Replicantes.

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España, 2009.

Sunset Boulevard

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sábado, 11 de enero de 2020

El Faro


REDONDO 

The Lighthouse
El Faro (Robert Eggers, 2019)

Pesadilla surrealista que extralimita el concepto de belleza desde un rincón de oscuridad lírica. Desbordante conjugación del encierro a través de elementos de prosperidad y libertad: la luz y el océano. Lo que Eggers traza en esta su segunda aventura fílmica de larga duración es más un apunte expresionista que una andanza plenamente narrativa, el ataque con que se presenta el filme no es el de un encadenado formal de sucesos sino de sinuosos y laberínticos recovecos que no pertenecen sino al propio ensimismamiento de quienes lo padecen. Lo que la pantalla nos ofrece son viñetas cargadas de pesadez y agotamiento, de espejismos nacidos del deseo, la ambición y la apetencia. 

Bajo un pretexto sumamente simple, la construcción de Eggers ante su obra recae en el contraste de las personalidades a exponer: en la inseguridad y desconfianza entre ambas, en la persuasión y convencimiento del albedrío que maneja cada una de ellas, en la certitud de la locura y el desvanecimiento del juicio y el sentido común. Las interrogantes, pues, nacen y se nutren de la cotidianidad; se hacen más fuertes e implacables sin dejar rastro de lógica. Coexistimos con ellas en una espacio sin garantía alguna, sin piso firme ni resguardo; sin mayor voz que el reclamo, sin mayor canto que el vicio, sin mayor virtud que la soledad.

Deudora de la mitología clásica, de la literatura náutica y de un cine que va –salvando la distancias– de la plástica de Bergman y el imaginario de Lovecraft hasta a guiños a Hitchcock y Kubrick, la obra recae en una apuesta histriónica minimalista que sale más que bien librada. Lo que los dos protagonistas nos obsequian es una lucha de presencias y niveles actorales que le dan un volumen y soltura a la cinta que sin estos, quizá no hubiera tenido el peso manifiesto que posee y nada en sí tendría mucho sentido.

Filmada en un sugestivo blanco y negro, la estética ha sido cuidada al detalle, tratada con cautela y puesta al servicio de los campos oníricos. Para ello todos los colaboradores han logrado conjuntarse de la mejor manera para así sumergirnos en una atmósfera disonante, estridente e irritante que nos sujeta por medio de mentiras. Lo que al parecer es un ligero abrazo de comprensión es en realidad un aprisionamiento abocado a la contracción y la pena: una sentencia de hastío y enfado sin vías de escape. La fotografía de Jarin Blaschke resulta preciosita pero sin llegar a obtener todo el protagonismo del encadenado, si bien resulta vistosa logra compenetrarse con el Diseño de Craig Lathrop y la Dirección Artística de Matt Likely. En conjunto, estos departamentos dan ese sombrío e incomprensible look a la película y esta logra sostenerse. El montaje de Louise Ford resulta en ocasiones un tanto forzado pero dentro de la naturaleza estilística de la trama pasa un tanto inadvertido. Lo mismo sucede con la partitura de Mark Korven que si bien se abalanza para darle un mayor espesor a las secuencias, en ocasiones resulta con un poco mayor de presencia a la necesaria. 

El Faro de Eggers, resulta entones en una delirante fábula sobre la voluntad y el privilegio, sobre el aislamiento y el poder de la mente ante la presión. Es un caparazón que no es para un público mayúsculo, su ruedo está plenamente enfocado en la audiencia que gusta del surrealismo y las capacidades visuales del cine. Es, entonces, una muralla, una muralla a la que se enfrentan nuestros personajes y que no resulta en una simple orilla física o un ideal horizonte, sino en el tiempo, la disciplina, la tradición, las jerarquías, los anhelos y nuestras más inquietantes fantasías. Somos nosotros mismos, pues, nuestros propios limites, nuestra ardua frontera hacía la locura.  


El Faro de Robert Eggers
Calificación: 3 de 5 (Buena a secas).

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