EL BOLSILLO IZQUIERDO
Esta columna se redactó pensando en un posible fututo; cuando me convierta en el viejo borrachín del pueblo y los jóvenes me vean como el tipo raro al que no hay que acércasele en la infancia, pero hay que seguir para la entrada a la adultez (si es que bien nos va).
BRINDIS.
Cada cierto tiempo me da por virar en las esquinas que se van formando en las esquelas que guardo en mi memoria, durante todos esos eventos en que levanto con orgullo mi cerveza y brindo en pos de una gran elección, en espacio y tiempo, para brindar con mí bebida de cebada, es decir: siempre ofrezco mi salud ante un buen momento con las fichas del domino de las próximas y venideras anécdotas (amigos, compañeros, camaradas y anexos) sin pensar, y sobre todo sin desear, un mejor futuro a largo plazo, pues dichos pensamientos han quedado atrás; cercados en las bellas palabras de los despreocupados bohemios y vernáculos poetas de anteriores generaciones. No soy de los que meditan en demasía y mucho menos de los que se consideran un arquetipo moderno de cualquier clase de arquetipo existente, en todo caso, si estamos bebiendo al momento de un brindis, todo conlleva a pensar que no estamos pensando del todo en un futuro.
Algo así rezaba en su caminar Don Saúl, aquel otrora joven apuesto conocido simplemente como Saúl y que como parte de la ironía natural del ciclo de la vida terminase conociéndose como “El Don” a secas.
En los últimos días de su vida lo recuerdo con los ojos de un infante que corre por las calles como único recurso de aventura desmedida, “El Don”, como ya se le conocía por esos tiempos, solía encaminarse por la calle central hasta “La otra avenida” el que en esos grisáceos tiempos (que no han cambiado) era el bar por excelencia para los encuentros de domino, las partidas de recuerdos y las manos de desamores; en otras palabras: el ambiente perfecto para que alguien se atreviese a pensar en el presente y levantase su botella de aguardiente y brindar, simplemente brindar.
Con el pasar de los años, y sin saber como, todos aquellos corredores de calle nos convertimos en caminantes de la avenida principal, nos fuimos acercando lentamente a “La otra avenida”, casi al mismo tiempo en que el caminar de Don Saúl se volvió un poco más tardo y su habla y sus argumentos se fueron acabando. De niño recuerdo vagamente su salir de la cantina, no así su caminar tambaleante que lo hacia cada cierto tiempo virar por las esquinas al azar, cosa que en ocasiones lo alejaban de su hogar o si bien le iba, lo acercaban a el.
Mi primer brindis “serio” si es que ese adjetivo existe en este rubro fue con él, con “El Don”, con aquel que se había ganado el mayor respeto a base de sufrimiento y pesar, aquel para que el regreso a su casa era un azar y una aventura más de desazón. El tiempo nos fue acercando a esa vida y a él se lo llevo par a siempre.
Hoy los tiempos han cambiado, no así nuestro mortal pensar del presente que siempre vivimos y dejamos de vivir casi al mismo tiempo, hoy los tiempos aún se rodean de aire, un aire que de vez en cuando nos hace girar al pasado, en mi caso: al recuerdo de aquel apuesto joven que sufrió la fortuna de envejecer, “El Don”.
Así que cada cierto tiempo, beba o no, me da por virar en las esquinas de las esquelas que formo en mi memoria. Tal vez en alguno de esos virulentos giros me encuentre con mi destino y después brinde por el, no obstante no pensaré en lo que haré con...
Así es como el paso cada vez más lerdo de una rutilante figura de mi infancia ha quedado impreso en mi sentir cada que levanto la botella, cada que me olvido del futuro, pues ahí es donde radica el encanto del brindis, del motín hacia con la memoria, del olvido para con el olvido mismo. Es cuando todos chocamos las bebidas y nos hermanamos, que vencemos al obligado futuro, pues sabemos que no seremos olvidados. Y vencemos a la muerte.
Esta columna se redactó pensando en un posible fututo; cuando me convierta en el viejo borrachín del pueblo y los jóvenes me vean como el tipo raro al que no hay que acércasele en la infancia, pero hay que seguir para la entrada a la adultez (si es que bien nos va).
BRINDIS.
Cada cierto tiempo me da por virar en las esquinas que se van formando en las esquelas que guardo en mi memoria, durante todos esos eventos en que levanto con orgullo mi cerveza y brindo en pos de una gran elección, en espacio y tiempo, para brindar con mí bebida de cebada, es decir: siempre ofrezco mi salud ante un buen momento con las fichas del domino de las próximas y venideras anécdotas (amigos, compañeros, camaradas y anexos) sin pensar, y sobre todo sin desear, un mejor futuro a largo plazo, pues dichos pensamientos han quedado atrás; cercados en las bellas palabras de los despreocupados bohemios y vernáculos poetas de anteriores generaciones. No soy de los que meditan en demasía y mucho menos de los que se consideran un arquetipo moderno de cualquier clase de arquetipo existente, en todo caso, si estamos bebiendo al momento de un brindis, todo conlleva a pensar que no estamos pensando del todo en un futuro.
Algo así rezaba en su caminar Don Saúl, aquel otrora joven apuesto conocido simplemente como Saúl y que como parte de la ironía natural del ciclo de la vida terminase conociéndose como “El Don” a secas.
En los últimos días de su vida lo recuerdo con los ojos de un infante que corre por las calles como único recurso de aventura desmedida, “El Don”, como ya se le conocía por esos tiempos, solía encaminarse por la calle central hasta “La otra avenida” el que en esos grisáceos tiempos (que no han cambiado) era el bar por excelencia para los encuentros de domino, las partidas de recuerdos y las manos de desamores; en otras palabras: el ambiente perfecto para que alguien se atreviese a pensar en el presente y levantase su botella de aguardiente y brindar, simplemente brindar.
Con el pasar de los años, y sin saber como, todos aquellos corredores de calle nos convertimos en caminantes de la avenida principal, nos fuimos acercando lentamente a “La otra avenida”, casi al mismo tiempo en que el caminar de Don Saúl se volvió un poco más tardo y su habla y sus argumentos se fueron acabando. De niño recuerdo vagamente su salir de la cantina, no así su caminar tambaleante que lo hacia cada cierto tiempo virar por las esquinas al azar, cosa que en ocasiones lo alejaban de su hogar o si bien le iba, lo acercaban a el.
Mi primer brindis “serio” si es que ese adjetivo existe en este rubro fue con él, con “El Don”, con aquel que se había ganado el mayor respeto a base de sufrimiento y pesar, aquel para que el regreso a su casa era un azar y una aventura más de desazón. El tiempo nos fue acercando a esa vida y a él se lo llevo par a siempre.
Hoy los tiempos han cambiado, no así nuestro mortal pensar del presente que siempre vivimos y dejamos de vivir casi al mismo tiempo, hoy los tiempos aún se rodean de aire, un aire que de vez en cuando nos hace girar al pasado, en mi caso: al recuerdo de aquel apuesto joven que sufrió la fortuna de envejecer, “El Don”.
Así que cada cierto tiempo, beba o no, me da por virar en las esquinas de las esquelas que formo en mi memoria. Tal vez en alguno de esos virulentos giros me encuentre con mi destino y después brinde por el, no obstante no pensaré en lo que haré con...
Así es como el paso cada vez más lerdo de una rutilante figura de mi infancia ha quedado impreso en mi sentir cada que levanto la botella, cada que me olvido del futuro, pues ahí es donde radica el encanto del brindis, del motín hacia con la memoria, del olvido para con el olvido mismo. Es cuando todos chocamos las bebidas y nos hermanamos, que vencemos al obligado futuro, pues sabemos que no seremos olvidados. Y vencemos a la muerte.
No hay comentarios:
Publicar un comentario