Replicantes.

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España, 2009.

Sunset Boulevard

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El que Busca Encuentra

viernes, 27 de septiembre de 2013

Cortos Circuitos Cortos


Cortos Circuitos Cortos
A. Güiris V.

Terminé con Margo porque no nos entendíamos, o tal vez porque en efecto lo hacíamos y simplemente así debía de ser. En ocasiones, es cierto, una relación se mantiene como tela rasgada sobre clavos; ya saben, una mano firme basta para colocarla nuevamente en su lugar y darse otra y otra y otra oportunidad. En tantas otras, como es el caso aquí, las partes tan sólo se mantienen por un velcro que pasado el tiempo, deberá gastarse. Parte destino, si se quiere creer en el, parte naturaleza. Éramos tan diferentes como complementarios, y eso, queridos amigos, siempre termina dando un poco de escalofríos. Cuando a mí se me antojaba un helado, por ejemplo, ella venía con la loca idea de pasar el verano en el polo norte simplemente porque “nunca habíamos estado allí”. Cuando me despertaba de una siesta creyendo firmemente que no debía sentir vergüenza de mi estupor, ella lloraba con alguna escena de las novelas de Televisa… Y para cuando ella me encontraba viéndolas sin una sonrisa en la cara, sencillamente decidía solventar las deudas con otro crédito bancario. Nos complementábamos de manera tan atroz, que decidí dejar de abrazarla, besarla y hacerle el amor a mediados de un septiembre bastante caluroso. Supuse que si algún día el pensamiento de matarla comenzaba a vislumbrarse en mi mente, seguramente me encontraría –yo– en el crematorio con la boca sellada en cinta canela y las extremidades (ambas) atadas a una madera. Siempre estaba un paso delante de mis decisiones. Siempre. Creo que en primera fue por eso por lo que comencé a amarla.

Nunca me arrepentí de nuestro rompimiento, incluso cuando me enteré que había sido electa para un cargo de elección popular: Diputada Federal. No había razón alguna para afligirme por ello. Si acaso la posición o la solvencia económica hubieran sido de gran ayuda cuando me despidieron de la planta, como bien me dijeron en su momento mis mas allegados al aconsejarme buscarla, hubiera preferido ser su amante. Es sabido que en esas instancias de poder les va mejor a los consortes. Además, creo que éramos lo suficientemente infieles como para sobrellevarnos uno al otro en ese rol.

En realidad, lo digo a años de distancia, quizá le estorbé más que ayudarle en ese sexenio que pasamos juntos. Ella gustaba de empeñar su palabra en cada merendero y esquina sin importarle razas, credos y colores –o bien si algunos de estos se contrariaban– con tal de sentirse arropada por la comunidad que le rodeaba (así no supiera en realidad nada de ella), mientras yo divagaba sobre como sería estar dentro del cuerpo, la vida y los ojos del primero que me pasará por enfrente cuando caminábamos por la calle, tomados de la mano, en vez de centrarme en como mejorar las cosas en mi trabajo, en mi persona y en mi hogar. Reconozco que cuando nos molestábamos, ninguno era capaz de ponerse en el estado de seriedad pertinente que el otro necesitaba... Tal vez eso sea lo que en realidad extraño de ella, que siempre, no importaba qué, terminábamos riendo cuando las cosas se tornaban turbias. “Eres como un cardiólogo cuyo consultorio está como para darte un buen infarto”, le dije alguna vez en una discusión… A lo que ella reviró diciendo “Y tu como un agente de tránsito que al llegar a su casa siempre queda mal estacionado, pendejo”… Reímos, sí. Recuerdo que reímos bastante esa vez, lo suficiente como para olvidar aquello que nos había quebrado por dentro y en definitiva, pocos minutos antes… Habrán pasado tres semanas, si acaso lo recuerdo bien, antes de que llegará ese septiembre. El septiembre más caluroso que habríamos de sentir juntos.

15 años, pues, se han sucedido desde que abandoné el departamento, 3 meses después de que ella me abandonase a mi; hasta ahora hago las cuentas. No supe más de su persona hasta la campaña, cuando desperté de un largo letargo y me encontraba trabajando en un Oxxo. Fue entonces que decidí terminarla, sí. Terminé a Margo (en mi corazón) porque no nos entendimos, dos quincenas después de mi renuncia. Es cierto, muy cierto, el amor entra por los ojos o la boca del estómago: una buena cena, la llamada primera vista, sí… Pero créanme, la estabilidad entra por los bolsillos y allí se queda junto a la pasión. Es sencillo, una simple cuestión de ofertas y demandas.

Ahora bien, si me encuentro aquí, sentado en una de las mesas del “Toledano”, es porque Pilar se ha molestado conmigo. Y Pilar es una mujer buena, seria y comprometida con la relación. Una de esas mujeres que lucha férreamente ante todas la adversidades que sabe de antemano va a vencer, mientras las tantas otras –la gran mayoría– las olvida en el psicólogo. Una de esas mujeres de buen habla que recibe las visitas de diversos editores de revistas sociales en cuyas entrevistas la pregunta más profunda es “¿Quién es tu ejemplo de vida?” a lo que todas responden indiscriminadamente: “Mi madre” (ni siquiera mamá, o mami). Una mujer de sociedad que a cada mañana, al verla vestirse y arreglarse con ese esmero ante el espejo, me hace preguntarme qué demonios hace conmigo... Aún así, la quiero de sobremanera, quizá la ame; no puedo asegurarlo. Y no es por falta de cariño, pero por los caminos uno se va encontrando diversas piedras de tamaños y formas tan similares, que llega una edad en que la confusión es siempre la ocasión perfecta.

He intentado ser lo mejor para ella, sí, créanme que desde el principio me lo propuse. No le he sido infiel durante estos tres años que llevamos juntos, por ejemplo. Junto a su abogado y hermano he aprendido y sobajado ese estúpido rol de macho con que te educan desde pequeño. Trato de mostrármele, si bien no fresco, al menos coherente con mis sentimientos hacía ella. No quiero que algún día al caminar encontremos que a nuestras charlas les ha pasado lo que a nuestras rodillas; desarticulación, rigidez. Nuestros problemas no son graves, son domésticamente sencillos; la despensa inadecuada (marcas de jabón o champús), el regalo inadecuado (el verde acqua no es siempre el mismo verde acqua), la ordenanza y limpieza de la casa, etcétera. En pocas ocasiones las cosas suben de tono, aunque es normal. Hay situaciones en que le recrimino sus divorcios (dos) y ella mi pasado como recomendador de chocolates y demás confiterías, pero no me vengo a menos por ello, entiendo que es una mujer de categoría y me ha dejado atrás. ¿Qué puedo decir? Son tiempos modernos y yo tan sólo una máquina del tiempo que por falta de uso, sólo viaja hacía el pasado.

¿Saben?, ahora mismo me gustaría regresar a casa, verle a la cara y decirle alguna broma, o intento de… pero ella prefiere una buena cara a una estupidez que conduzca a una carcajada. Una buena tanda de descuentos en Zara o Liverpool a la alta fidelidad del estereo. En ocasiones, es cierto, no nos complementamos, pero créanme que eso resulta muchas veces un alivio. Con Margo la vida era de otro color, quizá carmesí, como el vestido de esa mujer que me la ha recordado hoy… ¿Es curioso como los rojos siempre entonan nuestras nostalgias con los viejos amores, no?, cómo entran en sintonía y luego, pasados los primeros buenos recuerdos, se desvanecen ante el presente… ¡Sí!, me gustaría tener entre los brazos a Pilar en este momento y decirle, en ese abrazo, que no hay nadie más a pesar de los pasados. Que ella es mi única y que pienso serle igual, si ella así lo desea… No estamos, pues, ya a esa edad de casarnos y prometernos no cometer tantas faltas que nos hemos en realidad de cometer, algunas de ellas a consciencia, aunque sea por sociedad y tapujo. Quizá ella así lo piense y lo deseé, es en parte su estilo de vida. Quizás lo hagamos algún día y pronto me encuentre recordando los consejos de mi madre en algunas cuentas entrevistas. Todo puede pasar; la vida lo permite más que lo que el amor lo ciega… Así es…. Lo mejor será pagar la cuenta y salir rumbo a casa a darle buena cara, al menos eso… Después ya se verá.

Me pregunto si Margo aún recurrirá a las risas cuando las cosas se ponen tensas. Espero que al menos sonría… Se lo deseo. 

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