40 Minificciones para 40 años.
-a. güiris v. -
El cuarto nivel de ciclos me ha alcanzado, si soy sincero me ha llegado como una ventisca de oportunidades y sin tomarme por sorpresa realmente. Le sonrió con ánimos pues de él espero. Espero que se abra camino palmo a palmo y con tantas experiencias que habremos, juntos, de volver cansinas. Es así, entonces, como he querido festejarlo escribiendo 40 minificciones inspiradas en todo aquello que he podido vivir durante todos estos años: anécdotas propias, ajenas, escenas de películas, fragmentos de novelas, letras de canciones y un etcétera muy amplio; sueños, añoranzas y deseos.
Lo he querido hacer como suelo hacerlo, bajo un uso colectivo pero independiente al mismo tiempo. Todas estas minificciones se pueden leer de manera desorganizada e incompleta así como todo lo contrario… Me gusta inventar, claro -narrar- todo este tiempo he luchado por ello así que aquí obsequio y me obsequio estas narrativas que creo, muy honestamente, me definen en totalidad. Ya lo dijera mejor el gran José Luis Alvite de quien me inspiró tanto y tantas veces: “Ser sincero es mejor que decir la verdad.” Espero las disfruten.
1.- Empezado el otoño solíamos asistir a una triste y gris cantina dedicada a los amantes de lo taurino, se encontraba escondida entre un viejo edificio de condominios y una vecindad que se sostenía en pie mediante un suspiro. Debajo de la cabeza de toro mejor conservada se podía encontrar siempre a medio gas a Eddie Frank, un boxeador retirado al que le agradecíamos en silencio que en cierta etapa de nuestras vidas pudiésemos pagar nuestras bebidas al mismo tiempo que la rockola sin sentirnos apretados del bolsillo. Según Jimmy Forlán, que había crecido en el mismo vecindario que él, su gran secreto se hallaba en su infancia: le habían golpeado tanto en casa que había desarrollado sendos callos en su frente, pómulos y quijada. “La marca de la casa”, solía decirle a la distancia con el vaso en alto desde la barra a manera de tributo. Todos alzando el cocktail… Cuando la prensa se preguntaba por su paradero en sus desvanecimientos temporales durante el reinado de la hojarasca entre la superficie plana de las avenidas principales, nosotros hicimos, siempre, oídos sordos… Y fue así como lo conservamos en su vicio; jamás dijimos algo de lo que en realidad pasaba dentro de las inmediaciones de “El Rincón Tendido” guardando el secreto de su privacidad... Creo, sinceramente, que aquello es una de las más nobles y bellas cosas que he hecho en toda mi vida.
2.- Era alto, delgado y con un rostro afilado; ojeras profundas -cuasi enfermizas-, la mirada perdida entre mundos desconocidos para todos los ajenos. Caminaba errante, como si no existiese otra dirección más que el horizonte de la noche. Él no me miró; respiraba agitado y bajo su abrigo abrazaba algo que me pareció de un peso considerable; quizá una estatuilla. En realidad no tuvo oportunidad alguna para cualquier cosa que pudiese imaginar hacer, al siguiente cruce de calle los hombres de Morgan le acribillaron a quemarropa con un par de balazos en el pecho y la cabeza. Escuché los disparos y me asomé un poco a la escena; postal alusiva a cualquier pintura de Hooper, me sorprendí un poco pero seguí caminando hasta casa para comer el bocadillo que había comprado cuadras antes. No pude... Al día siguiente el propio Morgan tocó personalmente a mí puerta para pedir disculpas por si acaso había echado a perderme la cena; sus hombres me habían visto comprarla durante la persecución… En realidad nunca he podido sacarme ese rostro de la cabeza; era como uno de esos sobrevivientes que uno ve en los documentales de los campos de concentración.... Dejé de verlos después de aquella noche.
3.- El Batazo dejó en silencio al estadio; el lanzamiento rompiente había quedado corto y al centro del plato. Pedro Ortiz, que tenía cuenta de dos bolas y un strike, hizo swing y la pelota se elevó por todo lo alto del jardín central. El sonido no dejaba las cosas claras; el público expectante, las miradas en la parábola de la pelota... Felipe Hernán corrió con todas sus fuerzas hasta la franja de advertencia: el home run era o parecía un hecho, el grito de todos los presentes encapsulado en sus gargantas... La pelota caía, caía; destino evidente... Pero nada en realidad estaba escrito, Hernán dió el salto de su vida; impulsado por la valla su figura se elevó por lo aires tomando la pelota con la mano, tapando el sol para el plano de la televisión y robando el Grand Slam que habría llevado el juego a extra innings. Los Ocelotes perdieron la serie y los Furtivos llegaron a la serie final; abatidos en juegos consecutivos sin meter una sola carrera... La jugada de Felipe Hernán fue elegida como la mejor del año, a la postre como la mejor de su carrera por expertos y fanáticos. Yo estuve ese día ahí, en el estadio, pero no pude verla… Poco antes de que Ignacio Higueras le diera la segunda bola a Pedro Ortiz mi mujer me mandó un mensaje con los documentos adscritos del divorcio. Tuve que verla en los resúmenes deportivos de esa noche… Cuando Hernán anunció su retiro y resumieron lo mejor de su carrera me encontraba en el bar de Filiberto González; allí la vi de nueva cuenta después de varios años en la pequeña y cochambrosa pantalla que colgaba de su techo. Algunas lágrimas escurrieron por mi rostro sin poder controlarlas, extrañados me vieron todos sin llegar a entender en realidad lo que me pasaba. Nadie se lograba a bien explicar mi sollozo... Si soy franco, aún es el día en que yo tampoco lo comprendo.
4.- Cuando el cuerpo de Adalberto fue sacado de su domicilio el fétido olor no desapareció por días, podríamos decir que se mantuvo por los aires durante algunas semanas. Los vecinos molestaron a la policía incesantemente creyendo que otro cuerpo debía estar enterrado en el jardín o escondido en algunos de los muebles del interior. Fue el detective Barker quien descubrió el origen de este: el refrigerador. Adalberto había conservado ahí la cena que siempre quiso invitar a Marina, el gran amor de su vida. Se había enamorado de ella hacía más de quince años y aquel menú llevaba ahí ya más de 7 meses; ningún sistema de conservación podría haberlo mantenido medianamente fresco... Se decidió a invitarla en aquella primavera en que nos confesó su tormento dentro del sótano de Casimiro Palacios... Entendemos que nunca se atrevió a hacerlo, suponemos que prefirió irse antes de conocer la respuesta -al tiempo de presenciar la primigenia degradación de los alimentos... Después de las primeras llamadas vecinales lo encontraron con medio cuerpo dentro del horno y la boca amordazada... En ocasiones, supongo, se podría etiquetar al suicidio como un crimen pasional.
5.- Nunca me dijo nada, simplemente se fue. Cuando llegué a casa su closet estaba vacío y faltaba el espejo del baño. En la mesilla de sala dejó una pequeña nota doblada a lo largo, quizá lo más romántico que alguien me ha dedicado jamás. Rezaba lo siguiente: “Que me gustaría más que decirte que esa frase tan trillada de que a todas las personas buenas al final les pasan cosas buenas fuera falsa. Pero no, no es así cariño, aún sigo creyendo en ella... Y si a ti realmente te siguen faltando esos momentos, es quizá porque, a pesar de todo, no eres una de ellas”. Desde ese día jamás he podido volver a mi reflejo en la casa (de la misma manera).
6.- Gerardo Mendoza solía decir que del amor son pocas cosas lo que se puede aprender aunque en realidad nunca fue muy práctico con sus emociones; acaso recitaba que lo que único en lo que podía creer era aquello de que al conocer al amor de tu vida este haría detener el tiempo, el mundo, los planetas y hasta el universo. Palabras que resultaron proféticas. Cuando vio entrar por vez primera a Frida al bar enfundada en ese vestido blanco entre la neblina del tabaco y los solos de contrabajo de Ron Carter, simple y sencillamente su corazón ya no pudo andar más... Cuando le enterramos, Frida dejó sus labios pintados en una de las esquinas del ataúd... Y así lo despedimos... Y así se fue de este mundo.
7.- La única vez que porté un arma fue aquella ocasión en que Morgan me llamó de emergencia a su casa pasadas las tres y media del alba. Decía ver fantasmas y espíritus; sus ojos desorbitados. Fervientemente creía que eran algunas de las almas que había cobrado a lo largo de su carrera criminal. Asumí la confianza cuasi con agradecimiento y con una nueve milímetros recorrí sus pasillos, los jardines amplios de su casa, las múltiples escaleras y el par de albercas que nunca vi ser utilizadas con su mano temblorosa detrás mío. No encontramos nada, ni un solo rasguño en pared alguna... Sus aposentos en realidad habían sido construidos cual fortaleza; tanto para los vivos como para los muertos... La demencia que le habían diagnosticado años atrás estaba ya muy avanzada y opté por servirle un par de sendos cognacs antes de acostarlo en su cama king size… Lo dejé allí, tranquilo y solícito en su cama, arropado con su pijama de seda oriental abrazando una escopeta cargada, sin seguro, y junto a una caja rebosante de municiones… Sin dudar, una de las imágenes más tiernas que jamás haya podido presenciar.
8.- Nunca supe en realidad el verdadero nombre del sitio pero todos lo conocían como el Sitio 66-6. Una hosca y perpendicular franja que marcaba los límites del barrio oeste con el del sur. Se decía que nadie con gusto a hacer algo de provecho pondría sus pies allí. La verdad es que a mi nunca me pareció tan peligroso, más bien curioso. Por sus rincones podías hallar a todo tipo de personajes venidos a menos, con el pasado clavado en la mirada y el horizonte apuñalando cruentamente sobre sus espaldas; nada ajeno en realidad a los lugares que frecuentaba en las jornadas taciturnas. Recuerdo mucho a un sujeto que decía haber inventado el jabón en polvo cuando joven; claramente no lo había patentado y alguien con mayor agilidad comercial le había robado su legado… Sin duda resultaba uno de los más grandes hazmerreíres de la zona y el lugar; razones obvias: ante la duda la burla... Si mal no recuerdo alguna vez le vi en el noticiero nocturno, un alarde de comedia barata por parte de los medios de comunicación… Habré cruzado palabra con él en un par de ocasiones, en un par más alguno que otro saludo a la distancia por las calles céntricas de la ciudad sin saber si me reconocía o simple y llanamente me tomaba por un desorientado... Recuerdo que su olor era insoportable, incontenible; pocos en realidad podrían haber estado cerca de él por más de medio minuto -otros quizá ya estaban acostumbrados… Era esa, pues, su naturaleza y destino... Extraña coincidencia resultaba que a pesar de su fragancia, y su estado desaliñado, su ropa siempre estaba por demás impecable.
9.- La primera vez que tuve el corazón roto fue cuando escuché el solo de trompeta de Chet Baker en I've Never Been In Love Before. Yo era apenas un adolescente que solía confundir las más grandes aventuras con la más típica caída del ocaso. Me encontraba en el pórtico de la casa de un muy buen amigo después de lanzarnos unas cuantas bolas de baseball. Su padre puso un álbum compilatorio de Jazz mientras cansado reposaba en la orilla de uno de los escalones de la escalerilla que llevaba a la entrada principal de la casa; una bella puerta de madera con cristales vicelados que me prometí imitar cuando creciera y que se mantiene aún como una deuda pendiente con mis años mozos... En aquel tiempo ni siquiera me acercaba a pensar en nada cercano al amor, jamás había tocado una mano de esa cierta manera, digamos… Pero cuando escuché ese aliento golpear el metal de la boquilla de salida con el melancólico talento de Baker, deseé que me pasara lo peor -el más terrible de los finales con el afecto- y así poder conocer lo que se necesitaba para crear algo de ese calibre... Años más tarde, cuando llegaba pernoctando a mi casa con ese punzante dolor en el pecho por un distanciamiento de cariño, un quebranto total, o una simple negación, no dudaba en colocar sus discos en la consola apartando esa canción para cuando el sol asomara en el horizonte... En realidad siempre me ha gustado que el mundo despierte así, bajo el abrazo de ese hermoso tormento, como lo viví aquel día en aquel pórtico sin saber lo que en realidad me habría de deparar.
10.- Bueno fue que Morgan -el más profesional y disciplinado gangster que ha tenido esta ciudad- jamás en realidad quedara prendido de alguien. Esto, claro, a expensas que nadie supo a ciencia cierta su orientación sexual... Y es que a través de sus labios, claro, hubiera creído totalmente que saliera esa frase que tanto oí en los agujeros atonales en los que me metí por tantos años. Aquella que dictaba: “Por ti haría todo amor, hasta matar.” En Morgan, queda claro, eso habría resultado más un pacto que una verdad a medias.
11.- No conozco a nadie que haya olvidado las palabras que Cristina dedicara a Pedro Alborán en aquella nublada navidad con la voz entrecortada después de media botella de vodka: “Es cierto que tuve muchas parejas a lo largo de mi vida, amor. Algunos incluso se atreven a asegurar que fueron viles fracasos, duelos que lo único que lograron fue manchar mi hoja de vida. Pero no lo creo así, querido. No lo creo. Ahora que te tengo a ti, a mi lado, puedo asegurar que en cada uno de ellos lo único que intenté fue encontrarte antes de tiempo”... Pedro tenía, para ese entonces, 3 años de muerto.
12.- Fue dentro de la tumultuosa atmósfera que crearon las baterías en aquel concierto tributo a Buddy Rich que Enzo Ferrán, mi querido, cansado y apaciguado amigo Enzo, se me acercó para hacerme la más extraña y grandilocuente confesión. Me dijo que no hacía mucho le había regalado la luna a alguien, al alguien más especial que jamás otro alguien podría llegar a conocer en vida… No le creí, ¿quién habría podido hacerlo en aquel momento?... Es más, seguro estoy que habré lanzado alguna que otra risotada pero al poco tiempo comprendí que hablaba en serio y me calmé; apaciguado le seguí escuchando... “Promesas como esas no pueden sino cumplirse de alguna u otra forma, amigo. No deben de tomarse a la ligera”, me dijo, con el ritmo diezmado de su labia. Todo lo contrario al enérgico swing que teníamos tras el telón de fondo… Continuamos platicando un largo rato entre hielo seco y platillos a la más alta velocidad... Entre otras cosas me admitió que su cometido lo estaba consiguiendo gracias a una muy calculada partida de escalas, a un muy meticuloso reparto de las partes. Al final, claro, no supe que decir ni que pensar. Aquella noche caminé hasta casa bajo la fuerte ventisca que pronostica la nevada. Reflexioné en el trayecto. Me quedaba claro que Enzo había encontrado aquello imposible de hallar y me dio hasta cierta parte algo de envidia... Claro que solo a personas como Enzo le podían suceder cosas como aquellas: encontrar un tesoro reclamado de inmediato por uno de esos museos a los cuales él nunca podría tener acceso -ni siquiera para poder ver su descubrimiento tras las vitrinas… De aquel suceso han pasado ya algunos años, y años tiene también que mi querido amigo falleció víctima de las circunstancias: atropellado por un camión de volteo que se quedó sin frenos en una calle poco transitada. Si lo recuerdo hoy es porque me he resbalado por un callejón hasta tocar el suelo y resulta que hay luna llena, frondosa ante el nocturno pesar de todos los transeúntes... Admito, sí, que cuando la luna se encuentra en plenitud pienso que de alguna u otra forma él aún nos mira -se encuentre donde se encuentre- y nos permite por unos momentos presenciar al astro, solicita encarecidamente a su verdadera dueña que nos lo comparta... Después, claro, nos la quita a pedazos, porque en las noches de luna nueva seguro estoy que se encuentra en realidad con quien debe; ese alguien que nadie más se atrevería a soñar.
13.- Pocas personas saben que un tiempo trabajé en una empresa cuyo manejo de recursos no puedo describir de otra manera más que este: lírico. Suspiraban en espera de que encontraramos el hilo negro de todas sus ocurrencias. Con una mirada de decepción intentaban darnos aliento y con esforzados gritos la fuerza necesaria para trabajar extra los días de paga. En su enciclopedia el más brioso apoyo era un claro sinónimo de amenaza… Fungí como escritor creativo y redactor de estilo por unos tres meses aunque quizá solo fueron tres semanas. No logro en si recordarlo… Ahora bien, decir que lo mejor que escribí para ellos fue mi carta de despedida sería faltar a la verdad. Lo que en realidad pasó fue que en mi última noche me quedé escondido en una de las bodegas de recursos materiales, entrada la madrugada salí de mi escondite e ingresé en las oficinas centrales con una lata de spray bajo la pura formalidad de realizar una pinta en la pared más vistosa. Letras en rojo: “Pronto habrán de obedecer”... No supe más del asunto hasta que un día, no mucho tiempo después, me encontré con que la habían usado como slogan para una película de ciencia ficción que terminó por no ser muy taquillera pero a la postre se convirtió en un film de culto… Me enfadé e intenté crear una campaña para saquear todos los afiches de la ciudad. Nunca sucedió, nada pasó. Entorno y traición… No hace mucho fue que la reestrenaron en salas con motivo de uno de esos aniversarios tan en boga hoy en día. Me la topé sin querer, sin el recuerdo fresco. La gran marquesina la anunciaba con bombo y platillo; larga la fila para entrar, más larga la fila para obtener un ticket… Si soy sincero, en cierto momento me sentí un tanto orgulloso de mi trabajo en dicha empresa que creo, por cierto -pero no lo puedo a bien saber- ya no existe. Espero así sea.
14.- Sandro Alborán siempre quiso conocer el espacio, ser un astronauta por así decirlo pero, claro, sin el traje -le parecía ridículo. Resultaba común encontrarlo mirando a las nubes durante el día y a las estrellas por la noche; para él, lógicamente, resultaba exactamente lo mismo. Su padre era el electricista que se encargaba de los bares propiedad de Francesco -el cicatriz- Aburto. Una serie de tugurios donde el piano de Herbie Hancock se encontraba directamente con los tratos más inhóspitos de la noche. Se dice que ocasionalmente alguna mujer se desnudaba en sus rincones, que eventualmente alguien era llevado al santo descanso por medio de un amigable y sútil apretón de cuello cerca de aquellos refrigeradores donde se guardaban las carnes frias para la cena, pero yo ni nadie vio nunca nada de eso. Supongo que el trabajo del progenitor de Sandro no era tan bueno como se creía, o bien, claro, alguien era un verdadero mago de las sombras… Habrá tenido Sandro unos 16 cuando le invité su primer gin tonic en unos de esos sitios negados de ley… En aquellos días ambos teníamos el corazón roto, las esperanzas resquebrajadas. Yo acababa de ser obviado por el único ser que me ha cegado el horizonte y él había tomado consciencia que jamás podría viajar hasta los confines del universo… Por más distanciadas que hubieran parecido entonces nuestras tragedias terminamos en un abrazo amigable con los ojos cristalinos cerca de unos de esos ruidosos refrigeradores que emanaban ese olor tan peculiar… Supe con el tiempo que su padre comenzó a pregonar que su hijo lo había logrado, que se había elevado tan alto que no pudo otra cosa más que alcanzar a ver y tocar las estrellas… No le creí pero en sí había mucho de razón en sus palabaras… Lo que en realidad sucedió fue que Sandro murió electrocutado mientras hacía una instalación en un hotel de poca monta que hoy ha sido derrumbado… Yo siempre le tuve en mente, aún lo hago; cada que paso por alguna calle y veo a uno de esos técnicos subidos a los postes de luz haciendo sus “averías” no puedo sino contener una sed terrible por un buen trago de ginebra... Qué más puedo o podría decir, en verdad él lo logró: logró ver las estrellas… Yo simple y llanamente soy (y seré) uno de esos hombres cuyos mayores éxitos siempre serán sus más prolongados fracasos.
15.- Por azares del destino conocí a un Charlie Parker de tez morena clara, cabello crespo y chaparro que se dedicaba a lo que en realidad la vida le pusiera enfrente. Nada que ver, claro, con aquel que cambió para siempre la silueta de cierto género musical allá por los rincones neoyorquinos de la Calle 52. Lo vi por vez primera surtiendo gasolina en la estación de la salida oeste de la ciudad, a unos 100 metros del establecimiento comercial de Ricardo Tapiz; lo mencionó así pues no se podría de otra manera. ¿En qué otro lugar se podrían conseguir mazapanes y chocolatinas con la misma facilidad que bolsas de coca y heroína las 24 horas del día? En realidad no hubo otra opción que volvernos cómplices y amigos; durante un largo tramo de tiempo nos fuimos encontrando en los sitios menos indicados y pensados: los pasillos de emergencia de un hospital a altas horas de la madrugada, los separos de la policía sin siquiera el menor resquicio de aliento alcohólico, los puestos callejeros que osaban vender 24 horas revistas viejas y libros usados… En una de tantas, sí, me lo topé en una boda; a la cual aún no logro recordar como fue que llegué, pero él estaba ahí, tocando con la banda. Como uno de los músicos principales… Obviamente me tomaré la libertad de no decir que instrumento era el que estaba ejecutando… Aunque algo les puedo decir: no es el que ustedes podrían llegar a creer… Supe que hace poco, lamentablemente, desapareció después de ejercer por un tiempo la carpintería…
16.- Me gustaría pensar que fue el frío lo que le quemó las ansías de vida a Adalberto Cruz, pero no fue así. Lo que le pasó no fue otra cosa que la consecuencia obvia de aquel que se enamora en una ciudad en cuyos edificios las paredes muestran moretones, a las tomas de agua les escurre un ligero tono de sangre y de los baches se escuchan rumores y lastimosos quejidos pasadas las diez de la noche… ¿Han escuchado esa estereotipada historia de un don nadie que promete cariño eterno a una de las mujeres de uno de los capos más importantes de la ciudad? Pues Adalberto fue un tanto más allá, no ocultó nada y lo hizo todo a plena luz del día en uno de los cafés más importantes de la ciudad; uno incluso propiedad de aquel a quien le quería arrebatar... Y claro que se lo hicieron pagar. Le cobraron todos los suspiros con sendos huecos en su cuerpo; por todo el pecho y el abdomen... Cuando las autoridades lo encontraron en el cruce de la avenida 54 y la 33 todos esos orificios estaban congelados por una granizada que se había presentado horas antes. La imagen no podía ser descrita de otra forma más que escalofriante… Por aquel tiempo, claro, se corrió en la ciudad el rumor a manera de advertencia: nadie podía rendir tributo u homenaje alguno a Adalberto. Y nadie osó romper el pacto de manera alguna… De ella, aquella mujer a la que todos alguna vez quisimos invitarle al menos una sonrisa, no se supo mucho más, acaso alguna que otra leyenda urbana que de vez en cuando circulaba en los salones de belleza. Entre el resto de nosotros, la anécdota fue cubriéndose de aquel polvo de desinterés que genera el miedo… Si soy honesto, algo me dice con cierta seguridad que se mantiene aquí, en el mundo de los vivos. Si no fuese así, ¿quién más dejaría ese caluroso rastro de miel y lavanda a cada año en esa esquina que el olvido conquistó?
17.- El “Epoque” fue el primer burdel de la ciudad que dejó de usar esos terribles telones de terciopelo rojo para dar paso a una pared de humo seco como presentación entre cada uno de sus actos. El más destacado fue claramente el de la cantante Cassandra Aceves, una mujer cuya belleza hacía que el tiempo pasase a cámara lenta; sus eclipsados ojos te detenían el corazón de tajo y sus brillantes piernas te hacían sentir de lleno el inmerecimiento... Su voz, en cambio, te envolvía en una ácida nostalgia que marcaba, entre otras cosas, el candor del beso que se daban las parejas al reencontrarse en casa después del show (disculpa y perdón), la ternura del abrazo de buenas noches a los hijos no vistos por días perdidos en el trabajo y el aliento de convencimiento para asistir al otro día de nueva cuenta al espectáculo. No importaba en realidad que no tuvieses a nadie que te esperase en casa, después de escuchar las interpretaciones de Cassandra como acto final de la noche no había otra opción que llegar y abrazar la almohada con total cariño… Pero el tiempo no solo se dio paso como agua entre los dedos sino que comenzó a notarse del todo; ciclos completos de alcohol, tabaco y desvelos marcaron los rostros de los asiduos al “Epoque”, entre ellos, claro, Cassandra. Hay quien dice incluso que en sus últimas noches no podía ni sostenerse sujetándose del micrófono… Su carrera terminó aquella noche que se aventó de la parte central del puente que conectaba los barrios más adinerados de la ciudad. La nota del diario, al día siguiente, citaba que “se había lanzado con tal soltura como si de un tributo al aire se tratase, como si su verdadero hogar siempre hubiese estado en el fondo del río”… Su cuerpo nunca fue encontrado, se le buscó por meses y meses pero jamás salió a flote… Aquel en realidad fue el final de toda una época dorada y brillante. Al poco tiempo los burdeles dejaron de ser negocio y se abrió el camino para otro tipo de negocios taciturnos donde circulaban ciertas sustancias con las que no tuve mayor contacto. Hoy el sitio donde se encontraba el “Epoque” es una agencia de viajes que a manera de honor mantiene, irónicamente, el nombre… De Cassandra se sigue hablando mucho por todos los lares, inclusive hay quien dice que si te fijas bien en las estelas que dejan las navegaciones al pasar por debajo del puente, podrás ver ciertos destellos y brillos ajenos a la embarcación. Según comentan, son los finos hilos de voz que aún llaman a aquellos que le conocieron: es su belleza perenne que aún alumbra, incluso de día, a aquellos que aún se atreven a escuchar en el pasado.
18.-Se sentaba en medio de la barra, justo en la curvatura de esta. No era un asiduo comensal pero cada cierto tiempo llegaba y desde el interior de su desgastado saco sport solía sacar una pluma fuente junto a una serie de servilletas donde comenzaba a garabatear cada cierto tiempo. Cuando no lo hacía, guardaba mutis y nos miraba como si sus ojos fuesen una cámara fotográfica. Después volvía a garabatear y nos sentíamos un tanto inseguros… Nadie jamás se acercó a preguntarle qué es lo que en realidad hacía. Algunos creían que componía una opereta, otros una sinfonía pero poco había de música en la cadencia de su actuar, no así en el matemático ritmo de su pluma… Nunca supe a bien por qué demonios creímos que se trataba de algún compositor; imagino se trató de la mezcla del alcohol junto a la gran presencia que caracterizaba su silencio… Me enteré de la verdad años más tarde, cuando le reencontré en un programa de televisión especializado en literatura. Corrían las 4 de la mañana y le entrevistaban dos sujetos con más ojeras que dioptrias; le cuestionaron sobre su primera y ovacionada publicación: “Instructivos de Paraísos Perdidos”. Se presentó como Ezquivel Andrade y en algún momento de relevancia mencionó que todo aquello que impregnó en sus letras se lo debía a su corta pero profunda experiencia dentro de un círculo de bares oscuros y recónditos en el centro de la ciudad; un mundo, dijo, donde el éxito era simplemente un espíritu tras una ventana de no creyentes… En la duermevela sonreí, supe que se trataba de nosotros. ¿De quién más? Y al tiempo que el sueño le ganaba la batalla a mi razón, soñé que de alguna u otra habíamos logrado, con los años, crear una especie de singular belleza religiosa.
19.-En una de las filas del fondo del segundo piso del Cine Central solían reunirse los “colaboradores” de Morgan -el capo más respetado de la ciudad- cuando alguna deuda debía de ser cabildeada para su ejecución. Era pues ese el sitio mayúsculo de la zona para el perdón, la clemencia, el arrebato o bien, claro, el destino. Y entre las imágenes de Dassin, Rossellini, Wicki, Kurosawa, Bergman, Reed y Wilder podías hallarte con gotas de sangre, pólvora desgastada, fajos de billetes sudados, carcajadas malsanas, lastimeros sollozos y promesas absurdas que iban desde esfuerzos ridículos hasta cálculos inimaginables… Por mi parte solía asistir a ese local, ubicado en la sombría y olvidada calle 24 a expensas de saber lo que ocurría en uno de sus rincones... Su pantalla siempre me supuso una medicina de olvido para el trágico y cotidiano acontecer; a pesar de todo -la realidad- no podía sino maravillarme de lo que pasaba en ese lienzo que se cernía sobre mí… En cierta ocasión proyectaron “Noches de Cabiria” en una función de media noche y por extraño que parezca me encontré con que Morgan estaba allí, en la planta baja, observando a detalle la película. Le intenté saludar pero hizo caso omiso… Como gran sorpresa lo inimaginable; desde que comenzó el último acto y hasta el final de la trama me encontré a un Morgan acongojado, con lágrimas rodando por sus mejillas, triste y reflexivo como jamás lo había visto y jamás lo volví a ver… Cuando la pantalla se puso en negro se levantó y se fue sin decirme una sola palabra al tiempo que me dedicó una de esas miradas que reparten por completo la complicidad del momento… Después la oscuridad y sus pasos a la distancia sin que nadie osará prender alguna luz o hacer siquiera un chasquido... Para salir del lugar tuve que esperar a que terminase de escucharse el eco del primer disparo.
20.- Durante largo tiempo asistí los jueves al billar de Carlos Arcos Mendú, una nave industrial repleta de mesas de pool que servían únicamente para jugar baraja y dominó. Como jamás he sido un buen apostador optaba por pedir una cerveza fría y tomarla lentamente rindiendo mi cuerpo en una de las bancas de la esquina norte. Desde allí gustaba de observar el mural de fotografías tributo a todos los clientes acaecidos con los años que me quedaba justo enfrente… Me postraba ahí por largo tiempo, observando detalladamente todos esos rostros sonrientes que pertenecían a gente que simple y llanamente ya no se podía ir a buscar; personas sin espacio y ubicación mayor que un césped que les cubría las entrañas.. A algunos de ellos les llegué a reconocer incluso por los labios partidos y las encías… Se podría decir, entonces, que iba allí a recordar aunque quizá lo que me movía a asistir en realidad era la duda de saber cuando pertenecería a ese collage. O bien si es que merecería un espacio en el… El terremoto de hace 15 años derrumbó por completo el sitio, las vigas colapsaron y no quedó más que un montón de escombros rojizos por todo el solar. En mis recorridos posteriores a la tragedia fui a dar hasta ese rincón de la ciudad llevado por una fuerza innegociable. El impulso me hizo mover piedra tras piedra, roca tras roca, pero no encontré ninguna foto, ningún naipe, ningún resquicio o veta de madera alguna… Desde ese día negué gran parte de mi pasado y comencé a creer en los fantasmas, así como a apostar. Apostar todo en su memoria.
21.- Joaquín Robles Román tenía alrededor de 65 años cuando le conocí. Era un tipo alegre, canoso y silente que juraba jamás haberse enamorado de alguien. Jamás le creí pero de la misma manera tampoco entendía como es que podía estar tan ameno y alegre cuando muy entrada la madrugada se aparecía en El Clamores cuasi de la nada para pedir tan solo una copa de pinot noir y una canción de Curtis Fuller para luego retirarse tan campantemente sin despeinarse, sin despedirse, sin saludar y sin siquiera decir más de diez palabras… En ocasiones, por las tardes, me lo encontraba frente a los aparadores de las tiendas más importantes señalando la mercancía a carcajadas… Era un sujeto de lo más extraño, con tan poco lograba estar tan alejado de todos… Recuerdo que en cierta ocasión coincidimos en un café que rendía una especie de homenaje al Jazztet de Art Farmer y Benny Golson, por aquellos ayeres yo me hallaba cabizbajo por una de esas mujeres que en un día común apagan todos los faroles de la calle con su presencia, de las que al quererse hacerse notar hacen que toda una ciudad se quede en penumbra… Él, sin saberlo, se me acercó y me sujetó del hombro. Me invitó un cognac y me dijo al oído “Sabes que un hombre ha sido imparcial cuando en sus últimos días puede contar con los dedos de una mano el mismo número de amigos que de mujeres que le han perdonado la vida por querer conquistarlas”… Desde ese momento, claro, le saludé siempre con respeto... Cuando murió hice que en su esquela le describiesen como “El Hombre más Justo del Mundo”.
22.- Siempre se podía contar con la clandestinidad del sótano de Casimiro Palacios para pasar una buena noche. A pesar de ser un sitio más bien común, las grandes sorpresas solían explayarse entre sus muros de asbesto… Solía colocar directos de Keith Jarrett, Michel Petrucciani y preparaba un cocktail con agua de coco que jamás he podido igualar… Sus fechas más concurridas eran los días primero de cada mes; noches de aficionados: aturdidas jornadas de micrófono abierto donde vi desfilar desde mediocres comediantes hasta extrovertidos músicos cuya bravura atonal iba desde lo vanguardista hasta lo absurdez total… En cierta ocasión se apareció un desaliñado y sucio jovencito, apenas entrado en su mayoría de edad: pantalón deshilachado y camisa vuelta girones que se presentó como un músico a pesar de que no llevaba instrumento alguno en las manos. Los murmullos no tardaron, comenzó a escucharse un zumbido por todos los rincones hasta que el silencio venció con el comienzo de su acto… Sobre un peculiar y pasmoso sentimiento silbó carecidamente aquella melodía que compusiera David Raksin para la película de Otto Preminger y que entre tantas versiones la hiciera muy notable Charlie Parker (el músico, no mi amigo)... La ejecución fue lenta, como invitando a la memoria y a la orquesta de cuerdas para que le diesen un tierno abrazo; de tal manera, lo juro, que el aire frío de ese invierno se tornó cálido para todos los ahí presentes… Enmudecido y conmovido salí a la calle poco antes de que acabase la canción para tomar un poco de aire. Me sentí obligado a… Y entonces la vi, la mujer más hermosa que mis ojos hayan podido presenciar jamás; enfundada en un vestido de color claro, jugueteando con sus lentes de pasta en la mano y la luna como un colorido telón de fondo… Por razones ajenas a mi comprensión comencé a encontrarla en diversos sitios de la ciudad: en las calles aledañas al parque central, en algunos puestos de la feria, dentro de las tiendas de víveres y debajo de ciertas farolas a medio calibrar. Inclusive alguna vez nos compartimos una ligera sonrisa a la distancia en lo que quizá haya sido mi mayor acercamiento a ella… Como nunca supe en realidad su nombre, siempre la llamé como aquella melodía que, según yo, la había formado etéreamente en aquel maravilloso acto de magia de un humilde y afectivo silbido que enterneció al mundo entero…
23.- Por muchos años Eduardo Arnold fue el brazo más confiable de Morgan; su mejor asesino por así decirlo. El hombre en quien podía confiar plenamente para dejar tras de sí una estela que llevase su legado de temor. Claro que mucho de su “talento” se le podía atribuir a una extraña condición que tenía en los ojos: no era capaz de distinguir colores y texturas… Cuando limpiaba sus ropajes no era capaz de saber si lo que escurría de la lavadora era sangre o simplemente espuma con jabón, de igual manera no llegaba a entender porque ninguna tintorería le aceptaba sus trajes sucios después de una jornada laboral. Su departamento era constantemente visitado por la policía cuando el carmín de su puerta comenzaba a escurrir y los vecinos de piso daban los pitazos… Cansado de su situación optó por cambiar su modus operandi, de las armas y las balas se pasó al fuego y el candor. En la segunda etapa de su vida criminal comenzó a prender locales con azufre; si bien no podía ver su obra al menos quería olerla a la distancia mientras se alejaba de ella. Su primera víctima, claramente, fueron los condominios donde habitó por tantos años. El detective Barker fue testigo de ello, cuando arribó a ese sitio que tantas veces había cateado lo encontró transformado en un cerillo gigante… Por muchos años se le dio caza, claro, pero poco se supo de él en realidad. Sobreentendido estaba que seguía en la ciudad, su rastro aún se olía cada cierto tiempo con una mezcla de venganza… Podríamos llegar a decir que a más de un policía le fue convirtiendo de a poco en un temeroso sabueso.
24.- Hubo cierta ocasión que viajé codo a codo con Cassandra Aceves, esa apoteósica belleza del Epoque que te conquistaba con los ojos cerrados; su cántico de sirena hacía latir las pulsaciones de cualquiera de manera parsimoniosa. Si a bien no cuento seguido esta historia es, claro, porque nadie osa creermela. Pero fue cierta y fue un caso de puro infortunio, nada más allá… Hice la parada a un taxi después de salir decepcionado de un club que en previos días había anunciado con bombo y platillo el haber encontrado a la reencarnación de Red Garland; nada más cercano a una vil estafa comercial. Me retiraba entonces a casa con el fin de colocar en mi tornamesa algunos discos de Thelonius -quería alejarme por completo del fiasco nocturno- cuando al intentar cerrar la puerta alguien la jaló para volverla a abrir. Se trataba de Cassandra, que con una mirada preocupada me pedía llevarla lejos de ahí. Quedé mudo y en ese silencio ella interpretó la aceptación del acto... El carro anduvo y nos alejamos de la zona… Anduvimos sin rumbo fijo y sin hablar por alrededor de un cuarto de hora. Después, claro, le pregunté dónde vivía y me dio su dirección, estábamos del otro lado de la ciudad… Le pedí al conductor que regresáramos y fuimos haciendo algunas cuantas paradas estratégicas para comprar algo de avinagradas bebidas y sendos emparedados de pastrami… Platicamos de cosas tan triviales que muchos quizá podrían haber dicho que ya nos conocíamos de atrás tiempo… No le pregunté las razones del por qué abordó el taxi de esa manera y creo que de alguna forma lo entendió y agradeció al final de la velada… Cuando nos acercabamos a su casa me pregunto si algún día le había visto actuar, le dije la verdad: un par de veces nada más. Entonces me miró a los ojos con una profundidad que aún hoy me marea cuando ando por las calles y una mujer tropieza su vista con la mía, me rozó luego una mejilla con la parte externa de sus manos y me dijo que me regalaba una canción, que tan solo la pidiese… Sin pensarlo mucho susurré “All The Things You Are” de Jerome Kern y Hammerstein… Y sin conocer a bien la razón, frente al pórtico de su edificio, Cassandra la cantó imitando de manera por demás soberbia a Sarah Vaughan, mi cantante favorita… Entonces desapareció por la puerta principal sin encender alguna luz dentro de su hogar… Al llegar a casa me encontré con un fuerte dolor de pecho, un dolor in crescendo... Basta decir que no pude cerrar los ojos en ningún momento de la madrugada; sentía que la muerte me llamaba, que quizá era mi turno de partir y alejarme por fin de todo y todos pero no fue así, ella se fue primero… Justo 7 años después de ese día se aventó de un puente para no volver jamás… Se dice que no podía más ya con su vida, que solo encontró esa puerta de salida… Yo ese día creí morir después de tener su voz solo para mi, pero sobreviví… Lo que son las cosas, ahora yo estoy aquí, solo, recordándola.
25.- Jimmy Alborán tenía la mala maña de jamás amarrarse las agujetas. Como aprendió a hacerlo ya entrado en la secundaria le daba en sí algo de vergüenza. Lo contaba molesto pues, según él, ahí había nacido parte esa maldición tan suya con el tiempo… “Siempre voy a deshora, amigo, siempre voy a deshora…” comentaba con el ceño fruncido, “aprendí a andar en bici hasta los 15, a manejar hasta los 47 y a enamorarme cuando el interés ya se les había acabado. Seguro que aprendo a disparar cuando sea yo el que deba recibir el balazo.” Visión de futuro no le faltó... Después de una muy mal organizada redada de la policía en cierta casa de juegos ilegales fui llevado hasta el sitio para ayudar con el reconocimiento de algunos de los cuerpos abatidos… Jimmy fue el primero, le identifiqué triste y tiernamente nada más con verle los zapatos.
26.- Cuando Cristina falleció después de varios meses recluida en cama por una cruenta enfermedad decidimos enterrarla junto a Pedro Alborán, el hombre de su vida; curioso resultó que a un costado también se encontraran sepultados otros tres de sus amantes… Para aclarar el camino del verdadero amor decidimos dibujar un lazo con pétalos de rosas blancas entre ambas tumbas. Y así lo mencionamos, y así lo hicimos. Cuando se dio la señal para que al ataúd comenzase su descenso uno de sus hijos colocó en una vieja gramola un disco de Jo Stafford. La aguja, nuestras miradas y esa rugosa pero bella voz acompañaron el acto mientras resonaba por todo lo alto Through The Years… Ahora bien, quisiera pensar que no fui el único al que le temblaron las rodillas y se le hizo un nudo en la garganta; el silencio que siguió al término de la canción se presentó como una loza enorme y pesada para todos los que allí nos reunimos. El momento de nuestra despedida suponía un reencuentro en otro espacio y tiempo que no valía la pena comprender. Y así lo decidimos creer, y así lo creímos… No fue hace tanto que platiqué con alguien sobre ese momento y bromeé sobre cuánto tiempo habrían tardado en marchitarse aquellos pétalos que colocamos. Sonreí, sí, pero al mismo tiempo fuí enterado que si bien ese lazo desapareció al poco tiempo, con los años nació un rosal en su lugar; entre ambas esquelas y en forma de un arco cuasi perfecto… Y que ahí sigue, y que quizá ahí seguirá después de que hayamos partido todos nosotros.
27.-De niño me escapaba de mi casa para ver pasar el tren de las 5:15. Aquel que hacía escala en la ciudad para después partir hacía el centro del país. Por aquellos años todo lo que tuviera que ver con los ferrocarriles se tornó una obsesión para mi; me escabullía clandestinamente a la estación para observar todos los mosaicos dramáticos de los andenes; los abrazos y sonrisas de aquellos que arribaban, las lágrimas y abrazos de quienes partían. En mi lozana imaginación suponía que quien se subía a esa monstruosa maquinaría de vapor jamás habría de volver, que el viaje era en una sola dirección. Los que llegaban jamás habían estado aquí y los que se iban no habrían de vernos nunca más… En ocasiones llegaba a caminar por la ruta y cuando me topaba con los cruces de las vías pegaba mi oreja a ese frío fierro apuntalado. Intentaba escuchar todo aquello que habría de venir, pero sobre todo aquello que se iba y que suponía debía dejar su eco en alguna parte… Lo único que en realidad logré escuchar alguna vez fue la trompeta del loco del pueblo, aquel que solía ejecutar una muy errada versión de Tenderly en la plazoleta central. Perseguido por unas cuantas cuadras el susto fue tanto que dejé de asistir a esas desventuras… Con los años fueron los momentos más comunes los que me hicieron volver a esos pasillos. Allí, claro, saludé y despedí a distintas amistades y romances… El último de ellos tuvo tanto impacto que en vez de correr tras la estela de humo en un acto de último ruego, no tuve más remedio que sentarme enmudecido en una banca donde un niño jugaba con un yo-yo... Y allí me quedé por largo tiempo viendo como hacía ese juguete ir y venir. Ir y venir.
28.- La primera vez que escuché a Nyro me hizo tomar de más. Su Blues y Soul era maldito: depresivo pero honesto. Su voz tenía esa tesitura aguardientosa de quien ha nacido en una época equivocada y la visión lírica de quien ha visto el futuro. En sus canciones uno a bien podría reflejar sus fracasos más dolosos y prever los siguientes. Su encanto era en sí un tormento; el llamado del perdedor… Le descubrí en una ruta de camión y le llevé a varios bares donde se hizo de algún nombre… Comencé de alguna forma a ser su agente e intenté posicionarlo en las mejores manos… Cuando la oportunidad comenzó a darse y nos dieron cita en una disquera importante me abandonó… La historia de siempre, típico caso de un músico emergente con más consciencia de mundo que talento… Dejé de buscarle por obvias razones pero al poco tiempo supe que le encontraron colgado de un andamio con un disco de Robert Johnson a sus pies… Entendí que nunca buscó la gloria sino tan solo ser una leyenda; tenía la edad exacta para serlo… Cuando pongo su cinta demo en el tocacintas de la casa se me vienen a la mente tantas cosas, preguntas cuales laberinto que no me dejan espacio para lógica alguna en el asunto… A veces pienso que quizá tan solo debí poner un poco más de atención al contenido que al posible destino.
29.- ¿Hasta dónde llegan los límites del poder? Es una pregunta válida en una ciudad que ha visto más muertes en las escalinatas del palacio de justicia que sentencias resueltas a favor de aquellos desafortunados ciudadanos que por las noches se resguardan, temerosos, en pos de sentirse a salvo junto a su familia para tan solo enterarse en la mañana de cualquier día siguiente que la muerte trabaja en realidad las 24 horas… Morgan solía decir que del crimen y la mafia había solo una certeza: jamás podrían llegar a ser sindicalizadas, no existía la mínima posibilidad de poder otorgar vacaciones a sus trabajadores… Por muy extraño que parezca, ese fue el debate que se dio en la terraza del edificio que marcaba el 521 de la avenida central. Un rascacielos cuya explanada en febrero solía rebasar las nubes de manera espectacular y que, por tanto, servía como fondo ideal para múltiples promesas de matrimonio… Yo me encontraba allí, en una de mis peores etapas laborales pero agradecido con Morgan por haberme ofrecido un dinero extra como cantinero… Durante horas ofrecí y serví tragos a la primera línea gansteril de todo la zona oeste del país que allí se habían reunido para otorgar licencias y reformar algunas reglas... No puedo quejarme, lo disfruté en plenitud y con elevadas ganancias de por medio, sobre todo cuando tuve la oportunidad de sentarme y charlar con algunos de ellos... Toda una experiencia religiosa que quizá muchos no logren comprender pero seamos honestos, fue la oportunidad exacta para estar lo más cerca del cielo rodeado de puros criminales.
30.- Hubo cierta etapa de mi vida que me dio por leer varias de las obras de John Le Carré, de alguna forma (entre liberaría y librería) fui a dar con él y no hice más que sumergirme en su pluma; sus personajes se acoplaron tanto a mí -en sus crisis y su físico- que por obvias razones me dio por empezar a espiar gente... Una de esas víctimas silenciosas fue una joven dama que trabajaba en una de esas cadenas de comida rápida que daban a la parte baja de la acera de enfrente a donde en ese momento laboraba… Por semanas, quizá meses, la observé ir de aquí para allá con con una soltura que nadie en mi oficina pudiese en realidad presumir al entregar cualquier tipo de oficio… Nunca he entendido a bien por que lo hice, pero esa pequeña figura que se veía desde el cuarto piso me imantaba como nadie con su movimiento. Mi rostro se movía de un lado a otro con su candor; sonreía y suspiraba cada que la veía… Cuando eventualmente logré que me despidieran bajé por el elevador sin ningún remordimiento. Pensando en lo que vendría… Luego crucé la calle y me la topé de frente con su charola vacía entre las manos; al contrario de lo que dictaron mis expectativas, no me ofreció otra cosa más que un esquivo: quizá uno de mis momentos de mayor conquista en la vida... Recuerdo que esa noche soñé con ella, que caminaba a su lado y en cierto momento me tomaba de la mano para llevarme hasta un oculto rincón en la puerta de unos de los edificios aledaños. Ahí se acercaba a mi para pedirme que escapáramos de una vez por todas y para siempre. ¿De qué?, no lo sabíamos. ¿Hacía donde?, tampoco… Entonces corrimos sin rumbo fijo hasta que eventualmente mis ojos se abrieron sin saber si habíamos logrado algo.
31.- En el muelle de la zona norte uno siempre se podría topar con Sam, un marinero retirado que siempre estaba escuchando a Vera Lynn en su vieja radio de pilas. Si bien sus energías estaban ya casi agotadas su sueño seguía siendo el mismo: embarcarse una vez más para darse en plenitud al mar, jamás volver a pisar el litoral… Pocas personas lo tomaban en serio; cuando se acudía a recoger la mercancía robada a los andenes le sentían más como un estorbo que como una ayuda a pesar de que él era quien debía abrirte las compuertas principales… Yo solía darme mis paseos por el sitio cada cierto tiempo; tocaba para saludarle y platicar, me gustaba visitarle pues te recibía siempre con un esbozo de sonrisa en sus labios y un té de canela con aguardiente en la manos que a la postre hacía que la labia y la conversación fuera más fluida… Eran veladas sin treguas ni promesas… Un espacio de libertad que pocas veces se puede imaginar. En sus sucios taburetes platicabamos de todo aunque al amanecer todo terminaba por circundar alrededor de las olas, las crestas y la sal… Cierta noche de agobio me encontraba por la zona y me decidí a tocar su puerta. Sam no me abrió, Sam no estaba allí, las ventanas se encontraban rotas y su ropa tirada tirada por todo ell suelo… Le busqué, le llamé, le grité y no encontré respuesta. Noté que tampoco se encontraba ya su grabadora, ni sus sus discos ni sus cintas… Extrañado caminé hasta casa y volví en la madrugada con una pequeña bocina donde coloqué Harbour Lights. Así me postré frente al muelle para ver el sol nacer justo detrás del océano… Imaginé entonces a Sam navegando rodeado de un pleno y eterno azul en un barco de papel, con los ojos cerrados y sintiendo la brisa que habría de darle vida a cada jornal hasta su muerte… Sonreí nostálgicamente aunque a decir verdad, como tantas cosas en la vida, jamás sabré lo que realmente sucedió.
32.- Siempre hay una foto que nos tomamos siendo jóvenes que por alguna u otra razón nos devela el rostro que habremos de tener cuando seamos viejos. Ya sea porque el sol nos dio de alguna forma en la cara, el viento nos movió hasta cierta posición, o simple y sencillamente porque el tiempo nos ha querido jugar una pasada, resultan ser panorámicas que nos indican ese trajín que nos espera; los desvelos, las tragedias, los mundanos placeres y la agridulce espera por algo que no habrá de llegar jamás... Muchos, claro -la mayoría- reniega de esas instantáneas por mucho tiempo aunque el momento de confrontarnos llega más tarde que temprano. Así es como irremediablemente alguna vez habremos de vernos cara a cara con lo que fuimos y debíamos de ser en una misma oración; algo así como un nudo en los caminos de la vida… En la mía tengo 17 y usó un sombrero blanco tipo panamá que no solo me aumentó la edad sino que me marcó sendas vetas ensombrecidas en los pómulos, barbilla y muy por debajo de la mirada… Nunca en realidad me supuse así hasta hace algunos años en que el reflejo de un baño público me marcó las mismas prominentes líneas en las mismas zonas que ese disfraz que osé jugar con unos amigos a la salida del colegio… Fue un retorno sagaz que me hizo sentir joven y viejo a la vez; digamos que en aquellos menesteres aún contaba con algo de pelo en las sienes y un poco de caries en la sonrisa… Si soy sincero, desde ese día rehuso a ver mi reflejo en cualquier sitio y le rehuyó a las tiendas de sombreros, siento que si me pruebo alguno he de desaparecer instantáneamente sin que nadie llegue a recordarme… Luego, claro, me calmo. Entonces se me viene a la mente aquella epígrafe que Neil Young redactó para sus memorias y me libero de todo pesar: “De joven jamás soné con esto. Soñé con colores y que me caía, entre otras cosas.”
33.- Al sepelio de Morgan se dieron cita todo tipo de celebridades: enseres del espectáculo, la política, religión y, claro, la sociedad en común -que más que venir a rendir tributo al difunto fueron a conocer a algunos de los anteriores. Yo asistí con él único traje oscuro que me entallaba en esa época y me postré en una de las últimas filas. Poco pude ver y escuchar realmente… Curioso resultaba el caso realmente, a Morgan le conocí desde la infancia; fui uno de los primeros a los que le confesó sus incipientes crímenes y lamentos pero ahí estaba yo, en los sitios del fondo pues no servía como imagen formal para su despedida... La fama es tan antinatural que siempre ha de terminar por ser ingrata... Reconozco que si bien jamás le ayudé a perpetrar alguna de sus actividades sí le auxilié escondiendo algunas evidencias… Pero, claro, como solía decir el propio Morgan: “la mejor recompensa de la vida es pasar desapercibido ante los bellos momentos del existir. De esa forma has logrado más que aquel que se ha propuesto algo”... Entonces esperé a que todo el séquito popular se fuera para poder acercarme a su aposento. Ahí, entre una ligera llovizna le dediqué unas sentidas palabras. Aunque de ellas ya no me acuerdo, o bien simplemente no quiero decirlas aquí o rememorarlas.
34.-Después de muchos años tuve una cita. O bien lo más cercano a una de ellas… A pesar de lo que algunos creerán pocas veces he quedado de manera formal con alguien en cierto lugar y a cierta hora (acordada) dentro de cierto lugar en específico… Aquello siempre me ha supuesto un ritual que se aleja de la naturaleza de todos mis encuentros; fortuitos y malogrados todos ellos… Digamos que siempre he dejado pasar las cosas en pos de una sorpresa que siempre ha de terminar amarga, intensa pero enriquecedora. Algo así como colocar un álbum de Mingus estando cabizbajo y con mucha falta de autoestima… En aquella ocasión tomé el camión de la ruta 53 rumbo al sitio acordado; una de esas estatuas de iconos del pasado que ya nadie conmemora ni sabe correctamente deletrear su nombre… Llegué temprano y los nervios me carcomían desde las pestañas hasta las agujetas que creía tenían mis mocasines… No detuvo el tiempo -eso ya lo había logrado antes-, sino que me saludó bajo un ligero abrazo que aún hoy, cuando lo revivo, me coloca al mundo de cabeza, en blanco y negro y sin poder del todo respirar… Luego fuimos por comida japonesa y luego asistimos a una cafetería con baños limpios, asunto inconcebible para las rutinas cotidianas con mis allegados… Posteriormente platicamos de las cosas más banales del mundo y reímos de cosas sin importancia; seguro uno de los momentos más brillantes de mi carrera como ciudadano de una capital… Horas después la dejé en su casa cuando la luna aún presumía de su presencia en el horizonte y tomé camino a la mía con un punzante y creciente sentimiento proveniente de mi aliento… Desenfundé varios discos y calenté agua inmediatamente. Me senté en la banca que tengo en el patio trasero y por única vez en mi vida escuché Jazz tomando una taza de café… Quizá el mayor tributo que alguien como yo pudiese ofrecer a la vida… Jamás lo había hecho y no pienso repetirlo nunca por alguien más.
35.- Pedro Alborán medía alrededor de 1.86; era blanco -casi albino- de prominentes cejas y hombros alzados. Tenía una pequeña tienda de abarrotes en una de las esquinas más transitadas de la ciudad. No era bien parecido pero de cierta manera lograba causarle cierta ternura a las mujeres al entrar a su local; debía de agacharse mucho por la puerta principal; suspiraban al verle… Reconozco que conocí el sitio antes que a la persona; en el pequeño cuarto que debía servirle como bodega se solían contrabandear discos hurtados. Fue ahí donde me hice de grandes tesoros de Bill Evans, Joe Pass, Horace Silver, Roy Eldridge, Duke Ellington, Clifford Brown, entre tantos otros… Con el tiempo, claro, comencé también a hacerme de mis víveres allí y empecé a conocerle con pláticas muy amenas entre zanahorias, lechugas y coles de bruselas… Al final nos hicimos colegas de desamores y nos tratamos hasta el punto que él me fiaba por los productos y yo por las palabras… Pocas relaciones de amistad tuve así en aquellos años… En alguna ocasión se sinceró conmigo: “Soy de esas personas, amigo, que sirven únicamente de tránsito… de esa clase de amantes que sirven únicamente para sacar el malestar y el dolo para después ser obviado en el camino; algo que en realidad me deja por entero seco…” Situación que muy ad hoc con su negocio nombró como “El Síndrome de la Pasa”... Reímos, claro, pero al salir de su local lo entendí todo: a pesar de que todos pretendamos terminar siendo buenos vinos al término de ciertos ciclos, no todos podremos mantener la frescura de la vid… Después, claro, conoció a Cristina y todo cambió para bien… Pero claro, a personas como nosotros la buena suerte suele significar solo una cosa: el final del camino… Al cabo de unos seis meses falleció de un paro cardíaco mientras dormía… Aun lo extraño…
36.- En los barrios adinerados de la ciudad solían renovar el mobiliario entrada ya la primavera. Una tradición que si bien nunca entendí era una constante muy visible pues los muebles en desuso los dejaban en las esquinas de cada calle, como creyendo que podrían evaporarse en una función extra después haberles otorgado un total desafecto… Por las mismas fechas se aparecía siempre un hombre ya entrado en años que, jalando a brazo limpio una carreta de madera, recolectaba mucho de esos utensilios. Se le veía entonces recorrer las calles del centro con libreros, sillas, bases de cama, burós y alguna que otra lámpara y algún que otro aparador… Cierto día me lo topé detenido en la gasolinera de la salida oeste y le invité un bocadillo y un refresco. Le hice conversación por unos minutos; entre otras cosas le pregunté si en alguna ocasión se había topado con alguna buena colección de discos, libros, alguna pintura o bien alguna que otra gramola… Me dijo que no, o que no recordaba. Después mencionó que nadie en realidad debería nunca deshacerse de ese tipo de cosas; “son las que generan las historias más calurosas dentro de los hogares; los temas de charla y las anécdotas que habrán de revivirse cada cierto tiempo. Una especie de legado adquirido al hacer uso de poesía y talento ajeno”… Luego se levantó, me agradeció el alimento y la bebida y partió con rumbo al sur… Yo le seguí a la distancia, quería saber cual era el destino de todos esos enseres que había ido recolectando con los años… Cautelosamente tomé una distancia prudente, pero por muy extraño que parezca, a pesar de la lentitud con la que andaba, en cierto momento, al dar la vuelta en un pequeño callejón, le perdí de vista. Desapareció… Lo intenté en los siguientes dos años con los mismos resultados. Al tercero se vino la crisis financiera y jamás le volvimos a ver… Supongo que es cierto que hay cosas en las que el dinero no vale nada.
37.-Siempre me he definido como una persona de placeres sencillos pero gustos exquisitos. Creo que no podría ser de otra manera; la vida la he tratado de llevar siempre de la forma más simple posible... Amanecer en mis aposentos sigue siendo una usanza que no deja mucho margen a la sorpresa o el atrevimiento. Es así entonces como en el escurridor se ha de encontrar siempre una copa de vino o un buen vaso de pinta que se encuentra ya listo para regresar a la vidriera, sobre los sillones de la sala las fundas de los álbumes que en la noche pasada nos encaminaron al sueño, y poco más… Suelo tomar un vaso de agua de garrafón mientras abro la puerta trasera para oler el pasto del patio y escuchar cantar las aves a la distancia… Organizó pues el jornal a sabiendas que habrá de terminar de la misma forma que hace unas cuantas horas… Así, pues, he pasado día tras día por tantos años sin esperar algo que cambié el rumbo de manera drástica. A personas como yo se nos mantiene en este mundo únicamente para servir de ejemplo a los demás: siempre se puede pretender menos… No obstante, sonrió mucho y a pesar de todos los desvelos y envenenamientos despierto aún con una gran memoria para datos irrelevantes. Quizá la nostalgia jamás dejará de atacarme mediante abrazos… En ocasiones, sí, me gustaría un revulsivo, algún aluvión azaroso que me llevase por una senda irreconocible pero difiero a los minutos… Una buena progresión de acordes, un poco de alcohol en la sangre y el sempiterno recuerdo de aquel amor imposible me han llevado a viajar hasta los confines del universo… Y no sé, a veces lo pienso así, quizá en otra dimensión las cosas sean totalmente distintas y allí me encuentre a un lado de todo aquello que he querido querer y que me quiera.
38.- La última vez que supe de Charlie Parker, mi amigo multiusos de pelo crespo -no el extraordinario saxofonista que cambiase el rumbo de la música para siempre- supe que había montado una carpintería en uno de los poblados circundantes a la ciudad. Me llegaron rumores de que le iba bastante bien y que su clientela aumentaba con los meses. No obstante seguía con los mismos vicios y las mismas turbias amistades… En lo que cabía me alegré por él y hasta comencé a dibujar un boceto de algún mueble para que me lo realizase alguna vez… Los murmullos indicaban que seguía aliado con ciertas personas de los mundos bajos, que sus cargamentos no siempre eran de materias primas y que algunos pactos comenzaban a pasarle la factura… Cuando me decidí a visitarle ya no le encontré. Nadie sabia a ciencia cierta de él… Es más, por la zona pocos querían hablar sobre lo sucedido… Los que se atrevieron mencionaron que se lo había llevado el diablo. Que él en realidad había sido un demonio debió partir a su destino… Después me enteré que su carpintería se había incendiado dejando, por días, un intenso olor a azufre y lo entendí todo… Fue un muy buen amigo, no puedo decir otra cosa… A pesar de todo. Así que a manera de tributo conservo mi boceto de aquel imaginario mueble imantado al refrigerador a un lado de una foto de Charlie Parker... Algo me hace creer que ambos cambiaron de una u otra forma a todos aquellos que les rodearon.
39.- Cierto alcalde, cierto día, colocó un buzón en las oficinas de correo dedicado única y exclusivamente al anonimato. Su intención oficial, claro, era que fuese usado para colocar quejas, denuncias y sobreavisos de un mal uso de recursos públicos… Era ese uno de sus conceptos de modernidad. Pero la modernidad obviamente terminó por ser muy distinta a la que se esperaba. Al enterarse de su existencia, la población comenzó a convertirlo en una rincón de clandestino escarnio. Los cotilleos vendidos como verdades comenzaron a rebasar su capacidad y se instaló uno mucho más grande y espacioso: en sus entrañas se rumoraba que se podían hallar sucesos y hechos muy específicos sobre esa vida oculta que andaba a tientas y con gran poder debajo de los pasos en común del resto de la ciudadanía… De lo que nunca fuimos capaces de entender es que todos formábamos parte de la misma… Nadie en realidad supo entonces si en alguno de esos folios aparecía su nombre y de ser así, que clase de información se cernía sobre él señalado… La situación, claro, se tornó en una paranoia colectiva que todos alimentaron hasta el punto que el buzón fue retirado… El detective Barker fue el encargado de hacerlo con los medios de comunicación como testigos… La paz, tan tajante y segura retornó cuasi de inmediato; así, tan fácil como eso, es que se puede conseguir una falsa calma… Cuando años después me encontré a un Detective Barker retirado, con sobrepeso, tupé y dentadura falsa, comprando estampillas en las instalaciones de esas mismas oficinas me atreví a preguntarle si alguien había guardado todo lo que alguna vez se escribió y se recibió allí en dicho momento. Si dicha información se había conservado o destruido… Me miró con una sonrisa apagada y me dijo que si bien podría tener la libertad de dar la información que él conocía, tampoco estaría seguro de saber si esta era una realidad plena. Luego me tomó del brazo y caminamos hasta la salida del correo como si hubiésemos sido en algún momento los mejores compañeros de cuarto. “La certeza y la verdad se manejan dentro de campos ajenos, mi estimado…” dijo mientras sacaba de su saco unas cuantas golosinas “...la certeza es un imaginario imposible de detectar para cualquiera, la verdad en cambio es un sitio lo bastante confortable y limpio como para no tener los papeles en regla”.
40.- Eventualmente me fui de la ciudad para no volver jamás. Los ciclos se fueron desgastando y con una velocidad extenuante me convertí en una foráneo más dentro de mi horizonte más común, un extraño dentro de un perfil donde siempre me había sentido acomodado… Se trató pues de una decisión tomada con tiempo y el viaje estuvo lleno de emociones, no podía haber sido de otra manera… Mientras me alejaba fui tomando consciencia de que no debía siquiera mirar a atrás; no dejaba nada pues era a mí a quien dejaban, como siempre. Entonces me sentí de nuevo en mi lugar… Sin formales despedidas me fui ausentando kilometro a kilometro hasta cierto momento, cuando me encontraba ya rodeado de un paraje más bien desértico, que me detuve en un pequeño restaurante de paso. Ahí cené algo ligero y caí a dormir recostado en una de las ventanas del lugar… Entonces soñé que moría, que moría de diversas formas: ahogado en un río, aplastado en un accidente de coche, atacado por animales salvajes, aventado de un edificio muy alto y un largo, largo etcétera… Después desperté y me encontré ahí, donde estaba, sabiendo que era lo que habría de venir y llegar…
A.G.V.
Mayo, 2022.
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