Replicantes.

Replicantes.
España, 2009.

Sunset Boulevard

Sunset Boulevard
España, 2009.

El que Busca Encuentra

martes, 7 de abril de 2015

3 Muertes Musicales 3 (Primera)

3 Muertes Musicales 3 (Primera)

A Alberto Uscanga le entró la depresión un día como le cae a una casa medianamente bien construida la llegada de un huracán; siempre quedan en píe las cosas que no sirven para nada. Nadie sabe a bien porque le comenzó justo en ese año y en ese momento exacto: si bien el programa en que trabajaba había perdido audiencia hasta el grado de ser cancelado, se mantenía trabajando en fiestas infantiles. La enfermedad no pudo haber sido pues le fue notificada tres años después en un hospital público después de 6 meses de análisis y un suspenso Hitchcockiano que no superó jamás. Y si alguien acaso quisiera atraer la teoría de alguna dama o amor secreto, en realidad nunca le interesó alguien a más de 2 metros de distancia o bien 20 minutos después de meterlas en la cama. Sus encerronas junto a Chet Baker en el estéreo de su casa y Keith Jarret en el auto le quitaron no sólo el color del pelo sino de la labia. Sus palabras comenzaron a hacerse más blandas y sus anécdotas más escasas. No pudo enamorar a la vida, no pudo construir esa palabra que todos llevamos dentro y con que se nos ha de recordar. Al menos para que sea inscrita con coraje sobre nuestra cuenta.

Era mejor conocido en el mundo del espectáculo como “El Gran Duke”, ello en tributo claro a Ellington y al respeto que siempre tuvo para con la magia más ortodoxa; resultó convertirse en purista a los 16 años después de ver en un viaje familiar a la feria del condado el esqueleto mal hecho de una sirena. Apareció durante 13 años todos los domingos a medio día en un programa infantil llamado “Los Cadetes de la Imaginación”, una producción con más confeti sobre el escenario que contenido bajo las entrañas de la educación. Un show hecho en realidad para las pequeñas mentes más que para las pequeñas edades. Aunque nadie puede decir en realidad que los actos del sobrevalorado Alberto fueran una especie de relleno dentro del programa, bien se puede afirmar que en realidad era uno de esos ilusionistas que siempre cargaron con más polvo de tierra entre las bolsas de los pantalones que trucos de magia dentro de la chistera. En alguna ocasión, bajo la reseña de Orlando Sánchez, crítico de medios en un diario local, se le resumió de la siguiente manera: “Preferible el rezo y el tormento del sermón dominical que ciertos trucos a medio funcionar sobre el escenario de la escasa fantasía.”

Su cuerpo fue hallado justo a la salida de emergencia de un table dance, junto a los basureros y un charco tibio de cerveza en medio de un callejón céntrico de la ciudad. Pesaba 24 kilos, la parte más carnosa de su cuerpo, según el reporte de la autopsia, eran sus ojos. Pero eso no fue para nadie una sorpresa, siempre fue uno de sus mejores atributos: la espesura de su iris era tan atrayente que en ocasiones el truco de cartas en sus manos realmente funcionaba. La enfermedad le fue diagnosticada dos años antes de su muerte. Se lo confesó primeramente a Álvaro, su mejor amigo, después de caminar tres horas por las calles de la ciudad. “Si al menos el doctor me lo hubiera dicho de otra manera, amigo…”, comenzó así el anuncio a las puertas de su casa, “…si me hubiera dicho: Al parecer lo ha logrado amigo mío, es usted toda magia. De a poco irá desapareciendo.”

Lamentablemente desde que se dio a la tristeza no volvió jamás a un punto donde pudiera retornar a algún paraje de este mundo. La ciudad más grande del orbe le hubiera significado lo mismo que la Isla de Gilligan pero sin compañeros. Nunca se pudo recuperar del todo, es cierto, y se dejo abrazar completamente por la gris existencia de los programas de los 60. Kasuo, su compinche oriental, se lo dijo alguna vez con su pésimo español: “Amigo, al parecer eres uno de esos hombres adelantados a su época. La crisis de los 40 te entró 5 años antes y el seno de tu enfermedad con casi 36 meses de anticipación. Lo que debes hacer es dejar de cerrar los ojos cuando duermes. Tampoco los abras mientras corres.” 

En su velorio se entonó, para sorpresa de todos, “Think Of Me” de Leon Russell seguida de una versión sumamente cursi del Adagio (Opus 11) de Samuel Barber. Labrado sobre la piedra un epitafio a manera de tributo por parte de sus pocos allegados: “La tristeza es una curva que no avanza ni continúa.” Sobre éste una media luna que alguien, en algún momento de ocio, convertirá en una sonrisa falsa. Igualmente se supo al termino de ese día de calor veraniego que en su casa se había encontrado una especie de carta de despido; la misma contenía únicamente el esbozo de un conejo con sombrero y una mano con la carta de las instrucciones de la baraja sobre la palma. Alberto Uscanaga murió un 23 julio sobre las bases perdidas de su propia fantasía. No perdió su talento de a poco porque nunca lo tuvo. Lo que realmente le sucedió fue lo mismo que al peor mago del mundo: en un acto desaparece su baraja y no sabe nunca como volverla a recuperar. 

No hay comentarios: