Adrian Belew. Plaza Condesa. México. 2012
29/Ene./2012
Al hablar de Rock, nos referimos a un género que, como todas las incipientes sepas artísticas que intentan mantenerse en sitio y tiempo, se debe a un crecimiento y una evolución. Tanto es el caso en este género – contracultural a todas luces y estudios– que muchas de las subsecuentes variantes del mismo se han ido desarrollando como clases independientes; sobre todo para el público que se hace adepta a ellos de manera profunda, por no decir fanática. Y es dentro de tantas formalidades existentes, quizá el Rock Progresivo la ramificación que resalta como la más independiente y artística, al mismo tiempo que se le puede señalar como las más elitista de todas. Un género, pues, que aunque lactante de raíz, se ha desarrollado histórica y maquinalmente por su cuenta… Prueba de ello, y con una extensa trayectoria dentro de las esquelas de esta variante, se encuentra “Adrian Belew”, cantante y multiinstrumentista (refugiado más bien en la guitarra) ligado a todas estas manías de experimentación y arte que quizá lo más justo sería llamarle a todas luces: ejecutante.
Con más de tres décadas como músico profesional, sus vínculos se reparten fácilmente entre gente de la fama y calidad de “David Bowie”, “Talking Heads”, “Ryuichi Sakamoto”, “Porcupine Tree”, “Mike Odfield”, “Paul Simon” y un largo etcétera, pero sobre todo, por sus colaboraciones con “Frank Zappa” y su co-liderazgo dentro de “King Crimson” por alrededor de 20 años. No obstante, su carrera de solista ha sido amplía y progresista. Siempre vuelto hacía los estándares más altos en cuanto a propiedad y gestación.
Ahora bien, para todos sus adeptos es bien sabido que el territorio mexicano no le es para nada desconocido. En severas ocasiones lo ha pisado; tanto para producir (“Caifanes”, “Santa Sabina” & “Jaguares” tienen placas con su mano cual telón de fondo), como para interpretar: ya sea con “King Crimson” o con algún proyecto solista; siendo esta última ocasión la segunda en que se presenta de esta manera: con su “Power Trio” para ser más exacto, constituido esta vez junto a “Julie Slick” en el bajo y “Tobias Ralph” en la batería.
Fue así, entonces, en este contexto –y enmarcado bajo una lluviosa noche dominical de la Ciudad de México– que esperamos, todos los asistentes ávidos, cobijados por una apertura a todas luces vanidosa que corrió a cargo del ego de (Alonso) Arreola y que al final de cuentas resultó por ser sobreactuada, presuntuosa y, eso sí, agradecidamente breve. Pero la evasiva no estaba de más; la ausencia del abridor sólo es indicativo de una cosa, el verdadero espectáculo va a comenzar.
Y el espectáculo se dio paso, sí, explotó, y el espectáculo fue grande, grande en toda la extensión y definición de la palabra. Belew y compañía dominaron el escenario desde el inicio como si de una banda mayor (en cuanto a integrantes) se tratase, como si sus instrumentos fueran una extensión no de sus cuerpos sino de sus mentes, de sus instintivamente musicales mentes y sentidos. Y con una alegría reflejada en todos sus actos escénicos y personales, con placer y gusto por el oficio del intérprete, dieron paso a una nocturnal experiencia que rebasó cualquier expectativa hecha y que se fue quedando lejos de sus orígenes; progresando y siempre quedando detrás. Y la expectativa, si somos sinceros, era igualmente grande.
Con un setlist alejado, más no olvidado, de sus éxitos de “King Crimson”, enfocado más que nada en su trilogía de discos “Side One”, “Side Two” & “Side Three” y sin abandonar el resto de su discografía, incluyendo su más reciente producción de estudio, el talento, la exigencia y el virtuosismo –raspante, dúctil y eléctrico– se mezclaron en la tornadiza atmósfera que nunca dejó de estar en total control del líder de la agrupación. Para más, ese mágico momento en que solitariamente, bajo una simple luz que le enfocaba apenas su sitio, armó una sobresaliente orquestación que previamente había dedicado a “Rita Guerrero”, así como el concierto entero. Al igual, claro, que las doctas improvisaciones que sirvieron como ampliaciones en la mayoría de los temas demostrados por parte de los 3 músicos en escena.
El grupo encendió, dio ritmo, mostró –dio fe– de una madurez no sólo musical sino artística. Demostró a propios y extraños, los menos presentes en la sala, que el Rock no se ha perdido, o muerto (como dicen los fatalistas), sino que aún se mantiene fresco, hábil, cultivado; quizá ya no masivo, pero que en efecto aún puede mantener su estatus de exquisito y estético: de actividad plenamente artística –en algunas de sus vertientes, como en ésta, claro está… Fue, pues, en resumidas cuentas, una noche grata, emocionante, inquietante, sorprendente, conmovedora y hasta hilarante. Un concierto para abrirnos los sentidos, no sólo los oídos. Una deleitante prueba de que el virtuoso puede entretener, ser escuchado, gustado y no simplemente añejado y reservado por las clases más intrínsecas de los grupos más selectos de la música. Un pacto entre lo sustantivo y la acción. Uno de los mejores shows en vivo a los que he asistido en años. En simples palabras, un conciertazo.
Con una duración aproximada a las dos horas, el recorrido fue basto, la energía expuesta y el juicio capaz de solventar ya el veredicto de que éste ha de ser uno de los mejores espectáculos musicales del año. Sencillo, escueto y honesto en lo que respecta a su “puesta en escena” pero complejo, atrevido y voluminoso en lo interpretativo. No sólo fueron tres los músicos sobre ese templete y bello escenario, sobra decir, sino que fue la propia historia del género la que se abrió camino, a pasos agigantados, pernoctando nuestras debilidades, antes asumidas como habilidades, para discernir entre los múltiples estilos y calidades de la música y, sobre todo, el Rock.
Al final, las sonrisas entre los asistentes aún eran desconocidas. Los rostros de sorpresa, deleite y excitación nos permanecieron durante la misiva de salir a la noche, a la calle mojada y comenzar a recapitular lo antes experimentado. El recuerdo y la añoranza tardarían unos minutos aún en gobernar el silencio encontrado bajo el ruidoso ambiente del mundo coloquial.
Adrian Belew dio cátedra, una vez más, en nuestro país. Se dejó sentir y se sintió ante un pequeño pero fiel público que lo cogió entre sus brazos y oídos. Será difícil olvidarlo. Caso contrario y lúgubre el de Arreola, abridor y conocido, por lo que se sabe, del mismo Belew. No obstante su talento, su técnica y su virtuosismo –lo concedo– aún le falta mucho por aprender de los grandes. Pero ahí cerca tiene a uno, sobre el cual deberá formarse las figuras y valores de la sencillez, el oficio, el contento y sobre todo la sutileza (incluyendo, obviamente, la humildad).
SETLIST: b3. Writing On The Wall. Ampersand. Young Lions. Beat Box Guitar. Dinosaur (King Crimson). Drive. Within You Without You (The Beatles). Of Bow And Drum. Futurevision. Neurotica (King Crimson). e. Thela Hun Ginjeet (King Crimson).
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