Replicantes.

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España, 2009.

Sunset Boulevard

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El que Busca Encuentra

lunes, 1 de octubre de 2007

Replicante

EL BOLSILLO IZQUIERDO

Para este lunes decidí hablar, tardíamente, del “buen uso” discursivo de nuestros políticos. Digo tardíamente por que se me ocurrió al tratar de encontrarle un sentido verdadero y funcional a lo expresado por nuestro presidente la semana pasada. Ya saben, después todo medio hablando de eso; aquí, allá, etc. Yo no quise quedarme atrás.

REPLICANTE.

Llueve, no se me ocurre otra manera de empezar; llueve. Llueve por que el agua cae, desde arriba y hasta abajo, donde rebota unos cuantos centímetros al caer al suelo, posiblemente sea la inercia, posiblemente sean sus ganas del volver al origen.
Las palabras no dejan de ser una analogía barata de las palabras, pero en el sentido estricto de la política, creo que no esta de más implementar esa baratez. El don de la palabra en la tan cotizada oratoria política, no es otra cosa más que una tormenta de proporciones olvidadas en un contexto diseñado. No es sorpresa para nadie saber que los discursos pronunciados en las altas esferas del poder son escritos por gente dedicada a implementar una realidad a futuro y meramente en papel, que encaje - junto al carisma y talento para el dominio publico del lector - con los anhelos de los más combatientes contrincantes políticos - muy de vez en cuando, con el pueblo.
A veces creo que los escritores de discursos son gente que gana su pan ingeniando pretextos y perdones para aquellos que no pueden conseguirlo. En tal ejercicio de imaginación, los analistas de dichos textos es gente similar; tratando de desnudar tales verdades bajo una visión nada real de la necesidad. Todo es un supuesto, ¿pero quien no lo sabía? Lo mejor es seguir conjeturando.
Por eso, cuando veo que alguno de esa raza gangsteríl que osa nombrarse representante del pueblo emprende su discurso, no asumo condición alguna sobre sus palabras que el sentido irónico del mismo relato; el completo vacío. Nadie sabe la verdad detrás de esas palabras escritas, pronunciadas, analizadas e interpretadas. Diseñadas, pues, con el objeto primario de enternecer la preocupación del poderoso - del “héroe” “asegún” - y dar posibilidad a la precisión y clarificación del mensaje entre líneas; que no deja de ser un reclamo al grupo opositor. Maravilloso. ¡Redondo! ¡Redondo!
Hace unos cuantos días tuvimos la oportunidad, nuevamente, de vivir este tipo de situaciones de manera masiva. El presidente se apodero de nuestras pantallas, cortando las tramas de las telenovelas favoritas de la nación; dando el paso de una disertación bofa a una de trasfondo semejante pero de mayor envergadura.
Llueve, pues, llueven palabras en estos momentos, vienen desde arriba y caen hasta abajo; desde la instancia más alta de la pirámide de una democracia fallida hasta los suelos de aquellos a los que los toco pasar la vida aquí. Aprendiendo diariamente a burlarse de la muerte; de ese inminente destino que se ha de experimentar en una pobreza que mayormente vive nuestra sociedad, pero que algunos, los que aquí leemos y escribimos, sólo nos queda imaginarnos.
Yo no caeré en el rol de hablar en nombre de ellos, yo no vivo su vida; yo hablo desde mí, desde un discurso que igualmente se estructura de palabras vagas, llenas de un hartazgo creado y sostenido por el humor negro que me fue inyectado hace muchos años.
Hablo desde la visión propia de que escucho gritar por un país mejor sin observar en las bocas el anhelo a dar el paso ineludible para la revolución necesaria, una no forzosamente violenta. Yo no quiero cambiar el mundo, creo, en todo caso, que lo que ha de sucedernos como raza, ha de estar justificado por todo lo que hemos edificado o destruido.
Oigo, pues, los gritos por una mejor nación ahogados en las pretensiones de concernir al rugido mayor, él que exclama por el mundo. Ironía que circunda alrededor del testimonio nacional. Queremos formar parte del cambio del mundo sin voltear a nuestra pobre realidad; llena de momentos, de palabras y de gotas que caen desde arriba, desde el poder (eclesiástico, político o de fe) hasta el más bajo (que siempre es el mismo en cada caso) con la inercia, posiblemente sus ganas de volver al origen para no caer jamás. Es como dijera aquella bella frase; “…todos estos momentos se perderán en el tiempo como lagrimas en la lluvia.” Buena Vida.

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