EL BOLSILLO IZQUIERDO
Para esta ocasión me permití escribir sobre ciertos festejos que se dan en la temporada, estas organizadas bacanales que rondan por el mundo y que también por estos lares nos rozan. Debo decir que no soy muy adepto a ellos (todos aquellos lugares repletos de gente me niegan la calma) pero no por eso estoy en su contra. ¿Por qué criticar la naturaleza del evento? Al fin de cuentas, es sólo una expresión masiva de lo cotidiano. No paro de sonrojarme al oír todos esos labios “puristas y santurrones” que no desean preservar dichas atrocidades dignas de nuestra calidad como sociedad.
A ESTE SON.
“El carna (va) lito llegó”… Traspapelando el sentido de aquella añeja canción, estilo propio que me nace al recordar el sentido propio de la entonación que mí madre le daba a ciertas líricas desde el fregadero, cuando apenas era un niño que solía creerse piloto aviador saltando por toda la sala y el comedor mientras el radio sonaba; el radio debía de sonar. La música era importante. Si ésta no existía, el combustible de aquel viejo avión imaginario no lo dejaba despegar.
En aquel entonces, debo admitir, no tenía un sentido estricto de selección para escuchar ciertas entonaciones radiales que se mezclaban con las melodías interpretadas por la garganta de mí madre, pero en efecto ya me inclinaba un poco por los ritmos un tanto lentos y estilos un poco melancólicos. Podríamos decir que mí característica empatía a ser bucólico – en el presente – estaba naciendo. Sí, entre las baladas horrendas de la radio comercial de finales de los 80 y los desgastados tonos que mí madre impartía a las canciones que le traían mejores recuerdos.
El carnaval, pues, llegó de nueva cuenta a estas tierras. Debo admitir que yo no sé por que hay gente que lo critica y lo tacha de semilla de maldad. Nada de lo que pasa ahí es de sorprenderse, nos hemos ido acostumbrando a peores y más llamativos sucesos. Nuestra tradición siempre trata de imperarse en ser la bondadosa alma que no peca ni conoce el pecado. Lo único turbio para mí en esta pasada tradición es el asunto de los joviales muchachos que se alzan el cuello por el simple hecho de ir. ¿La borrachera pues es también un secreto de estado? Para mí es algo de lo más honesto, cuando me quiero poner todo fumigado al calor de unas copas lo hago en compañía de mis amigos y con ese fin y objetivo especifico. No me hago de ahorritos y escondidos esperando el afamado carnaval, o bien los también fatales y falaces congresos estudiantiles. ¿Por qué la gente muestra sus peores facetas después de haber escondido sus malévolos planes y luego los dice en voz alta? En ocasiones creo que todo eso se lo debemos a nuestra melodramática programación televisiva. Cual villano de telenovela nos ponemos detrás de un escritorio y nos decimos (implícitamente con fonética) “Me voy a volver un borracho, me voy a poner una de aquellas” con el estridente sentido de una mala puesta en escena en la ficción de no querer ser escuchado pero revelando todo el plan a los televidentes.
Yo apoyo el carnaval y todos esos desmanes masivos, los apoyo por el simple factor de eliminación. Digo, no me interesan para nada, sino existieran sería lo mismo, pero por no tener nada en contra de ellos, más que el sentido de todo lo que implica un festejo. Uno puede decir que la fiesta es la mala, pero la gente es la que la viste…
Yo no asisto a estas acostumbradas citas porque odio los espacios repletos de gente, aunque debo aceptar que me encantan las anécdotas que trae consigo el aire de todo ese hedor “sodomo-y-gomerrezco” (con la libertad de incursionar este adjetivo a mí vocabulario personalísimo). Pues, el carnaval se llevó acabo un año más, hubo perdidos, borrachos, drogados, zombies, monstruos y una que otra botarga que no sabia que hacía así. Hubo gente que conoció el amor (según) y después lo abandono, hubo divorcios y reencuentros, hubo arriesgados y uno que otro decepcionado o espantado que mejor decidió regresarse, hubo vida y hubo muerte, hubo baile, gritos y un poco de diversión honesta. Hubo carnaval y hubo llanto. Que mejor representación de la digna vida que hemos construido paso a paso con los años. Ladrillo tras ladrillo que ha traspasado la barrera de lo considerado como bueno. Me jactó de eso y me abrumo y divierto con las remembranzas de lo que en realidad somos, una fiesta ambulante que esconde todos los argumentos que la justifican.
“El carna (va) lito llegó”… y yo en casa, con una botella de ron y un tanto de música no bailable empero orgullosa. Mientras recuerdo los cánticos de mí madre, vuelo. Sólo vuelo.
Para esta ocasión me permití escribir sobre ciertos festejos que se dan en la temporada, estas organizadas bacanales que rondan por el mundo y que también por estos lares nos rozan. Debo decir que no soy muy adepto a ellos (todos aquellos lugares repletos de gente me niegan la calma) pero no por eso estoy en su contra. ¿Por qué criticar la naturaleza del evento? Al fin de cuentas, es sólo una expresión masiva de lo cotidiano. No paro de sonrojarme al oír todos esos labios “puristas y santurrones” que no desean preservar dichas atrocidades dignas de nuestra calidad como sociedad.
A ESTE SON.
“El carna (va) lito llegó”… Traspapelando el sentido de aquella añeja canción, estilo propio que me nace al recordar el sentido propio de la entonación que mí madre le daba a ciertas líricas desde el fregadero, cuando apenas era un niño que solía creerse piloto aviador saltando por toda la sala y el comedor mientras el radio sonaba; el radio debía de sonar. La música era importante. Si ésta no existía, el combustible de aquel viejo avión imaginario no lo dejaba despegar.
En aquel entonces, debo admitir, no tenía un sentido estricto de selección para escuchar ciertas entonaciones radiales que se mezclaban con las melodías interpretadas por la garganta de mí madre, pero en efecto ya me inclinaba un poco por los ritmos un tanto lentos y estilos un poco melancólicos. Podríamos decir que mí característica empatía a ser bucólico – en el presente – estaba naciendo. Sí, entre las baladas horrendas de la radio comercial de finales de los 80 y los desgastados tonos que mí madre impartía a las canciones que le traían mejores recuerdos.
El carnaval, pues, llegó de nueva cuenta a estas tierras. Debo admitir que yo no sé por que hay gente que lo critica y lo tacha de semilla de maldad. Nada de lo que pasa ahí es de sorprenderse, nos hemos ido acostumbrando a peores y más llamativos sucesos. Nuestra tradición siempre trata de imperarse en ser la bondadosa alma que no peca ni conoce el pecado. Lo único turbio para mí en esta pasada tradición es el asunto de los joviales muchachos que se alzan el cuello por el simple hecho de ir. ¿La borrachera pues es también un secreto de estado? Para mí es algo de lo más honesto, cuando me quiero poner todo fumigado al calor de unas copas lo hago en compañía de mis amigos y con ese fin y objetivo especifico. No me hago de ahorritos y escondidos esperando el afamado carnaval, o bien los también fatales y falaces congresos estudiantiles. ¿Por qué la gente muestra sus peores facetas después de haber escondido sus malévolos planes y luego los dice en voz alta? En ocasiones creo que todo eso se lo debemos a nuestra melodramática programación televisiva. Cual villano de telenovela nos ponemos detrás de un escritorio y nos decimos (implícitamente con fonética) “Me voy a volver un borracho, me voy a poner una de aquellas” con el estridente sentido de una mala puesta en escena en la ficción de no querer ser escuchado pero revelando todo el plan a los televidentes.
Yo apoyo el carnaval y todos esos desmanes masivos, los apoyo por el simple factor de eliminación. Digo, no me interesan para nada, sino existieran sería lo mismo, pero por no tener nada en contra de ellos, más que el sentido de todo lo que implica un festejo. Uno puede decir que la fiesta es la mala, pero la gente es la que la viste…
Yo no asisto a estas acostumbradas citas porque odio los espacios repletos de gente, aunque debo aceptar que me encantan las anécdotas que trae consigo el aire de todo ese hedor “sodomo-y-gomerrezco” (con la libertad de incursionar este adjetivo a mí vocabulario personalísimo). Pues, el carnaval se llevó acabo un año más, hubo perdidos, borrachos, drogados, zombies, monstruos y una que otra botarga que no sabia que hacía así. Hubo gente que conoció el amor (según) y después lo abandono, hubo divorcios y reencuentros, hubo arriesgados y uno que otro decepcionado o espantado que mejor decidió regresarse, hubo vida y hubo muerte, hubo baile, gritos y un poco de diversión honesta. Hubo carnaval y hubo llanto. Que mejor representación de la digna vida que hemos construido paso a paso con los años. Ladrillo tras ladrillo que ha traspasado la barrera de lo considerado como bueno. Me jactó de eso y me abrumo y divierto con las remembranzas de lo que en realidad somos, una fiesta ambulante que esconde todos los argumentos que la justifican.
“El carna (va) lito llegó”… y yo en casa, con una botella de ron y un tanto de música no bailable empero orgullosa. Mientras recuerdo los cánticos de mí madre, vuelo. Sólo vuelo.
2 comentarios:
Resumiendo... me quedo con éstas palabras tuyas... "Uno puede decir que la fiesta es la mala, pero la gente es la que la viste…"... simplemente tienes la razón... y en fin... que puedo decir, si gustara del Carnaval, seguro es que regresaría cada vez más neurótica y con la claustrofobia a punto de estallar... nada más bello que visitar el pueblo de mi madre, comer en el río junto a los primos, y admirar el atardecer pensando...
Excelentes Líneas...!!
Digno de la costumbre bullanguera de nuestro folcklor, cualquier motivo ya sea religioso o cívico, es simplemente mero pretexto para marcar nuestro calendario y una vez más recordar que en nuestro México "hay puente".
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