Días de Blues.
A. Güiris V.
Los Días de Blues habían terminado, o al menos nuestro hermano mayor nos lo dijo de esa manera ante un panorama nostálgico de incuria y llanto comprimido. Según él, en un pequeño entramado de la acera y una de las tantas cajas de cartón de la vendimia para la mudanza, habrían dejado sus restos. No obstante –lejos de un despido mudo– y aún frente a esa casa que a punto estaba de ser deshabitada en un soleado domingo, buscó entre sus viejos acetatos (que habrían de ser comprados por un coleccionista mayor) algo que colocar en el también rentable tocadiscos... Recuerdo muy bien que desempolvo un viejo álbum compilatorio que reunía viejos Blues y Countrys de antes de los 50s; en inglés rezaba un titulo un tanto pomposo, “The Roots Of Elvis”, que al final resultó en algo un tanto cierto. Lo limpió con sumo cuidado mediante un cepillo especializado por ambos lados y estudió las canciones detenidamente, colocó la cara A celosamente y comenzó a sonar aquella vieja melodía del 47: “Tomorrow Night” de “Lonnie Johnson”.
En realidad no sé que paso dentro de mi en aquel instante, nunca lo he podido descifrar del todo (apenas rebasaba yo los 11 años), pero cierta presión se agitó dentro de mi y, conquistado por mis sentimientos e instintos, salí corriendo de aquella casa que pronto debería acomodarse mejor en los recuerdos colectivos de mi familia que dentro de la acostumbrada cotidianeidad, rumbo al hogar que alguna vez fue de Mariana. En mi cabeza resonaban aquellas viejas notas, por mi mente sólo pasaba aquella acaecida frase: “Tomorrow night, will it be just another memory, or just another lovely song thats in my heart to linger on?” Y entonces, cuando estuve frente a esas columnas desgastadas que daban la bienvenida a los transeúntes, que me dieron –a mi– la bienvenida en múltiples ocasiones, el corazón se me detuvo por un instante. La respiración se me contuvo y alcancé a escuchar, muy en lo profundo de mi ser –quizá en la boca del estomago, quizá un tanto más arriba– cantar a “Ivory Joe Hunter” su clásico “I Need You So”.
La casa estaba vacía, en ruinas de momentos; el descuido de seis años había hecho los suficientes estragos como para pensar en décadas. La recordé entonces, a ella, la recordé como siempre lo he hecho desde ese instante en que me decidí volver a mi casa y despedirme de todo aquello que había marcado los primeros años de mi vida. Hasta el día de hoy, si me soy sincero, aún me pregunto por qué nunca se despidió de mí en aquella ocasión, por qué simplemente se había marchado sin avisos ni detalles; alguna pista siquiera... Recuerdo haber salido la tarde anterior a la mudanza con ella y caminar por la plaza. En realidad, su compañía nunca había tenido tanto o algún significado hasta aquel día en que me vi, al igual que ella, a punto de dejarlo todo. Aún fresco en mi memoria está el instante en que todos nos subimos a la camioneta y vimos partir todo... Era como si permaneciéramos estáticos y todo lo demás, en realidad, se estuviera alejando. Era como permanecer y todo el resto se alejará de nosotros, como si nos diéramos la espalda mutuamente.
En aquella ocasión mi hermano logró que mi padre pusiera una cinta de “Bob Dylan” en el estéreo del coche. “One Too Many Mornings” sonaba mientras las sombras de un pasado que siempre me ha perseguido comenzaban a formarse en mi regazo. “Quizás nos volvamos a encontrar”, me dije, “quizá por azares del destino vaya a su mismo sitio, a ese mismo lugar donde se encuentre ahora”, como ya había sucedido al principio de nuestros tiempos. ¿Qué tan difícil podría ser encontrarla?...
Y heme aquí, entonces, 32 años después de que inicié aquella búsqueda frente a su casa... Es una linda construcción con jardín y fachada forrada de madera. Las bancas que descansan a un costado de la puerta principal me indican que con los años sus gustos se tornaron rústicos; un perro se escucha ladrar en lo que ha de ser un extenso jardín trasero... Mientras me acercó por la hermosa vereda cubierta de flores y plantas que encamina a los visitantes, se me viene a la memoria aquella frase de mi hermano, fallecido ya hace tres años, de que los “Días de Blues habían terminado”. No puedo negar que lo pienso y me sonrojó, sonrió aún pensando en él, que tuvo una vida un tanto sufrida; sí, quizá los Días de Blues acabaron cuando nuestros padres decidieron que debiéramos irnos de aquel ya olvidado vecindario, que debíamos ver hacía adelante y en cierto aspecto mejorar... Pero heme aquí, sí, caminando hacía esa puerta donde he de preguntarme con la mirada porque aquellos días fueron los más especiales. Quizá, y sólo lo supongo, encuentre también las respuestas al porque aún cuando esos Blues, esas raíces, el dolor que entra a mi pecho es tan bien recibido que siempre quiero más, y más, y más. No lo sé, permítanme al menos llamar a la puerta.
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