Replicantes.

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España, 2009.

Sunset Boulevard

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El que Busca Encuentra

martes, 24 de marzo de 2015

Bolero

BOLERO.

Aunque a muchos les costaba creerlo, su nombre fue siempre en realidad Marco Polo. Lo dubitativo provenía, claro, de su rostro: tenía de explorador lo que yo de suerte para las conquistas. Éramos, por así decir, similares en ese aspecto. Se sentía –y era hasta cierto punto– una especie de celebridad en la televisión local: contaba con una de esas nocturnales emisiones de música vernácula donde los supuestos trovadores locales podían ir a ensayar sus canciones con el audio más atroz y el eco más insoportable. Su patiño durante años en el programa fue un muy buen amigo mío, Paco, un hombre cuyo atisbo y carácter se medía del inicio de su cartera hasta la boca de la botella más cercana. Lo estimé bastante por algún tiempo pues, no importaba el momento, su nostalgia y amargura siempre construían el castillo de su opinión. Se lo dije muchas veces de la manera más atenta: “Hermano, eres lo que ninguno de nosotros algún día podría llegará a ser: el objeto de estudio de unos esos estudiantes de comunicación o psicología urgidos por su tesis en el último semestre.” 

No es que quiera sonar presuntuoso, no, pero me enorgullezco al menos de poder decir que serví, de alguna manera, como conejillo de indias para Adeline, ¿quién más pudo servirle de alfombra sucia con tantas personas tras ella con intereses tan versados? No es que me haga a menos, para nada, pero cuando me imagino que será de ella admito que siempre la visualizo en un prado muy verdoso con los pies descalzos sobre el pasto. En alguna ocasión me hizo saber que era una de sus cosas favoritas, asunto que siempre me ha parecido las más bella casualidad: a mi me encanta imaginármela así.

Fue poco después de mi cumpleaños que acompañé, no sin reservas, a Ronnie Sixto para que participase en el programa de Marco Polo –una producción tan obvia como su titulo: “Noches Románticas”. Las cosas solían ser así en esos días: burdas y hasta cierto punto coloquiales y sobradas. No obstante rememoro como en aquella ocasión se situó en su taburete y le siguió el paso, no sin resquicios y dudas, a la “Orquesta Sentimiento” sobre un popurrí de Cuco Sánchez & José Alfredo. Era un especial –nada particular realmente– para los profesores de una primaria de gobierno. Lo digo sin temor a equivocarme: el sonido era tan atroz como el de un gimnasio repleto de obesos a los 15 minutos de empezar la rutina. 

Para sorpresa de los 7 televidentes que sintonizamos la emisión aquel 14 de Mayo, Marco Polo jaló del gatillo de una arma sobre su nuca justo en medio de la actuación de un tipo que se hacía llamar “El Amoroso de Durango”. Irónicamente interpretaba el estribillo de “Solamente una vez” de manera desentonada cuando se suscitó el hecho. Su interrupción quizá más poética quedo marcada con ese trágico final; el suyo... Del suicidio Paco solía decir que era uno de sus actos que más que desesperación resultaban ser toda una obra de arte. Que las cartas de despido, por ejemplo, debían de escribirse a conciencia unos seis o siete meses para que al tener de frente ese vacío no sintieras que la muerte te agarraba con alguna que otra asignatura pendiente. Del hecho suscitado con su compañero de foro sólo mencionó, un par de años más tarde y con unas cuantas copas de más sobre la barra: “Su legado será siempre el ser uno de esos recuerdos que dejan un suspiro. Un suspiro que en realidad a nadie la dará un respiro mayor a los 10 segundos.”

Con los ánimos decaídos en el bar debido al hecho, Saúl se sentó en la barra conmigo un día y me dijo: “Imaginate que te encuentras al amor de tu vida 15 años después de su partida y te mira justo a los labios para confesarse: Mi madre me ha dicho que hombres como tu sólo llegan una vez en la vida, pero ¿sabes? Yo no lo creo así”. Sonreí, le di un sorbo a mi cerveza y le cuestioné a que iba todo ese mal trecho cuento. Me respondió de manera sincera y levantándose de su asiento dándome una palmada por la espalda: “Bueno, siempre he creído que eres uno de esos hombres a los cuales la vida no puede hacerles mejor piropo”. Entonces me sirvió un Ron y reímos como locos. 

Con Adeline las cosas no funcionaron porque la vida es una de esas personalidades que buscan siempre la etiqueta y a mi siempre me ha gustado caminar en fachas. ¿Qué puedo decir?, siempre me he sentido como el último acorde de un bolero; el que nadie en realidad recuerda ya pasada la velada. Lo digo honestamente, quizá la mayor aventura de mi vida haya sido aquella donde le tomé una foto a un hombre estoico sobre el puerto de Tangier para después acompañarlo a mirar el horizonte: el cielo sobre nosotros y el aire tras el rostro, sin más que hacer que esperar a ver a que hora se cansaba nuestro destino. “Los sacrificios en sí no dan calma al portador de las desgracias” me dijo Alberto en alguna ocasión con razón de la muerte de Marco Polo. Cabe resaltar que lo recordamos cada año con un brindis entre amigos platicando de nuestros dolores. ¿Por qué?, quizá porque las penas aún nos cocinan el pecho y el recuerdo, ¡sí! Yo, sinceramente, lo hago porque hace mucho decidí ofrecerle mi calma a Adeline en las palmas de sus manos. Tanto así la quise, la quiero y así…

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