Replicantes.

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España, 2009.

Sunset Boulevard

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España, 2009.

El que Busca Encuentra

viernes, 19 de agosto de 2011

Blues

Blues

A. Güiris V.

De niño me preguntaba que se sentiría tocar el Blues, estar rodeado de sudor en esos campos de algodón al sur de los Estados Unidos sufriendo las inclemencias de una sociedad racista que no lograba atenerse a las pautas de una cultura recién solícita. Me preguntaba que sería estar ardiendo de pena y calor en medio de esa madera que embelleció tales desdichas: desamores, castigos, extenuantes jornadas, ruegos y plegarías en una sacristía que no encontraba eco más que en las paredes de las minas, el ardor de la tierra y las cadenas que unieron a más de una generación pero que nunca lograron apresar su espíritu, un espíritu que en tantas ocasiones fue negado y vejado; que aún suele ser presa de debates segregacionistas por parte de los “blancos” aunque ya más ocultos que la pena embargada de los indígenas a los cuales les arrebataron sus tierras para crear su “nación”.

Era apenas un infante con sospechas de vida que se regodeaba husmeando en la nostalgia de las cajas destinadas a ser tiradas, obsequiadas o bien tiradas a la mar. Mi casa, pues, era un buque y mi océano eran los secretos guardados entre llaves de cartón humedecido por la sabía de los años. No me llamaban tanto las portadas coloridas como si las que usaban fotografías de corte más documentalista. Me agradaba el blanco y negro, la escala de grises desgastada en las impresiones por el sol. Recuerdo una en particular; era un hombre de espaldas en una especie de prado contiguo a una cabaña de madera. Se encontraba atardeciendo, el contraluz convertía toda la imagen en una sombra definida, y el hombre, o bien su silueta, tenía una guitarra entre las manos. No se podía saber a ciencia cierta pero siempre he imaginado que aquel músico de antaño le cantaba al sol, al horizonte, a todo aquello que se encontraba de alguna u otra forma lejos de él; quizá era a su tierra, quizá era al futuro de su gente. No entendía del todo aquel sentimiento que me oprimía cuando colocaba esos acetatos en el tocadiscos, lo único que puedo decir es que me seducía la atmosfera que emergía de las bocinas cuando los hacía sonar.

En algún tiempo –en aquellos ayeres– pensé en escribirle unas cuantas cartas a todos aquellos que aparecían, con sus nombres artísticos, en la parte trasera de esos viejos discos, Bill Monroe, Memphis Slim, The Shelton Brothers, Arthur “Big Boy” Crudup, Robert Johnson, Aleck Rice Miller, Lonnie Johnson, Leadbelly, Wee Bea Booze, Gene Autry y demás. Pensaba y maquilaba en mi mente que quizá si las enterraba bajo tierra ellos me las responderían con el surgimiento de alguna nueva canción, o tal vez con el nacimiento de algún árbol, planta o flor. Pero el tiempo también hizo presa de mí y crecí conociendo el rock que tanto a mis hermanas encantaba. Crecí pues modernizando ese sonido (no puedo negar los pecados de mi pubescencia), y dejando a un lado todos esos reconcomios originales.

Fue más tarde, en mi adolecer como persona y no implícitamente en esa etapa sosa de la pre-juvenud, que me reencontré con el género. No puedo alegar ser coparticipe del buen gusto, o bien codearme con la demencia, pero de alguna forma, casi virginal, puedo decir que me reencontré conmigo mismo. A mis manos llegó nuevamente ese sudor de nerviosismo, ese temblor corporal, ese calor en las espinas de la piel. Ese sabor –en la punta de los labios que hacía moverme de tal manera sobre el suelo que pisaban mis pies descalzos– que exorcizaba con golpes rítmicos, cuasi rituales, el dolor, la pena y la aflicción.

De niño me preguntaba que se sentiría tocar el Blues, evaporarme en un sentimiento de historia y tradición; incluso ahora me entrego a las dudas del enigma. Sí, aún me regocijo bajo las alas de su estilo, su sonido de cadencia atormentada, su calor bajo la tierra y el color de su fragancia. Cuando lo escuchó, es verdad, viajo en el tiempo hacía el pasado y me pregunto qué habrá sido del canto de aquel hombre afinando al sol, al futuro, a sus tierras? Y es que, si somos sinceros, ¿qué sería del rock sin el blues? ¿Qué sería de todos nosotros sin la pena y el dolor escapándose de nuestras almas como gotas de agua entre las manos? Yo no lo sé, pero creo que será mejor no averiguarlo jamás.

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