Replicantes.

Replicantes.
España, 2009.

Sunset Boulevard

Sunset Boulevard
España, 2009.

El que Busca Encuentra

viernes, 30 de septiembre de 2011

Monólogo

Monólogo

A. Güiris V.

Conocí a Clara un día impetuoso de agosto, ella vestía un escotado atuendo color rojo carmín y yo una pistola bajo el abrigo agujereado que me había obsequiado mi padre en la última navidad que había podido acompañarnos con vida. Me encontraba caminando por la avenida central con las mínimas suposiciones de lo que podría llegarme a pasar; y es que si nos ponemos a pensar cómodamente, en realidad un hombre siempre anda así por las calles: ligeramente sospechando que cualquier cosa puede sucederle como para que la vida, su vida, de un brinco hacía otra dirección: ya sea desde terminar asesinado por un borracho que le ha confundido con un viejo amigo (y al cual ha querido saludarle con el filo de la botella), o ser descubierto por un afamado director de películas porno (sin una rutinaria y penosa audición), o bien enterrado vivo bajo el desierto de Tijuana por parte de una secta satánica que irónicamente conjura por la paz, así como abducido, ennegrecido y/o bien amado…

No es que por mi mente pasará en aquellos momentos el fastuoso pensamiento de terminar de tajo con mi vida, o el de hacerme algún daño, o el de hacérselo a un tercero; asaltar una licorería, casa de crédito, banco o guardería infantil, no. Suponerlo sería una total barbarie y tontería, pocas veces en el día –seamos francos– puedo concentrarme en una acción conjunta más osada que la de amarrarme las agujetas mientras multiplico los intereses de mis deudas presentes y futuras. Por favor, que halla yo llevado el sueño de las balas en la cabeza no indica que en efecto el arma se encontrará cargada. Quizás en realidad tan sólo me quería sentir un poco más hombre de lo no que soy...

No obstante, debo asegurar que sin saber a bien como, o por qué, terminé en el último piso de aquella pesada y alta construcción sollozando como un chiquillo que ha perdido el cambio –y tiene miedo de decírselo a sus padres– soportando el horizonte y mirando el viento de frente mientras la flagelante bandera roja que incrementaba su escala iba dando forma a la curvilínea silueta de una dama, Clara. No es que quiera presumir mucho acerca de su cuerpo, no, para nada. Mucho menos frente a ésta, la cama en la que por primera vez la poseí. Eso, tal vez, es tan sólo el frustrante ritmo de los años. El desgaste habitual de la mirada y la razón; la perdida del corazón, la perdida de su sazón hogareño que se anuda en la amarga aventura emprendida que gusta, disfruta y edifica, pero que a la vez sabe que hará daño, dolerá y cruzará como un puñal a otro de su misma especie. Es sencillo, simple en todo caso, no puedo hablar más de ella frente a esta cama, porque esta cama ya no sabe igual. La he manchado de calor ajeno al igual que ella, y a ella. La hemos distendido juntos, con sinsabores e insultos mudos, con balas de salva imaginarias que calan un dolor que no se puede ver sino sólo pensar o presentir. Y es que todos entendemos y sabemos que en algún momento del paseo, las suposiciones y el simulacro son algunas de las armas más punzantes del amor.

Conocí a Clara, sí, un día impetuoso de agosto. Ella vestía elegante; se quería matar, me dijo (más tarde), y yo, como ya sabrán, llevaba una pistola bajo el brazo sin querer en realidad dañarme… No nos dijimos adiós sino hasta una tarde de abril en la estación central seis años más tarde. En aquella ocasión ella iba enfadada, yo, si soy sincero, un poco decepcionado. Se subió al vagón como si un paso último no significará abandonar el camino y se alejo de mi casi de la misma manera en como había llegado; desfigurándose entre sombras, claroscuros y verdugos…

No sé a bien porque, pero aquel día caminé sin rumbo fijo hasta topar con un trazo preteritamente parecido. A nadie, en realidad le ha de importunar ni sorprender que vistiera aquella tarde, a pesar del calor, mi viejo abrigo rezurcido, ni que aquella obra fuera ahora un flagrante hotel que ennegrecía mi piel y espíritu... Por un momento, lo advierto, pensé en subir hasta el último piso y dejarme caer pero no lo hice, no lo hice… Sigo aquí… Y es que, ¿con qué poco se puede acabar la vida en solitario?

viernes, 23 de septiembre de 2011

Wynton Marsalis & Eric Clapton - Plays The Blues

REDONDO.

Wynton Marsalis & Eric Clapton - Play The Blues

Primeramente fue “Willie Nelson” con el exquisito “Two Men With The Blues” (2008), posteriormente una cita más con el icono hippie –en esta ocasión compartiendo escenario con Norah Jones– para abrir el año con un más que decoroso tributo a Ray Charles: “Here We Go Again” (2011), y cerrar este 2011 con un degustable “Play The Blues” con el siempre invitado standard “de honor”: “Eric Clapton”.

A nadie, en realidad, le tomó por demasiada sorpresa el hecho de que estos dos mediáticos músicos se juntarán en el escenario del Lincoln Center en Nueva York para una velada de blues fabricada a la antigüita; ambos son ampliamente admiradores de la música de antaño y en más de una ocasión lo han citado con sumo orgullo y abiertamente. Pero, en realidad, si lo pensamos bien ¿qué otra cosa podríamos esperar de un dúo así? La calidad queda relegada ante el brilloso escaparate de los dos apellidos: Marsalis-Clapton, como para que la audiencia de ambas ya “vacas sagradas” se dejé seducir por una jerarquía ya vapuleada por la fama, y la exigencia –aquella que siempre hace levantar o deja caer a un artista– no se presente en todo su esplendor. Pero repito, la verdad, a nadie le toma por sorpresa.

Es así, entonces, con un marcado –marcadísimo (casi cliché)– estilo New Orleans, que estas dos vivientes leyendas de sus respectivos géneros nos presentan 10 tracks en directo: 9 clásicos del blues (algunos de aquellos ya viejos años y territorios); y una más, sí, una versión más de la interminable ya re-revisitación del clásico de “Derek & The Dominos”: “Layla” (¿que será que el dolor de un amor doloso nunca se cansa de retornar?) para tratar de saciar nuestro oídos. Ahora bien, si somos por completo honestos, el resultado dista de ser de alcurnia y todo se conjuga en una masa un poco uniforme y monótona. Y es que ambos músicos, claramente, no salen de su espacio de confort y bien lo que te imaginas al tratar por primera vez de enfrentar a estos dos caballeros en la mente, es lo que termina llanamente por ser. No hay sorpresas, aspavientos o suspiros de una siempre bienvenida extrañeza. El desconcierto de calidad, puesto que ambos la tienen de sobra, no termina por aparecer. Repito, se quedan apacibles en su ritmo y tiempo, no se alejan del colchón favorecedor y las cosas no van más allá de lo ya acostumbrado; dicho de otra manera, la sinergia no termina por nacer. Ni siquiera cuando “Taj Mahal” se les une para cerrar en los dos últimos tracks.

“Play The Blues”, pues, es un disco de calidad, de alta calidad, claro, pero esto es únicamente por la casta de cada uno de los implicados y no más. Asimismo, no podemos negarnos al hecho de que es un una producción de elite, de que la selección (hecha por el mismo Clapton con excepción de su clásico, solicitado por el bajista de Marsalis, Carlos Henriquez) es disfrutable. De que el estilo elegido es bien ejecutado y particularmente bien trabajado para el sazón del buen añejamiento; a algunos incluso (los menos adeptos al blues de los 40s y 50s) les parecerá hasta curioso, pero que en realidad no deja de estar ante la sombra de un posible mayor acoplamiento; eso quizá debido a los pocos días de ensayo que el mismo Marsalis indica en las notas del disco: 12 arreglos en apenas 3 días.

Wynton Marsalis concluye así, al parecer, una más de sus colaboraciones con rockeros de antaño. No podemos sentirnos culpables, ni mucho menos… El estilo está ahí; se encuentra fácilmente. No obstante, no está tampoco de sobra indicar que de entre todos es el más flojo hasta el momento. Las preguntas aquí, entonces, se tornan obvias: ¿Quién, si es que habrá, será el siguiente; o si bien será que este pequeño tropiezo se ha de tornar un gran paso a favor en la siguiente ocasión? Yo no lo sé, ya tendremos oportunidad de experimentarlo. Yo al menos lo esperaré con ansía.

TRACK: La selección es especialmente alentadora, y el estilo, como ya he mencionado, un poco monótono. No obstante, me quedo con “Forty Four” en un arreglo no muy alejado a lo convenido contemporáneamente, así como con “Joe Turner's Blues” en una versión un tanto coral que disfrute con animo.

Play The Blues de Wynton Marsalis & Eric Clapton

Calificación: 3 de 5 (Bueno a Secas).

viernes, 16 de septiembre de 2011

The Cove

REDONDO.

The Cove

Operación Delfín (Louie Psihoyos, 2011)

Siempre resulta hasta sano no sentarnos (ni mucho menos sentirnos) tan cómodos cuando nos encontramos de frente a la mano narrativa del documental estadounidense actual (aunque parte ya del tradicional reportaje televisivo más que arcaico y visto), y es que aunque su sentido de denuncia parezca el objetivo para confrontar los problemas de lo que ellos consideran su guarida –entiéndase mejor el mundo entero– las realidades se encuentran en la propia ideología con la que son educados y formados los estadounidenses.

Y es que en The Cove se nota claramente la mano culposa y gustosa del sentido coloquial “americano”; ese que se enmarca bajo las capuchas de héroes y súper héroes que no hacen más que tomar conciente y sufridamente las riendas de todo aquello que está mal, y sobre todo oculto, por parte de una cultura ajena, diferente, o bien influenciada bajo los contra-argumentos de la filosofía nacionalista norteamericana. Lo curioso aquí, si nos sinceramos un poco, es que pocos tienen tan estructurada la forma y el poder de conseguir la profundidad en cuanto a la calidad –de industria– y manejar (obvio) el mensaje, pero también de llevarlo masivamente.

Es así, entonces, como bajo el primordial argumento de una masacre anual de delfines que se lleva a cabo secretamente en un pequeño pueblo pesquero japonés, Richard O' Barry (el principal creador de esta industria marítima/espectáculo que ahora busca redención), contacta a Louie Pshihoyos –fotógrafo y activista estadounidense en pro de la vida marina– para documentar esa terrible verdad que se lleva a cabo no solamente sin que nadie realmente haga nada por detenerla, sino que parece ocultarse con placer y malicia desde todos los ángulos posibles del poder político y económico de la región. Claro está que ­–y es aquí donde regresa nuestra primera aproximación al tema– el espíritu de liberadores universales toma esencia dentro de la verdadera trama de la cinta. Y es que aunque todo lo vendan (el poder de industria) como la cruzada en contra de ésta maldad, la historia principal de la cinta dista de ello y nos centra más bien en toda la justificación ideológico-moralista (los pecados a lavar de Ric O' Barry), pero sobre todo los preparativos técnicos y tecnológicos de la logística (cual guerra) para llevar a cabo la tan prohibida y difícil, o así nos lo hacen pensar, grabación que cambiará el curso (también eso nos hacen creer) de la política que permite y ha permitido desde hace décadas este tipo de masacres y barbaries en contra de la fauna marina. Bien debemos hacer notar que, en efecto, el suspenso se maneja adecuadamente hasta el punto en que como espectadores les deseamos éxito y queremos –a la vez que tememos– por fin experimentar el poder de esas imágenes, finalmente resueltas en un montaje de fuerte potencia visual (que no llega a ser por completo explicito), y formalizado con buen gusto.

Es así, entonces, como nos encontramos de nuevo ante la siempre disyuntiva del cine estadounidense; que más que ocasionalmente se toma las libertades de policía mundial disfrazado de héroe furtivo y romántico: ¿qué tanta carga de ficción hay en su mediada y convenida realidad? Lo irónico de todas las posibles respuestas resulta en la verdadera potencia de su industria, como también mencionamos anteriormente. Y es que si lo pensamos bien, ¿quién más podría maquinar estas llamadas de auxilio con tal eficacia mercadológica? Lo que resulta, al final en The Cove, es en realidad una entretenida trama, que aunque de origen documentalista, es trabajada bajo los artilugios del melodrama televisivo. ¿Qué si hay que verla? Claro, resulta siempre conmovedora la fuerza de la gente que se ha decidido por hacer de este lugar, nuestro mundo y hogar, un mejor espacio para todos los que habitamos en el.

Operación Delfín de Louie Psihoyos

Calificación: 3 de 5 (Regularmente Buena).

viernes, 9 de septiembre de 2011

El Planeta De Los Simios (R)Evolución

REDONDO.

Rise Of The Planet Of The Apes

El Planeta De Los Simios (R)Evolución (Rupert Wyatt, 2011)

En cierto momento, que ni parece ser tan crucial por lo que va del metraje de la cinta, nuestro ya emotivo protagonista mono, Caesar, le pide permiso a su amo/padre Will Rodman (James Franco en una actuación poco más que decorosa) para liberarse de sus ataduras como figura de autoridad y vagar libre en un paradisiaco bosque de secoyas (donde también se llevara a cabo parte de la legendaria Vertigo de Hitchcock) y experimentar por vez primera la libertad en todo su esplendor. Otorgado éste, es en esta misma atmósfera y ambiente que lo veremos crecer y contemplar, al final de una muy bien desarrollada escena de montaje temporal, que contempla no sólo la ciudad de San Francisco desde lo alto de las copas de los árboles, sino el mundo entero. Un mundo, que como todos ya sabemos desde el inicio, pronto cambiará de régimen, de estilo, de vida y de mando.

Y es que sin dudarlo, nos encontramos ante la mejor película que nos ha ofrecido y ofrecerá el verano Hollywoodense en el presente año. Esto gracias que su director, el casi novel Rupert Wyatt, logra eficazmente hacer valer el poder de los magnánimos efectos especiales del cine de industria dentro de la narrativa y no al revés como ha sido la tradición últimamente. Sobre todo ahora que los súper héroes son el colchón económico de los grandes estudios.

Situada en los años previos de la ficción original de 1968, The Planet Of The Apes (Schaffner), esta precuela no se queda a medias como ha sido también la moda en las últimas presentaciones pretéritas de cintas de éxitos ya transitados, sino que hace referencia inteligiblemente a la historia que le sucederá para hacer coincidir todo lo que debe de; nótese –como un ejemplo obvio– la escena cuando el aún pequeño Caesar juega con un modelo a escala de la Estatua de la Libertad. No obstante, alejado del campo referencial, podemos hacer notar también la eficiente plantación de ciertos actos simbólicos (como al que dimos cabida al inicio de este texto) para ir integrándonos como espectadores a una nueva mentalidad cuya causalidad encuentra su fuerza en la unión y la mano del hombre; misma que irónicamente la detonará mediante la incomprensión del territorio que ambos habitan. El Planeta de los Simios (R)Evolución, plantea, pues, en un discurso de primera mano comprensible, ágil, atractivo, sumamente entretenido y hasta emotivo en ciertas partes, las fatídicas consecuencias de una decadencia social a través de los elementos más en boga: el mal cuidado del ambiente, la apatía por la aprehensión social y el temor ante el progreso médico.

Con una vigorosa técnica por parte del fotógrafo Andrew Lesnie, un detallado arte de Dan Hermansen, Grant Van Der Slagt y Helen Jarvis, un montaje creciente en emoción (con una cuasi estructura de cinta de acción; sobre todo en la segunda parte del filme) realizado por Mark Goldblatt y Conrad Buff, acompañado por un casi imperceptible score de Patrick Doyle y un guión decoroso de Rick Jaffa y Amanda Silver, la historia se va dando paso dinámicamente con excepto de aquella subtrama del padre con Alzheimer que nunca llega a calzar y creerse del todo.

Esta nueva entrega de la interminable serie de los simios conquistadores habla por si misma desde uno de los puntos de vista más finos del entretenimiento. No deja de ser una trama más de la fatídica industria que nos sigue demostrando su falta de actualidad, pero bien podemos tomarla en cuenta como la siempre excepción de la regla. Si bien quiere uno acercarse a ella, que no nos quede duda que será la más segura y bien armada narrativa que nos ofrezca el cine veraniego hollywoodense en este 2011.

El Planeta De Los Simios (R)Evolución de Rupert Wyatt

Calificación: 3.5 de 5 (Buena).

viernes, 2 de septiembre de 2011

Rock

Rock

A. Güiris V.

El segundo ron se me agotó a la mitad de “Sun/Moon” de “Eric Burdon & War”; la música no era mala así que decidí aguantar un poco más. Como la barra se encontraba un tanto concurrida traté de sorber un poco las gotas del limón restante en mi vaso con un resultado nada favorable; la media noche había sido rebasada hacía un lustro de hora y la sesgada vela que iluminaba mi mesa estaba por terminarse. La banda, tan aparatosamente presentada en el pórtico principal mediante la luz de un farol antiguo, apenas comenzaba a subir su equipo al pequeño escenario que se había improvisado. Se notaba.

No llevaba más de un mes en aquella ciudad aún desconocida para mi; perdida entre las imágenes colectivas de charlas con amigos que ya antes la habían visitado –digamos que aún mis caminatas eran más exploratorias (perdidas) que lúdicas y paisajistas– como para empezar a buscar refugios en ciertos bares que me iba encontrando en los primeros pasajes conocidos. El “Azulado”, pues, fue uno de esos primeros sitios a los que fui con conciencia de caso y autoridad ante el pesar, no como una simple y llana parada más de descanso para beber una cerveza fría y comer un par de bocadillos sin sazón, alguno de ustedes lo entenderá.

La banda, que ostentaba el pomposo nombre de “Los Ideales”, empezó a probar sus instrumentos cerca de la una. Su “presentación” no comenzaría sino hasta media hora más tarde con una improvisación enmarcada al puro estilo de “Alvin Lee”… Ordené el quinto ron al primer mesero que crucé con la mirada cuando el bajista comenzaba una sardónica sesión de jam a la “Sabbath” que terminó por ser la bienvenida a una versión muy “Beach Boys” de “Summertime” de Gershwin.” Sonreí, sí, sonreí acaloradamente cuando el clímax arribaba a la melodía así como la bebida rozaba por primera vez la vieja madera de mi mesa. El tiempo, súbita y deliberadamente comenzó a hacerse más lento: primero un “Clapton”, de su época en conjuntos después de “Cream”. Si mal no recuerdo fue “Can't Find My Way Home” de “Blind Faith”, después un “Roy Buchanan” para seguir con “Brewer & Shipley”. La angustia de la melancólica vena de melómano que me había nacido a la temprana edad de 9 años me comenzó a temblar. Ordené una orden de papas fritas y un sexto ron, lo bebí rápidamente después de una decorosa y bella versión de “Too Many Mornings” de “Dylan”. Surgió entonces la obligada pausa y me acerqué al sanitario para hacer caso y uso, para poder refugiarme del acento nostálgico y refrescarme las heridas internas y así sofocar la excitación.

La vi por primera vez al pasar por la barra y ordenar un vaso con agua y gas. La vi de cerca y detenidamente, como si alguien hubiera interrumpido la cosecha y las semillas pudieran escaparse lentamente fuera de los surcos. Era de piel clara –o quizá era la luz verdosa (cual Hitchcock en “Vertigo”) la que hacía verla así– y cabello oscuro. Sus labios se coloreaban de carmín y su sonrisa era tan honesta y original como “Lady Of The Island” de “Crosby, Stills & Nash”, la cual se oía por todo el lugar. Pasé a su lado y traté de hacerme notar: le sonreí, pero ella comenzó a besar acaloradamente al hombre que se encontraba a su lado. Arribé a mi mesa, entonces, y el séptimo y octavo ron surgieron y se extinguieron tan fastuosamente como la segunda tanda se daba a notar por medio de un estruendoso medley de “Cactus”.

Supe después que aquella no era una mujer normal (natural tal vez, pero no normal). No era uno de esos trofeos ganados a pulso y maña sino uno de esos lujos que cualquiera se puede dar a base de ceros y comas. Me dediqué entonces a estudiar la sonrisa y mirada falsa que se contenía, casi a punto de la implosión, del hombre que la había contratado. Pensé en “Layla”, pero como ustedes ya saben, el tiempo de “Clapton” había sido agotado ya en la primera hora y media del concierto. La segunda ronda fue poderosa y en ascenso: “Jeff Beck”, “Humble Pie”, “Grandunk Railroad” “Bad Company” y “Badfinger” para tranquilizar el equilibrio. Fue curioso percatarme como mi atención se había centrado en el odio de mi soledad, a la vez que mi mirada se enfocaba en las lagrimas del hombre-cliente que abrazaba a aquella bella, atractiva y hermosa mujer de paga cuando llegaba el clímax de “Without You”… El onceavo ron cayó como seda en la razón perdida de mis sentidos.

Los encores no se exigieron del todo, era ya tarde (alrededor de las tres y media). No obstante, la banda salió nuevamente para interpretar un par de canciones de Stevie Ray (no muy bien ejecutadas) y el éxito de Elton John que renaciera con aquella buena cinta de “Cameron Crowe” para cerrar la velada. Permanecí alrededor de media hora más en el bar: mi morbo se movía arduamente dentro de mis venas y quería, sin saber a bien las razones, la dirección que tomaría aquella pareja de una sola noche. Pedí mi cuenta con cautela y esperé a terminarme mi treceava copa mientras ellos pagaban su deudas. Los dejé salir antes para darles un par de metros de ventaja y los seguí unas cuantas cuadras hasta llegar a la avenida. Fue allí que se internaron tan sólo unos cuantos pasos en un viejo edificio de pobre luz en la entrada principal. Desde la esquina observé yo el beso de invitación, el beso de una bella y acabada noche. Ella lo abrazó entonces y se alejó unos cuantos metros para pedir un taxi. Cuando se subió a éste, él se despidió con una hermosa sonrisa. Se encontraba dándome la espalda pero algo me decía, estoy seguro, que se encontraba sonriendo como nunca en su vida. Yo lo hacía; tampoco sé el porque. Puedo decir al menos en mi alegato de demencia que tenía en la cabeza aquella melodía de Mick Jagger, “Don't Call Me Up”, a todo volumen. Me alejé trotando del lugar, estaba perdido, en medio de un terreno desconocido; en la madrugada (eran casi las 6 de la mañana) y sin buscar sentido o rumbo alguno. Nunca he sabido a bien las inferencias, ni las quiero o necesito, pero dejen que un antiguo caballero haga el intento por desahogar sus misterios más profundo; y es que siempre lo he pensado así: Aquella fue la vez, la primera vez, que encontré mi camino en aquel laberíntico destino, hoy ya pasado.