EL BOLSILLO IZQUIERDO
Hoy es el famoso 15, el día que todos esperan para poder beber creyendo en una serie de mentiras sistemáticas, profesando una justificación más falsa que el hecho mismo. En fin, llevo ya con esta versión, 4 años manifestando lo que para mí es realmente este “festejo”.
SUSURROS.
Vamos al grito, vamos a festejar, me dicen año tras año algunos de mis allegados. ¡Vamos al grito! lo que sabemos todos, significa una bebedera de alcohol hasta la descomposición total en pos de un inicio muy tradicionalista y un desenlace completamente globalizado. Dígase de otra manera, nos sale lo que realmente es en la actualidad el mexicano. Un ciudadano del mundo que exige tradiciones y modernidad en la misma conjugación de tiempo, un compuesto de pretérito y presente al que sólo los connacionales le podemos agarrar sentido.
Empezada la fiesta existe el pretexto perfecto (o por lo menos el ideal para con los cotidianos) de desenfundar, cual florete, las bien recibidas botellas de tequila que ya no lo es, pero que nos lo siguen vendiendo como la costumbre dicta, y si nos sinceramos un poco, sabemos lo que el valor causa en estas fechas para con uno más de los hijos del agave, al parecer en estos días no hace daño. Habrá otros, pues, nunca faltan, que en garrafas pueblerinas (que no son más que recipientes hechos para cargar gasolina) nos brinden de su aguamiel o su curado de “algo” al que muchos se nieguen en pos de cosas que han oído y lo manifiestan de esta manera, o bien, en primera e hipócrita persona (yo no lo tomo porque… ¿sabes cómo lo preparan?). La música doliente no puede esperar, las populares entonaciones de desamores en la sierra, ciudad, pueblo, rancho, hacienda, árbol o maguey, engalanan las primeras sonrisas (ironía aparte) así como los primeros retos infames, infantiles y absurdos de quien bebe o aguanta más. Los caballitos empiezan a ensuciarse.
Si bien el asunto resulta un tanto más falsamente culto, un paso más “intelectual” digamos (en el puro sentido de lo que cantase alguna vez el Rockdrigo comprando a los sabios con los nopales), no falta quien se desenchufa por instantes de ese ardor de superioridad en cuanto a gustos musicales y resuelve desenfadarse con puro rock nacional. Tequilas a la garganta mientras oímos los riffs de guitarras que se hicieron imitando el mercado inglés y estadounidense, sonidos garage, grungeros, punketos, urbano-blueseros, alternativos o bien denominados puro rock se manifiestan en la cochera de amigos que han pasado sus mejores momentos al compás de música extranjera.
La hora del baile no tarda en llegar, a mover el esqueleto en un slam de cotorreo o bien con un buen tronador de columna como lo es el nombrado duranguense, los zapatos se desgastan con un suelo que empieza a engolosinarse y texturizarse cual mosquitero. La descomposición empieza a tomar forma en las deformes sonrisas y carcajadas, en las pláticas polémicas de política, sexo, religión, amor y demás temas en pos de alguno que sabe, se puede cambiar a este país, a este mundo. Lo único que pide es que lo escuchen borracho.
Lo primeramente punzante de todo este hervor es que en la mayoría de las festividades colectivas nunca hubo un mentado grito. Sólo pocos recuerdan el sentido del festejo (que en efecto el primario es ir y ponerse una excelente guarapeta) y todo termina como una fiesta normal. Escuchando los hits del momento, sean nacionales o extranjeros, ¿por qué no un buen reggaetoncito puertorriqueño, un hit americano, una que otra rolita alegre (por no decir gay) europea? ¿Por qué no un clasiquito inglés de los 70, algo psicodélicon del 67 y todos a observar el cielo nocturno que muere? Muerte de tradición. Yo me sigo preguntando por qué demonios todos se visten como en la revolución si eso no es lo que festejamos, para eso falta más de un mes y hay 100 años de diferencia entre hechos históricos. En fin.
Esa es nuestra libertad, nuestra soberanía, nuestra patria. Ese es nuestro grito, un pretexto para el pretexto mismo. Ese es nuestro cambio expresado en marchas que no llevan a nada. Esta es nuestra cárcel; una botella de alcohol y un corazón desangrado.
Hoy es el famoso 15, el día que todos esperan para poder beber creyendo en una serie de mentiras sistemáticas, profesando una justificación más falsa que el hecho mismo. En fin, llevo ya con esta versión, 4 años manifestando lo que para mí es realmente este “festejo”.
SUSURROS.
Vamos al grito, vamos a festejar, me dicen año tras año algunos de mis allegados. ¡Vamos al grito! lo que sabemos todos, significa una bebedera de alcohol hasta la descomposición total en pos de un inicio muy tradicionalista y un desenlace completamente globalizado. Dígase de otra manera, nos sale lo que realmente es en la actualidad el mexicano. Un ciudadano del mundo que exige tradiciones y modernidad en la misma conjugación de tiempo, un compuesto de pretérito y presente al que sólo los connacionales le podemos agarrar sentido.
Empezada la fiesta existe el pretexto perfecto (o por lo menos el ideal para con los cotidianos) de desenfundar, cual florete, las bien recibidas botellas de tequila que ya no lo es, pero que nos lo siguen vendiendo como la costumbre dicta, y si nos sinceramos un poco, sabemos lo que el valor causa en estas fechas para con uno más de los hijos del agave, al parecer en estos días no hace daño. Habrá otros, pues, nunca faltan, que en garrafas pueblerinas (que no son más que recipientes hechos para cargar gasolina) nos brinden de su aguamiel o su curado de “algo” al que muchos se nieguen en pos de cosas que han oído y lo manifiestan de esta manera, o bien, en primera e hipócrita persona (yo no lo tomo porque… ¿sabes cómo lo preparan?). La música doliente no puede esperar, las populares entonaciones de desamores en la sierra, ciudad, pueblo, rancho, hacienda, árbol o maguey, engalanan las primeras sonrisas (ironía aparte) así como los primeros retos infames, infantiles y absurdos de quien bebe o aguanta más. Los caballitos empiezan a ensuciarse.
Si bien el asunto resulta un tanto más falsamente culto, un paso más “intelectual” digamos (en el puro sentido de lo que cantase alguna vez el Rockdrigo comprando a los sabios con los nopales), no falta quien se desenchufa por instantes de ese ardor de superioridad en cuanto a gustos musicales y resuelve desenfadarse con puro rock nacional. Tequilas a la garganta mientras oímos los riffs de guitarras que se hicieron imitando el mercado inglés y estadounidense, sonidos garage, grungeros, punketos, urbano-blueseros, alternativos o bien denominados puro rock se manifiestan en la cochera de amigos que han pasado sus mejores momentos al compás de música extranjera.
La hora del baile no tarda en llegar, a mover el esqueleto en un slam de cotorreo o bien con un buen tronador de columna como lo es el nombrado duranguense, los zapatos se desgastan con un suelo que empieza a engolosinarse y texturizarse cual mosquitero. La descomposición empieza a tomar forma en las deformes sonrisas y carcajadas, en las pláticas polémicas de política, sexo, religión, amor y demás temas en pos de alguno que sabe, se puede cambiar a este país, a este mundo. Lo único que pide es que lo escuchen borracho.
Lo primeramente punzante de todo este hervor es que en la mayoría de las festividades colectivas nunca hubo un mentado grito. Sólo pocos recuerdan el sentido del festejo (que en efecto el primario es ir y ponerse una excelente guarapeta) y todo termina como una fiesta normal. Escuchando los hits del momento, sean nacionales o extranjeros, ¿por qué no un buen reggaetoncito puertorriqueño, un hit americano, una que otra rolita alegre (por no decir gay) europea? ¿Por qué no un clasiquito inglés de los 70, algo psicodélicon del 67 y todos a observar el cielo nocturno que muere? Muerte de tradición. Yo me sigo preguntando por qué demonios todos se visten como en la revolución si eso no es lo que festejamos, para eso falta más de un mes y hay 100 años de diferencia entre hechos históricos. En fin.
Esa es nuestra libertad, nuestra soberanía, nuestra patria. Ese es nuestro grito, un pretexto para el pretexto mismo. Ese es nuestro cambio expresado en marchas que no llevan a nada. Esta es nuestra cárcel; una botella de alcohol y un corazón desangrado.
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