EL BOLSILLO IZQUIERDO
La muerte siempre ha sido una de mis constantes favoritas. Personalmente, siempre ha sido una de las detonantes más hermosas para comenzar una historia; es un factor clave para la negación de un objeto y su inminente representación. La presente columna se originó en una más de las celebraciones de día de muertos - como bien dice su nombre.
DÍA DE MUERTOS.
Que bonito ha de ser morir. Uno hace tantas cosas para poder lograrlo.
Siempre he querido, sépalo usted antes que nadie; que en ese fatídico día - fatídico para los demás, para mí en lo absoluto - en que mi cuerpo empiece su retozo eterno: me incineren. Mis cenizas, como ultimo deseo (del cual no tendré posibilidad alguna de observar), deberán ser depositadas en un agujero mediocre en medio de un gran jardín público y encima sembrar un manzano; por lo menos creo así tener un simbolismo de seguir vivo sin tener que ir a ese desesperanzador sitio llamado cementerio.
Mis amistades y enemistades (ganadas a pulso durante el transcurso llamado vida) podrán ir a depositar sus pensamientos a un objeto físicamente visible y golpeable, según sea el caso - por eso lo hago.
Que bonito ha de ser morir: separarte de esos sentimientos grises, cotidianos en la vida de un ser que habita una pseudo-metrópoli.
La vida no es un sueño - no creo despertar al morir, al cerrar mis ojos. Si así lo fuese sería la peor de las decepciones: saber que mi único amor (Ella) ha sido falsa, a menos que me encontrara de nuevo con todas las oportunidades que tuve en “vida”. ¿Ahora cometería menos errores?
Un amigo me comentaba que no entendía el porque de los matices del azul, el color. No encontraba la diferencia entre ese tono del cielo que se junta con el del mar y que nunca se mezcla. Trataba yo de explicarle que el cielo era un reflejo del mar pero no entendió, o más bien no quiso entender. Quería seguir viviendo de su fantasía, para él era una especie de razón que lo llevase a entender lo triste de las caras y el amor. Decía que el mar era eterno, usted entenderá, por aquello de que lo perfecto no existe.
Ese amigo está muerto, falleció ahogado en el amor; podría ponerlo así. Una mujer acabo con él, poco a poco.
Que bonito ha de ser morir: he enunciado esta frase en forma de interrogante en múltiples ocasiones esperando que él la conteste, pero está muerto y no hay más que una lapida triste y oxidada que me lo recuerda. ¿Es bonito morir? Le digo.
Uno hace tantas cosas en este mundo con el único objetivo, inconciente, de alcanzar ese mortal deseo de descanso. Morir ha de ser agradable pero sobre todo el volver; encontrarte en ese día de festejo luctuoso, un altar a tu memoria, a tu altanería y flojera, a tu intrascendente paso por este mundo. Darte cuenta de la gente que te quería y que todos los años te acercan a la inmortalidad por unas cuantas horas. El amor se ha ido, el amor ha muerto, es más, se encuentra a lado de ti en ese altar, entre la cerveza caliente y el mole de olla, donde te gusta sentarte a tomar el aire libre. No te preocupes, estas muerto.
Me gustaría escribir un libro que me inmortalice, uno de esos relatos que todo mundo conoce - que por consiguiente hicieran que mi nombre pasará de ser del de un ente extraño al de un tipo con común relación entre la familia mundial - pero seré un manzano en el jardín publico; recordando con mi fruto el pecado original (trastocada mi inmortalidad con el paso generacional de este mismo).
Tarde será el momento en que me de cuenta que mi sueño de inmortalidad ha sido rebasado por los niño que juegan arriba de mi - y que tumban mis hojas hasta gastarme y convertirme en hojarasca. No vendré el día de muertos, entonces.
Un día escribiré ese libro, será de un tipo que flotó por los aires viajando ciegamente sin buscar algo en específico; ahora está detenido por encontrar lo no buscado. Ese hombre seré yo, de pie, quieto y en silencio, parado sobre la arena. Observando hacia el horizonte el eterno mar, con mí amigo – sin saber de razones.
La muerte siempre ha sido una de mis constantes favoritas. Personalmente, siempre ha sido una de las detonantes más hermosas para comenzar una historia; es un factor clave para la negación de un objeto y su inminente representación. La presente columna se originó en una más de las celebraciones de día de muertos - como bien dice su nombre.
DÍA DE MUERTOS.
Que bonito ha de ser morir. Uno hace tantas cosas para poder lograrlo.
Siempre he querido, sépalo usted antes que nadie; que en ese fatídico día - fatídico para los demás, para mí en lo absoluto - en que mi cuerpo empiece su retozo eterno: me incineren. Mis cenizas, como ultimo deseo (del cual no tendré posibilidad alguna de observar), deberán ser depositadas en un agujero mediocre en medio de un gran jardín público y encima sembrar un manzano; por lo menos creo así tener un simbolismo de seguir vivo sin tener que ir a ese desesperanzador sitio llamado cementerio.
Mis amistades y enemistades (ganadas a pulso durante el transcurso llamado vida) podrán ir a depositar sus pensamientos a un objeto físicamente visible y golpeable, según sea el caso - por eso lo hago.
Que bonito ha de ser morir: separarte de esos sentimientos grises, cotidianos en la vida de un ser que habita una pseudo-metrópoli.
La vida no es un sueño - no creo despertar al morir, al cerrar mis ojos. Si así lo fuese sería la peor de las decepciones: saber que mi único amor (Ella) ha sido falsa, a menos que me encontrara de nuevo con todas las oportunidades que tuve en “vida”. ¿Ahora cometería menos errores?
Un amigo me comentaba que no entendía el porque de los matices del azul, el color. No encontraba la diferencia entre ese tono del cielo que se junta con el del mar y que nunca se mezcla. Trataba yo de explicarle que el cielo era un reflejo del mar pero no entendió, o más bien no quiso entender. Quería seguir viviendo de su fantasía, para él era una especie de razón que lo llevase a entender lo triste de las caras y el amor. Decía que el mar era eterno, usted entenderá, por aquello de que lo perfecto no existe.
Ese amigo está muerto, falleció ahogado en el amor; podría ponerlo así. Una mujer acabo con él, poco a poco.
Que bonito ha de ser morir: he enunciado esta frase en forma de interrogante en múltiples ocasiones esperando que él la conteste, pero está muerto y no hay más que una lapida triste y oxidada que me lo recuerda. ¿Es bonito morir? Le digo.
Uno hace tantas cosas en este mundo con el único objetivo, inconciente, de alcanzar ese mortal deseo de descanso. Morir ha de ser agradable pero sobre todo el volver; encontrarte en ese día de festejo luctuoso, un altar a tu memoria, a tu altanería y flojera, a tu intrascendente paso por este mundo. Darte cuenta de la gente que te quería y que todos los años te acercan a la inmortalidad por unas cuantas horas. El amor se ha ido, el amor ha muerto, es más, se encuentra a lado de ti en ese altar, entre la cerveza caliente y el mole de olla, donde te gusta sentarte a tomar el aire libre. No te preocupes, estas muerto.
Me gustaría escribir un libro que me inmortalice, uno de esos relatos que todo mundo conoce - que por consiguiente hicieran que mi nombre pasará de ser del de un ente extraño al de un tipo con común relación entre la familia mundial - pero seré un manzano en el jardín publico; recordando con mi fruto el pecado original (trastocada mi inmortalidad con el paso generacional de este mismo).
Tarde será el momento en que me de cuenta que mi sueño de inmortalidad ha sido rebasado por los niño que juegan arriba de mi - y que tumban mis hojas hasta gastarme y convertirme en hojarasca. No vendré el día de muertos, entonces.
Un día escribiré ese libro, será de un tipo que flotó por los aires viajando ciegamente sin buscar algo en específico; ahora está detenido por encontrar lo no buscado. Ese hombre seré yo, de pie, quieto y en silencio, parado sobre la arena. Observando hacia el horizonte el eterno mar, con mí amigo – sin saber de razones.
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