EL BOLSILLO IZQUIERDO
Se fueron las olimpiadas pero no las malas mañas, esas de ser sobrepeso para la gente exitosa del país. Dos oros cayeron y todos a tratar de formar parte de las historias personalísimas de estos campeones. Mediocremente, como siempre, nuestros medios; aquellos que dicen hacer todo por nosotros (su público) dividieron los logros. Este escrito se redacto el pasado jueves, cuando sólo había un oro, pero el discurso seguiría siendo el mismo, mediocridad vil.
ÚNICO.
Lo de hoy es el oro, ¿no? Oro que abrillanta el desesperanzado y oscuro camino que hemos de trotar en el ambiente nacional, oro para los pobres que no tienen que comer, oro para los ricos que se quejan de los nuevos impuestos y sonríen porque regalan dinero a los mexicanos “diferentes”; ¿qué es esa diferencia que hace que valgan la pena? Será que la naturaleza no quiso darle todos los atributos físicos para ser un humano común y corriente y ahora necesita los labios, hipócritamente salidos, de un multimillonario de nacionalidad tercermundista; una hazaña más del surrealismo partidista con el que vivimos.
El oro, todo es el oro; oro, oro, oro; me recuerda aquellas añejas caricaturas que veía de niño donde los “malos más malos” sólo buscaban su porvenir, sólo querían encontrar la gloria y el poder en base a su riqueza y su ineptitud eterna de siempre querer más. El oro, me han educado como a todos los de mí generación; el oro es lo más preciado, lejos de lo que nuestra milenaria cultura (ahora ya cuasi destrozada) azteca destacaba. El oro era tan sólo el excremento del sol y no tenía validez alguna. Ahora somos parte de la petulancia del mundo, somos humanos “normales” que no necesitan la risa ni el apoyo de los ricos del cosmos. Somos gente que debe tragarse el orgullo y ver la repetición eterna de aquel muchacho bonachón, taxista, que acaba de hacerse ganador de un oro olímpico. ¿Quién puede decir que no sintió una fuerza positiva hacia él? Se lo merecía, claro, ha sufrido, pero no más que otros que se quedaron en el camino y de los cuales también vale la pena su historia. No somos los únicos jodidos, por favor, no hagamos de la miseria un asunto nacional.
Bien, ya tenemos el oro, el tan preciado cacho de materia divina que uno dizque va a conseguir, ¿será acaso que la vida de este muchacho cambie? No, será un momento que recordar por los medios cada cuatro años a falta de glorias ajenas, me resulta indignante el sin fin de repeticiones que tuvo la lucha (las luchas todas) de este joven que ganó con su esfuerzo la medalla de oro. Dejémosle disfrutar de su oro, de su triunfo y nadie cargue esa gloria con él que para eso ha llevado una vida de mexicano, él y su familia. Los ineptos medios de nuevo hacen de la suya al querer hacerlo parte de su familia, mas analogía con el Padrino de Coppola no podría haber.
Lo de hoy es el oro, ¿quien no levanta la mano para sentirse seguro con él? Cientos de voces que quieren tragar del hedor que se quedo de una gloria batallada en el campo. Vivimos cada vez más rápido, sí, ahora no sólo vivimos de las glorias pasadas, ahora lo hacemos de las pasadas inmediatas. Cada vez nos encaminan más a lo corriente; el oro, el oro, ¿por qué no? Ahora que lo tenemos debemos presumir.
Un joven se levanta en el podio olímpico, en la parte más alta, que no lo es por mucho y mucho menos con los de sus competidores, se agacha para recibir su medalla de campeón, observa su bandera y su símbolo patrio – de esa nación que no lo apoya, sólo lo extorsiona y para la cual debe de luchar y rendir cuentas – escucha su himno y lo canta (a destiempo hay que decir) y se baja con las ganas de comerse al mundo, uno se debe sentir poderoso en ese momento. Eso fue lo que sucedió, ¿algo más? Sí, sé que hubo historias paralelas, sufrimientos de años y sacrificios por parte de todos, somos humanos, mexicanos, somos lo que somos y seremos lo que fuimos. El oro es lo de menos, dejen al muchacho irse a casa y abrazar a los suyos. Realicen sus propias glorias y callen mientras los otros levantan la copa. Que corriente este país en el que vivimos, que lamentable ese sudor de mediocridad que emana de la televisión al ver un mexicano triunfar. El oro, oro, oro, oro; como aquellos villanos plenamente diabólicos que veía en mí infancia, el oro es nuestro y todo será igual. Nada cambiará y hemos de olvidar lo que nos trajo el esfuerzo, hemos de recordar la transmisión que ha de volverse la única historia.
Se fueron las olimpiadas pero no las malas mañas, esas de ser sobrepeso para la gente exitosa del país. Dos oros cayeron y todos a tratar de formar parte de las historias personalísimas de estos campeones. Mediocremente, como siempre, nuestros medios; aquellos que dicen hacer todo por nosotros (su público) dividieron los logros. Este escrito se redacto el pasado jueves, cuando sólo había un oro, pero el discurso seguiría siendo el mismo, mediocridad vil.
ÚNICO.
Lo de hoy es el oro, ¿no? Oro que abrillanta el desesperanzado y oscuro camino que hemos de trotar en el ambiente nacional, oro para los pobres que no tienen que comer, oro para los ricos que se quejan de los nuevos impuestos y sonríen porque regalan dinero a los mexicanos “diferentes”; ¿qué es esa diferencia que hace que valgan la pena? Será que la naturaleza no quiso darle todos los atributos físicos para ser un humano común y corriente y ahora necesita los labios, hipócritamente salidos, de un multimillonario de nacionalidad tercermundista; una hazaña más del surrealismo partidista con el que vivimos.
El oro, todo es el oro; oro, oro, oro; me recuerda aquellas añejas caricaturas que veía de niño donde los “malos más malos” sólo buscaban su porvenir, sólo querían encontrar la gloria y el poder en base a su riqueza y su ineptitud eterna de siempre querer más. El oro, me han educado como a todos los de mí generación; el oro es lo más preciado, lejos de lo que nuestra milenaria cultura (ahora ya cuasi destrozada) azteca destacaba. El oro era tan sólo el excremento del sol y no tenía validez alguna. Ahora somos parte de la petulancia del mundo, somos humanos “normales” que no necesitan la risa ni el apoyo de los ricos del cosmos. Somos gente que debe tragarse el orgullo y ver la repetición eterna de aquel muchacho bonachón, taxista, que acaba de hacerse ganador de un oro olímpico. ¿Quién puede decir que no sintió una fuerza positiva hacia él? Se lo merecía, claro, ha sufrido, pero no más que otros que se quedaron en el camino y de los cuales también vale la pena su historia. No somos los únicos jodidos, por favor, no hagamos de la miseria un asunto nacional.
Bien, ya tenemos el oro, el tan preciado cacho de materia divina que uno dizque va a conseguir, ¿será acaso que la vida de este muchacho cambie? No, será un momento que recordar por los medios cada cuatro años a falta de glorias ajenas, me resulta indignante el sin fin de repeticiones que tuvo la lucha (las luchas todas) de este joven que ganó con su esfuerzo la medalla de oro. Dejémosle disfrutar de su oro, de su triunfo y nadie cargue esa gloria con él que para eso ha llevado una vida de mexicano, él y su familia. Los ineptos medios de nuevo hacen de la suya al querer hacerlo parte de su familia, mas analogía con el Padrino de Coppola no podría haber.
Lo de hoy es el oro, ¿quien no levanta la mano para sentirse seguro con él? Cientos de voces que quieren tragar del hedor que se quedo de una gloria batallada en el campo. Vivimos cada vez más rápido, sí, ahora no sólo vivimos de las glorias pasadas, ahora lo hacemos de las pasadas inmediatas. Cada vez nos encaminan más a lo corriente; el oro, el oro, ¿por qué no? Ahora que lo tenemos debemos presumir.
Un joven se levanta en el podio olímpico, en la parte más alta, que no lo es por mucho y mucho menos con los de sus competidores, se agacha para recibir su medalla de campeón, observa su bandera y su símbolo patrio – de esa nación que no lo apoya, sólo lo extorsiona y para la cual debe de luchar y rendir cuentas – escucha su himno y lo canta (a destiempo hay que decir) y se baja con las ganas de comerse al mundo, uno se debe sentir poderoso en ese momento. Eso fue lo que sucedió, ¿algo más? Sí, sé que hubo historias paralelas, sufrimientos de años y sacrificios por parte de todos, somos humanos, mexicanos, somos lo que somos y seremos lo que fuimos. El oro es lo de menos, dejen al muchacho irse a casa y abrazar a los suyos. Realicen sus propias glorias y callen mientras los otros levantan la copa. Que corriente este país en el que vivimos, que lamentable ese sudor de mediocridad que emana de la televisión al ver un mexicano triunfar. El oro, oro, oro, oro; como aquellos villanos plenamente diabólicos que veía en mí infancia, el oro es nuestro y todo será igual. Nada cambiará y hemos de olvidar lo que nos trajo el esfuerzo, hemos de recordar la transmisión que ha de volverse la única historia.
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