EL BOLSILLO IZQUIERDO
Esta columna fue escrita en el tenor de la onda retro-inmediata, dígase, pues, un concepto inventado por mera auto-justificación que implica que no se debe ir muy lejos para recordar lo absurdo que alguna vez fuimos.
En un día de esos en que la inspiración no más no llega, no tuve más remedio que sacar mi libro de frases idiotas de nuestro ex-presidente y soñar que yo quería dedicarme vehemente a la política.
DE NADA Y NADA MÁS.
Desde que Vicente Fox dijo que al ser presidente daban “ñañaras”, debo confesar, vi por truncada toda mi futura carrera política. Aquella donde yo sería regidor de las necesidades del pueblo, y sin más miramientos, obedecería el mandato de los tantos millones o miles de personas que me pusieron en ese lugar para eliminar sus carencias más básicas, impartiendo justicia real y manteniendo una libertad de expresión sin precedentes, así como demás bellas cosas que sólo la democracia nos puede dar. Pero en realidad no quería yo cercenar aquellos valores que he administrado durante los últimos lustros. En primera, no quería parecer un personaje sacado de la programación de una de las dos televisoras que han secuestrado nuestra imaginación y sentido desde hace una década (por parte de una) y ya más de 50 de años (por la otra). Dígase de manera más clara, no quería yo establecerme como un símil de los famosos (en mis tiempos) “Polivoces” y menos de aquellos personajes que construían con una prótesis gigante y aguileña nariz, pants rojo con franja amarilla y camisa del mismo color que la raya lateral de dicho pantalón. Y por último, no quería yo aparentarme a este alto ser que mezclaba los dichos de “sabiduría popular” con experiencias propias para al final confundirlos con la conciencia del mundo, y andar pregonando por ahí este doctorado en experiencias de “chiquillo” mimado que se educo a lado de lo que veía en la televisión.
Ya había logrado concentrar en mi mente la imagen mía con la banda presidencial entrando al pleno de la cámara del congreso para rendir protesta, cuando toda esta vida se acabo con uno de esos maravillosos comentarios por parte de aquel que según…
Entonces me percate, por enésima vez, de todo lo malo y negativo que significa pertenecer a la familia política de este país (y casi puedo jurar que del mundo).
De toda la magna lista que guardo con los alegatos para nunca caer en las garras de esta trivial profesión, y que tengo guardada en un casillero oculto dentro de mí cuarto. He decidido aumentarla con aquella vieja frase del “Chente”.
Muchos años pasaron para evaluar su verdadero peso, ya saben; uno nunca sabe lo que tiene hasta que lo ve perdido.
Sinceramente no sé porque estoy recordando tales penas ajenas, pero en los pasados días me llego al pensamiento todo esto del pretexto y/o como salir avante de los cuestionamientos populares; que suelen ser bastante fuertes. Entonces pensé, y pensé, y mi mente derrumbe.
Creí haber encontrado la solución para tales interrogantes. Para un cuestionamiento popular, la respuesta deber ser una igualmente multitudinaria y nacional. Pero entonces trate de verificar tal aseveración, encontrándome con la penosa experiencia de sentirme aquel.
Sí, en efecto, al tratar de justificar mi hipotética tramitación para un interrogatorio coloquial, me llego el arduo sazón del temor. Me dieron “ñañaras”. Entonces recordé…
Cuanta razón tenía el presidente chente (sí, en minúsculas). Por algo odio tanto a la política. Quien más que sea uno de ese clan, el que nos diga lo que estar de ese lado.
Así que desde que Vicente Fox dijo que al ser presidente, a uno le agarran las “ñañaras” (que sepa usted que sea eso), mi prometedora carrera política, donde yo demostraría que se puede gobernar siendo una persona de bien y con rectitud en sus valores, con humildad y sencillez, y con el amor de mi pueblo, se trunco con aquel aplastante acierto.
Fue entonces que decidí alejarme de ese territorio adverso y me refugie en la trinchera contraria, las de las “ñañaras”. Y aclarando aquí el vacío sentido de este texto, debo esclarecer, en primera, que nunca quise tener una carrera política (sólo por aquel que de plano no de una y no conozca el sarcasmo). Pero puedo jurar que si alguna vez lo hubiera pensado; con ese comentario, en verdad se me hubieran ido las ganas.
Esta columna fue escrita en el tenor de la onda retro-inmediata, dígase, pues, un concepto inventado por mera auto-justificación que implica que no se debe ir muy lejos para recordar lo absurdo que alguna vez fuimos.
En un día de esos en que la inspiración no más no llega, no tuve más remedio que sacar mi libro de frases idiotas de nuestro ex-presidente y soñar que yo quería dedicarme vehemente a la política.
DE NADA Y NADA MÁS.
Desde que Vicente Fox dijo que al ser presidente daban “ñañaras”, debo confesar, vi por truncada toda mi futura carrera política. Aquella donde yo sería regidor de las necesidades del pueblo, y sin más miramientos, obedecería el mandato de los tantos millones o miles de personas que me pusieron en ese lugar para eliminar sus carencias más básicas, impartiendo justicia real y manteniendo una libertad de expresión sin precedentes, así como demás bellas cosas que sólo la democracia nos puede dar. Pero en realidad no quería yo cercenar aquellos valores que he administrado durante los últimos lustros. En primera, no quería parecer un personaje sacado de la programación de una de las dos televisoras que han secuestrado nuestra imaginación y sentido desde hace una década (por parte de una) y ya más de 50 de años (por la otra). Dígase de manera más clara, no quería yo establecerme como un símil de los famosos (en mis tiempos) “Polivoces” y menos de aquellos personajes que construían con una prótesis gigante y aguileña nariz, pants rojo con franja amarilla y camisa del mismo color que la raya lateral de dicho pantalón. Y por último, no quería yo aparentarme a este alto ser que mezclaba los dichos de “sabiduría popular” con experiencias propias para al final confundirlos con la conciencia del mundo, y andar pregonando por ahí este doctorado en experiencias de “chiquillo” mimado que se educo a lado de lo que veía en la televisión.
Ya había logrado concentrar en mi mente la imagen mía con la banda presidencial entrando al pleno de la cámara del congreso para rendir protesta, cuando toda esta vida se acabo con uno de esos maravillosos comentarios por parte de aquel que según…
Entonces me percate, por enésima vez, de todo lo malo y negativo que significa pertenecer a la familia política de este país (y casi puedo jurar que del mundo).
De toda la magna lista que guardo con los alegatos para nunca caer en las garras de esta trivial profesión, y que tengo guardada en un casillero oculto dentro de mí cuarto. He decidido aumentarla con aquella vieja frase del “Chente”.
Muchos años pasaron para evaluar su verdadero peso, ya saben; uno nunca sabe lo que tiene hasta que lo ve perdido.
Sinceramente no sé porque estoy recordando tales penas ajenas, pero en los pasados días me llego al pensamiento todo esto del pretexto y/o como salir avante de los cuestionamientos populares; que suelen ser bastante fuertes. Entonces pensé, y pensé, y mi mente derrumbe.
Creí haber encontrado la solución para tales interrogantes. Para un cuestionamiento popular, la respuesta deber ser una igualmente multitudinaria y nacional. Pero entonces trate de verificar tal aseveración, encontrándome con la penosa experiencia de sentirme aquel.
Sí, en efecto, al tratar de justificar mi hipotética tramitación para un interrogatorio coloquial, me llego el arduo sazón del temor. Me dieron “ñañaras”. Entonces recordé…
Cuanta razón tenía el presidente chente (sí, en minúsculas). Por algo odio tanto a la política. Quien más que sea uno de ese clan, el que nos diga lo que estar de ese lado.
Así que desde que Vicente Fox dijo que al ser presidente, a uno le agarran las “ñañaras” (que sepa usted que sea eso), mi prometedora carrera política, donde yo demostraría que se puede gobernar siendo una persona de bien y con rectitud en sus valores, con humildad y sencillez, y con el amor de mi pueblo, se trunco con aquel aplastante acierto.
Fue entonces que decidí alejarme de ese territorio adverso y me refugie en la trinchera contraria, las de las “ñañaras”. Y aclarando aquí el vacío sentido de este texto, debo esclarecer, en primera, que nunca quise tener una carrera política (sólo por aquel que de plano no de una y no conozca el sarcasmo). Pero puedo jurar que si alguna vez lo hubiera pensado; con ese comentario, en verdad se me hubieran ido las ganas.
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