EL BOLSILLO IZQUIERDO
Siempre he sido un aficionado a la justa Olímpica, cada cuatro años esta celebración logra sacarme ligeros momentos de celebración, es una competencia real que siempre engrandece el espíritu. No obstante, al paso de los años esas manifestaciones de júbilo han ido decayendo, espero que no sea una amargura real.
LAUREL.
Los Olimpiadas han comenzado; una digna justa deportiva donde, como siempre, el factor social va más lejos de los límites en los que debería de cuadrarse y porque no, comportarse.
Esta vez comenzaron grises, con noticias de altura que no se ignoran del todo; secuestros, muertos, levantamientos, números (fatalistas) y las guerras que siempre menoscaban mí impresión del ser humano. Supongo que al mundo se le vienen algunos muros abajo, ciertos encerrones en el que, como siempre, estará solo, orbitando en una galaxia portentosa pero a la vez minuciosa y que en realidad es tan sólo una de tantas. Los días anteriores no sentí esa gracia de disfrute con que se esperaban otras justas, será acaso que el mundo abre un tanto los ojos cada cuatro años para observar una cultura distinta, será tal vez que esta los prefiere tener cerrados (y no me refiero al aspecto físico). Las pasiones, sí, se han empezado a desbordar.
Así que aquí estamos, observando en un televisor, y a casi un día de distancia de esas historias, una bella y disfrutable (porque cerrarnos también) afonía del ritmo “mágico-espiritual-grandilocuente” con que se venden este y otros eventos de la misma índole. Inmersos en unas olimpiadas que al parecer ni el mismo aire - que nos ha de dar o quitar la vida - quería que fuesen en esta ciudad, abiertamente cerrada a la opinión y con gritos de libertad que callan callándose y se ciegan ante las manifestaciones del mundo, antes de recibirlo. Inundaciones, terremotos y replicas son factores naturales que esparcieron también la sospecha, o bien pudo ser también su expresiva molestia a los titubeos con que se maneja un tanto una cultura, que bien debemos decir, no nos pertenece y no logramos entender del todo, así como no lo haremos en 15 días.
Una quincena de jornadas donde podremos defender un tanto de esa humanidad que nos queda, ese alcance físico y mental con que podemos superar las metas, donde denotaremos el coraje y la fuerza, el espíritu que se colma de su gloria por existir.
Vivimos una sátira, olimpiadas de ironía. Tal vez el mundo se deba ir acostumbrando a las jugarretas que le hemos ayudar a aprender.
En aquellos lugares se han de ir cometiendo sorpresas, deportivas y algunas otras tantas que no tienen nada que ver con la fiesta. Habrá quien alce la voz y le tapen la boca y el cuerpo, habrá anécdotas que olvidar y otras tantas inexistentes que saldrán con el paso de los años. Por acá las cosas no se alumbrarán tanto, salvo quizá el oportunismo que siempre existe al observar como alguien llega a la cima – el acercamiento ante el victorioso que ha luchado y llorado al observar su meta cumplida (y que hizo para él, su familia y su Dios – quizá – antes que para su nación). Ante tanto derrotado y perdido en la amargura, siempre es bueno rozar y tratar de que el ganador nos arreglé la vida, malamente seremos el resto quien le quite su gloria con el olvido colectivo y la desacreditación tan natural de nuestro país.
Las olimpiadas llenaran de color algunos momentos de este incipiente mundo, país y ciudad; al fin, uno de los aros tiene ese color impuesto (ese mismo que brota cuando alguien se daña en serio), alegrarán ciertas miradas efusivas en los deportes más populares (también hay modas en esos espectáculos) y después todo será igual. Lo digo pensando en nosotros, como pueblo. Habrá más de esto y aquello, más llanto, más rabia, más indignación, más zozobra y más saliva para los discursos y oportunismo para el futuro mediático y político futuro. Todo será igual.
Las olimpiadas han comenzado, habrá que disfrutarlas, que honrarlas hasta cierto sentido y después olvidarlas, que con cada justa hemos de ir observando la debacle de un mundo que mira atónito el consecuente futuro y no hace más que eso, vivir del pasado y de lo que simbolizan sus ancestrales rituales. En parte bien, sólo en parte.
Siempre he sido un aficionado a la justa Olímpica, cada cuatro años esta celebración logra sacarme ligeros momentos de celebración, es una competencia real que siempre engrandece el espíritu. No obstante, al paso de los años esas manifestaciones de júbilo han ido decayendo, espero que no sea una amargura real.
LAUREL.
Los Olimpiadas han comenzado; una digna justa deportiva donde, como siempre, el factor social va más lejos de los límites en los que debería de cuadrarse y porque no, comportarse.
Esta vez comenzaron grises, con noticias de altura que no se ignoran del todo; secuestros, muertos, levantamientos, números (fatalistas) y las guerras que siempre menoscaban mí impresión del ser humano. Supongo que al mundo se le vienen algunos muros abajo, ciertos encerrones en el que, como siempre, estará solo, orbitando en una galaxia portentosa pero a la vez minuciosa y que en realidad es tan sólo una de tantas. Los días anteriores no sentí esa gracia de disfrute con que se esperaban otras justas, será acaso que el mundo abre un tanto los ojos cada cuatro años para observar una cultura distinta, será tal vez que esta los prefiere tener cerrados (y no me refiero al aspecto físico). Las pasiones, sí, se han empezado a desbordar.
Así que aquí estamos, observando en un televisor, y a casi un día de distancia de esas historias, una bella y disfrutable (porque cerrarnos también) afonía del ritmo “mágico-espiritual-grandilocuente” con que se venden este y otros eventos de la misma índole. Inmersos en unas olimpiadas que al parecer ni el mismo aire - que nos ha de dar o quitar la vida - quería que fuesen en esta ciudad, abiertamente cerrada a la opinión y con gritos de libertad que callan callándose y se ciegan ante las manifestaciones del mundo, antes de recibirlo. Inundaciones, terremotos y replicas son factores naturales que esparcieron también la sospecha, o bien pudo ser también su expresiva molestia a los titubeos con que se maneja un tanto una cultura, que bien debemos decir, no nos pertenece y no logramos entender del todo, así como no lo haremos en 15 días.
Una quincena de jornadas donde podremos defender un tanto de esa humanidad que nos queda, ese alcance físico y mental con que podemos superar las metas, donde denotaremos el coraje y la fuerza, el espíritu que se colma de su gloria por existir.
Vivimos una sátira, olimpiadas de ironía. Tal vez el mundo se deba ir acostumbrando a las jugarretas que le hemos ayudar a aprender.
En aquellos lugares se han de ir cometiendo sorpresas, deportivas y algunas otras tantas que no tienen nada que ver con la fiesta. Habrá quien alce la voz y le tapen la boca y el cuerpo, habrá anécdotas que olvidar y otras tantas inexistentes que saldrán con el paso de los años. Por acá las cosas no se alumbrarán tanto, salvo quizá el oportunismo que siempre existe al observar como alguien llega a la cima – el acercamiento ante el victorioso que ha luchado y llorado al observar su meta cumplida (y que hizo para él, su familia y su Dios – quizá – antes que para su nación). Ante tanto derrotado y perdido en la amargura, siempre es bueno rozar y tratar de que el ganador nos arreglé la vida, malamente seremos el resto quien le quite su gloria con el olvido colectivo y la desacreditación tan natural de nuestro país.
Las olimpiadas llenaran de color algunos momentos de este incipiente mundo, país y ciudad; al fin, uno de los aros tiene ese color impuesto (ese mismo que brota cuando alguien se daña en serio), alegrarán ciertas miradas efusivas en los deportes más populares (también hay modas en esos espectáculos) y después todo será igual. Lo digo pensando en nosotros, como pueblo. Habrá más de esto y aquello, más llanto, más rabia, más indignación, más zozobra y más saliva para los discursos y oportunismo para el futuro mediático y político futuro. Todo será igual.
Las olimpiadas han comenzado, habrá que disfrutarlas, que honrarlas hasta cierto sentido y después olvidarlas, que con cada justa hemos de ir observando la debacle de un mundo que mira atónito el consecuente futuro y no hace más que eso, vivir del pasado y de lo que simbolizan sus ancestrales rituales. En parte bien, sólo en parte.
1 comentario:
Sí. Bueno, algunos queremos olvidar ya el bronce de hace un par de días... no por ser bronce, si no por callar ya a los comentaristas con su Paola Espinosa... Yo me divierto leyendo un periodiquete de cuarta, que ha publicado la pedofilia de Daniel Ortega; otros medios hablan del Gober precioso [eso si que da risa... y me indigna claro] y por supuesto, lo de hoy es hablar del 'cochinero' que es el comité Olímpico mexicano y la CONADE[retomando el tema]...
Excelente sitio... haré lo debido y leeré publicaciones anteriores...
Saludos.
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