Replicantes.

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España, 2009.

Sunset Boulevard

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El que Busca Encuentra

viernes, 14 de septiembre de 2012

3 Mini-ficciones 3


 MINI-FICCIONES.

A. Güiris V.

1.- Todos los días, antes de desayunar y posterior a tomar un café negro sin azúcar y una dona de chocolate, Don Miliciano tomaba rumbo al puesto de la lotería nacional que se encontraba en la plaza cívica para jugar un “Rasca tu Suerte”. Solía decir que si ganaba iría directamente a la agencia de viajes a comprar un boleto directo a Cracovia –quería recorrer todos los castillos de Europa comenzando por el de Malbork. De darse el caso contrario, alegaba, caminaría dos cuadras hasta la fonda de Doña Ermita (secreta enamorada de Don Miliciano) para ordenar unos huevos revueltos con jamón ya que “nadie los preparaba como ella”. Es ahora, a meses de su fallecimiento, certeramente suponer que Don “Mili” nunca obtuvo fortuna alguna más que aquella de morir de amor oculto y alto grado de colesterol.

2.- Alrededor de la media noche, después de recibir una certera puñalada a tan sólo unos cuantos centímetros del ombligo, Joaquín Olvera tiró al suelo su imitación de Rolex y el billete de doscientos pesos con el que pensaba invitar una ronda a sus amigos que lo esperaban en el bar para así intentar comenzar la huida –la jugarreta la imitaba de una película de acción vista la semana pasada. Agitado y un tanto excitable hizo la parada a un taxi que se detuvo y le recogió aún con la daga enterrada. Muy a pesar de las insinuaciones del chofer, Joaquín pidió ser llevado a casa de Laura; la mujer que –según sus propias palabras– había nacido no para ser simplemente amada por él, sino para formar parte de su vida y todo lo que en él sucediera. Fue aproximadamente diez minutos después que la unidad se detuvo frente al zaguán de Laura y Joaquín pagó con el resto de lo que llevaba en su cartera (alrededor de 800 pesos), que  esperó cansinamente a que éste desapareciera en el horizonte de su agitada vista para acercarse al timbre de la casa y tocar en un par de ocasiones sin obtener respuesta alguna, sin obtener al menos una bombilla que se prendiera cuasi improvisadamente en la oscuridad de la noche. No fue hasta que terminó la segunda tanda de tentativas que se alejó del timbre la exacta distancia que el puñal estaba de su ombligo y cayó desfallecido al suelo, dejando tras de si el rastro de su sangre sobre la pintura blanca.... Mientras sus ojos presentaban lentamente su renuncia, pensó primeramente en sus amigos; en lo que estarían diciendo debido a su retraso, a su posible ausencia… Luego pensó en Laura, en Laura y su verdadera ausencia mientras sus ojos sellaban su entrada al mundo y al de ella. Al de Laura, que calzada en pantuflas y enfundada en su pijama rosa hacía su entrada al hospital central. Se encontraba ausente, dolida, aterrada de un miedo que no podía describir cabalmente. Era claro: había tenido un sueño desgarrador y no lo podía entender del todo.

3.- Sus tacones rompían el lodo cuajado de los charcos como las agujas perneaban los brazos de los drogadictos que se colocaban en la esquina en punto de las 10. El sol comenzaba a detener sus portentosas llamas en el horizonte cuando giró para mirarme detenidamente y alzar la mano agitadamente. Era un movimiento frío, automático, casi ensayado; uno de esos “Hasta Luego” que sabes de primera su significado: “Un adiós eterno, no me esperes”. En sus ojos logre percibir –puedo jurarlo– un dejo de nostalgia y ternura, una cristalina tristeza por el abandono que ejecutaba con dureza y decisión. No supe a bien la razón exacta, pero nos imagine despidiéndonos tiernamente en una estación de tren en la antigua Checoslovaquia; con todos esos tonos grises y flemáticos que adornan la añoranza. No quise que fuera Paris, a ella no le hubiera gustado – no era su estilo… La figuré bajo el telón de luz que se colaba por los prismas cristalinos del techo de mi imaginaria estación envuelta en su vestido rojo y la sombrilla cian que le obsequié en su cumpleaños 26, nuestro tercer aniversario. Por mi mente repicaron punzantemente las notas y frases de “Farolito” de Agustín Lara al igual que aquello que minutos antes me había citado categóricamente como unas últimas palabras: “Querido Armando (y me rozó ambas mejillas con sus tersas manos), no te presiones... Recuerda que al pasar de los años es la gente más ruda la que se convierte en la más noble… Nunca lo he entendido bien, pero creo que es parte de la naturaleza humana que los opresores y tiranos sean quienes crecen de manera por de más mediocre. No te ofusques, nunca lo hagas, aún te quedan más barreras por romper. Peores situaciones que lidiar.” Entonces se giró de nueva cuenta, regalándome la imagen de su espalda adornada con aquella sudadera gris que alguna vez me perteneció y unos jeans deslavados. No alcé la mano en ningún momento, tan sólo la observe alejarse hasta esa esquina que la desapareció de la misma forma que los ojos se velan con un simple movimiento de cejas. Jamás volví a saber de ella. Jamás. Y fue así, tan llano como el campo y el tiempo, que perdí al gran amor de mi vida y nunca más lo recupere.

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