REDONDO.
Roma
Roma (Alfonso Cuarón, 2018)
Con Roma claramente estamos ante la madurez de una realizador que ha explorado a lo largo de su carrera variados balances técnico-narrativos, distintos campos de expresividad, opuestos manejos actorales en edades comprometidas y diversos tonos y subtonos (textos y subtextos), en una gama multi-estilística y emotiva que ha sido capaz de escrutar de sobremanera para entregarnos –en esta su obra más personal– gracias al desabrigo de algunos de sus más hondos recuerdos de la infancia, agudas instantáneas de un país y su desplazamiento a través del tiempo y las generaciones; del motor que le ha forjado las raíces y las razones. Las imágenes que aparecen en pantalla no son simples viñetas que se deban atrapar en la telaraña de la nostalgia, sino que terminan por ser las cicatrices de un país que se levanta todos los días a limpiar las inmundicias que nunca han de borrarse, las manchas cuasi omnipresentes que marcan nuestro ordinario andar. Las secuencias de esta obra ilustran el desarrollo de un México atemporal, curioso y cariñoso pero inmaduro… son, pues, apuntes de una libreta que todos reconocemos ya que en alguna de sus hojas nos hemos encontramos descritos, en alguno de sus rincones se nos detalla a través del brillo u opacidad de la certeza y la conformidad.
El pronunciamiento de la cinta no se determina únicamente a través de la celeridad y el ritmo dentro de su construcción, detrás de la usanza de sus personajes se encuentra el mayor volumen de ello. Bajo sus motivos de supervivencia y lucha diaria, el exiguo futuro les oculta sus anhelos; resquicios de aspiración que casi siempre son expuestos en la inseguridad y/o en secreto: detrás de una puerta, en la privacidad de una llamada telefónica, decorando los pilares o recovecos de una casa –un hogar– o bien en el escape de los escasos días de descanso. El revestimiento de dichos parajes es de un manejo quisquilloso, miramientos a un pasado ornamentado en lo borroso de la memoria. El encadenado de las acciones es tan sutil que matiza los temas y nos envuelve en un remolino emocional que tanto nos cobija como nos escupe a la cara nuestra naturaleza; lo que somos y lo que hemos vivido, lo que hemos hecho y lo que nos ha acontecido. De esta forma, el seguimiento se traslapa con garbo y portento de la ternura a la impotencia, del terror a la culpa y de la esperanza a la expiación.
Tozudamente fabricada desde una perspectiva autoral cuasi absolutista, Cuarón muestra una gran pericia en la realización cinematográfica al equilibrar los pesos de los diversos departamentos que encabeza. Su guión es una cornamenta que se abre al detalle, sosegando el tiempo, pero presentando un conflicto sencillo al cual asirnos de manera natural, su preciosista fotografía se integra de manera lógica al plan discursivo de la trama y el montaje nos permite respirar en plenitud todos esos maravillosos ecos del pasado que consiguen las pasmosas actuaciones y la aprehensión de los departamentos de arte, el soberbio diseño sonoro y el excepcional manejo de extras. La belleza de sus retablos, entonces, no se impregnan solo en el campo visual; son las resonantes texturas obtenidas las que logran que la cinta sea un verdadero periplo temporal.
Roma, octavo largometraje en forma dentro de la amplia filmografía de Alfonso Cuarón, no sólo se permite llevar a sus personajes a ver un guiño de la propia obra del director –no sólo los ilusiona con casi un acto de magia– sino que nos hace participe de ello desde la misma fila que nuestros protagonistas. De esta manera, claro, nos revela con soltura dentro de esa superficie inquietamente descriptiva. Nos dibuja y representa… Nos obsequia a nosotros mismos con una alta honestidad sobre un admirable retrato de un país que si bien se ha mantenido estancado, ha sido a través de su gente más servil que el adalid diario siempre hace su aparición y se manifiesta para moverlo y seguirlo moviendo sin llegar aún a algún lado.
Roma de Alfonso Cuarón
Calificación: 3.5 de 5 (Muy Buena).
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