SUBMARINO. La Serie, Vol. 1
Las promesas se comprometen mejor bajo el agua. Recuerda que lo que bien nace hundido, siempre ha de querer rebeldemente respirar.
A. Güiris V.
Hemos de reconocer, estimada Estefanía, que ocasionalmente Raúl se acercaba a tu lugar en la barra con las cuentas pendientes para hacer un compendio de ellas. De esta manera, si recuerdas bien, mediante una sonrisa tan amarilla como las hojas y desteñida como la tinta de la más antigua, las sumaba frente a ti en convenio atestiguado por los demás morosos dejando sólo una cifra en el costado superior izquierdo de una nueva y fresca nota que abanicaba, según los más asiduos comensales –y entre los cuales nos destacábamos– el tajante grosor del pasivo. Y es que al fin y al cabo, de un momento a otro, se convertían (todas ellas) flagrantemente en una simple, llana y ligera hoja… Seamos sinceros, ¿a quién en realidad no le quitaba eso, literalmente, un peso de encima?... Lo hemos de reconocer ya, estimada Estefanía. Aquellos fueron nuestros tiempos dorados, los tiempos que fuimos forrando en estaño.
Frankie, tu flamante admirador, que era en demasía un tipo práctico, solía acercársele a un indulgente Raúl encarecidamente antes de que se suscitará cualquier situación similar, no para sentir que resarcía de manera menos dolosa sus compromisos, sino para ahorrarle un poco de papel y tinta. No hemos de negar, pues, que cuando las compras no habían sido del todo efectivas en El Submarino, y el papel de baño se agotaba, debíamos de utilizar las comandas como tal. “Pero que forma más catártica de limpiarte el espíritu y los pedos” solía menguar el hecho Kasuo, ¿lo recuerdas?; aquel petulante reportero japonés venido a menos que encontraba más sazón en el fondo de un vaso de whiskey barato (y en los retozantes intentos de entender a Sabina), que en las malintencionadas notas que surgían a cada instante dentro del bar por parte de los estudiantes de periodismo, y/o los periodista noveles. Era en parte cierto, sí, como innegable era también el hecho de que, a pesar de lo que se rumoraba por allí (en la competencia), mujeres, muchas mujeres –como Eva y como tu– iban y venían. Buscaban y rebuscaban el lugar. Otra de ellas, si bien rememoramos, era Susie; la rubia de plata que jamás había subido al podio. Amante de Frankie. Aunque en Frankie, todos los sabíamos bien –tú más que nadie– sólo podía existir el nombre y calor de una sola mujer... Era por eso, quizá, que su relación en realidad funcionaba. Susie y Frankie, pues, eran una pareja casi perfecta. Él se aferraba a todo aquello que sonará y oliera a dinero, ahorro y apuesta. Y ella lo amaba porque era el único que podía ofrecerle seguridad económica. Él era alto, sí, mucho. Ella guapa, casi en extremo; no recuerdo a alguien que no volteara a verla cuando cruzaba el umbral de bienvenida… Era muy bella, sí. Y él alto... Bien podríamos resumirlos así.
¿Pero que podemos o podíamos decir? Era el amor Estefanía, el amor. Aquel que flota sobre el aire cual partículas de polvo embalsaman un lugar cuando intentan hacerle el aseo; jirones de aserrín que bailan alrededor con olor a cloro y humedad bajo los haces de luces moradas y verduscas que pronta y raudamente han de dejarte, si bien te va, con una aguardentosa voz como carta de presentación para la mañana siguiente, o bien con una vociferante tos canina como timbre de atención para el doctor. Hemos de reconocerlo, amiga mía, con un poco de rubor en la entrepierna, en realidad, no era otra cosa más que el amor. Aquella sensación formada en parte por el encanto del lugar y en parte por el embrujo del alcohol. Al fin y al cabo, lo entenderás, la formula más precaria y pura de este resulta siempre ser, en ese tipo de terrenos, suciedad fermentada cariñosamente que se antoja así haga frío o calor, así llueva o seque la agonía del tormento en medio del oasis del retiro. Amores de aliento, pues, como alguna vez dijiste, amores de aliento que se borran con la compra de una menta en la farmacia más cercana...
Días fueron, sí, de escritura, sonrisas y mitos locos. Días en que el respiro no podía dejar de olernos a otra cosa que no fuera anís, tequila y hierbabuena. Días en que por ratos indagábamos someramente en la naturaleza humana al escuchar relatos sorpresivamente parecidos cada quince minutos cuyo ritmo, tensión, destreza y soberbia, cambiaban proporcionalmente con el grado de licor que ingería el narrador. Yo, al menos, aún recuerdo cuando Frankie desapareció, ¿y tu? Lo hizo de la misma manera que Mike, su mejor amigo; de quien se decía contaba con mucho dinero, una enorme casa con alberca en el centro de la ciudad y tratos miles con la mafia serbia... De quién no se podía hablar, ni visitar sus aposentos pues una maldición cerniría sobre ti por el resto de tus días. Y no es que su fantasma, momia o demonio se te fuera a aparecer ni mucho menos, no. La realidad misma, si lo recuerdas bien, se jactaba de ello, o al menos hasta que a las puertas de tu hogar –si es que te atrevías a desobedecer la sapìencia popular– recibías la lúgubre y sombría visita de su abogado.
…En fin, has de imaginarte ya, a estas alturas, que he traído buenas nuevas de Frankie. Y es que resulta que el otro día me lo he encontrado. Se halla aquí, en el mismo cementerio que tu. A unos cuantos pasos, ni tan lejos… La otra vez, después de traerte tus azucenas –y mientras deambulaba por los recovecos del lugar buscando algunos nombres para mi nuevo guión– me lo encontré. Si lo vieras, la tierra que le precede tiene ese particular color con el que maquillaba sus ojeras el cansancio. Me imagino que ahora, por fin, ¡por fin!, se encuentra retozando. No quisiera sonar jocoso, ya me conoces, pero, ¿me perdonarías si acaso dijera que, tal vez, era su destino acabar uno cerca del otro? ¿Qué en ocasiones, en muchas de ellas, uno no escucha el llamado de la jungla a la cual realmente pertenece?... Me has de disculpar, pero ya te veo de su mano entre nubes y nubes de cigarro jugando a las cartas mientras cuidan los pasos de quienes seguimos aquí. Por mi parte no te apures, yo al menos espero que lo sigas haciendo por un rato más sin represalias. Al fin de cuentas, heme aquí, extrañándote a tal forma de venir a hablarle al montón de tierra en que te has convertido. Pero créeme, en serio, créeme, hasta incluso lo he preguntado, algo tiene este espacio que todos creen que fuiste una mujer muy atractiva. Siempre te lo dije, “a ti la arena te ha de hacer mejor justicia que a nosotros”…
…Del bar, bueno, ha desparecido en estadía pero no en memoria. Nada extraño realmente, siempre supimos que sería una especie de romance perdido y encontrado, un amor pasional que va tomando interés al calor de las copas, pero que se enfría con el rozar blando de las colchas de un hotel. El hotel más cercano, la casa más lejana… Pero bueno, debo retirarme, estimada Estefanía, el ocaso llega y debemos descansar. He de esperar la próxima vez que encuentre tus azucenas. No te preocupes, me supongo que ha de ser muy pronto. Mientras tanto, que tengas una bella noche. Me imagino que allá siempre es así…