Replicantes.

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España, 2009.

Sunset Boulevard

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El que Busca Encuentra

jueves, 4 de octubre de 2012

SUBMARINO. Las Series, Vol. 7


SUBMARINO. Las Series, Vol. 7

Jamás he creído en lo que dice la gente. Puede que estén igual de tristes que yo.
A. Güiris V.

…Entonces comenzaron a aparecer los moños negros en la parte alta de la entrada; retazos de listones y cobijas oscuras que encorvados improvisadamente, perneaban –o bien lo intentaban– el tintero de las presencias y los acuerdos, al igual que los cafés con piquete y las arrugas rebuscadas hasta en la punta del cabello. Recuerdo claramente que era en esos momentos, loables sin lugar a duda, cuando los anteojos de la cordialidad se cegaban en automático y podíamos, uno a uno, notarnos como lo que realmente éramos; simples mortales en un campo lleno de minas buscando una dirección, la que fuese… Eran, pues, esos recovecos de la existencia que apuntalan siempre a encontrar más ceniza dentro del sombrero que en la suela de los zapatos.

Cuando  Jimmy “desapareció”, por ejemplo, éramos aún muy jóvenes como para comenzar a pensar en los alegatos del tributo. Fue en parte eso, tal vez, razón por lo que lo alzamos de primera instancia a los estratos de leyenda en medio de una beatificación bohemia con espuma de cerveza… Pero cuando Don Eusebio, el verdadero dueño del lugar, hizo a bien quedarse helado en la pecera con su anforita recién comprada, el calor (quizá la madures), que emanó en el maduro sinsabor que comenzaba a formarse en nuestros adentros lo cambio todo. Incluso dicen que Frankie –el inescrutable Frankie– al enterarse de lo sucedido, se revisó inmediatamente las heridas de las balas, y es que no quería perder el aplomo necesario para poder contárselo sin una mueca a su mujer, la bella y elegante Sussie. En realidad fue una sorpresa tomada de diferente manera en cada uno de nosotros. Al grado que para algunos se tornó en sospecha, una sospecha de real semblanza de tristeza. Raúl, como pocos, se mantuvo ecuánime y calmo. Resultaba lógico. En parte el deceso le significaba también una liberación contractual y psíquica: vital. No es que en mi pecho cargue un peso de aflicción o martirio desde aquellos añejados yerros, pero hasta este momento jamás le había mencionado a persona alguna el recuerdo de haberle visto un esbozo de sonrisa en el velorio. Justo como si una caricia le rozara el filo de la fortuna anunciándole con la punta de los labios sus alegatos de estadía bajo la promesa de engrosarle la cartera…

No fue, pues, sino hasta al cabo de unos días que se empezó a sugerir el tema con cautela. Cierta noche, en medio del desvelo que brindaban esas pobres jornadas sin clientes ajenos a los ya contabilizados como parte del inmueble, Carmelo se nos acercó para apuntarnos acaecidamente que “una muerte así no debió de ser nada sencilla”, que “lo más hermoso de beber es ese momento en que te secas la garganta intencionalmente para recibir de golpe el dulce sabor del trago elegido…” Que si lo pensábamos bien, el pobre Don Eusebio “se había ido sin siquiera sopesar el ansia” y que por tanto –asumía– era justo que Don Eusebio Montes Escalar descansara eternamente en el mar, aunque la forma en que haya llegado fuera en parte un accidente… (Y no obstante la fama del suceso, lo digo con todo el respeto que se merece, aún sigo asistiendo a algunos servicios donde resguardan la urna de las cenizas dentro del botiquín del sanitario).

Muchas cosas se podrían entonces decir de Don Eusebio. La gran mayoría le desconocía de la misma forma que el resto deseaba no habérselo topado nunca, aunque si somos sinceros –realmente claros y veraces– algo había de orgullo y decoro en poder responderle acertadamente al novel que le señalaba como si de un descubrimiento antropológico se tratara. Don Eusebio, pues, era a la vez basto y festivo, distraído y suspicaz, icónico como cualquier varón que no se guarda la decencia bajo el saco de la sobriedad, sino para la vasta eternidad… Intelectualmente nato; bien podía no entender las razones pero comprendía a la perfección los objetivos del libreto que le había tocado interpretar. De carácter bohemio y caliente; de una tez tan dura que sin lugar a duda podría competir con la cáscara de la mandarina que aún se encuentra colgada en la rama del otoño... De un rostro tan común, neutro y honesto, que incluso cuando hablaba le podías notar las faltas de ortografía.

Estar a su lado, en la barra de El Submarino, era como presumir una foto tuya frente a la fachada del museo Del Prado el día que estuvo cerrado por mantenimiento... Como dejar que alguien más se bebiera el último sorbo de tu cerveza ya caliente, halagar la obra de un ebrio apenas conocido estorbando así tu absorta sátira, o bien beber un trago de agua con azúcar después de un fino ron. Era uno de esos soplos del tiempo que exhortan al  cabildo tornarse lento y pausado, como la vida: “que espera siempre sin aspavientos a que te canse la edad para tomarte de las manos con justicia y recluirte así bajo los puntos finos de la rubrica del tiempo”, como solía recitar Mauro, nuestro íntimo poeta local, cuando alguien hacía alusión al polvo que caía del cielo raso del lugar.

A ciencia cierta, podríamos decir que aquella etapa que inauguró de alguna u otra forma (tal vez sin querer), Don Eusebio, dio en realidad entrada a la edad de la razón. A la época dorada de los cansancios y quebrantos corpóreos de peso, aunque algunos piensen que fue al revés y la razón fue la que dio entrada a la edad. A la terrible verdad del paso del tiempo y su dérmica captura. Para mi al menos, no puedo negarlo, fue una etapa particularmente entretenida en que los anuncios luctuosos del portal no sólo nos advertían del incremento en las posibilidades de ser el siguiente ganador de la “lotería”, sino que también publicaban el tema principal del brindis y los abrazos del día; situación que siempre se agradece en ese tipo de escenarios.

Si mal no recuerdo, después de Don Eusebio siguió Neil, Nil, o Gil, aquel músico de bajo perfil y ronca voz que más tardó en llegar que en irse, luego “Chepito”, que se ganó nuestro cariño a base de “carisma y pendejez” como solía decirle Pancho, el cual no tardó ni tres turnos más para irle a saludar –acaso sólo después de Pedro “El Cazador” (que no mintió en sentirse mal aquella noche) y Marcos, que muchos ya veían con rencor y celo por aquello de sus firmes canas. Más tarde vino Kasuo, que fue un caso especial; lo publicaron en un par de diarios donde laboró a lo largo de su “carrera de accidentadas veracidades”, como le resumió en su velorio Frankie, quien tuvo la mala fortuna de despedirse, con escasos meses de diferencia, de sus dos mujeres: Sussie, “su casual acompañante y eterna compañera” a la cual cedió su mano ya avanzada la enfermedad que le aquejaba, y Estefanía: su real, único y secreto amor, así como mi más ferviente amiga. Mi compañera de incidentes y sucesos a la que aún le llevo, cada que se me permite, un ramo de azucenas…. Si mal no recuerdo, juntos le lloramos nada honrosamente en su primer aniversario al son de “No Other Love” de Jo Stafford....

Después habrá tocado el turno a Mauricio, el Jonah' y un par más que no recuerdo pues eran de la llamada “nueva generación”; la última de ellas más bien, cuando yo ya no visitaba con tanta frecuencia el bar... Por último, si mi memoria no me falla, fue Carmelo en ese aparatoso accidente en la carretera que a todos nos sorprendió, abriéndonos de lleno nuevamente la herida de la nostalgia. Sobre todo porque desde que la muerte se convirtió en nuestro libre albedrío, ensayaba a cada noche sus últimas palabras. Para ciertas personas, hay que decirlo, es de suma importancia tanto oírlas como recitarlas, o bien recetarlas. Yo al menos aún recuerdo las últimas que le oí decir a Don Eusebio aquella noche que sus manos se encontraban de mejor ánimo que su encorvado cuerpo, la última vez que le vi antes de su deceso: “La vida es demasiado inteligente, jamás le he entendido”. Y no sentí añoranza ni ese llamado al extraño vacío que muchos cuentan se tiene cuando se ve partir a alguien que no volverán a ver jamás. Quizá porque se fue casi a gatas, pero no lo sentí ni en ese momento ni ahora, que lo recuerdo frescamente. Me supongo, con firmeza, que esos breves y escasos últimos instantes fueron un resumen espontáneo de la vida que me toco observarle. Escasa, sí, y breve, así fue la vida de Don Eusebio. Y es que siempre, sin lugar a duda, encontró la forma de irse más al fondo en el pozo de las más comunes adicciones. Presumo que todos, de alguna forma, vamos para allá…

En alguna ocasión Jimmy me dijo que la vida era un momento de ansiedad, como cuando te muerde un perro o se te quema la entrepierna; “siempre crees que fue más tiempo del que en realidad pasó.” En su momento, debo decirlo, no le creí y ahora tampoco puedo. Él falleció joven y yo aún sigo aquí, recibiendo las inclemencias del tiempo y la añoranza. Recabando y acotando la sapiencia dejada por aquellos que, sin lugar a duda, se les extraña. Tampoco puedo quejarme, las cicatrices que ha dejado el rezago en ocasiones llaman la atención de ciertas damiselas que en sus años mozos, jamás habrían siquiera intentado acercarse al lugar. Muchas de ellas, lo digo claramente, ni siquiera creen que se hayan suscitado tales historias. La gran mayoría, lo apuntalo en serio, no agradecen siquiera el pasado renacido en la fogata mientras nos desvestimos y besamos. Pero en verdad es lo que menos importa al amanecer siguiente, y siguiente y siguiente… Lo digo francamente, o al menos puedo asumirlo con orgullo, yo aún me paro frente a la ventana de mi estudio cada mañana a esperar el frío. 

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