Replicantes.

Replicantes.
España, 2009.

Sunset Boulevard

Sunset Boulevard
España, 2009.

El que Busca Encuentra

lunes, 31 de marzo de 2008

El Catrín

EL BOLSILLO IZQUIERDO

Observando como se ha ido manejando la vida social de este país, no tuve otro remedio que acordarme de aquella ocasión, la única, en que me deje llevar por el juego. Debo decir que eso fue en casa de un amigo y con sólo conocidos, no creo, de la misma manera, algún día recaer, o siquiera pensarlo en los nuevos locales donde los desconocidos ponen en riesgo sus mal habidas quincenas.

EL CATRÍN.

No me gusta jugar mucho a las cartas, podría decir incluso que no lo he hecho jamás, exceptuando aquella vez en que más que la presión social, la armonía había incurrido en un sentido de interés – por conocer uno más de los rituales de malversación – que perdí alrededor de unos cinco pesos al intentar presagiar cual de dos figuras, falsamente argumentativas, volvería aparecer para hacer valer la fatalidad o bien la suerte de asaltar o derramar – aunque bien pudieron haber sido diez (no más, lo recordaría).
Mí vida en el juego comenzó y acabo, pues, en aquella noche (una de tantas) en que vi desfilar la suerte a través de sucias paredes, manchadas de recuerdos antiquísimos, posiblemente algunas de las razones por las que ese juego se llevaba a cabo, la génesis de una tradición que no comprendía pero que me atendió por un momento. De vista había entendido la mecánica del juego, no así la lógica de la alevosía, de la prevariación con que mordazmente debía intuirse el azar de la práctica.
Debo admitir que desde algunas otras tantas noches pasadas, no más de un par, el encanto del “acaso” había ya estado formando parte de mi susceptibilidad. Quería saber el sentir de esa experiencia pero no quería jugar, pequeña conciencia la mía que debía de discernir sobre alguno de las dos emociones en juego. No falto mucho para poder saber la respuesta.
Las ganas me habían rebasado unos cuantos minutos atrás de haber encontrado en la bolsa de mí pantalón una moneda de baja denominación, lo que me hizo por completo aceptar el reto. Debo admitir que coloque mí apuesta en la carta menos solicitada, tal vez en un arranque de mando se me había venido a la mente la falsa figuración de creer que podría adivinar la suerte. En todo caso mí universo, ajeno al de los recurrentes perdigones del juego podría darme una ventaja, yo había visto desde meses atrás el aparato con una objetividad mayor que la de todos. La realidad es que el acercamiento es algo implícitamente relevante en este tipo de actividades, lejos de un posible estudio social acerca de ciertas actividades, un analista (que tomará en serio este rubro) no podría jamás sentir tal vez el fervor que sienten al retar su propio esfuerzo, o por lo menos eso fue mí segundo pensamiento, ahora en un arranque de decepción y fracaso, después de un par de cartas donde mí moneda fue a dar a la ganancia del más experto de todos (supe años después), si es que se le puede denominar experiencia al hecho de saberse todas las artimañas en una “diligencia lúdica” como aquella.
No puedo dejar de consentir a todos los que practican al azar como un energizante, acepto que el paso de esas dos cartas que me concibieron en uno más de los cíclicos perdedores de la noche fue trepidante, cientos de fantasías acerca de la posibilidad de ganar harto me pasaron por la cabeza. Me veía ya con un alto grado de cerrazón para con la realidad que me deje caer en la ironía cuando me vi envuelto en las frases y en las acciones que tanto había visto auto-relatarse día tras días (noche tras noche), había perdido mí apuesta. Las frases retadoras no se hicieron esperar, sabía bien que el lenguaje y el énfasis con que me esparcían era parte de la rutina, pero hasta ese momento conocí el verdadero color del llamamiento. No me sentí muy a gusto, ¿qué no se han dado cuenta que de esa manera no hacen que uno quiera seguir en la fullería sino escapar? Ese fue mi tercer pensamiento; cuando me di cuenta que ninguno de ellos había tenido un real sentido. Yo era el único re-negociante de la realidad. No obstante, aún sigo orgulloso de no dejarme llevar por algo que no incurriera realmente ante mis intereses. Creo es la única vez que lo he hecho.
No suelo jugar a las cartas, ahora puedo decir que nunca. En ocasiones me topo con apuestas, sí; políticas, deportivas, culturales, sociales incluso sexuales (o más bien las que empiezan como romances). No suelo jugar las cartas, ya hay demasiado azar afuera.

lunes, 24 de marzo de 2008

Plata

EL BOLSILLO IZQUIERDO

La semana Santa siempre ha sido uno de mis momentos predilectos del año, no es más que la representación (por completo física) de la satírica naturaleza de la historia y del sentir mexicano. Donde, una vez más, detona su también otra bella naturaleza surrealista.

PLATA.

La Semana Santa se ha acabado, o muerto, tan mordaz como pueda sonar esa frase, pero es la realidad. Una vez más los católicos cristianos han presenciado el inmutable argumento del ignominioso ciclo de la vida y la muerte, la dolorosa y pasional muerte. La Semana santa se ha ido, dicho adiós entre alguna que otra lamentación, algunas ciertas algunas otras tantas no tanto. Lo digo en todo sentido. No es de preocuparse, tardará aproximadamente un año para reiniciar la desventura de su presencia en si para reacomodar el mundo laboral del mexicano. En ocasiones me pregunto si en esta sociedad conocemos en realidad el mencionado descanso, ¿será acaso eso únicamente una baja al grado de estrés cotidiano?, ¿será acaso únicamente el cambio de horizonte? ¿Qué acaso seguimos creyendo que el único trabajo permisible es el que te hace mover lo físico hasta el punto de la sudoración? Yo conozco a varios que sudan y sudan y apenas levantan un dedo, tanto corporal como del pensamiento. Pero cada quien.
La Santa Semana… como bien deberíamos renombrarle en el calor del folclor nacional, se ha apagado para los fieles, para aquellos que, aún no sé como, les gusta revivir los últimos días – y horas – y durísimos momentos, últimos momentos, de vida de aquel que los guía en su completa fe. Algo de admirarse, debo indicar. Creo que es bueno darse un tiempo para recordar a los caídos, y claro, entre más importantes pues de más calidad el tiempo. Es sólo que no concibo el hecho en sí por completo, pero deben tener alguna razón, o pretexto, eso es seguro, pretextos todos tenemos. Aunque lo concibo más como una causa; ¿perdida o no?, como quiera verlo cada quien.
Para alguno que otro infiel, o bien de fe bígama, la semana santa no comenzó del todo bien, la pasión se adelanto por unos cuantos días al ver como la “casi-sagrada” selección nacional caía ganando. Minuto a minuto sintieron en carne propia lo que es, una vez más, la traición del parlanchín apego al amor – Sí, te quiero, pero como explicarte... El impuesto asignado por la televisora más poderosa del país nos demostraba la realidad del deporte patriota del país. En realidad puede que sea un santo al que rezarle. A los muertos se les pide por muchas cosas, pero pocas veces se les solicita su regreso, ¿no? Sólo los locos lo hacen, ¿cierto? Pues, los bígamos, auto-creyentes del juego (retozo) o bien los ateos, emprendieron el vía crucis de al-revesada manera, con la lanza ya incrustada en el orgullo que debe sanar con un poco de turismo salvaje, improvisado, con la clásica extensión territorial de la costumbre; si bien se vive al día en cierto lugar, hay que ir a experimentar lo mismo en otro lugar, la playa no suena mal. Todos los caminos llevan a Roma, ¿qué no fueron ellos lo que sacrificaron al que le debemos estos curiosos días de asueto?
La Semana Santa, pues, murió. En realidad debo admitir que cada año me hace creer más en ella, muy lejos de que la cotidianeidad del mundo se vuelve un poco menos habitable, un tanto menos habitual, siempre nos regala la misma cartera de postales, nada más exagerado, nada más recargado. Siempre concluye con un alto grado de similitud para con el ayer, para con el pasado. Ese tal vez sea su milagro. El mundo se resquebraja por debajo y encima nuestro y estos días sueles estar llenos del mismo material con que se construyen los objetos y las personas que al mirar por vez primera, parece que ya las hemos conocido en alguna otra ocasión.
El delirante proceso de luto de la religión católica se ha esfumado como lo ha hecho en tantas ocasiones durante unos cuantos miles de años, se ha marchado como lo seguirá haciendo. Ha sido criticado, re-evaluado, bendecido y mal entendido. Nada fuera de las reglas, nada fuera de la costumbre, somos una especie llamada a siempre parecernos. Aunque a veces sí me desconozco. Pero para eso estará la muerte, que según se dice en estos días, es otro tipo de vida. Tal vez por eso las vacaciones continúan para algunos.

lunes, 17 de marzo de 2008

Barbacoa

EL BOLSILLO IZQUIERDO

Reconozco que la siguiente columna no me fue muy grata, no creo que sea algún texto con referencias obligadas a un estilo, no cuaja del todo pero logran recatarse algunos elementos. Es un pasaje decoroso que denota mi prisa para entregarlo, debo admitir que fue hecho de manera express y sin tener más miramientos que la obligación de consumar la tarea. No obstante, helo aquí.

BARBACOA.

De nueva cuenta atendemos los enfados, recelos y enconos de todo aquello que nos significa ser. Aunque la oración resuene como “propia” por el simple hecho de acabar con un termino verbal en infinitivo, he decidido no seguir con la lógica de la misma, me refiero a lo humano, pues uno nunca deja de serlo, el ser humano es el simple hecho del ser – yo nunca me he convertido en elefante por ejemplo – no obstante de que en ocasiones he manifestado estados animales, pero estos, claro, como parte del mismo factor natural y no más. Retomo.
Cada cierto tiempo, pues, creo vehemente, los astros, soles, dioses, planetas o cualquier otro símbolo de fuerza superior que nos hemos inculcado, extienden el terreno de sus jurisdicciones y nos hacen pasar un rato de buena labia, no sé si ustedes se han dado cuenta, o soy yo el que empieza a rozar peligrosamente la locura, pero en mis muy tradicionales lecturas sociales, he podido observar con una cierta congruencia temporal – que tal vez un matemático bien podría investigar (aunque sería una verdadera perdida de tiempo) – el hecho de que existen periodos en que nosotros, simples seres mortales, damos una buena e inconciente muestra de toda esa humanidad errada, resentida, incrédula, suspicaz y rencorosa que somos. Ahora bien, estos periodos de expresión no son puramente legendarios, es lo divertido de mí alocada (ya lo empiezo a creer) disertación, sino más bien un bello retazo del anecdotario colectivo, algo que no se guarda en los anales de la historia, sino que se pierde vagamente en el aire; por completo relleno de cualquier tipo de enunciación. Entonces, claro, somos aquellos ciudadanos del mundo del que muchos hablan.
Alejados de todas esas bellas frases creadas por escritores, políticos, artitas y líderes sociales donde se resume parte de ese milenario sentir, estos pequeños lapsos son muestra de vil folclor del ser. Momentos de soez sentir carnal y lascivo para con el prójimo, ¿cuando entenderemos que por algo los diez mandamientos eran negaciones, no oraciones propositivas? Hasta en el mito de Dios teníamos congruencia con nuestro entendimiento. Es así, pues, nótese también mi estilo influenciado por el periodo de labia extendida (aún no digo nada y ya casi acabo mi espacio), que esta semana trate de enterarme de las cosas relevantes e irrelevantes del mundo, de todo aquello que se ha suscitado en otro territorio y alguien considero importante el divulgarlo.
Me ha sido grato este periodo, hacía ya anécdotas de otros cuando se suscitó este collage de notas efusivas que me encontré en el mosaico que es la red, aunque diría yo, es el “periodismo” de hoy en día. Me agrado saber, por ejemplo, que la otrora efigie del orgullo nacional por una recorrida de 400 metros, ha hecho efectivo su pronóstico para los nuestros en las próximas olimpiadas. Se ha manifestado claramente; fracasaremos. Los altos mandos del deporte nacional “no tienen el cerebro para realizar su trabajo". Bellas palabras de una mujer que alguna vez tuvo la desdicha de cargar el orgullo nacional gracias a una televisora irresponsable. En otros terrenos, vine a enterarme de nuestro primer caníbal, no el afamado de hace unos cuantos meses, sino de aquel que hasta los mismos medios confiesan, dejaron pasar. Gumaro de Dios, cuya confesión no deja de ser estremecedora con un dejo de ternura; “el muertito sabía a borrego”. Un joven de 26 años que se comió a su pareja de ocasión en Playa del Carmen, donde fue todo un suceso. Seguramente su libro, próximo a publicarse, será todo un éxito allá. Así también, leo con atención la promesa de un futbolista (cuyo nombre no querré recordarme) que ha prometido no tener sexo si le mete un gol al legendario equipo del Real Madrid. De la misma manera, me pongo al corriente de las nuevas tecnologías, pues ahora sé que los hackers buscan información personal en los marcapasos, etc. Para que hacer larga la lista, el que busca encuentra, aunque en ocasiones, lo divertido es ser el encontrado.

lunes, 10 de marzo de 2008

Delta

EL BOLSILLO IZQUIERDO

Debo ser por completo sincero, esta semana me vi un poco asqueado por el asunto de “Los Tambores de la Guerra” y decidí alejarme del todo de ese hedor de situación que más se me hace caricaturesco. Elegí escribir sobre un tema apasionante (para mí) como lo es la música y sus paisajes mentales. Si bien mí género favorito es el jazz, he aquí uno más de sus compañeros de árbol genealógico, el Blues.

DELTA.

Algunas de las cosas que más me atraen del Blues, alejado de sus condecoraciones musicales en sí, es el estereotipado paraje histórico creado alrededor de él. El caso no es incredulidad ante la posibilidad de que el ritmo de los hechos debieran suscitarse de alguna manera ya inculcada en el imaginario colectivo, pero el factor humano siempre pone en tela de juicio, o bien con un alto atributo de beneficio de duda, la tradición que permea al relato mismo. Dígase de otra manera, la historia siempre cuenta las cosas a su manera gracias a que su único hilo conductor es, mordazmente, un ente de la misma naturaleza del ejecutante; un ente social. Nada más vago que el hecho de recrear parajes de manera más bellas, negras, dramática o bien melodramáticas (siendo esta una de las favoritas) de lo que en realidad ocurrió, pero que a nuestra usanza, queda debajo del oscuro manto del pasado – siempre una relativa e instantánea forma de extinción.
La historia del Blues, pues, nos atrae a viajes largos en el río del Mississipi, a gente de color cantando en campos de algodón mientras sangra sus manos con la cosecha, realizando arduos trabajos en las minas de algunos de los metales más costeables del mundo, así como haciéndose cargo de los servicios más básicos que rigen la funcionalidad de una hacienda cuyo dueño es un hegemónico blanco. Esa es una de las cosas que me agrada de este género; el factor de recrearme en una balsa alrededor de este pudoroso torrente acuífero que cruza el sur de los estados unidos en compañía de toda esta gente que contaba su historia, su sentir y su devenir para con el futuro.
Debo conceder a la verdad y aceptar que cada que en mí hogar resuena un buen disco de Blues, me hago hacía esos tiempos contados a base de leyendas, fotografías, grabaciones mono y sobre todo, líricas que si bien describen el paraje ya antes citado, afronto como un punto de vista en particular. No obstante, eso es lo que más me parece bello del género; el poder traducir el mundo de cierta época bajo el brazo de quienes, en parte, lo vivieron y a la misma vez lo sobrevivieron. Nadie, en todo caso, puede decirme que el mundo no era verdaderamente así, entonces creo y navego en cierta balsa improvisada escuchando el canto de una generación no exigida a ser, que se reinventa a las orillas del paseo. Después, claro, la evolución. ¿Quién podía asegurar que los blancos no sufrían ni sufrirían también?
Hoy por hoy, el canto del Blues es más que una lágrima desaparecida en el llanto del río, más que la sangre y la muerte derramada en el Mississipi, es el hedor del tiempo en la tradición oral de su historia, es la reproducción de un pasado que si bien suena irónico, nos recuerda tiempos mejores. Lo instantáneo del género, pues, es el interminable dolor humano que en otras épocas bien pudo haberse disfrutado de belleza, de adornos ornamentales, de oro o de la gloria de conquistas y sacrificios – de los intermitentemente cambiantes discursos de la humanidad.
Blues, una sola palabra que indica cierto ritmo, cierta pausa, cierto resentimiento que se queda para ser heredado en el viento, un dolor que se transmite y que lleva de trasfondo una historia y la historia en sí como vil estereotipo al cual acudir para poder disfrutar más. Me gusta coquetear con esas armonías cuando estoy en equilibrio; en el fondo, al dejarme llevar por la sintonía de sus relatos, no sé si creer realmente en lo que me imagino, en el viaje que hago alrededor de alguna de sus búsquedas imposibles.
Podría, a ciencia cierta, haber un Blues para todo, pues una sonrisa, creo yo, esconde detrás, en alguna parte, un dolor que se apaga, que se muere y que requiere de un tributo. La alegría, pues, es también parte de un dolor, es una sensación humana que se quema y regenera – claro que al ser contada a través de los años poco quedara de esa verdadera impresión. ¿Quién cantara, entonces el Blues de las guerras? Me importa poco, es por eso que he decidido hablar del pasado y no de este funesto presente. Blues.

lunes, 3 de marzo de 2008

Zimmerman

EL BOLSILLO IZQUIERDO

Para esta ocasión, mí texto hace referencia a uno de esos interpretes (de severas maneras de expresión) que más me han tocado. Al igual que otros tantos entre los que destacaría – personalmente – a Neil Young y Leonard Cohen, por ejemplo, rindo tributo a aquel que ya ha tenido lo suficiente de estos agradecimientos. No obstante, oficializo el mío.

ZIMMERMAN.

Entre tantas frases que el en ocasiones sobrevalorado, en otras tantas subvalorado Bob Dylan dijera en su todavía fresca carrera, me agrada aquella que dice que “La muerte no llama a la puerta. Está ahí, presente en la mañana cuando te despiertas”. Supongo que la dijo de joven (o más joven de lo que en el presente representa) y que no la ha recordar con mucho ahínco, pues aunque demuestre lo demostrado en su última gira, las fotos indican a un hombre de edad que románticamente aún puede dialogar con su ego como en aquellos años en que comenzó a ser la voz (y no vocero) de una generación hoy ya casi desaparecida – u oculta – que renace con los preeminentes latigazos de aquellos que la conformaron, y que muy a lo que la concordancia indicase, habemos muchos que nos refugiamos de manera escueta con el fin de encontrar un pedazo de esa magia nada pasajera, como en estas nuevas representaciones risibles y fallidas de lo que antes indicaba un discurso o por lo menos un grito más acorde a los deseos. Lejos de alejarse en el tiempo a nuevas generaciones, suelen siempre inscribir a unos cuantos cientos que hacen pertinente el osado factor de la inmortalidad.
Bob Dylan, un individuo atroz para con la humildad; cantante, poeta, escritor, leyenda viviente, arquetipo de mito de los 60s y uno que otro adjetivo que se le quiera agregar, se presentó en nuestro país cortando de tajo – ante los aproximadamente 20 mil incrédulos que tuvimos la fortuna de asistir – la industria musical de estos tiempos. Durante dos horas dio una pequeña muestra de una gran y respetable escuela de lo que puede ser una noche de música a la vez fina, a la vez respetada, degustable, encantadora, sentimental, rebelde, sencilla (en su ejecución, pues no creo que algo que toque, hable o interprete Dylan sea sencillo), honesta, poética e inmortal. Bien nos dio una muestra de aquello que llamamos Rock en toda la extensión de la palabra. Muchos en el foro regresaron a aquellos años que otros tantos envidiamos, algunos quisimos sentirnos parte de ellos y algunos otros tuvieron sus primeros vistazos a una generación que nunca ha sido mejor descrita que por este señor que no sé como – ni creo que él – siempre logra ser participe y reflexivo para con nuevos cuestionamientos.
Bob Dylan vino y no se llevo el corazón de los mexicanos, no es de esa clase de artistas que vienen en parte a tratar de sentirse bien consigo mismos, simplemente atrajo nuestra atención mientras ni siquiera le paso por la mente el voltearnos a mirar y se llevo parte de nuestra admiración, nos dio una bofetada de buen gusto al dedicarse de lleno a eso para lo que arribo a este país, a hacernos sentir su música. Destrozo los estilos de algunos de sus más grandes éxitos y nos brindó una velada elegante y distinguida de Blues. Luego, se retiro sin decir nada y nos dejo con ganas de más. ¿Cuántas canciones debe tocar un hombre para complacer a un público desprovisto de figuras de su talla en la industria nacional?
El rock no ha muerto, siempre me ha molestado y siempre me ha de molestar esa ignorante frase donde se afirma lo contrario. Sinceramente me importa poco que en estas nuevas generaciones de intérpretes y de bandas vanagloriadas por crear un cerco con sus fanáticos en base a una pobre ejecución de los dotes característicos del arte musical (tanto en el factor de pobreza técnica, como de la exacerbada moda – ya un poco más olvidada – de tocar cuantas notas sean posibles por segundo creando una ficticia imposibilidad y fantasía de virtuosismo) lo crean por las razones de que en su vida lo han conocido y/o experimentado realmente. Dylan bien puede ser una efigie que estudiar, es un individuo caracterizado por su mando fuerte y un tanto de prepotencia, ¿qué no es lo que quieren indicar con su discurso de un rock fragmentado por la falta de raíz, por la falta de historia, de estudio y honores a los que escribieron sobre esas hojas en blanco y luego lo fueron reformando? El rock no ha muerto, para algunos no nació. Dylan nos lo hizo ver.