EL BOLSILLO IZQUIERDO
Comenzando con la gira del adiós, pues me retirare de estos lares por lo menos por un año (esperemos un tanto más), esta semana decidí dedicar mí texto a ciertos gustos y temores personales que como tantas otras cosas, me contradicen cual debe ser para seguir siendo humano. He aquí un texto brevemente familiar con nexos a mí amor por el progresivo (rock) y mi temor a la tecnología.
UN PAR DE NOTAS.
Mi primo me visitó el otro día, trataba de que de alguna u otra manera le dijera como manejar su nuevo aparato, suele comprarse varios artilugios de alta tecnología que nunca logro asimilar, lo repito, son de avanzada, o por lo menos para mí, que en ocasiones batallo con los auto-estéreos comunes – de los autos más que comunes. Me visitó y me lo enseñaba repetidas veces para que le dijera si estaba en lo correcto al tocar aquello o al aceptar lo otro, era uno de esos celulares tan de moda que lo tienen casi todo, o bien todo - para mí - que cuento siempre con una visión limitada del futuro (como todos, pero en referencia al lado fashionista). No es que mí primo ignorase de mí oscuridad ante tales pomposidades, el otro día leía el cabezal de un artículo con referencia a tal artefacto; “el objeto del deseo” le nombraron, pero fue tal vez esa parte humana tan disoluble como sólida que encaja casi a la perfección en los entramados de la alegría y la tristeza, a veces en ambos, lo que le hizo venir; la soledad y su contrariado deseo de encuentro o repulsión. Tal vez no quería sentirse desolado cuando algo malo ocurriese, cuando por un descuido (o bien plena tosquedad, o bien rudeza, o bien miedo, mucho miedo) algo ocurriese que le quitará de las manos – de tajo – el control sobre su nuevo aparato. O bien, como es también costumbre humana (¿qué no lo es?) quisiera testigos del hecho para disminuir el agravante de la culpa. En todo caso yo tendría algo de responsabilidad también, en cualquier momento pude haber detenido la acción que mataría la ilusión de lo recién adquirido. Tal vez por eso nos enamoramos de seres humanos y nos alienamos de objetos, y nos habitamos a los hechos. Tal vez por eso nos encerramos como individuos y nos abrimos como estereotipos. Tal vez por eso algunos son monógamos y otros tantos no. ¿Qué se yo? Nunca he querido responderme ese factor, el de no querer estar en boga con todos los aditamentos nuevos que existen para la vida social. Asimismo tampoco deseo (ni como quimeras) ser un ermitaño. Tan sólo anhelo una casa con jardín de buen tamaño, donde no falté la música y el verde y el aire y el sueño y un tanto de azul. Los matices cada vez con más dudas. Todo tiene un matiz.
Mi primo vino el otro día a visitarme, él con su celular (si así le podemos llamar) y yo escribiendo sobre algún tema ya pasado de moda (o bien predestinado a) escuchando un poco de Krautrock, Faust para ser exacto, él observando como el mundo puede pasar por sus manos y yo retando los turnos, amaneando el tiempo con esa música hecha a base de ruido, esas tonalidades de principios de los 70s que no son asimiladas, que aún apresan a cualquiera (pues a pesar de su extrañeza no pasan desapercibidas) y que explotan la duda de cualquiera al preguntar el clásico ¿qué estas escuchando?, prediciendo al ¿de dónde es eso?, ¿cómo escuchas eso?, ¿de dónde lo sacaste? Mi primo con un universo de posibilidades en un rectángulo pequeño, yo con un etéreo sonido que cuesta aceptar a pesar de los avances. ¿Estaré entonces un tanto más cerca de la tecnología? No lo creo, nadie lo creería conmigo. Esa música es de locos, dirán. Soy un nostálgico de vanguardia si bien me va. Si me hubiera muerto en ese momento mi primo tal vez hubiese querido poner en mí epitafio: “Escuchaba ruidos”.
Mi primo vino el otro día, traía consigo uno de esos celulares nuevos, lo que en boga estan, los objetos del deseo actual, lo que ha de cambiar cuando las curiosidades den una vuelta más al mundo de las posibilidades (o viceversa). Quería que le ayudara a instalar algunas nuevas aplicaciones, quería sentirse apoyado mientras le metía mano a ciertos sistemas y seguir aprendiendo de su nueva adquisición. Yo estaba apunto de comenzar a escribir este texto, escuchaba un poco de música un tanto extraña, un tanto añeja. Ambas cualidades. Ambos nos sorprendimos, yo de lo que puede ser el futuro al ver el presente, él del presente al escuchar su añejamiento ante el pasado. Estuvo como por alrededor de 30 minutos y se marchó, como todo lo ha hecho o lo hará. Epitafios.
Comenzando con la gira del adiós, pues me retirare de estos lares por lo menos por un año (esperemos un tanto más), esta semana decidí dedicar mí texto a ciertos gustos y temores personales que como tantas otras cosas, me contradicen cual debe ser para seguir siendo humano. He aquí un texto brevemente familiar con nexos a mí amor por el progresivo (rock) y mi temor a la tecnología.
UN PAR DE NOTAS.
Mi primo me visitó el otro día, trataba de que de alguna u otra manera le dijera como manejar su nuevo aparato, suele comprarse varios artilugios de alta tecnología que nunca logro asimilar, lo repito, son de avanzada, o por lo menos para mí, que en ocasiones batallo con los auto-estéreos comunes – de los autos más que comunes. Me visitó y me lo enseñaba repetidas veces para que le dijera si estaba en lo correcto al tocar aquello o al aceptar lo otro, era uno de esos celulares tan de moda que lo tienen casi todo, o bien todo - para mí - que cuento siempre con una visión limitada del futuro (como todos, pero en referencia al lado fashionista). No es que mí primo ignorase de mí oscuridad ante tales pomposidades, el otro día leía el cabezal de un artículo con referencia a tal artefacto; “el objeto del deseo” le nombraron, pero fue tal vez esa parte humana tan disoluble como sólida que encaja casi a la perfección en los entramados de la alegría y la tristeza, a veces en ambos, lo que le hizo venir; la soledad y su contrariado deseo de encuentro o repulsión. Tal vez no quería sentirse desolado cuando algo malo ocurriese, cuando por un descuido (o bien plena tosquedad, o bien rudeza, o bien miedo, mucho miedo) algo ocurriese que le quitará de las manos – de tajo – el control sobre su nuevo aparato. O bien, como es también costumbre humana (¿qué no lo es?) quisiera testigos del hecho para disminuir el agravante de la culpa. En todo caso yo tendría algo de responsabilidad también, en cualquier momento pude haber detenido la acción que mataría la ilusión de lo recién adquirido. Tal vez por eso nos enamoramos de seres humanos y nos alienamos de objetos, y nos habitamos a los hechos. Tal vez por eso nos encerramos como individuos y nos abrimos como estereotipos. Tal vez por eso algunos son monógamos y otros tantos no. ¿Qué se yo? Nunca he querido responderme ese factor, el de no querer estar en boga con todos los aditamentos nuevos que existen para la vida social. Asimismo tampoco deseo (ni como quimeras) ser un ermitaño. Tan sólo anhelo una casa con jardín de buen tamaño, donde no falté la música y el verde y el aire y el sueño y un tanto de azul. Los matices cada vez con más dudas. Todo tiene un matiz.
Mi primo vino el otro día a visitarme, él con su celular (si así le podemos llamar) y yo escribiendo sobre algún tema ya pasado de moda (o bien predestinado a) escuchando un poco de Krautrock, Faust para ser exacto, él observando como el mundo puede pasar por sus manos y yo retando los turnos, amaneando el tiempo con esa música hecha a base de ruido, esas tonalidades de principios de los 70s que no son asimiladas, que aún apresan a cualquiera (pues a pesar de su extrañeza no pasan desapercibidas) y que explotan la duda de cualquiera al preguntar el clásico ¿qué estas escuchando?, prediciendo al ¿de dónde es eso?, ¿cómo escuchas eso?, ¿de dónde lo sacaste? Mi primo con un universo de posibilidades en un rectángulo pequeño, yo con un etéreo sonido que cuesta aceptar a pesar de los avances. ¿Estaré entonces un tanto más cerca de la tecnología? No lo creo, nadie lo creería conmigo. Esa música es de locos, dirán. Soy un nostálgico de vanguardia si bien me va. Si me hubiera muerto en ese momento mi primo tal vez hubiese querido poner en mí epitafio: “Escuchaba ruidos”.
Mi primo vino el otro día, traía consigo uno de esos celulares nuevos, lo que en boga estan, los objetos del deseo actual, lo que ha de cambiar cuando las curiosidades den una vuelta más al mundo de las posibilidades (o viceversa). Quería que le ayudara a instalar algunas nuevas aplicaciones, quería sentirse apoyado mientras le metía mano a ciertos sistemas y seguir aprendiendo de su nueva adquisición. Yo estaba apunto de comenzar a escribir este texto, escuchaba un poco de música un tanto extraña, un tanto añeja. Ambas cualidades. Ambos nos sorprendimos, yo de lo que puede ser el futuro al ver el presente, él del presente al escuchar su añejamiento ante el pasado. Estuvo como por alrededor de 30 minutos y se marchó, como todo lo ha hecho o lo hará. Epitafios.
No hay comentarios:
Publicar un comentario