Cortos
Circuitos Cortos
A. Güiris
V.
Terminé con Margo porque no nos
entendíamos, o tal vez porque en efecto lo hacíamos y simplemente así debía de ser. En
ocasiones, es cierto, una relación se mantiene como tela rasgada sobre clavos;
ya saben, una mano firme basta para colocarla nuevamente en su lugar y darse
otra y otra y otra oportunidad. En tantas otras, como es el caso aquí, las
partes tan sólo se mantienen por un velcro que pasado el tiempo, deberá
gastarse. Parte destino, si se quiere creer en el, parte naturaleza. Éramos tan
diferentes como complementarios, y eso, queridos amigos, siempre termina dando
un poco de escalofríos. Cuando a mí se me antojaba un helado, por ejemplo, ella
venía con la loca idea de pasar el verano en el polo norte simplemente porque
“nunca habíamos estado allí”. Cuando me despertaba de una siesta creyendo firmemente
que no debía sentir vergüenza de mi estupor, ella lloraba con alguna escena de
las novelas de Televisa… Y para cuando ella me encontraba viéndolas sin una
sonrisa en la cara, sencillamente decidía solventar las deudas con otro crédito
bancario. Nos complementábamos de manera tan atroz, que decidí dejar de abrazarla,
besarla y hacerle el amor a mediados de un septiembre bastante caluroso. Supuse
que si algún día el pensamiento de matarla comenzaba a vislumbrarse en mi
mente, seguramente me encontraría –yo– en el crematorio con la boca sellada en
cinta canela y las extremidades (ambas) atadas a una madera. Siempre estaba un
paso delante de mis decisiones. Siempre. Creo que en primera fue por eso por lo
que comencé a amarla.
Nunca
me arrepentí de nuestro rompimiento, incluso cuando me enteré que había sido
electa para un cargo de elección popular: Diputada Federal. No había razón
alguna para afligirme por ello. Si acaso la posición o la solvencia económica
hubieran sido de gran ayuda cuando me despidieron de la planta, como bien me dijeron
en su momento mis mas allegados al aconsejarme buscarla, hubiera preferido ser
su amante. Es sabido que en esas instancias de poder les va mejor a los
consortes. Además, creo que éramos lo suficientemente infieles como para
sobrellevarnos uno al otro en ese rol.
En
realidad, lo digo a años de distancia, quizá le estorbé más que ayudarle en ese
sexenio que pasamos juntos. Ella gustaba de empeñar su palabra en cada
merendero y esquina sin importarle razas, credos y colores –o bien si algunos
de estos se contrariaban– con tal de sentirse arropada por la comunidad que le rodeaba
(así no supiera en realidad nada de ella), mientras yo divagaba sobre como
sería estar dentro del cuerpo, la vida y los ojos del primero que me pasará por
enfrente cuando caminábamos por la calle, tomados de la mano, en vez de centrarme
en como mejorar las cosas en mi trabajo, en mi persona y en mi hogar. Reconozco
que cuando nos molestábamos, ninguno era capaz de ponerse en el estado de
seriedad pertinente que el otro necesitaba... Tal vez eso sea lo que en
realidad extraño de ella, que siempre, no importaba qué, terminábamos riendo
cuando las cosas se tornaban turbias. “Eres como un cardiólogo cuyo consultorio
está como para darte un buen infarto”, le dije alguna vez en una discusión… A
lo que ella reviró diciendo “Y tu como un agente de tránsito que al llegar a su
casa siempre queda mal estacionado, pendejo”… Reímos, sí. Recuerdo que reímos bastante
esa vez, lo suficiente como para olvidar aquello que nos había quebrado por
dentro y en definitiva, pocos minutos antes… Habrán pasado tres semanas, si acaso
lo recuerdo bien, antes de que llegará ese septiembre. El septiembre más
caluroso que habríamos de sentir juntos.
15
años, pues, se han sucedido desde que abandoné el departamento, 3 meses después
de que ella me abandonase a mi; hasta ahora hago las cuentas. No supe más de su
persona hasta la campaña, cuando desperté de un largo letargo y me encontraba
trabajando en un Oxxo. Fue entonces que decidí terminarla, sí. Terminé a Margo (en
mi corazón) porque no nos entendimos, dos quincenas después de mi renuncia. Es
cierto, muy cierto, el amor entra por los ojos o la boca del estómago: una
buena cena, la llamada primera vista, sí… Pero créanme, la estabilidad entra
por los bolsillos y allí se queda junto a la pasión. Es sencillo, una simple
cuestión de ofertas y demandas.
Ahora
bien, si me encuentro aquí, sentado en una de las mesas del “Toledano”, es
porque Pilar se ha molestado conmigo. Y Pilar es una mujer buena, seria y
comprometida con la relación. Una de esas mujeres que lucha férreamente ante
todas la adversidades que sabe de antemano va a vencer, mientras las tantas
otras –la gran mayoría– las olvida en el psicólogo. Una de esas mujeres de buen
habla que recibe las visitas de diversos editores de revistas sociales en cuyas
entrevistas la pregunta más profunda es “¿Quién es tu ejemplo de vida?” a lo
que todas responden indiscriminadamente: “Mi madre” (ni siquiera mamá, o mami).
Una mujer de sociedad que a cada mañana, al verla vestirse y arreglarse con ese
esmero ante el espejo, me hace preguntarme qué demonios hace conmigo... Aún
así, la quiero de sobremanera, quizá la ame; no puedo asegurarlo. Y no es por
falta de cariño, pero por los caminos uno se va encontrando diversas piedras de
tamaños y formas tan similares, que llega una edad en que la confusión es siempre
la ocasión perfecta.
He
intentado ser lo mejor para ella, sí, créanme que desde el principio me lo
propuse. No le he sido infiel durante estos tres años que llevamos juntos, por
ejemplo. Junto a su abogado y hermano he aprendido y sobajado ese estúpido rol
de macho con que te educan desde pequeño. Trato de mostrármele, si bien no fresco,
al menos coherente con mis sentimientos hacía ella. No quiero que algún día al
caminar encontremos que a nuestras charlas les ha pasado lo que a nuestras
rodillas; desarticulación, rigidez. Nuestros problemas no son graves, son domésticamente
sencillos; la despensa inadecuada (marcas de jabón o champús), el regalo
inadecuado (el verde acqua no es siempre el mismo verde acqua), la ordenanza y
limpieza de la casa, etcétera. En pocas ocasiones las cosas suben de tono,
aunque es normal. Hay situaciones en que le recrimino sus divorcios (dos) y
ella mi pasado como recomendador de chocolates y demás confiterías, pero no me
vengo a menos por ello, entiendo que es una mujer de categoría y me ha dejado
atrás. ¿Qué puedo decir? Son tiempos modernos y yo tan sólo una máquina del
tiempo que por falta de uso, sólo viaja hacía el pasado.
¿Saben?,
ahora mismo me gustaría regresar a casa, verle a la cara y decirle alguna broma,
o intento de… pero ella prefiere una buena cara a una estupidez que conduzca a
una carcajada. Una buena tanda de descuentos en Zara o Liverpool a la alta fidelidad
del estereo. En ocasiones, es cierto, no nos complementamos, pero créanme que
eso resulta muchas veces un alivio. Con Margo la vida era de otro color, quizá
carmesí, como el vestido de esa mujer que me la ha recordado hoy… ¿Es curioso
como los rojos siempre entonan nuestras nostalgias con los viejos amores, no?, cómo
entran en sintonía y luego, pasados los primeros buenos recuerdos, se
desvanecen ante el presente… ¡Sí!, me gustaría tener entre los brazos a Pilar en
este momento y decirle, en ese abrazo, que no hay nadie más a pesar de los
pasados. Que ella es mi única y que pienso serle igual, si ella así lo desea…
No estamos, pues, ya a esa edad de casarnos y prometernos no cometer tantas faltas
que nos hemos en realidad de cometer, algunas de ellas a consciencia, aunque
sea por sociedad y tapujo. Quizá ella así lo piense y lo deseé, es en parte su
estilo de vida. Quizás lo hagamos algún día y pronto me encuentre recordando
los consejos de mi madre en algunas cuentas entrevistas. Todo puede pasar; la
vida lo permite más que lo que el amor lo ciega… Así es…. Lo mejor será pagar
la cuenta y salir rumbo a casa a darle buena cara, al menos eso… Después ya se
verá.
Me
pregunto si Margo aún recurrirá a las risas cuando las cosas se ponen tensas. Espero
que al menos sonría… Se lo deseo.
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