Replicantes.

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España, 2009.

Sunset Boulevard

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España, 2009.

El que Busca Encuentra

viernes, 11 de noviembre de 2011

14

14.

A. Güiris V.

Me dijo: “La única carta que alguna vez he escrito al amor, amigo mío (era la primera vez que lo veía) fue desechada por un extranjero que no me dejo, si quiera, comenzar el finiquito de la partida a casa”… “Y es que el cariño no se pierde ni se gana, tampoco se conserva”, aseguró, “sino que se tiene desde que naces”… Para él –si mal no recuerdo (concluyó antes de dejarse abrazar por los recovecos de la alfombra)– todo se resumía a esa imprecación de la vida, a ese juramento del destino que indica que desde el origen, estás predestinado a caminar sin rumbo buscando ciegamente a tu otra mitad; tu alma gemela, aquella persona que fue ahormada al inverso de tu molde y que te complementa de tal forma que no hay cabida incluso para el tiempo mismo. Y es que el amor, le dije, no se debe guardar nunca entre las manos, ¡jamás!; se caería como agua entre los dedos, como cera ante la flama. Pero no hizo caso, y en ese preciso instante comenzó a dejarse vencer por los desvaríos que limitan la pesadez de la costumbre.

Yo tomé camino, lo dejé ante su soledad como se aquieta a un niño ante su infancia, como se calma a la enjaulada arena ante las manecillas de un reloj y me tomé el corazón mientras cruzaba la neblina, el frio y la envergadura del trazo de los astros. ¿Cuántas veces atrás no me habría visto en aquel espejo?, ¿cuántas ocasiones no habré sido abandonado como aquel cazador de corazones que no encuentra su presa? ¿Cuántas?

Me dí la vuelta, le desee suerte, y comencé a sentir mi pecho inflamado de rubor, cansado de hastío; alegre de haber podido, al fin, observar de frente aquellos ojos, aquellos brazos, aquellas manos que vería y me verían envejecer. No pude más que atravezar la calle sintiendo que las horas se aletargaban. La vida al fin ya no era larga, ni lenta, era vida, vida en si y vida en más. Sólo vida.

A dos cuadras cojí un taxi; arma de destino fijo, y no le alejé de su partida sino que le acerqué a la fortuna que había hallado, yo, no hace muchos días atrás en el mismo lugar donde un tipo se casaba con el hasta luego... Sonreí, sonreí todo el camino. Sobra decir que un hombre sólo puede dibujar en su rostro esa sonrisa cuando sabe que al tomar camino, no sólo cubrirá su cuerpo ante la almohada al llegar a casa, sino que cobijará su alma ante el cariño y la pasión del respiro. Algunos le llaman hogar, otros destino, claro… Aquella noche yo le llame por su nombre, pensaba en ella; un nombre de mujer que acaecidamente se había ido convirtiendo en una convenida eternidad. Y la eternidad, lo sabemos todos, no se desvanece entre los sentidos –tan sólo habita dentro de ellos hasta el último suspiro. Le di un beso mientras aún dormía y me arropé a su lado, me acerqué a su oido y con mi aliento le ofrecí mis años, todos ellos. Soñé, entonces, despierto; por primera vez en vida no le tenía miedo a nada…

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