EL BOLSILLO IZQUIERDO
Ya entrado en este, al parecer, “nuevo” ciclo anual, me percaté de lo que he de percatarme con cada inicio de año. Todo es lo mismo. Así que para esta ocasión, me permití recordarme la primera vez en que me encontré entre el dilema de la modernidad, el futuro y el verdadero presente. He aquí parte del relato irónico que experimente en el ya olvidado año 2000.
DULCE DESPERTAR.
Recuerdo claramente la experiencia del año 2000, ya saben, con todos esos símbolos del año, siglo y milenio que concluía. Con todas esas re-interpretaciones erróneas (por el asunto de los años perdidos en el año y cero y demás); sobre los cambios de la humanidad y los supuesto nuevos retos, así como los cuentos y recuentos sobre lo peor, lo mejor y como habíamos de convertirnos – como en todos los cambios de año – en seres nuevos y mejores mágicamente por el simple hecho de tomar un poco de sol en la cima de una pirámide (un cuarto blanco o bien sobre lo que la religión pop en boga que siguiéramos nos dijera), un rezo, experiencia espiritual o bien por el simple hecho de desearlos pero jamás de ponernos manos a la obra – para sonar un poco más cliché en este amargo inicio. El asunto, como algunos conmemorarán en la pobre memoria, era el asunto de que se ponía en juego esta triada de regateos que a todos preocupaba, incluso a las mentes más “blancas y buenas”.
Ya entrado en este, al parecer, “nuevo” ciclo anual, me percaté de lo que he de percatarme con cada inicio de año. Todo es lo mismo. Así que para esta ocasión, me permití recordarme la primera vez en que me encontré entre el dilema de la modernidad, el futuro y el verdadero presente. He aquí parte del relato irónico que experimente en el ya olvidado año 2000.
DULCE DESPERTAR.
Recuerdo claramente la experiencia del año 2000, ya saben, con todos esos símbolos del año, siglo y milenio que concluía. Con todas esas re-interpretaciones erróneas (por el asunto de los años perdidos en el año y cero y demás); sobre los cambios de la humanidad y los supuesto nuevos retos, así como los cuentos y recuentos sobre lo peor, lo mejor y como habíamos de convertirnos – como en todos los cambios de año – en seres nuevos y mejores mágicamente por el simple hecho de tomar un poco de sol en la cima de una pirámide (un cuarto blanco o bien sobre lo que la religión pop en boga que siguiéramos nos dijera), un rezo, experiencia espiritual o bien por el simple hecho de desearlos pero jamás de ponernos manos a la obra – para sonar un poco más cliché en este amargo inicio. El asunto, como algunos conmemorarán en la pobre memoria, era el asunto de que se ponía en juego esta triada de regateos que a todos preocupaba, incluso a las mentes más “blancas y buenas”.
Hoy, después de 7 años, mi tesis cobra un poco más de valor, pues todo continua siendo parcialmente lo mismo, exceptuando, claro, que el inevitable paso del tiempo nos tiene a todos, homogéneamente un lustro y dos años más acabados (aunque bien algunos han hecho meritos para aparentar más o menos ese arenal de horas gastadas).
Bien, era el 31 de diciembre de 1999 – otro año más en que el mundo debería haberse acabado – y me encontraba muy lejos de todo aquello que permeaba la esperanza del futuro milenio, en ese entonces a unos cuantos minutos de distancia. Permanecía en ritmo en uno de esos aparatos (que siempre he creído fueron fabricados por la nostalgia misma) llamados triciclos junto a dos de mis sobrinos. La ilusión de un mundo gobernado por la tecnología parecía mayúsculamente artificiosa. Juntos pretendíamos llegar a su casa antes de que los fuegos pirotécnicos empezarán a adornar el aire (y contaminar un poco el nuevo milenio); símbolo de que el 2000 era más real que ficción.
Bien, era el 31 de diciembre de 1999 – otro año más en que el mundo debería haberse acabado – y me encontraba muy lejos de todo aquello que permeaba la esperanza del futuro milenio, en ese entonces a unos cuantos minutos de distancia. Permanecía en ritmo en uno de esos aparatos (que siempre he creído fueron fabricados por la nostalgia misma) llamados triciclos junto a dos de mis sobrinos. La ilusión de un mundo gobernado por la tecnología parecía mayúsculamente artificiosa. Juntos pretendíamos llegar a su casa antes de que los fuegos pirotécnicos empezarán a adornar el aire (y contaminar un poco el nuevo milenio); símbolo de que el 2000 era más real que ficción.
Íbamos con buen tiempo, hacia unos cuantos segundos que habíamos dejado atrás la única calle empedrada del la localidad – cercana al municipio de Texcoco, y sí, a unos cuantos kilómetros de los populares macheteros de Atenco, en ese entonces aún no tan afamados.
Al llegar a la casa le dije a mis sobrinos que corrieran al patio trasero pues en mi reloj, siempre equivoco con el mundo, ya eran las doce. Me bajé del asiento y me disponía a meter el mentado triciclo cuando escuche la primera explosión, alcé mi cabeza y pasando el segundo piso de la casa me hallé con el show citadino. Dichas luces provenían desde el zócalo capitalino - las risas de mi sobrinos al fondo eran de lo poco realmente agradable. El 2000, pues, me había alcanzado con las manos en un triciclo vacío que había que guardarse en una casa sin color y con los zapatos entierrados sobre una calle sin pavimentar. El futuro, pues, había llegado.
Traigo a esto a colisión porque no hace poco me enteré que esa calle está ahora pavimentada, nada que me sorprenda. ¡Que mejor! Y es que para este fin de año me encontré con otra de esas imágenes irrisorias para con este pensamiento de renovación y renacimiento. Ahora dentro de un auto moderno y en el asiento del copiloto (¡vaya modernidad!) me encontré, igualmente segundos después del cambio de año, con las calles llenas de papeles, cohetes apagados y fogatas por donde corrían niños, hombres bebiendo, mujeres bailando y estruendos sonando sin cesar. Nada asimilar a cualquier imagen que nos traiga a la mente el nombre de Mad Max. Bien mí padre y yo pudimos pasar muy a pesar de todas esa miradas pesadas con que fuimos saludados por este año que ha de terminar rápido - muy rápido, más rápido que el año pasado; al escuchar en las evocaciones de siempre aquella vieja frase a la que hacemos noción en otoño; “Que rápido se nos fue este año” - gracias a la lentitud, ¡vara ironía!, con que nos obligaba a manejar la situación.
Al llegar a la casa le dije a mis sobrinos que corrieran al patio trasero pues en mi reloj, siempre equivoco con el mundo, ya eran las doce. Me bajé del asiento y me disponía a meter el mentado triciclo cuando escuche la primera explosión, alcé mi cabeza y pasando el segundo piso de la casa me hallé con el show citadino. Dichas luces provenían desde el zócalo capitalino - las risas de mi sobrinos al fondo eran de lo poco realmente agradable. El 2000, pues, me había alcanzado con las manos en un triciclo vacío que había que guardarse en una casa sin color y con los zapatos entierrados sobre una calle sin pavimentar. El futuro, pues, había llegado.
Traigo a esto a colisión porque no hace poco me enteré que esa calle está ahora pavimentada, nada que me sorprenda. ¡Que mejor! Y es que para este fin de año me encontré con otra de esas imágenes irrisorias para con este pensamiento de renovación y renacimiento. Ahora dentro de un auto moderno y en el asiento del copiloto (¡vaya modernidad!) me encontré, igualmente segundos después del cambio de año, con las calles llenas de papeles, cohetes apagados y fogatas por donde corrían niños, hombres bebiendo, mujeres bailando y estruendos sonando sin cesar. Nada asimilar a cualquier imagen que nos traiga a la mente el nombre de Mad Max. Bien mí padre y yo pudimos pasar muy a pesar de todas esa miradas pesadas con que fuimos saludados por este año que ha de terminar rápido - muy rápido, más rápido que el año pasado; al escuchar en las evocaciones de siempre aquella vieja frase a la que hacemos noción en otoño; “Que rápido se nos fue este año” - gracias a la lentitud, ¡vara ironía!, con que nos obligaba a manejar la situación.
Yo me alejó de toda esa tradición que ha de reptirse. En cambio, saludo a este año como lo que es, únicamente parte de una vida que nos otorga buenas experiencias a cada día. Feliz Año.
3 comentarios:
Bello relato... un interesante dilema... ¡Qué fantásticos recuerdos los tuyos!...y es verdad, la vida nos trae gratas experiencias que uno mismo las transforma a malas o buenas...hoy me vi obligada leerte no en éste espacio (vacío como ya has citado alguna vez)la vanidad me ganó y con gusto mis dedos quedaron mancahdos de aquél aroma a papel nuevo y recién impreso...
¡Excelentes Líneas!
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Aunque te escondas detrás de ese humor negro y ese rostro indiferente en estas vacaciones pude descubrir a ese buen amante, sensible y considerado que no muestras tan seguido a menos que sea alguien especial, por eso me siento afortunada de ser la elegida y dueña de tu amor.
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