Aromas.
No hay imagen más hermosa que la de una mujer recién arreglada a las seis de la mañana jalando una maleta por la calle, sombrilla en mano, caminando hacía la nada. De alguna forma sabes que ha decidido tomar la aventura, dejar todo ese pasado detrás y perpetuarse hacía un lugar ajeno, lejano y mucho mejor. Lo digo porque suelo caminar en sentido opuesto a esas mismas horas y al verlas pasar a mi lado me sonrojo. Lo digo honestamente: el aroma de la libertad y el sueño que de ellas emana nutre las plantas de la calle y se puede suspirar el polen de toda esa suspicacia, del pasado que abandonan y no habrá de retornar. Suelo no mirarles a la cara, siento que si absorbo su tristeza puedo echarles a perder todo ese nuevo destino. Al fin, qué más se podría esperar de un hombre que nació sin boleto para la rifa pero siempre es invitado a ver la tómbola girar. “El destino, para bien o para mal”, juraba el buen Saúl siempre detrás de su barra, “no está en madrugar cada vez más temprano sino en pisar el camino y atreverse a apostar.”
En las noches de luna llena Pablo solía transformarse en una especie de consejero sentimental para todos en el bar. Nunca supimos a bien el porque, si acaso era debido a una especie de maldición gitana o bien tan sólo una extraña y mal llevada costumbre familiar. Quizá porque el ambiente se llenaba más de aroma a puro en esos días y eso le hacía sentirse más serio y maduro de lo que en realidad era. No obstante sus razones, a nadie en realidad le interesaban, solía decirnos que eso del amor tenía una relación similar con la de un hombre y sus ganas de hacer arte. “Unos sufren tanto para hacerlo y otros no hacen nada para disfrutarlo. Unos sudan por finiquitarlo y otros sólo gastan su saliva al mal-interpretarlo.” Que al final de cuentas debíamos de dejar las cosas pasar, que si bien comenzábamos a querernos debíamos dejar de pensar en las pasiones como un enemigo imposible y tratarlas como una fuente de inspiración. “En cuanto más llenen el closet de bocetos, amigos míos, menos tendrán espacio para un acompañante. Se los juro, y aún así se sentirán acompañados.” A mi en cierta ocasión me dijo que lo más sensato era que me perpetuara en el mundo sin encajonarme en un rincón. Que eso de estancarme no me iba, que hiciera lo que hiciera no habría clavos hechos a la medida para mi ataúd y que al final de cuentas habría de conformarme con la lluvia en mi sepelio junto a alguna canción sosa durante los rezos. “Hombres como tú hermano, te lo digo honestamente, terminan siempre con pintura entre las uñas, el corazón en pedazos y el cuerpo hecho girones. Inoportunos desde la cuna, una obra cubista en si. Pero no te sientas mal…”, concluía, “…no te desanimes. Siempre acaban con los ojos tiernamente llenos de esperanza. ¡Por Dios!, cada que te veo me dan ganas de darle el sí a mi mujer de nueva cuenta.”
En aquellos 15 días en que viví el sueño en laberintos decidí abandonarme y vivir todo ese misterio a conciencia, sí. Sentir los brazos de la locura y la tinta que se esparce entre los muros de la historia no se puede todos los días, no se aparece alguien en cada esquina que te invité, sin saber, con su voz a hacerlo. No soy de aquellos que van en cada pasillo del supermercado tratando de implementar la atracción, mi naturaleza de imán se acerca más hacía una brújula sin manual en medio del océano que en una lluvia de estrellas, donde simplemente no hace falta. Lo digo abiertamente, gasto mis palabras ahora, y a mi gusto, antes de que me llegue el diploma de despido más grande que se la haya otorgado a alguien. Las historias no se deben de guardar en el tintero. Joaquín me lo dijo poco antes de su muerte: “Somos ese legado de hombres a los cuales incluso les gana su sombra la partida del Poker. No así, siempre les dejamos cantarnos la canción de cuna antes de dormir.”
“Siempre será un camino largo”, decía Gabriel con su cotidiana nostalgia desbordante, “incluso nuestros últimos instantes los sentiremos eternos. Ya lo sabrán.” Y quizá tenga razón hasta cierto punto, ¿quién puede llegar a saberlo y contarlo abiertamente? Quizá, sí, lo digo con total claridad. Quizás algún día, y en uno de esos sueños en que no pasan otras cosa más que despedirse de la cordura, me encuentre en esas caminatas diurnas a Adeline y por fin pueda tomarle de las manos para juntos caminar hasta ese lugar donde la espera es tan franca que no se hace fila para saberse enamorado. Eso, claro, no hacía falta decirlo, resulta hasta cierto punto obvio, pero cuando todo terminó en un vacío silente no podría haber hallado mejor manera para redactar con señales de humo al horizonte un sincero y definitivo: Te Extraño, Te Quiero y Hasta Luego.