Replicantes.

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España, 2009.

Sunset Boulevard

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El que Busca Encuentra

martes, 10 de marzo de 2015

Semanas.

Semanas. 

De las dos únicas semanas que estuve enamorado de Adeline recuerdo haberme enterado que del sombrero me quedaba tan sólo la lluvia y el perchero. Que a mis altas ganas de postrarme como un gangster en el pórtico de un edificio antiguo para infundir temor debían asirce las cenizas de la esperanza y la ficción. La elegancia en mi, quedó muy claro, no se abocaría como factor alguno que pudiera sujetarme en el cuello a forma de corbata sino que más me iba el nudo de la paciencia sobre el pecho. “Caray chico”, me decía ese amigo imaginario que todos los locos llevamos en la cabeza, “si fueras un long play estarías rayado desde la primera veta. Entiende que eres uno de esos debiluchos afortunados a los que el destino les ha colocado a sus sueños severos guantes de box.” 

Durante esos 15 días sonreí como un imbécil cada que pensaba en ella cuando caminaba por la calle pero, la verdad, es que se me da mejor una quijada desencajada para al menos simular un poco de carácter. Seamos claros, no soy una de esas personas bien parecidas que van haciendo lo que hacen las personas bien parecidas; digamos que la ironía no se me da tanto por sabio sino por condición de vida… Lamentablemente jamás me quedará esa balada de Sinatra donde el amor le hace juego incluso al vago; no me tocan las migas del camino sino que más bien soy la hormiga que sigue el sendero de la comida para ver las promesas del mañana. De chico el amor me significó tan poco que quedé chaparro, poco agraciado y mucho menos interesante. Jamás podré limpiarme el sudor de su mano, la caricia de su mezclilla o el desgaste de su mirada en la comisura de mis resquebrajados párpados. Permanezco como el resto de una brisa o la sequedad de la ola; un poema como mala idea y un viaje sin anden de salida. 

Aunque poco el tiempo mucho el desastre: gracias a ella ya no he podido ni podré verme ante el espejo como el malo misterioso del bar Savoy de Alvite sino que, concienzudamente, me ha dejado más con el traje de buzo; me sienta más el aire y esa soledad que a otros ataca con amplia comezón: mis manos hinchadas no son de lucha sino de baja presión, de mareos perdidos en el tiempo y fantasias enterradas tres centímetros bajo tierra. Cerca de un oxido natural.

De la dos semanas que estuve enamorado de Aline me quedan las cejas partidas por las nubes no bajadas y la luz invisible de la luna que me prometí conquistar. Quizá y hasta me quede aquella ciencia ficción que reza que del amor no olvidaré nunca los años; entre otras cosas eso me alejó de ella. Pero créanme que enterado estoy que en otra dimensión somos completamente felices.

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