Replicantes.

Replicantes.
España, 2009.

Sunset Boulevard

Sunset Boulevard
España, 2009.

El que Busca Encuentra

martes, 14 de abril de 2015

3 Muertes Musicales 3 (Segunda)

3 Muertes Musicales 3 (Segunda) 

Las últimas palabras de Benjamín González fueron tras un largo suspiro después del disparo; su asesino corriendo oculto tras las sombras de la noche sobre el  lado sur de la ciudad –la sangre ahogando su gabardina y el último de los fríos sobre la nuca. Se las dijo a Amanda, su amor prohibido, que se encontraba por azares de la noche en ese mismo sitio; nadie mejor que ella para escucharlas de primera mano. De Amanda se sabe entonces que las mencionó pausadamente, sonriéndole a la cara e intentando tocarle las mejillas a manera de despido: “El mundo es breve, cariño, y me tengo que acabar. Me tengo que acabar”.  Y si bien ella no intentó besarle como un último obsequio, vil estima, sí le derramó un par de lagrimas sinceras sobre su corbata favorita. Fue enterrado bajo lluvia un 3 de octubre y un sincero soundtrack de Simon & Garfunkel en bocinas de computadora. Sus cenizas aún se conservan dentro de una urna guardada en el escritorio de Saúl Oporto, quizá su único amigo. Aquel que lo llevó, sin saber a ciencia cierta el destino, a recibir el mismo fin que un criminal. 

Construyendo el caso de una violación fue que ingresó al recoveco de ese barrio en medio de la noche; en el auto Nick Cave y Olga Román a volumen moderado –quizá “Straight To You” y “Canción Para Lucas”. El cigarro prendido con el humo saliendo por la ventanilla del piloto como los suspiros de un recién enamorado. Las pistas conseguidas por Saúl bajo una severa y larga entrevista a Amanda, sexo-servidora desde los 16, por un pedido de auxilio de Benjamín al irla a buscar una noche fría de verano que terminó en un amor platónico sobre la barra de una cantina entre olores de madera y canciones country. “¿Sabes”, le comentó él aquella noche, “los espejos no dicen siempre la verdad. Los ojos de los personas tampoco, pero al menos todo observan. A veces con lujo de detalle.” A lo que ella le respondió antes de irse, tomar su bolsa de mano y presentarse al otro día en la oficina de Oporto sin una gota de maquillaje: “Tal vez sea cierto que gente como tú no necesita de una garganta profunda.”

Tomó el caso después de varios meses de una actividad venida a menos. Hacía 13 años que se dedicaba a jugar al detective privado después de un paso paupérrimo por el periodismo deportivo; sus contactos policiacos servían acaso sólo para buscar muchachas perdidas que en realidad se habían escapado con el novio, o bien hallar la dirección exacta de algún deudor. La flaqueza y moralidad de Oporto para con ciertas situaciones del oficio le habían dado la oportunidad de enfrascarse en una situación más profesional. Además, ya nadie quería acercarse a su oficina; preferían el tufo a puro importado de su colega y amigo que el del sudor mezclado con el tizne de periódicos pasados por alcohol del 96 de la suya. 

En alguna ocasión le mencionó a algún cliente que “la mejor manera de vivir cerca de la verdad era ocultándose de ella”, a lo que este respondió con un estornudo y una deuda pagada con el epitafio más certero: “La ley tiene atadas mis manos para los actos de humanidad”. Su legado, lamentablemente, se centra más en el encabezado de una nota en primera plana sobre una goleada de la selección nacional para con su acérrimo rival, que la ayuda otorgada en aquel caso inconcluso que terminó bajo el sudor de un amparo. Se podría suponer que su vida fue en realidad como resumió la suya Amanda antes de morir tan sólo 9 meses después por un aneurisma cerebral: “Breve y contradictoria, de la misma forma que algunas de nosotras usamos saco y minifalda a la vez.”

Cada año Oporto suele celebrar una comida en honor de su amigo junto a otros investigadores de la ciudad, hecho que se ha convertido ya en una tradición para todos los amantes del oficio. Suele colocar siempre en el altar una delgada y alta botella de vodka junto a diversos quinqués con petróleo. Aún suele contar la vez que rescató a Benjamín entre los escombros de una mina, acto que los resignó a la profesión que les marcaría la vida. En aquella ocasión, bajo el color opaco del carbón le dio la mano a Gonzo, como solía decirle, para que viera la luz por vez primera después de 7 horas de encierro y decirle, por fin: “Amigo, alguna vez deseo ser tan sincero como tú”, a lo que Benjamín respondió sacudiéndose las cenizas de los brazos: “Hazlo y perderás tu trabajo.”

No hay comentarios: