Replicantes.

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España, 2009.

Sunset Boulevard

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lunes, 25 de agosto de 2014

Un Ave Fénix Parada Encima De Un Nopal…


Un Ave Fénix Parada Encima De Un Nopal…

Inflexiones sobre el Cine Mexicano a través del verbo renacer. 




El cine  de todos las regiones se ha reescrito en incontables ocasiones siendo distintos los entornos que han marcado estas cicatrices o bien nuevos rumbos.  Desde los encuadres políticos hasta las económicos, pasando por los siempre refrescantes movimientos sociales o manifiestos artísticos, es algo que ni siquiera las industrias existentes en el mundo han podido frenar. Podríamos resumirlo como un sano entendimiento del renacer generacional.; Desde que se avala el cine con la posibilidad de ser una representación social con Kracauer en la Alemania de entre guerras, todos los países han visto enmarcar estilos y cualidades en distintos periodos; algunos de éstos perdidos, algunos reencontrados años más tarde para el culto o el gusto kitsch de otros movimientos: banderas que ondean en el horizonte de corrientes nutridas del pasado. Nuestro cine, tantas veces llamado al renacimiento de su calidad, no está ajeno a todo ello.



Desde el llamado inicial por parte de la política derrocada (Porfirio Díaz como protagonista de sus propias cintas) en el supuesto movimiento revolucionario; mismo que llenara los primeros filmes de la llamada “Época de Oro”, el cine en México se ve envuelto bajo ciertos criterios que han marcado su paso sistemáticamente. Las razones de sus melodramas para convenir tanto con el miedo estadounidense a una influencia fascista y/o socialista después de la Segunda Guerra Mundial, como con la utilidad para hacer ver un mejor escenario de vida en las clases baja y media baja, genera y regenera la nostalgia de un México contado a escala de grises, adornado siempre con las buenas intenciones de los pobres (ahora jodidos), en un cine que es parte sustancial de una educación que sirvió consecuentemente para el encubrimiento de una “verdad” socio-política pero bajo un sello de calidad alto, muy alto en ocasiones si partimos del uso del lenguaje, la técnica y la narrativa. Asunto que, debido al alejamiento de la ayuda de nuestro siempre bipolar vecino del norte, decae prontamente gracias a la falta de escuelas firmes: la degeneración. Es entonces cuando la televisión se convierte en el medio preferido –y predilecto– para ese velo de veracidad y el cine es heredado a la política con toda su burocracia, por un lado, y a los favoritismos por el otro.


Surge así –tal vez resurge sea la palabra más incómodamente adecuada– un cine nacional que lucha con garras por oportunidades mientras se abrazan tramas de los bajos barrios del centralismo. La oportunidad de nuevos “estrellatos” se da a una generación que busca el bienestar propio sin importar las consecuencias (privilegios políticos de por medio), que se describe con un total desinterés ante la calidad evolutiva, cinematográficamente hablando, de aquellos tiempos vividos. Las anomalías de ese sistema, en este caso, daban y dan aún la vuelta al espectro de los tiempos “dorados”… las elegidas por el tiempo se cuentan como los amigos con los dedos de la mano. La mayoría, en realidad, resultaron bloques burdos narrativos que facilitaron y beneficiaron el amiguismo, el compadrazgo y la nueva industria de la droga. Los “grandes” filmes de dicho periodo (que hemos aprendido a apreciar desde una escala de valores distinta a la del mundo), no llegaron muy lejos dentro de los escaparates mundiales debido a su escaso presupuesto y poco espacio de manejabilidad fílmica (no creativa) bajo el paupérrimo contexto con que era manejada la cultura en nuestro país. Sin embargo, no todo estaba tan perdido…

Razones aparte se encuentran en nuestra ocasiones olvidada, en ocasiones recordada, elogiada y citada (a conveniencia) escuela de cine nacional, CUEC (después su jactanciosa y mediática hermana CCC), que más pronto que le llegó un movimiento –Cinema Novo– al cual adherirse, le alcanzó la fuerza del estado (Díaz Ordaz, Echeverría) y murió lo que podría haber sido una primera y segunda generación pensante de un cine distintivo e inteligentemente nacional.

El llamado “Nuevo cine mexicano”, el mismo en el que nadie se pone de acuerdo cómo y dónde nace, dónde muere (si es que lo hace) o re-nace o re-muere, aparece por brios de sacrificio personal. Un cine apoyado, sí, en parte por las mismas instancias gubernamentales pero que es, y está, educado fuera de éstas. Una generación que salta a un ruedo casi vuelto a la virginidad del mercado que acapara la atención por parte de organismos más fuertes y avocados al oficio de hacer, estudiar, criticar y analizar cine (nuestras escuelas se integran a éstas tareas gustosa y eficazmente), así como de algunos medios que le ven provecho para sí y algunos personajes (realizadores) educados y/o gustosos de lo extranjero. El cambio de estafeta, es cierto, no queda tan claro como los resultados puesto que realizadores que pelearon en el ring más reacio retoman los nuevos aires.

La época actual de nuestro cine, guste o no, es el resultado de esa apertura ochentena-noventera que se hizo a través de la expiación, el homenaje, la inmolación y el ofrecimiento al marketing –el tártaro de nuestra era–, que bajo sus preceptos, lejos de ir degenerándose como en otros tiempos, se ha abierto a distintas fronteras, mercados le llaman ellos,  y es así como tenemos hoy opciones de producción tan diversas. Lemon Films en su afán de creerse parte de una industria-espectáculo Mexican-hollywoodense. Los Three-Amigos, que lejos de acrecentar la producción nacional, propagan la de su familia y la de realizadores noveles de otros países (pero que llevan la bandera de México en cada festival al que visitan cual seleccionador nacional de futbol), los Mantarraya que reivindican el cine de autor con aperturas a las reglas cinematográficas (así como a su ego) en algunos de los más prestigiados festivales de cine del mundo, como también su brazo comercial: Cadereyta Films. Están los Canana, otrora guapos y deseados de la nación, que tratan de dar (o más bien darse) oportunidad(es), está su gira Ambulante que abre caminos al documental, están distribuidoras como Corazón Films, Zima, los propios Mantarraya que se auto-mercadean. Están los festivales nacionales a los que asisten algunos de los directores de mayor renombre y que cumplen más años de los que uno estaba enterado de su existencia… y un largo, pero no tan largo etcétera.

El cine mexicano está, sí. Está y se encuentra en una época en la que existe alrededor del mundo con garbo, presencia y sustancia. Como todo en su historia, tiene sus excepciones para bien y para mal, para mal y para bien. Las instancias federativas continúan rigiendo gran parte del espectro fílmico, pero ahora, por fin, se puede dar paso adelante por lados alternos. Eso, claro, no quita el siempre combativo territorio de esta maravillosa y terca guerra de querer hacer un filme, llevarlo a cabo, terminarlo, venderlo, distribuirlo y, sobre todo, ver ganancias en  ello. Pero que más da, el sentido de una industria no nos pertenece, como a ningún otro país exceptuando la India y Estados Unidos (donde cada vez el cine independiente lo es y lo parece menos). Nuestro cine es lo que cuenta su propia trama: parte de una historia de por sí ya rebuscada como para irla fragmentando más y más. No se trata de una cadena con eslabones que se dan paso unos a otros –para eso tenemos ya el día a día–, nuestro cine es uno solo y sólo uno. No hay ni uno nuevo, ni uno viejo, ni uno clásico o dorado. El cine nacional es su pasado, presente y futuro. Uno que nos atañe, sí y es innegable que en él nos veamos y escribamos; que en él nos inventemos y también nos reinventemos, que  nos analicemos y nos describamos fielmente… A final de cuentas hemos sido lo que hemos de ser a lo largo del camino, pero eso, sépase de antemano, pasa en todo el mundo.

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