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miércoles, 22 de enero de 2020

1917


REDONDO 

1917
1917 (Sam Mendes, 2019)



Abocada a una puesta centrada en el enfoque del pragmatismo técnico y tecnológico del hecho fílmico, la reciente entrega de Sam Mendes no se rinde ante dichos agentes y factores sino que termina por beneficiarse de todos los elementos que constituyen el espectro cinematográfico. Los contrapesos con que juega el realizador inglés detallan sus años de experiencia y la madurez que ha obtenido en el tránsito genérico y temático de su filmografía. Dentro del marco de su presente obra, la compensación que obtiene se da bajo un grado de sencillez y sutileza manifestado de manera por demás astuta e inteligente; no hace que compitan sus desafíos visuales con los subtextos que se compaginan en el entramado expuesto. 

Sobre un cuasi espontáneo conflicto, la historia que se despliega es elemental en varios sentidos: por su simpleza de objetivo estructural, claro, pero también por todo lo que pone en juego: el tiempo como confín de nuestras metas, la fragilidad nuestra con el valor, con nuestros puntos de interés, con nuestro rincón de seguridad y certeza, con nuestro temor y mesura. Igualmente con la objetividad y el orgullo, con la imposición de la disciplina y la sutilidad de la vida misma. El enfoque de Mendes no se arrincona al choque bélico para soltar discursos antibélicos de lleno, sino que se emplaza en él como eje y paraje; sobre sus trazos nos relata la historia de una búsqueda, un rastreo personal que termina por ser la exploración de un hombre con su lucha y sus fuerzas, con sus fronteras de quebranto y miedo con tal de dar finiquitada aquella tarea que también ha transmutado en promesa. 

Durante su recorrido, 1917 nos llena de momentos enriquecidos tanto ornamentalmente como dentro de diversos campos emotivos. Si bien su manejo se presta al atavío de su método o práctica de construcción –varios planos secuencias armando un gran plano secuencia que constituye todo el metraje– el punto de atención no queda ahí y el manejo de los pasos a vivir junto a nuestros personajes es efectivo y lleno de coyunturas por las que habremos de pasar juntos. El circunstancial manejo de duración temporal, debido a la técnica misma es por demás interesante, sus secuencias si bien van una tras otras sin el aparente uso del montaje externo (cortes), no lleva una lógica con la hechura y la representación del tiempo cinematográfico se renueva a una forma plenamente interpretativa: ¿pasa más tiempo de lo que vemos a pesar de estar siempre frente a la acción?

Para el logro obtenido, Sam Mendes se apoya de un grupo con igual experticia que él. El diseño de Producción de Dennis Gassner es sobresaliente, nos aprisiona tanto como nos libera en espacios cerrados y abiertos: no hay sitio donde nos podamos sentir en realidad resguardados. La conjugación de la labor de Gassner con el departamento de Arte es de una función que resulta aventajado. La partitura de Thomas Newman, con su más que homologado estilo, funciona y abraza los momentos claves de la cinta revistiéndolos de elegante y potente manera. Ahora bien, el trabajo de Roger Deakins en la fotografía es de una fuerza mayor, un portento de pulcritud y desenolvtura que, lejos de su grandilocuente habilidad, se repliega lo necesario para que el pretexto narrativo se mantenga como punto central. En su caso, nos ofrece una cinta a detallar, a ver ver y rever, a dimensionar y redimensionar en más de una ocasión. 

El 1917 que nos relata Sam Mendes es acaso una jornada nada más, unas horas dentro de una misión cuasi imposible; un deber que debe finiquitarse o habrá de solucionarse ante otras fuerzas de choque. Es, pues, un ruedo contra las aspas del segundero, un registro de los pasos en los momentos de incertidumbre que se dan entre la desesperación y la esperanza. La historia en sí es sencilla, claro, pero no hace falta ir más allá para realizar una circunspección de lo que a todos nos atañe día a día. Lo que Mendes nos ofrece es una ventana fugaz ante los hechos que se suscitan dentro de la guerra, los espacios en blanco y los ritmos aglutinados que no nos dejan otra inflexión sino el instinto de supervivencia. ¿Por qué nos implicamos en ella? Pues porque claramente hay ocasiones donde no hay mayor o mejor escape que mantenerse dentro del  combate. Sea este de la naturaleza que sea. 


1917 de Sam Mendes, 2019
Calificación: 3.5 de 5 (Buena).

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