A MIS 30.
A. Güiris V.
Me dijo Pablo que tuviera cuidado con la última
vela, que era esa la que solía explotar; la que frecuentemente definía el
destino de los sueños otorgados, u obtusos, ante el suspiro tardo de los años. Le
sonreí cortésmente, le di la espalda e hice caso omiso –oídos sordos. Digamos
que simplemente me ofrecí a extinguir el infierno que había desatado ese
pretexto cíclico que nos tenía reunidos allí, en mi hogar, para después secarme
la nostalgia con un poco de Ron.
La
noche comenzaba a vencer el ocaso frente a la ventana principal, por encima de
la puerta y todos aquellos cristales que siempre me han defendido de las
inclemencias del tiempo, sueño y el violento devenir de las pasiones y los
sentimientos. Por mi camisa blanca se paseaban rigoristamente todos esos tonos
áureos, ámbar, ocres; calmos que igualmente inundaban la duela bajo nuestros
píes como la futura leña sin apolillar que comenzaba a sonar y estar hueca por
encima nuestro. Las grietas, desde hace meses, dejaban ya entrever –cada vez más
peligrosamente– los venenos de las resacas. Recordé cuando únicamente vestía
playeras negras, era casi religiosamente un embalsamamiento.
Unas
horas atrás había pedido amablemente a Armando que viniera y trajera una
botella de licor, un par de refrescos de cola, agua mineral y una bolsa grande
con hielo. Quería conservar las ataduras, no escaparme de las consecuencias del
festejo pero tampoco dejarme guiar por el ofrecimiento del pecado. Deseaba
sentarme en mi casa y descansar, repasar el anecdotario colectivo e individual
junto a las etiquetas de los trajes que nunca he usado en compañía de los
amigos, escuchar algunos Blues, quizá algún Folk y abrazar la tarde… Conmemorar
a todos aquellos que sin pensarlo de algún mal modo, aunque algunos sí, me han
mirado por encima de los hombros calificándose como mejores. No obstante,
rememorar las risas, los llantos, las penas y las áreas de sombra, colocarme
bajo las alas de todas las palabras que he malgastado y tragarme la saliva
acumulada del día. No sé si ya lo haya llegado a entender del todo, pero creo
que con el paso del tiempo todos nos vamos acomodando a cierta distancia, uno
del otro en una larga fila alrededor del mundo, para que latigazo del diablo
sea parejo y plano cuando la hora del castigo llegue y sea bienvenida.
No
habían pasado ni diez canciones cuando el timbre sonó y la sonrisa tersa y
endemoniadamente coludida de Armando delataba todo el plan… Quince minutos
después Pablo me advertía de la última vela a apagar; hacía caso omiso… Dos,
tres, cuatro o cinco copas después –quizá media botella– y la noche hacía mover
las piernas de todos hasta con el más popero folclor sueco tan de moda. La platica se tornaba agitada, fluida,
amorosa. Me encerré en la cocina esperando que Adriana se percatará y fuera
hasta la barra a buscarme y todo terminará en un beso, un buen beso, por
aquello de los buenos años, la candidez y las cenizas de la fogata nuestra del
pasado. Tuve que besar primero a Mariana, Martha y Marisela para percatarme que
el mentado mágico momento no llegaría… Fue entonces que le solté la bomba a ese
pequeño sujeto que Marcos había invitado pasada la media noche y cuyo nombre nunca supe: Dejaría de
beber, de amar y querer. No recuerdo bien el orden, si es que hubo alguno…
Desperté
al otro día observando la nueva gotera de mi cuarto. El ambiente inundaba mis oídos
junto a la penumbra de las cortinas. No hice más que respirar durante quince
minutos… Es curioso, hace tiempo me preguntaba que se sentiría llegar a viejo,
hoy puedo decir que lo permanezco haciendo. Es más, ahora me cuestionó si
alguna vez podré darme cuenta de serlo cuando llegue el momento o si bien hace
tiempo que ese rostro se ha enmarcado ya en mis sienes. Supongo que todo el
tiempo es un misterio, un enigma más allá de las solapas que se le han ido
empolvando al saco que ha de ocupar la muerte cuando venga a robarme la mano
con la que he de firmar todos mis divorcios. Es sólo un pensamiento. Ya lo iré
viendo con los días
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