MINI-FICCIONES.
A. Güiris V.
1.-
Todos los días, antes de desayunar y posterior a tomar un café negro sin azúcar
y una dona de chocolate, Don Miliciano tomaba rumbo al puesto de la lotería
nacional que se encontraba en la plaza cívica para jugar un “Rasca tu Suerte”.
Solía decir que si ganaba iría directamente a la agencia de viajes a comprar un
boleto directo a Cracovia –quería recorrer todos los castillos de Europa comenzando
por el de Malbork. De darse el caso contrario, alegaba, caminaría dos cuadras
hasta la fonda de Doña Ermita (secreta enamorada de Don Miliciano) para ordenar
unos huevos revueltos con jamón ya que “nadie los preparaba como ella”. Es ahora,
a meses de su fallecimiento, certeramente suponer que Don “Mili” nunca obtuvo
fortuna alguna más que aquella de morir de amor oculto y alto grado de colesterol.
2.-
Alrededor de la media noche, después de recibir una certera puñalada a tan sólo
unos cuantos centímetros del ombligo, Joaquín Olvera tiró al suelo su imitación
de Rolex y el billete de doscientos pesos con el que pensaba invitar una ronda
a sus amigos que lo esperaban en el bar para así intentar comenzar la huida
–la jugarreta la imitaba de una película de acción vista la semana pasada. Agitado
y un tanto excitable hizo la parada a un taxi que se detuvo y le recogió aún
con la daga enterrada. Muy a pesar de las insinuaciones del chofer, Joaquín
pidió ser llevado a casa de Laura; la mujer que –según sus propias palabras– había
nacido no para ser simplemente amada por él, sino para formar parte de su vida
y todo lo que en él sucediera. Fue aproximadamente diez minutos después que la
unidad se detuvo frente al zaguán de Laura y Joaquín pagó con el resto de lo
que llevaba en su cartera (alrededor de 800 pesos), que esperó cansinamente a que éste
desapareciera en el horizonte de su agitada vista para acercarse al timbre de
la casa y tocar en un par de ocasiones sin obtener respuesta alguna, sin
obtener al menos una bombilla que se prendiera cuasi improvisadamente en la oscuridad de la noche. No fue hasta que terminó la segunda tanda de tentativas que se
alejó del timbre la exacta distancia que el puñal estaba de su ombligo y
cayó desfallecido al suelo, dejando tras de si el rastro de su sangre sobre la
pintura blanca.... Mientras sus ojos presentaban lentamente su renuncia, pensó
primeramente en sus amigos; en lo que estarían diciendo debido a su retraso, a su posible
ausencia… Luego pensó en Laura, en Laura y su verdadera ausencia mientras sus
ojos sellaban su entrada al mundo y al de ella. Al de Laura, que calzada en pantuflas
y enfundada en su pijama rosa hacía su entrada al hospital central. Se encontraba
ausente, dolida, aterrada de un miedo que no podía describir cabalmente. Era
claro: había tenido un sueño desgarrador y no lo podía entender del todo.
3.-
Sus tacones rompían el lodo cuajado de los charcos como las agujas perneaban
los brazos de los drogadictos que se colocaban en la esquina en punto de las
10. El sol comenzaba a detener sus portentosas llamas en el horizonte cuando
giró para mirarme detenidamente y alzar la mano agitadamente. Era un movimiento
frío, automático, casi ensayado; uno de esos “Hasta Luego” que sabes de primera
su significado: “Un adiós eterno, no me esperes”. En sus ojos logre percibir
–puedo jurarlo– un dejo de nostalgia y ternura, una cristalina tristeza por el
abandono que ejecutaba con dureza y decisión. No supe a bien la razón exacta,
pero nos imagine despidiéndonos tiernamente en una estación de tren en la
antigua Checoslovaquia; con todos esos tonos grises y flemáticos que adornan la
añoranza. No quise que fuera Paris, a ella no le hubiera gustado – no era su
estilo… La figuré bajo el telón de luz que se colaba por los prismas
cristalinos del techo de mi imaginaria estación envuelta en su vestido rojo y la
sombrilla cian que le obsequié en su cumpleaños 26, nuestro tercer aniversario.
Por mi mente repicaron punzantemente las notas y frases de “Farolito” de
Agustín Lara al igual que aquello que minutos antes me había citado categóricamente
como unas últimas palabras: “Querido Armando (y me rozó ambas mejillas con sus
tersas manos), no te presiones... Recuerda que al pasar de los años es la gente
más ruda la que se convierte en la más noble… Nunca lo he entendido bien, pero
creo que es parte de la naturaleza humana que los opresores y tiranos sean
quienes crecen de manera por de más mediocre. No te ofusques, nunca lo
hagas, aún te quedan más barreras por romper. Peores situaciones que lidiar.” Entonces
se giró de nueva cuenta, regalándome la imagen de su espalda adornada con
aquella sudadera gris que alguna vez me perteneció y unos jeans deslavados. No
alcé la mano en ningún momento, tan sólo la observe alejarse hasta esa esquina
que la desapareció de la misma forma que los ojos se velan con un simple movimiento de cejas.
Jamás volví a saber de ella. Jamás. Y fue así, tan llano como el campo y el tiempo,
que perdí al gran amor de mi vida y nunca más lo recupere.
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