que voy sembrando. No lo sé, supongo que es parte de la humanidad, y de sus míticos comienzos.
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