REDONDO.
Tiempo Compartido
Tiempo Compartido (Sebastian Hofmann, 2018)
Si bien en su primer largometraje Sebastian Hofmann palpaba el terror fantástico bajo una pesadez e incertidumbre sumamente ajena a los cánones más usuales dentro del cine nacional, en esta su segunda entrega se aboca a los géneros y estilos con una habilidad y fuerza similar. El surrealismo se mezcla con lo trágico y quimérico sazonado con un diligente uso de diversos elementos melodramáticos; su ahora colorida estética es mordaz e ironiza el universo/prisión en el que maniata a sus personajes: seres incompletos –en su interior y su exterior, faltos de esas piezas claves para su total felicidad– y que se nos presenta eficientemente como una ventana para ser testigos, no cautivos, de la pesadilla que irá devorando todo aquello que intente despertar de su letargo. Su discurso, pues, no cambia, los elementos más internos en la disertación de su Halley (2012) se reflejan con una madurez y uso de las formas de manera mucho más fértil y versátil, dicho de otra manera: las cínicas consecuencias de la inevitable, imposible e irreverente búsqueda del bienestar son las reglas del juego.
Sobre un escenario donde las ofertas de ilusiones son más importantes que la obtención de la promesa en si, dos ejes narrativos se abren camino con el fin de escapar de un laberinto amorfo que se alimenta de un ego maquinal que les ha engañado y gusta de mentir a cada paso; que ha cegado incluso a sus más cercanos bajo el encantamiento de los supuestos de responsabilidad y el deber. Por un lado nos encontramos a una pareja que labora dentro de las inmediaciones de un complejo vacacional en búsqueda de la futura conveniencia profesional: sustitutos individuales e interpretaciones de la probidad y la justicia. Por el otro nos hallamos ante un pequeño núcleo familiar que opta por toparse con las segundas oportunidades que augura la vida bajo marquesinas comerciales, slogans y videos institucionales en un tiempo compartido que se encuentra sobre el mismo “firmamento” de la pareja inicial. La unión de las metas de quienes se ven obligados a disentir de esta invisible y omnipresente mente que controla dicho cosmos, es un paso lógico para la obtención de ese renacimiento anhelado sobre los procesos de enfermedad y curaciones que se relegan a subtextos pero que de a poco acaparan los primeros planos de la cinta.
Si en Halley nos hallábamos frente a una especie de muerto viviente con el empecinamiento de seguir existiendo a pesar de la putrefacción de su cuerpo, en Tiempo Compartido nos encontramos de frente al proceso de creación de otra clase de entes autómatas, seres cuasi fenómenos cuya dicha es sólo un artificio mercantil que absorbe una perniciosa disertación en la que han de ser regocijados con placebos: su mente y capacidad de abstracción/análisis ha de quedar corrompida. Su esencia es la de ser cápsulas producto que brindan la falacia de la ventura, la prosperidad y la bonanza. La clase media mexicana que se otorga a miramientos y ensoñaciones a las que no pertenece naturalmente se reflejan de sobremanera en un tejido que roza la fábula y la fantasía.
Con un elenco que sobresale gracias al balance de los propios estilos actorales de cada histrión y la explotación de los mismos bajo la esencia propia del filme, Sebastian Hofmann nos otorga un fino piso que acapara un agridulce y negruzco sentido del humor, una puesta en escena y cámara sumamente más pensada y compleja que en su anterior entrega; menos cáustica, más delicada, pero igual de pujante y enérgica que nos absorbe gracias a la confabulación de la fotografía de Matías Penachino y el Diseño de Producción de Claudio Rámirez Castelli. La partitura de Giorgio Giampà resalta de sobremanera por sus atmósferas, mezclas de estremecimiento e inocentes entonaciones, que nos abrazan por el recorrido del entramado y que empatan e incrementan los temas y emociones proyectadas.
Ganadora por mejor guión en el pasado festival de Sundance, de un Mayahuel en Guadalajara y dos Arieles en los apartados de actuación, esta continuación en la carrera de Hofmann nos apremia al pensamiento de estar frente a un realizador cuya mano tiene la clara visión por explorar diversas veredas donde pueda hacer encajar todos esos estremecimientos en que se conjugan las tragedias cotidianas con las peores experiencias oníricas y fantasiosas. Su Tiempo Compartido nos revela, pues, al final, que la entusiasmada esperanza por tropezar con la prosperidad puede terminar también en un acto de conspiración e intriga fatídica.
Tiempo Compartido de Sebastian Hofmann.
Calificación: 3 de 5 (Buena).
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