3+6=9
"Todavía ahora creo, como cuando era sólo un muchacho, que en ocasiones para ser un hombre de mundo es suficiente con haber estado alguna vez de madrugada al otro lado de la calle."
J.L. Alvite.
Nací un 9 de Mayo de 1982 en Ecatepec, Estado de México. Para el momento en que comparto esto debo estar a unas horas de alcanzar los 36, y por azares del destino me encuentro leyendo Herzog de Saul Bellow –cuyo protagonista quizá sea el personaje literario con el que más me he identificado en toda mi vida. Crecí en una familia dividida que pensé por muchos años me daría un acento de singularidad ante la comuna de mis allegados, pero con el tiempo descubrí que sobre estos horizontes todos tenemos algo de locos dolosos y sabios populares, algo de lacerantes y un tanto más de lastimosas ocurrencias. El combustible de mis andanzas ha salido siempre de las notas disparadas de una trompeta imaginaria, una trompeta que en ocasiones suena a un piano de cola, a una banda de Progresivo o bien una guitarra de Jazz. La música siempre me ha significado la más exacta de mis compañías, una sombra que se adelanta en el camino para allanar el ruedo de mis expiaciones y preparar los tragos que esperan sudando en la barra de algún bar de mala muerte. Con el cine me sucede algo parecido, en sus pupilas me reflejo y me comparto. Tan inquietantes son sus formas y seductoras sus texturas que me abrazo con cariño a mis más claroscuros rincones de emoción y desenfreno; en sus ecos siempre he considerado que encontré mi vocación en esta vida: contar historias/vivir algunas. He intentado, pues, desde hace años, dedicarme a ello y a la formación de las mismas manías bajo la forma más humilde posible aunque en muchas ocasiones he fallado en todo, aunque en ocasiones no he encontrado diferencia en ambas y lo único a lo que me he podido aferrar es a compartir lo mucho, o poco que tengo y sé, de la misma forma en que se me fue develando.
Suelo soñar con mayor eficacia estando despierto que en mis horas de descanso, donde repaso las notas de todos mis proyectos inconclusos. Soy un animal solitario con un humor negro latente que ha caminado, gracias al bestial anecdotario de sus más cercanos, por inexpugnables espacios a los que sólo les hace falta llevar al registro de autor para ser publicados sin obtener alguna venta. He coleccionado no sólo en el espacio físico sino en los planos de la nostalgia; toda historia vivida o escuchada la he hecho mía, sazonado con mi secreta combinación de especias y colocado en un universo que me pertenece tanto como a las aventuras de marzo o los primeros días de enero. Tengo pocas cosas de las cuales verdaderamente presumir y cuando las tengo suelo desecharlas o bien no hacer del todo alarde de ellas. No hace mucho tiré con cierta tristeza esos zapatos viejos con los que pisé tres continentes. Y lo hice porque sé que el mundo aún calza con las plantas de mis pies cuando salgo a caminar sin calcetines.
Nunca he sido el mejor en algo pero tampoco le he dado la mano ni conocido a quien se pueda jactar de ello. Digamos que nunca le he tenido miedo al fracaso porque casi nunca he estado del otro lado de la acera, cosa que en realidad no me pesa. Agradecido estoy con la vida que en vez de colocarme un muro de ladrillos en dicha frontera, me haya colocado una placa de cristal para al menos conocer esos senderos exitosos desde una clara distancia. No sirvo para los halagos, no creo estar hecho para ellos. Cuando me ha dado por sentirme de más, la realidad me ha mandado la exhorbitante cuenta de que lo que tengo de invencible también lo tengo de inocente. El reloj de mi vida lo he mantenido disciplinariamente descompuesto: o bien llego tarde a todos mis anhelos o bien me adelanto de manera tajante a su encantamiento. Me gustaría pensar que he querido y he sido querido aunque las formas siempre sean amorfas en este sentido. Con los años he escrito una serie de relatos cortos que sin publicarse oficialmente le han dado la vuelta a un mundo de nostálgicos entes que quizá, como yo, buscan en las constelaciones una ráfaga de preguntas sin respuestas; quid de las jornadas laborales… He tenido la gran fortuna de que algunos de ellos me hayan compartido su agrado por esas tintas desgastadas y a la distancia nos hemos abrazado con la promesa de una tierra vencida. Mis personajes se alimentan de sus quebrantos, se levantan para caer de nuevo y en el ocaso sentir la vida. Los laberintos donde circundan son los pasajes de mis tiempos no conjugados: fantasías, promesas, recuerdos e inventos por igual. Soy un bucólico empedernido al que el valor de la añoranza se le da tanto o más como el refill a una copa de tinto vacía.
Si bien me escribiera una carta, en la postdata me dedicaría una larga carcajada. Y me reiría al leerla, y la volvería a leer y me volvería a reír. Tal vez la misiva pudiera comenzar así.
Querido amigo:
Los ganadores no tienen ni tu semblante, ni tu talle, ni el color de tus ojos caídos. Si bien la vida te dió esa extraña disposición a no poder oler perfumes, es quizá porque nunca podrás hacerte del aroma de la victoria. Pero no lo tomes a mal, si lo piensas bien, tampoco podrás hacerte del de la derrota…
Desde que la ironía cayó a manera de polvo en mi ropaje no ha habido lavadora ni karma que la haya podido quitar de encima, así que la he intentado mantener como parte de una gracia o firma personal. En alguna de las dos habrá de funcionar. Consciente estoy que cuando se me empiecen a dar las cosas en plenitud será debido a que mis horas se encuentran contadas, a que la tinta se agota y pronto habré de subirme a ese tren cuyo humo no hace otra cosa más que viajar hacía otra parte. Jamás he sido la mejor versión de mi, lo digo con total honestidad, jamás he podido librarme de ciertos pesajes que me atan a todo lo que significa la palabra gravedad. Supongo que todas las cosas que he hecho las he realizado con las ansías de construir un hogar del cual nadie debería sentirse más orgulloso que yo. Y si así fuera, creanme que nada me gustaría más que tuviese la forma de un bar en un callejón oscuro, solitario y un tanto aburrido donde se susciten las cosas más absurdas en los horarios más inhóspitos posibles. Me encantaría, claro, que quienes lo visiten sonrieran a manera de tributo. Me gustaría, eso, una sonrisa sincera y nada más. Con sus hoyuelos y sus caries… O bien, ¿qué otra cosa podría pedir alguien como yo?
A. G. V.
Mayo 2018.
"Cita". Madrid 2009. |
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