Replicantes.

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España, 2009.

Sunset Boulevard

Sunset Boulevard
España, 2009.

El que Busca Encuentra

miércoles, 22 de enero de 2020

1917


REDONDO 

1917
1917 (Sam Mendes, 2019)



Abocada a una puesta centrada en el enfoque del pragmatismo técnico y tecnológico del hecho fílmico, la reciente entrega de Sam Mendes no se rinde ante dichos agentes y factores sino que termina por beneficiarse de todos los elementos que constituyen el espectro cinematográfico. Los contrapesos con que juega el realizador inglés detallan sus años de experiencia y la madurez que ha obtenido en el tránsito genérico y temático de su filmografía. Dentro del marco de su presente obra, la compensación que obtiene se da bajo un grado de sencillez y sutileza manifestado de manera por demás astuta e inteligente; no hace que compitan sus desafíos visuales con los subtextos que se compaginan en el entramado expuesto. 

Sobre un cuasi espontáneo conflicto, la historia que se despliega es elemental en varios sentidos: por su simpleza de objetivo estructural, claro, pero también por todo lo que pone en juego: el tiempo como confín de nuestras metas, la fragilidad nuestra con el valor, con nuestros puntos de interés, con nuestro rincón de seguridad y certeza, con nuestro temor y mesura. Igualmente con la objetividad y el orgullo, con la imposición de la disciplina y la sutilidad de la vida misma. El enfoque de Mendes no se arrincona al choque bélico para soltar discursos antibélicos de lleno, sino que se emplaza en él como eje y paraje; sobre sus trazos nos relata la historia de una búsqueda, un rastreo personal que termina por ser la exploración de un hombre con su lucha y sus fuerzas, con sus fronteras de quebranto y miedo con tal de dar finiquitada aquella tarea que también ha transmutado en promesa. 

Durante su recorrido, 1917 nos llena de momentos enriquecidos tanto ornamentalmente como dentro de diversos campos emotivos. Si bien su manejo se presta al atavío de su método o práctica de construcción –varios planos secuencias armando un gran plano secuencia que constituye todo el metraje– el punto de atención no queda ahí y el manejo de los pasos a vivir junto a nuestros personajes es efectivo y lleno de coyunturas por las que habremos de pasar juntos. El circunstancial manejo de duración temporal, debido a la técnica misma es por demás interesante, sus secuencias si bien van una tras otras sin el aparente uso del montaje externo (cortes), no lleva una lógica con la hechura y la representación del tiempo cinematográfico se renueva a una forma plenamente interpretativa: ¿pasa más tiempo de lo que vemos a pesar de estar siempre frente a la acción?

Para el logro obtenido, Sam Mendes se apoya de un grupo con igual experticia que él. El diseño de Producción de Dennis Gassner es sobresaliente, nos aprisiona tanto como nos libera en espacios cerrados y abiertos: no hay sitio donde nos podamos sentir en realidad resguardados. La conjugación de la labor de Gassner con el departamento de Arte es de una función que resulta aventajado. La partitura de Thomas Newman, con su más que homologado estilo, funciona y abraza los momentos claves de la cinta revistiéndolos de elegante y potente manera. Ahora bien, el trabajo de Roger Deakins en la fotografía es de una fuerza mayor, un portento de pulcritud y desenolvtura que, lejos de su grandilocuente habilidad, se repliega lo necesario para que el pretexto narrativo se mantenga como punto central. En su caso, nos ofrece una cinta a detallar, a ver ver y rever, a dimensionar y redimensionar en más de una ocasión. 

El 1917 que nos relata Sam Mendes es acaso una jornada nada más, unas horas dentro de una misión cuasi imposible; un deber que debe finiquitarse o habrá de solucionarse ante otras fuerzas de choque. Es, pues, un ruedo contra las aspas del segundero, un registro de los pasos en los momentos de incertidumbre que se dan entre la desesperación y la esperanza. La historia en sí es sencilla, claro, pero no hace falta ir más allá para realizar una circunspección de lo que a todos nos atañe día a día. Lo que Mendes nos ofrece es una ventana fugaz ante los hechos que se suscitan dentro de la guerra, los espacios en blanco y los ritmos aglutinados que no nos dejan otra inflexión sino el instinto de supervivencia. ¿Por qué nos implicamos en ella? Pues porque claramente hay ocasiones donde no hay mayor o mejor escape que mantenerse dentro del  combate. Sea este de la naturaleza que sea. 


1917 de Sam Mendes, 2019
Calificación: 3.5 de 5 (Buena).

sábado, 11 de enero de 2020

El Faro


REDONDO 

The Lighthouse
El Faro (Robert Eggers, 2019)

Pesadilla surrealista que extralimita el concepto de belleza desde un rincón de oscuridad lírica. Desbordante conjugación del encierro a través de elementos de prosperidad y libertad: la luz y el océano. Lo que Eggers traza en esta su segunda aventura fílmica de larga duración es más un apunte expresionista que una andanza plenamente narrativa, el ataque con que se presenta el filme no es el de un encadenado formal de sucesos sino de sinuosos y laberínticos recovecos que no pertenecen sino al propio ensimismamiento de quienes lo padecen. Lo que la pantalla nos ofrece son viñetas cargadas de pesadez y agotamiento, de espejismos nacidos del deseo, la ambición y la apetencia. 

Bajo un pretexto sumamente simple, la construcción de Eggers ante su obra recae en el contraste de las personalidades a exponer: en la inseguridad y desconfianza entre ambas, en la persuasión y convencimiento del albedrío que maneja cada una de ellas, en la certitud de la locura y el desvanecimiento del juicio y el sentido común. Las interrogantes, pues, nacen y se nutren de la cotidianidad; se hacen más fuertes e implacables sin dejar rastro de lógica. Coexistimos con ellas en una espacio sin garantía alguna, sin piso firme ni resguardo; sin mayor voz que el reclamo, sin mayor canto que el vicio, sin mayor virtud que la soledad.

Deudora de la mitología clásica, de la literatura náutica y de un cine que va –salvando la distancias– de la plástica de Bergman y el imaginario de Lovecraft hasta a guiños a Hitchcock y Kubrick, la obra recae en una apuesta histriónica minimalista que sale más que bien librada. Lo que los dos protagonistas nos obsequian es una lucha de presencias y niveles actorales que le dan un volumen y soltura a la cinta que sin estos, quizá no hubiera tenido el peso manifiesto que posee y nada en sí tendría mucho sentido.

Filmada en un sugestivo blanco y negro, la estética ha sido cuidada al detalle, tratada con cautela y puesta al servicio de los campos oníricos. Para ello todos los colaboradores han logrado conjuntarse de la mejor manera para así sumergirnos en una atmósfera disonante, estridente e irritante que nos sujeta por medio de mentiras. Lo que al parecer es un ligero abrazo de comprensión es en realidad un aprisionamiento abocado a la contracción y la pena: una sentencia de hastío y enfado sin vías de escape. La fotografía de Jarin Blaschke resulta preciosita pero sin llegar a obtener todo el protagonismo del encadenado, si bien resulta vistosa logra compenetrarse con el Diseño de Craig Lathrop y la Dirección Artística de Matt Likely. En conjunto, estos departamentos dan ese sombrío e incomprensible look a la película y esta logra sostenerse. El montaje de Louise Ford resulta en ocasiones un tanto forzado pero dentro de la naturaleza estilística de la trama pasa un tanto inadvertido. Lo mismo sucede con la partitura de Mark Korven que si bien se abalanza para darle un mayor espesor a las secuencias, en ocasiones resulta con un poco mayor de presencia a la necesaria. 

El Faro de Eggers, resulta entones en una delirante fábula sobre la voluntad y el privilegio, sobre el aislamiento y el poder de la mente ante la presión. Es un caparazón que no es para un público mayúsculo, su ruedo está plenamente enfocado en la audiencia que gusta del surrealismo y las capacidades visuales del cine. Es, entonces, una muralla, una muralla a la que se enfrentan nuestros personajes y que no resulta en una simple orilla física o un ideal horizonte, sino en el tiempo, la disciplina, la tradición, las jerarquías, los anhelos y nuestras más inquietantes fantasías. Somos nosotros mismos, pues, nuestros propios limites, nuestra ardua frontera hacía la locura.  


El Faro de Robert Eggers
Calificación: 3 de 5 (Buena a secas).