EL BOLSILLO IZQUIERDO
Para esta ocasión decidí escribir de manera muy personal, en cuanto estilo, no obstante elegí un tema por lo más actual, actual presente y actual contemporáneamente. Es decir, que está libre en el aire de estos días, pero también desde hace ya un par de años (presentes). Escribí sobre esta división ideológica que abunda en el país.
VERDE.
Sentado en la banca del parque – la banca del parque de la que ya no escribo tanto pero a la que sigo asistiendo ocasionalmente, tanto en la imaginación como en sueños, tanto física como alejadamente – escuchando los comentarios de una ciudad breve, breve en todo sentido, y su igualmente infanta gente que camina con direcciones opuestas y pensamientos contrariados en la cabeza, nunca en la mente (siempre cerca nunca lejos, siempre excusados nunca profundos).
Sentado en la banca del parque, así me encuentro; como un apático testigo de la vida que se desarrolla frente a mis ojos, irónicamente, tal vez, esa sea parte de mí función en ese momento, ser un inerte prototipo de la calma, de lo vago, de lo no desarrollado. El tipo de a lado no parece estar igual, sonríe, ríe, se mantiene con una especie de alegría en el corazón. Señala frecuentemente a alguno de los caminantes. Veo lo que él observa pero desde mí ángulo, unos cuantos centímetros a su costado izquierdo, posiblemente sea la suficiente diferencia como para no encontrarle el mismo sentido. De otra manera, se encontraría en mí banca, la banca del parque público, donde no recuerdo si he visto reír a alguien que se encuentre sentado en ella, quizás porque siempre me encuentro en ella cuando me percato de este asunto, quizás porque cuando paso por el parque y la veo a la distancia siempre me figuro ahí y nunca reparo en quien se encuentra allí, en la banca, en eso que he hecho como mío en mis textos, que tanto son míos como de los míos “mí banca del parque”, así digo, escribo, imagino, atiendo.
Sentado, escucho y desfiguro lo real, lo vuelvo irreal (lo escribo) y lo desdibujó más, las anécdotas pesan cuando uno se da a la tarea de matar la pureza de una hoja en blanco, como alguien que ve en ella una oportunidad, la de asesinar creando. Irónicamente me encuentro como algo apático entre mí espacio y todo lo que se mueve, entre mi lado (que son dos pero uno para quien lo ve de perfil) y él individuo que ríe, sonríe y señala para seguir con esa feliz sensación de estar bien y que se encuentra a mí derecha, o yo a su izquierda y me ve de perfil. ¿De que ríe me preguntó?, ¿por qué no ríe? puede decirse él, acaso se pregunta algo de mí, acaso se ha dado cuenta de mí presencia. ¿Quién se percata de algo indolente, lento, indiferente ante la móvil y estorbada conformidad?
Soy sólo un lado aunque tenga dos que en realidad es uno y no debería ser ninguno. Soy algo para mí que para los otros no, me fragmentan, como cuando escribo y divago, soy vago en sí, por eso lo hago. ¿Quién quiere sentarse cuando todos caminan, quien quiere caminar cuando todos duermen, acaso sueñan que lo siguen haciendo; caminar, permanecer sentado, seguir soñando?
Sentado en la banca del parque escucho los comentarios de una ciudad breve, divididos en bancos de pensamiento que poco a poco incrementan sus intereses a la usanza de una vieja obra del teatro de lo absurdo. Alguien ríe, el hombre de a lado que ha decidió, como yo, sentarse a observar, talvez, no puedo saberlo, su risa les da un ritmo distinto a los pasos, a las pautas de ritmo de cada comentario; un poco más acelerado cuando estan optimistas, un poco más lento cuando se niegan ante la posibilidad. Soy sólo uno, como el que camina, que son varios, como el que ríe y se carcajea como dos, o tres, no cuatro, no tiene la capacidad tampoco de ser tan alegre. No me lleva más de tres años y se ve que ha sido educado de la misma manera en que lo fui yo.
No permanecí más de mis acostumbrados 15 – 20 minutos, él hombre que señala, que señala y ríe (y que también es sólo un lado para mí, su izquierda) era pasado, sus acciones ahora tendrían que ser conjugadas en pretérito. Se había marchado cuando levanté mí vista para divisar el árbol que nos cubría del sol, a los dos, a nuestros lados (que juntos eran cuatro) y que era inerte, más que yo, irónicamente más vivo y viejo que cualquiera en la escena. Me marché hiriente después de hallarme solo y empecé a reír.
Para esta ocasión decidí escribir de manera muy personal, en cuanto estilo, no obstante elegí un tema por lo más actual, actual presente y actual contemporáneamente. Es decir, que está libre en el aire de estos días, pero también desde hace ya un par de años (presentes). Escribí sobre esta división ideológica que abunda en el país.
VERDE.
Sentado en la banca del parque – la banca del parque de la que ya no escribo tanto pero a la que sigo asistiendo ocasionalmente, tanto en la imaginación como en sueños, tanto física como alejadamente – escuchando los comentarios de una ciudad breve, breve en todo sentido, y su igualmente infanta gente que camina con direcciones opuestas y pensamientos contrariados en la cabeza, nunca en la mente (siempre cerca nunca lejos, siempre excusados nunca profundos).
Sentado en la banca del parque, así me encuentro; como un apático testigo de la vida que se desarrolla frente a mis ojos, irónicamente, tal vez, esa sea parte de mí función en ese momento, ser un inerte prototipo de la calma, de lo vago, de lo no desarrollado. El tipo de a lado no parece estar igual, sonríe, ríe, se mantiene con una especie de alegría en el corazón. Señala frecuentemente a alguno de los caminantes. Veo lo que él observa pero desde mí ángulo, unos cuantos centímetros a su costado izquierdo, posiblemente sea la suficiente diferencia como para no encontrarle el mismo sentido. De otra manera, se encontraría en mí banca, la banca del parque público, donde no recuerdo si he visto reír a alguien que se encuentre sentado en ella, quizás porque siempre me encuentro en ella cuando me percato de este asunto, quizás porque cuando paso por el parque y la veo a la distancia siempre me figuro ahí y nunca reparo en quien se encuentra allí, en la banca, en eso que he hecho como mío en mis textos, que tanto son míos como de los míos “mí banca del parque”, así digo, escribo, imagino, atiendo.
Sentado, escucho y desfiguro lo real, lo vuelvo irreal (lo escribo) y lo desdibujó más, las anécdotas pesan cuando uno se da a la tarea de matar la pureza de una hoja en blanco, como alguien que ve en ella una oportunidad, la de asesinar creando. Irónicamente me encuentro como algo apático entre mí espacio y todo lo que se mueve, entre mi lado (que son dos pero uno para quien lo ve de perfil) y él individuo que ríe, sonríe y señala para seguir con esa feliz sensación de estar bien y que se encuentra a mí derecha, o yo a su izquierda y me ve de perfil. ¿De que ríe me preguntó?, ¿por qué no ríe? puede decirse él, acaso se pregunta algo de mí, acaso se ha dado cuenta de mí presencia. ¿Quién se percata de algo indolente, lento, indiferente ante la móvil y estorbada conformidad?
Soy sólo un lado aunque tenga dos que en realidad es uno y no debería ser ninguno. Soy algo para mí que para los otros no, me fragmentan, como cuando escribo y divago, soy vago en sí, por eso lo hago. ¿Quién quiere sentarse cuando todos caminan, quien quiere caminar cuando todos duermen, acaso sueñan que lo siguen haciendo; caminar, permanecer sentado, seguir soñando?
Sentado en la banca del parque escucho los comentarios de una ciudad breve, divididos en bancos de pensamiento que poco a poco incrementan sus intereses a la usanza de una vieja obra del teatro de lo absurdo. Alguien ríe, el hombre de a lado que ha decidió, como yo, sentarse a observar, talvez, no puedo saberlo, su risa les da un ritmo distinto a los pasos, a las pautas de ritmo de cada comentario; un poco más acelerado cuando estan optimistas, un poco más lento cuando se niegan ante la posibilidad. Soy sólo uno, como el que camina, que son varios, como el que ríe y se carcajea como dos, o tres, no cuatro, no tiene la capacidad tampoco de ser tan alegre. No me lleva más de tres años y se ve que ha sido educado de la misma manera en que lo fui yo.
No permanecí más de mis acostumbrados 15 – 20 minutos, él hombre que señala, que señala y ríe (y que también es sólo un lado para mí, su izquierda) era pasado, sus acciones ahora tendrían que ser conjugadas en pretérito. Se había marchado cuando levanté mí vista para divisar el árbol que nos cubría del sol, a los dos, a nuestros lados (que juntos eran cuatro) y que era inerte, más que yo, irónicamente más vivo y viejo que cualquiera en la escena. Me marché hiriente después de hallarme solo y empecé a reír.
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