REDONDO.
J.
Edgar
J.
Edgar (Clint Eastwood, 2011)
Sobre uno de los personajes definitivos de la
política estadounidense; emblema superlativo de la envergadura ideológica de su
siempre discutible moral, la vida del otrora intocable Edgar Hoover es puesta
en las manos de Clint Eastwood, director heredero de la narrativa clásica de la
cinematográfica americana, dando como resultado una ambivalente trama que
refresca el sentido del Eastwood más autor.
De
sobra está, entonces, decir que el accionar del film se fundamenta en el
desarrollo del trabajo actoral y una puesta en escena sobria, elegante y sin
muchos aspavientos. El gran acierto, pues, de Eastwood –como en muchas de sus
cintas anteriores como realizador– es entender a la perfección su personaje,
cinematográficamente hablando. No pierde el enfoque de su construcción fílmica:
sin juzgar representa, sin criticar relata: paso a paso y tratando de avanzar
en el entramado. Asunto nada sencillo pues las dificultades son claramente las de
un guión con severos huecos que tratan de ocultarse al señalar de forma
abreviada, fragmentada y atemporalmente, ciertos casos que al final se exhiben
como un paralelismo onírico de una vida que ostenta siempre a más –y de la cual
nos hacemos complices– pero que en realidad nos quedan a deber un poco. No
obstante, la virtud de la cinta se enfoca en la prescripción del carácter que
encarna Leonardo Di Caprio, el propio Edgar Hoover, pues ambos, realizador e
histrión, lo comprenden y sitúan como un símbolo entre sombras –bajo una la siempre
eficiente fotografía de Tom Stern– de lo poderoso, lo temido, lo polémico y lo
complejamente más humano de la debilidad introspectiva.
Bajo
la pluma de Dustin Lance Black, prolífico activista de los derechos
homosexuales, la cinta evoca también el lado más furtivo de nuestro
protagonista. Lo cual, agradecidamente, no resulta ser una especie de embestida,
sino una de las aristas más refinadas de la cinta: la parte más significativa y
emblemáticamente enternecedora de toda ella. Esto, claro, bajo la mano de un
director tan capazmente sutil como Eastwood. Y es que al final, la cadena de
sucesos se centra en ésta relación que se mantiene oculta hasta para las
conciencias de nuestros propios representantes amorosos; no así para la
aparentemente inerte partitura del propio director, que la va trayendo a la
vida tan etéreamente como su explosión y desenlace.
Con
turbios cambios de ritmo, ya mencionados con antelación, pero eficientes
elipsis en su mayoría, así como de un montaje contenido en la expresión actoral,
Clint Eastwood se maneja oportunamente por una trama que tiene el propio
defecto de los últimos años en Hollywood: querer abarcar demás. No obstante,
fiel a su disertación del sueño americano, frescamente se da el chance en más
de una ocasión de señalar algunos valores perdidos, y quizá nunca encontrados o
inaugurados, a lo largo de la historia de los Estados Unidos de Norteamérica.
Resulta,
pues, naturalmente a contraste con su último trabajo, el cual dejó mucho que
desear. No obstante, y sin ser tampoco uno de sus trabajos más refinados, podemos
catalogarlo como digno en base a un discurso honesto que ha ido labrando
sorpresivamente a una edad que da prueba y fe de que la madurez artística es
medular en el paso de un realizador, cosa que o bien pocos alcanzan, o malamente
dan muestras de querer lograr.
J.
Edgar de Clint Eastwood
Calificación:
3 de 5 (Buena a Secas).
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