Carta abierta a un amigo en Marzo.
Querido amigo, he decidido hace unos minutos que mi vida debe de soltarse a las riendas de la libertad una vez más, quitarse ese peinado tan cuidado y dejar que el viento me abrace las entradas y me encanezca de una vez por todas las pestañas. El amor, como siempre, se me ha escapado de los sueños como la noche se convierte en promesa con el primer rayo de sol en el oriente. Mi temor, como siempre, es que como a aquel equino al que se la otorga libertad por sus logros –que se le despoja de sus herraduras con cariño, con cautela y se le abre la reja para que corra por el campo desenvueltamente para siempre– haga caso omiso y se quede cerca del establo. Esta vez por fuera y sin el cuidado de su amo a la espera de la lluvia.
El dolor es punzante como debes imaginarte, sé a bien que lo has vivido alguna vez y en severas ocasiones. Si te soy sincero, me sigue resultando curioso como el vacío puede ser tan filoso y exacto en las partes del cuerpo que te hacen desdoblar. Anoche, sí, traté de apaciguar todo ese devenir como mi abuelo materno trató siempre de vencer el frío; colocando colcha tras colcha sobre su pecho a forma de coraza, pero lo único que logré fue que me empezarán a sudar las experiencias.
Reconozco antes que nadie las promesas que me hice, que las cosas no sucederían otra vez como en aquella ocasión en que incluso me auxiliaste a conquistar a cierta dama cruzando las olas del pacifico y cuyo resultado, lo conoces bien y mejor que nadie, es que ya intercambiadas nuestras posiciones seguimos luchando por ser ese tipo de hombres ajenos a esa fársica caballería –rústicamente común– aunque los rufianes nos continúen robando nuestros más preciados secretos. Sé a bien que prometí al mundo no volver la vista a ciertas aristas pero, ¿qué te puedo decir?, mi mundo no es tan basto realmente y en esta ocasión, lo digo a plena conciencia, el golpe vino por la espalda partiéndome en dos desde un inicio. Si bien se me ha procurado y como a aquel equino se me ha tratado de unir las partes con, quizá, un hilo de seda y la aguja más delgada, yo lo siento como si tratase de un estambre amarrado a una hoja de afeitar. Nada podrá seguir siendo de la misma manera de ahora en adelante. Esta cicatriz, seguro, llega hasta mi epitafio.
Pero no te apures, me conoces bien y sabes que no soy uno de esos tipos que cometen algún tipo de idiotez sin estar seguro que al otro día pueda existir alguna disculpa diplomática. En mi vida los accidentes son una ficción y pura imaginería. Los términos de mi vida van de lo aburrido a lo visceral, de ser el hombre más común y somnoliento paso a ser el más apasionado y derruido. Sabes que no soy de los que pregonan el dolor para llamar la atención sino que me lo trago a favor de mis historias. De mis tantos personajes, quizá yo era el único que creía que aún me quedaba esta oportunidad. Mal pensado. La ironía, en este caso, se destacó incluso en mis otras pasiones: La escena que siempre me imaginé a su lado durante estos días (y créeme que tuvimos nuestros momentos) sería una que jamás escribiría. No se me habría ocurrido si ella no hubiera existido en estos momentos. Mi destino no contiene aventuras de películas románticas o acción, lo sabes bien. Lo contemplativo me absorbe cada vez más y antes de convertirme en la simple idea de un plano, haciendo el recuento de mis sueños, sólo me queda aquella ilusión donde una dama se me acerca un día a dedicarme “Thunder Road” en la versión de los “Cowboy Junkies”. ¡Mira nada más a lo que nos ha llevado esta desventura!: Tú a darme consejos y yo a pedirle a la vida una canción de Bruce Springsteen.
Tratando de encontrar la calma pasaré unos días malos, grises. Quizá unas horas de sueño se me escapen en pensamientos tan inútiles como fantasiosos. Sabes bien que soy de los que luchan en sueños incluso cuando la guerra está perdida y mi cuerpo se encuentra ya guardado en un cajón. Serán días difíciles hasta que encuentre de nuevo ese ritmo en que colocar un disco de Leonard Cohen a todo volumen en casa no signifique depresión sino el coloquio de todos las jornadas. ¿De las cosas buenas? Habré de compartir una vez más el Blues con los colegas.
El error fue mío, lo sé. Mis manos se ataron a algo que mi cuerpo siempre dijo con toda sensatez que sería tan sólo una tormenta interna. No obstante, si me preguntas una vez más si vale, o valió la pena. ¡Lo hizo!, sabes bien que no juego cuando suelo precisar este tipo de situaciones. El tipo de emociones fueron de una gama que no había conocido anteriormente. Mi cuerpo tomó tanto calor humano que hasta mi sonrisa, dicen, se lograba ver blanca a la distancia. Pedirme demostrarlo sería como pedirle al indigente que pagara sus impuestos: fue un estilo de vida y necesidad que nació del corazón. Igual hago pública esta carta, con tu autorización, y en este espacio, a especie de guiño. No es que crea que el mundo necesite conocer la historia, no soy ni la mitad de importante para ello, pero tampoco tengo nada que ocultar. Asimismo, bajo estas líneas apuntalo el pequeño universo que le inventé (y seguiré inventando) para al menos, cuando me gane la locura, pueda asegurar que estuve cerca de ella. Créeme, no sería un mal final para mi.
Comentaste a manera de broma y apoyo el otro día que toda esta situación debería de considerarla ya como parte de las constantes de mi vida, que no importa lo que me suceda: “nunca llegó a tiempo a nada”. Si es así, no sé cuando fue que el reloj se me atrasó o si bien se me detuvo. Si es que acaso perdí las manecillas siendo apenas un infante o un poco más adelante. ¿Qué si me gustaría arreglarlo? Quizá, pero sólo si pudiera viajar en el tiempo y solventar esta magra oportunidad. No lo sé, tal vez sea tiempo ahora para empezar a escribir algo de ciencia ficción. Los elementos, creo, se me presentan. Acaso como dijera alguna vez José Luis Alvite, lamentablemente recién fallecido: “El amor eterno es aquel cuyo fracaso se recuerda siempre.”
Quizá esta carta te debió ser entregada a la puerta de tu casa por el cartero y escrita bajo el pulso de mi mano, sé bien que aprecias esos clasicismos, pero no fue así. La escribo detrás del mentado computador pues bien has de saber que cuando redactas a este tipo de pasiones a mano alzada la tinta siempre se torna de color rojizo. Y eso, mi estimado amigo, sería una falta de respeto para ti y para quienes la lean. Ahora te dejo, la vida continúa y debo de lavar la ropa.
A. G. V.
Marzo, 2015.
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